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Del europeísmo al euroescepticismo en tres problemas

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La Unión Europea ya no es lo que era: tampoco nuestra percepción sobre ella. Tras varias décadas en movimiento, el engranaje de la organización supraestatal parece encontrarse en un punto muerto. Cada vez es más grande, con más países. Pero a la vez, cada día es más pobre, especialmente por los lados del sur y el este. Procedentes de campos como la sociología o la politología, dos españoles, una rumana y un búlgaro han aúnado fuerzas para determinar cuáles son los más acuciantes problemas a los que está expuesto el proyecto –más allá del dinero– en el ensayo El último europeo (La oveja roja). La conclusión se resume en tres conceptos: imperialismo, xenofobia y derecha radical. Hablamos con tres de los cuatro autores: Ángel Ferrero, Corina Tulbure y Roger Suso, a falta del profesor universitario József Böröcz. 

Pregunta: 

Uno de los principales problemas de los que se habla cuando se intenta analizar el fracaso de la UE es el económico: los países miembros tenemos la misma moneda, pero no así las mismas políticas económicas. ¿Qué punto de vista aportáis respecto a este tema?

Àngel Ferrero: No quisimos entrar a fondo en esta cuestión, porque ninguno de nosotros es economista, y como otros ya han escrito sobre este tema con mayor conocimiento de causa, preferimos arrojar luz sobre otros fenómenos a los que los medios de comunicación prestan (o hasta hace muy poco tiempo prestaban) menos atención, como la geopolítica, la política migratoria o el ascenso de la derecha radical. Pero es en cualquier caso ineludible, así que también lo mencionamos en el libro. En nuestra opinión, el debate sobre la salida del euro ha centrado durante demasiado tiempo la atención mediática, desplazando otras cuestiones. Los errores de diseño son evidentes pero, como ha señalado Michael R. Krätke, un economista alemán, todos los espacios monetarios presentan disparidades económicas (incluso en países pequeños, como Bélgica o los Países Bajos) y de eso no se desprende que cada provincia haya de disponer de su propia moneda. Un retorno a la divisa nacional y su devaluación en un 20 o 30% dificultaría el pago de la deuda, que seguiría denominada en euros. No hay una solución fácil a este problema. Si un Estado miembro, pongamos por caso Grecia tras una victoria de Syriza, quisiese modificar la estructura de la Unión, un número suficiente de los restantes Estados siempre podría bloquear sus propuestas en el Consejo de la Unión Europea. La única posibilidad de cambio es que la izquierda conquiste mayorías sociales en cada Estado miembro, hasta formar un bloque que aúne las fuerzas suficientes como para replantear el proceso de integración. En cualquier caso, creer que con una salida del euro mejorarían las cosas es llamarse a engaño. En cuanto a la palabra “fracaso”, todo depende de para quién. Para algunos, la gestión de la crisis de la eurozona ha sido un éxito...

Roger Suso: En origen, la UE se construyó a partir de un diseño neoliberal, propicio al fomento de la competitividad y la expansión del capital. Su propio diseño es el que está facilitando que la crisis actual se haga recaer sobre las clases trabajadoras y dificulta la aplicación de políticas keynesianas anticíclicas. El economista Costas Lapavitsas identifica tres escenarios para salir de la crisis: la austeridad, la reforma institucional y la salida del euro. El primero es el que se ha impuesto: recortes públicos, privatizaciones, venta de patrimonio y rescates.

Pregunta: Los problemas de los que habláis son el racismo, el imperialismo, la ultraderecha. ¿Cómo han trascendido estos fenómenos de nacionales a europeos? Es decir, ¿por qué no decís que España (o Portugal, Austria o cualquier otro país de la UE) es xenófoba, sino que la UE es xenófoba? ¿Cómo se produce esa internacionalización de los problemas y de las ideologías? Y, en ese sentido, ¿es la UE un espacio estanco del que no salen esos problemas o, por el contrario, hace de catalizador para expandir esos problemas al resto del mundo?

