"Quien quiera explicar todo el mito Maradona, alcanza con el partido contra Inglaterra", dice Daniel Arcucci, periodista deportivo, en el documental Diego Maradona, de Asif Kapadia, desde este jueves en cines españoles. El lector ya sabrá de lo que habla: México 1986, con la guerra de las Malvinas todavía en el recuerdo; la barrera psicológica y social que Argentina debía vencer antes de tocar la copa dorada que se acabaría llevando; la mano de dios. "En esos dos goles, en el primero con la mano y en el segundo gambeteando a todos, está la explicación de por qué se lo ama y se lo odia. Un poco de trampa, pero también mucha genialidad". La idea de Arcucci es seductora: ¿y si en ese partido estuviera condensada el alma de ese chico del suburbio de Villa Fiorita que subió a los cielos y luego se labró el camino al infierno? Es seductora, pero si fuera cierta Kapadia no tendría que haber filmado un documental de más de dos horas para apenas tratar de esbozar el retrato de un hombre que fue considerado durante años una divinidad.
Es la tercera vez que Kapadia se embarca en el retrato documental de un personaje más que público, tras Senna, sobre el piloto brasileño Ayrton Senna, y Amy, sobre la cantante Amy Winehouse, una película que le valió el Oscar. Se podría pensar que interesarse por el argentino era el triple salto mortal: un ídolo que lo fue durante décadas, que fue ensalzado por países enteros —el suyo, España, Italia...—, que llegó a un nivel de fama reservado a un puñado, y que luego cayó, cayó y cayó... sin desaparecer nunca del ojo público. Pero en realidad fue un suceso azaroso. Antes incluso de que el cineasta británico se hiciera con la estatuilla, un periodista le habló de la joya del documental: 500 horas de material inédito, grabadas entre 1981 y 1986 a petición del primer mánager de Maradona, Jorge Cyterszpiler, que pensaba rodar una película sobre su vida. Aquello nunca salió. O, más bien, tardó en salir, porque fue Kapadia el que tomó el testigo.
En Diego Maradona, el director deja hablar a las imágenes, a la manera en que lo hizo con Senna: esas 500 horas que filman los entrenamientos del futbolista, las celebraciones caseras y en el vestuario, los tratamientos a los que se sometía para aliviar su dolor de espalda; pero también fotografías de época, muchas sacadas del archivo personal de Maradona, imágenes de los partidos, entrevistas de época, ruedas de prensa... Kapadia convoca en la película a familiares y amigos —su exesposa Claudia Villafañe, su entrenador personal Fernando Signorini, su hermana María...—, historiadores, jugadores que fueron sus compañeros, periodistas deportivos... y al propio Diego Maradona, que ha participado en el documental y lo ha aprobado. Pero, como en Senna, no son bustos parlantes, porque se les escucha pero no se les ve. Sus voces complementan a las imágenes con las que juega el cineasta con su destreza habitual en el montaje. Es la imagen lo que importa, pero la imagen en ocasiones busca ser descifrada: los comentarios tratan de hacer caer la máscara del héroe, la cámara lenta intenta desvelar lo que ocurría detrás de todo aquel triunfo.
Porque Kapadia se fija en algunos de los mejores años del futbolista. Acababa de finalizar su agitada etapa en el Barça, marcada por sus ausencias del campo —sufrió una hepatitis y una grave fractura del tobillo izquierdo— y por la batalla campal tras la final de la Copa del Rey: el club catalán se enfrentaba al Athletic, lo que suponía que el argentino se encontraba con Andoni Goikoetxea, el jugador que le había lesionado. Tras un partido de alta tensión que se saldó con la victoria de los de Bilbao, apenas pitó el árbitro el final del encuentro, Maradona propinó un cabezazo a Chato Núñez y un rodillazo a Miguel Ángel Sola, que le hizo perder la conciencia. Todo aquello —acompañado de los primeros escarceos del barrilete cósmico con la cocaína— queda comprimido en los primeros minutos del documental. Kapadia usa una secuencia eficaz: una hilera de coches pequeños y llenos de aristas, como manda la época, recorren Nápoles a toda velocidad. Es el 5 de julio de 1984 y Maradona va a ser presentado en Nápoles, el equipo pobre y perdedor al que acaba de ser traspasado por voluntad propia. El montaje recorre su vida hasta entonces a ese mismo ritmo desenfrenado. Empieza la época dorada del argentino, que sería, al mismo tiempo, el principio del fin.
