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Emiliano Fittipaldi: "El papa Francisco no ha dado ningún paso adelante en la lucha contra la pederastia"
Emiliano Fittipaldi no tenía suficiente. Después de publicar el libro Avaricia (en España con el sello Foca), sobre las opacas finanzas del Vaticano, el periodista se vio procesado por revelación de secretos de la Santa Sede, un Estado sin libertad de prensa. Después de ser absuelto por “defecto de jurisdicción”, vuelve a la carga con Lujuria (de nuevo con Foca), una investigación sobre los casos de pederastia que afectan a la Iglesia a nivel mundial.
Paradójicamente, la investigación jamás habría existido de no ser por el juicio. En un receso, y mientras se encontraba en el baño, un intermediario le hizo llegar la carta de un monseñor. En ella se encontraban datos oficiales de las denuncias de pederastia que llegaban a Roma por el cauce del derecho canónico —que exige que las autoridades eclesiásticas locales hayan considerado "verosímil" la demanda—, unas cifras ocultas hasta entonces. En 2013, fueron 401. En 2012, 402. Números que, según las fuentes del periodista, se han repetido en los últimos años, y que le hacen afirmar que en los tres primeros años del pontificado del papa Francisco, se han procesado dentro de la Iglesia 1.200 casos de abusos a menores. Entre 2005 y 2009, las cifras anuales no pasaban de 200.
“Quizás esto sea positivo, porque la gente no tiene miedo a denunciar, pero las cifras también nos dicen que la pedofilia es un problema que aún existe en la Iglesia”, dice Fittipaldi en un encuentro con la prensa en la emblemática iglesia de San Carlos Borromeo, en el madrileño barrio obrero de Vallecas. Esta parroquia, cercana a la teología de la liberación, dista de la Iglesia de intrigas y favores que dibuja el periodista. Su libro no se detiene en los detalles escabrosos del asunto, sino que se ocupa del “poder de la Iglesia para proteger a algunas personas”, poniendo su imagen por delante de la necesidad de reparación de las víctimas.
El reportero de L’Espresso es ahora más crítico con el pontificado del papa Francisco. En Avaricia dibujaba “un papa, si no bueno, que sí intentaba hacer algo”. Ahora critica la inacción de un dirigente al que ve más interesado en ser “un pastor de almas” que en los cambios políticos reales: “En su regreso de Fátima ha dicho que está contento con los pasos adelante dados en la lucha contra la pederastia. No ha dicho cuáles han sido, y no puede, porque no ha dado ninguno”. Fittipaldi señala que el pontífice prometió la creación de un tribunal especial para los casos de pederastia que jamás llegó a crearse. Y señala en el libro que la Pontificia Comisión vaticana para la Protección de Menores , creada por la Santa Sede para combatir los abusos sexuales, apenas se reúne tres o cuatro veces al año y no tiene capacidad para investigar los casos denunciados. Dos de sus miembros, Marie Collins y Peter Saunders, ambos víctimas durante su infancia, la han abandonado en señal de protesta.
Lujuria repasa algunos de los casos de abusos a menores en el seno de la Iglesia más sonados de las últimas décadas. El del sacerdote australiano Kevin O’Donnell, que violó a medio centenar de niños antes de ser condenado en 1995 (murió dos años después). El del costarricense Enrique Vásquez, que huyó de la justicia durante una década después de confesar haber violado a un monaguillo. El de Fernando Karadima, sacerdote chileno suspendido de sacerdocio después de que el proceso judicial eclesiástico le considerara culpable de abusos a menores. ¿Qué une a estos tres casos? Que los tres hombres que protegieron a estos criminales durante el proceso forman hoy parte del llamado G9G9, la curia que asesora directamente al papa.
George Pell, ahora número tres del Vaticanonúmero tres y miembro de este consejo de cardenales, era arzobispo de Melbourne cuando se descubrió el primer caso que implicaba a O’Donnell. Su intervención: ofrecer una compensación económica a las víctimas a cambio de su silencio. Óscar Rodríguez Madariaga, hoy coordinador del G9, acogió a Vásquez en su sede. Francisco Javier Errázuriz, también cercano al pontífice, dijo durante el proceso a Fernando Karadima: “Ánimo, la serpiente no prevalecerá”. Y no se refería al pederasta. “El papa Francisco tiene una responsabilidad sobre la falta de condenas e indemnizaciones a las víctimas. Porque podría hacer algo, pero no lo hace”, critica el periodista.
Fittipaldi aborda no solo la actuación particular de sacerdotes implicados, ni de los arzobispos y cardenales que debían reprenderles, sino el sistema de “impunidad” y “opacidad” que permite que se sigan produciendo los crímenes. En primer lugar, la Iglesia católica no cuenta con un delito específico, dentro del derecho canónico, para la pederastia, sino que la considera gravoria delicta, delito grave, de la misma magnitud que los crímenes contra la Eucaristía o la violación del secreto de confesión. Tampoco distingue la pedofilia de otras faltas al sexto mandamiento –“No cometerás actos impuros”—, ni lo distingue jurídicamente de la “efebofilia” –atracción hacia los adolescentes, sean menores o no— o de las relaciones consentidas entre adultos que han hecho voto de castidad.
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En segundo lugar, el Vaticano considera estas instrucciones “sujetas a secreto pontificio”. “Es imposible consultar los archivos, conocer el nombre de los sacerdotes implicados o el resultado del proceso”, denuncia el periodista. Cruzando los datos enviados por el Vaticano a la ONU, y según cálculos del autor, entre 2004 y 2011, solo 848 curas de los 3.420 procesados por pedofilia han sido juzgados culpables, y expulsados del sacerdocio. Para la mayoría, han bastado inhabilitaciones parciales o retiros forzosos.
Uno de los principales problemas del sistema, señala el reportero, es que no existe un protocolo que obligue a las autoridades eclesiásticas a comunicar el delito a las fuerzas del orden del país en el que se cometan. “Depende de los acuerdos de la Iglesia con cada país”, explica. “Si eso cambiara y se hiciera un protocolo unificado, habría mucha menos impunidad. Es sencillo, y no entiendo por qué no se hace.” Y remata: “Es verdad que el papa lleva solo cuatro años en el puesto, pero los niños no tienen ese tiempo”.