Àngel Ferrero: La Unión Europea es por ahora, a falta de la entrada en vigor de la Unión Euroasiática en 2015 y de una mayor integración de la ASEAN, el mayor bloque comercial del mundo. Y lo seguirá siendo después de 2015 en términos económicos y demográficos. La capacidad de propagación en un espacio tan integrado es sin duda mayor. Las economías capitalistas son ya mayoría, el capitalismo ha alcanzado su momento de mayor expansión geográfica. Las economías están unidas por numerosos vínculos comerciales. Difícilmente puede considerarse a la Unión Europea como un espacio estanco del que no salen ni entran ninguno de estos problemas. Lo que sucede en puntos muy distantes del globo tiene repercusiones en nuestras economías, y los medios de comunicación contribuyen a la propagación de la información con una rapidez sin precedentes históricos, aumentando el sentimiento de inmediatez y proximidad. La relación también funciona en el sentido inverso, por lo que la Unión Europea, efectivamente, puede actuar como un catalizador de problemas. Su consolidación como bloque geopolítico, por ejemplo, ha empujado a otros países a forjar alianzas supraestatales y constituir sus propios “centros” capitalistas. Ya he mencionado dos ejemplos. Teniendo en cuenta el agotamiento de los recursos naturales, la crisis económica que atraviesa el propio modelo de capitalismo occidental y la competición entre “centros” por la influencia en determinadas zonas, todo esto puede conducir a un escenario internacional altamente inflamable, como estamos presenciando en Ucrania.

Corina Tulbure: Tal vez la idea de la UE conforme un reto para los mismos pueblos europeos. No se trata de la UE que funciona ahora, la de las multinacionales que tienen más poder que un Estado, sino de la UE de los ciudadanos. Allí el asunto es más complicado y existe un problema inicial. Hoy en día ni siquiera somos capaces de crear una comunidad que no se vincule mediante el concepto de nacionalidad. Pero por otro lado hablamos de ciudadanos europeos. Tal vez sea el reto del futuro, porque el ciudadano europeo que no se defina mediante su nacionalidad todavía no ha nacido. Esta contradicción se observa entre los mismos Estados de la UE, en cuanto a la movilidad de los trabajadores dentro de la UE: se expulsa a los ciudadanos europeos de los países europeos, es decir que la UE no aplica ni los tratados que ella misma emite, como la libre circulación de los trabajadores.

Pregunta:

Habláis del papel de EEUU en la creación de la UE. ¿Hasta qué punto es la UE una creación estadounidense? ¿Qué repercusiones tiene la influencia de EEUU tanto para Europa como para el resto del mundo? En ese sentido, ¿cómo se conjugan el imperialismo estadounidense y el europeo?

Àngel Ferrero: Estados Unidos intervino en la creación de la Unión Europea más de lo que la propia Unión Europea, a través de sus portavoces, está dispuesta a admitir. El Plan Marshall es el ejemplo más conocido. Estaba destinado a dotar de fondos a las economías de Europa occidental, porque los Estados habían perdido (o estaban a punto de perder, debido a los movimientos de emancipación nacional) sus colonias, una de sus principales fuentes de ingresos. El ERP –ésas eran las siglas oficiales– creó un mercado para absorber las mercancías estadounidenses. Apuntalar a las economías europeas occidentales, que de lo contrario hubieran tenido que hacer frente a una recuperación larga y costosa, también tenía fines políticos. Tras la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética había logrado extender su influencia hasta el corazón mismo de Europa. Pese a todos sus aspectos negativos (y no todos se conocían en la época), la URSS había emergido de la Segunda Guerra Mundial como la principal potencia ganadora. El nuevo bloque socialista era diverso en todos los sentidos –en 1949 se extendía desde la República Democrática Alemana hasta la República Popular China–, y su modelo, atractivo para los países que buscaban una rápida industrialización. En Europa occidental existían partidos comunistas fuertes y con una amplia base social, como en Francia o en Italia, con serias posibilidades de entrar en el gobierno. La guerrilla comunista en Grecia contaba con el apoyo y el antecedente de la vecina Yugoslavia. Una cierta unión económica y política de Europa occidental servía a los objetivos de la política de contención del comunismo, y así lo expresaba abiertamente George Keenan, su ideólogo, en un telegrama que se desclasificó en 1974 y que se puede encontrar sin problemas en Internet. Conviene subrayar que en esa reconstrucción Europa occidental pasó por tolerar la presencia de antiguos nazis en el sistema judicial o los servicios secretos de la República Federal Alemana y los crímenes coloniales de países como Francia o los Países Bajos.

Obviamente, modelos de una unión política para Europa los ha habido de todas las tendencias políticas, pero si hablamos del actual, ahí es donde arranca todo. Esa influencia sigue existiendo hoy. La ilusión de una Unión Europea como un modelo alternativo, e incluso opuesto, al de Estados Unidos, que tanta prédica tuvo durante la guerra en Irak por la oposición de algunos Estados miembro, se ha evaporado. La política de privatizaciones nos conduce a un modelo “más estadounidense”, si puede llamársele así, y si a alguien le quedaba alguna duda, sólo tiene que seguir las informaciones que se publican sobre el Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos y la Unión Europea. Compartiendo los mismos intereses, es obvio que el imperialismo de uno y otro se complementen. Al fin y al cabo, la mayoría de Estados miembro de la Unión Europea también lo son de la OTAN, y esta relación aún puede profundizarse más si se responde a las llamadas del presidente estadounidense a una mayor implicación militar.