Nápoles fue la ciudad donde crió a su primera hija, Dalma; la ciudad en la que vivía cuando Argentina ganó el Mundial; el equipo con el que logró ganar dos ligas; donde vivió su gloria profesional; su casa durante unos años en los que fue un hombre adorado sin reservas. Pero también fue allí donde nació Diego Armando Jr., el niño nacido fuera del matrimonio al que no reconocería hasta 2016 y que quebraría su matrimonio; la escena en la que descarriló definitivamente su adicción a la droga; la ciudad del escándalo de prostitución, cocaína y Camorra que propiciaría su caída definitiva.
"Diego era un chico que tenía inseguridades, un pibe maravilloso", explica en la película Fernando Signorini, su entrenador personal, "Maradona era el personaje que se tuvo que inventar". Y no era un personaje agradable: "Con Diego iría hasta el fin del mundo, pero con Maradona no daría ni un paso". La última sección del documental se asemeja a una tragedia griega: el héroe de la Villa se ve devorado por la estrella megalómana, todo se derrumba a su alrededor sin que pueda hacer nada para detener la caída. En el filme, el punto de inflexión se sitúa en el Mundial de 1990, celebrado en Italia. El azar —o la mano de dios— hace que Argentina termine enfrentándose al equipo azzurro en Nápoles: Maradona sugiere que los napolitanos deberían animar a Argentina, después de lo que él ha hecho por el equipo, y se abre un debate nacional. Cuando los americanos vencen, el Maradona se convierte en el personaje más odiado de Italia. "Maradona es el diablo", "El antipático", rezan los diarios deportivos.
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Y luego, la debacle: Kapadia aborda la relación de Maradona con la Camorra, a través del clan de los Giuliano. Son ellos quienes le proveen de prostitutas y droga. El documental insinúa que el jugador se ve inevitablemente involucrado con la mafia, imbricada en el sistema de poder napolitano, que acaba chantajeándole utilizando su drogadicción. Pero habría que tomarse esta interpretación con un grano de sal: no deja esta de ser una cinta aprobada por su protagonista, quien llegó a confesar al periodista E. Cherquis Bialo —no a Kapadia— que esa fue "una época de oro", porque "cada vez" que visitaba a los Giuliano le regalaban "un rólex de oro". Sea como fuere, el argentino acaba siendo investigado por la justicia debido a unas escuchas policiales, acusado de posesión y tráfico de drogas, con lo que se arriesgaba a pasar 20 años en la cárcel.
Hay una diferencia fundamental entre el protagonista de Diego Maradona y los de los anteriores documentales de Kapadia: el futbolista está vivo. Esto, que podría verse como una ventaja, ha acabado siendo un obstáculo. El cineasta ha relatado el calvario que supuso acordar entrevistas con Maradona, y la producción se dilató hasta tal punto que en el ínterin acabó ganando el Oscar por Amy. Las conversaciones con el deportista no fueron, además, muy provechosas, a juzgar por las escasas intervenciones que figuran en el documental, que tampoco resultan muy reveladoras. En 1991, Maradona da positivo en cocaína durante un control antidopping, algo que no sorprende a nadie, ni en su entorno ni en la opinión pública. La Federación Italiana le aleja 15 meses de los estadios. A eso se suma el castigo de la justicia argentina y la italiana. Es el fin del documental: ahí se acaba Diego y le sustituye definitivamente Maradona.
"Quien quiera explicar todo el mito Maradona, alcanza con el partido contra Inglaterra", dice Daniel Arcucci, periodista deportivo, en el documental Diego Maradona, de Asif Kapadia, desde este jueves en cines españoles. El lector ya sabrá de lo que habla: México 1986, con la guerra de las Malvinas todavía en el recuerdo; la barrera psicológica y social que Argentina debía vencer antes de tocar la copa dorada que se acabaría llevando; la mano de dios. "En esos dos goles, en el primero con la mano y en el segundo gambeteando a todos, está la explicación de por qué se lo ama y se lo odia. Un poco de trampa, pero también mucha genialidad". La idea de Arcucci es seductora: ¿y si en ese partido estuviera condensada el alma de ese chico del suburbio de Villa Fiorita que subió a los cielos y luego se labró el camino al infierno? Es seductora, pero si fuera cierta Kapadia no tendría que haber filmado un documental de más de dos horas para apenas tratar de esbozar el retrato de un hombre que fue considerado durante años una divinidad.