Roger Suso: Un ejemplo de esto fue la intervención militar de la OTAN en Libia. Este año, Barack Obama, de visita en Polonia, anunció un plan para aumentar la presencia militar estadounidense en Europa del Este, en el contexto del conflicto de Ucrania, las tensiones con Rusia y el temor de países como Polonia a un expansionismo ruso en la región. Las tropas de la OTAN han sido desplegadas en la base de Łask, cerca de Łódź, y el Ejército polaco ha participado en los ejercicios de la OTAN en Estonia. Desmantelado el Pacto de Varsovia, los EEUU han usado el bloque del este para sus intereses geopolíticos, respeto a Moscú y también Bruselas. Cabe recordar que la UE fue escenario de varías operaciones, a cambio de dinero, de los servicios de inteligencia de los EEUU: los centros clandestinos de detención de la CIA donde interrogaron y torturaron a supuestos “líderes del terrorismo islamista” que después fueron enviados a Guantánamo. Ahora se ha destapado el caso de espionaje de la NSA.

Pregunta: En el caso de la crisis, una vez estalló fueron muchas las voces que dijeron que esto se veía venir. Algo así está ocurriendo con la UE: hemos pasado del europeísmo a un cada vez mayor euroescepticismo, pero solo cuando los problemas se han revelado evidentes. ¿Se analizaron –y difundieron- en su día suficientemente los potenciales problemas que podía acarrear la creación de la UE? ¿Qué relevancia tiene la falta de información ciudadana sobre el calado y la importancia de las instituciones europeas en su 'fracaso'?

Àngel Ferrero: Sí que se analizaron, pero no se difundieron suficientemente. Y no lo hicieron porque algunos medios tenían intereses, pero quizá en muchas más ocasiones fue por ingenuidad, simplemente. Y esa ingenuidad era hasta cierto punto comprensible, porque en Europa meridional y oriental a la Unión Europea se la veía como un progreso, no sólo económico, sino también político: formar parte de una comunidad solidaria de países que durante mucho, demasiado tiempo, habían despilfarrado sus fuerzas en conflictos de toda índole. En países como España (pero también Portugal o Grecia) que habían vivido en el atraso económico y dictaduras que los aislaban del resto del mundo la idea de una Unión Europea había de tener, a la fuerza, atractivo, y eso explica su “europeísmo” histórico. La propia noción ideológica de “Europa” tiene una fuerza psicológica que no conviene subestimar. El agotamiento del ciclo económico ha desgarrado en buena medida este velo. La Unión Europea es un club de iguales pero, como en la fábula de Orwell, unos son más iguales que otros.

La falta de información ciudadana es clave, no sólo en este aspecto. Tampoco es que las instituciones europeas contribuyan mucho. Algunas funcionan de manera poco transparente, con decisiones tomadas a puerta cerrada. Otras, como el Parlamento Europeo, son en cambio muy transparentes, pero no mucha gente parece estar interesada, y su influencia es en cualquier caso limitada. Entiendo que la falta de tiempo de los trabajadores (quien no está buscando un trabajo ahora mismo tiene uno en el que tiene que consumir más horas) contribuye. La enorme cantidad de documentos que edita la Unión Europea tampoco facilita el trabajo. De todos modos, vuelvo a la respuesta de la primera pregunta: es un “fracaso”... Dependiendo de para quien. La falta de interés en el funcionamiento interno de la Unión Europea favorece sus prácticas actuales y dificulta su fiscalización por parte de los partidos que lo intentan a través del Parlamento Europeo. Por ese motivo la Unión Europea es tan apreciada por los grupos de presión.

Pregunta:

¿Cómo se explica que la UE crezca constantemente y que a la vez esté generando un mayor empobrecimiento de algunos de sus más antiguos países miembros? ¿Conviene limitar el crecimiento de la UE o todo lo contrario: expandirlo más allá de las 'fronteras naturales' de Europa?

Àngel Ferrero: Se explica porque no son fenómenos opuestos, sino complementarios. Perdidas las colonias, los Estados más fuertes que componen la Unión Europea no pueden competir en el plano internacional contra países que pueden hacer valer su "peso" demográfico o geográfico, o su posesión de recursos naturales. Piénsese por un momento en el enorme potencial que encierran países como China, Rusia, la India o Brasil. Todos estos países se mencionan con frecuencia como una “amenaza” a la economía europea. Los ideólogos de los principales partidos políticos alemanes lo expresan sin tapujos en sus revistas: una Alemania sin la Unión Europea sería un “Estado de tamaño medio”. Pero uniéndose, los Estados europeos pueden proyectar ese “peso” y competir con ellos. Por eso cuantos más países se unan, más “peso” pueden proyectar los Estados miembro de la Unión Europea en los mercados internacionales. La guía de los ciudadanos de la Unión Europea, que cualquier visitante puede recoger en Bruselas, lo dice con toda claridad. La Unión Europea es una organización singular, flexible, en la que sus Estados miembro ceden una parte de su soberanía. Si la Unión Europea fuese una federación, sólo tendría un asiento en los organismos internacionales. No siéndolo puede llegar a tener hasta veintiocho. Y si se coordina lo suficiente, puede hacer que la mayoría de ellos vote en un mismo sentido. Cuándo actúa como una unión de Estados y cuándo como una “federación” depende del momento y de las necesidades.

Esa competencia entre “centros” capitalistas sólo puede llevarse a cabo con lo que David Harvey ha denominado “acumulación por desposesión”, conduciendo al empobrecimiento de las poblaciones europeas. Que los países de la periferia europea, especialmente de Europa oriental y las tres repúblicas bálticas, aceptasen este estado de cosas se explica tanto por el deseo de las oligarquías locales por recoger las migajas del reparto y acceder a los fondos estructurales como por la voluntad de huir de la influencia rusa. La población lo aceptó por las causas que he mencionado antes, a las que hay que sumar las facilidades para emigrar a Europa occidental.

Según el profesor Sami Naïr, Europa es una determinación geográfica. Yo no creo que sea ni siquiera eso. Europa es un concepto geográfico históricamente determinado. Según una concepción muy extendida, se expande desde la península occidental del continente euroasiático hasta los Urales, en Rusia, comprendiendo el Reino Unido e Irlanda, y también la parte occidental de Turquía. Napoleón decía que la geografía es destino y ése parece ser el lema que ha adoptado Bruselas (excluyendo a Rusia), confundiendo interesadamente “Europa” con la “Unión Europea”. Pero si las que he mencionado antes son las fronteras “naturales” de “Europa”, y un ruso que vive en la parte “europea” de Rusia comparte los mismos “valores europeos” (sea lo que sea eso) y forma parte de la “comunidad cultural europea”, ¿por qué un ruso que vive en Vladivóstok, que también los comparte no es “europeo”? Turquía, ¿también es Europa? ¿O solamente una parte de ella? Los restos coloniales y “regiones ultraperiféricas de la Unión Europea”, a miles de kilómetros del continente, ¿también son Europa? Si tuviésemos todo esto más en cuenta, veríamos que los cimientos sobre los que se asienta todo el “proyecto europeo” son mucho menos estables de lo que parecen, y que la “identidad europea” tiene mucho de proyecto ideológico todavía en construcción.

Roger Suso: A la vez que la UE amplia sus fronteras geográficas –como con Croacia en 2013 o la actual candidatura de Albania–, ésta vive inmersa en una deslegitimación social apabullante, Estado tras Estado, que llega, por ejemplo a cifras del 83% de abstención en Eslovaquia o del 63% en Portugal. Pero estos no son fenómenos contrapuestos. El mismo Tratado de Lisboa tiene como objetivo convertir la UE en el espacio económico más competitivo del mundo. Esto atrae, cómo no, a las élites de países como Ucrania, Moldavia, Georgia, Serbia o Islandia. Ahora bien, si la UE quiere competir con las economías emergentes de los BRICS, tiene que intentar, como bien dice Ferrero, reunir el mismo "peso" demográfico y económico, y, a la vez, reducir los salarios y las condiciones laborales y construir, como hace, un espacio económico más homogéneo y cada vez menos democrático y más precario y pobre.

Pregunta: ¿De dónde surge esa preponderancia de la extrema derecha que tratáis en el libro? 

Roger Suso: La idea de que las crisis económicas llevan al aumento del apoyo a los partidos ultraderechistas se remonta a la República de Weimar y el ascenso de Hitler después del crack del 29. Una idea que ha vuelto a llenar páginas de periódicos después de dos rescates económicos y la llegada del partido neonazi Amanecer Dorado a las instituciones griegas. Pero también por la victoria del UKIP (Reino Unido) con el 27,5% de los votos, del Partido Popular Danés (Dinamarca) con el 26,6% y del Frente Nacional (Francia) con el 25,4% en las últimas elecciones europeas. Pero no toda la derecha radical es igual –esto lo hemos presenciado con la imposibilitad de que se creara un grupo ultra en el Parlamento de Estrasburgo–, hay una derecha radical que abraza postulados del strasserismo y del fascismo de acción social, anticapitalista y organizándose, en algunos casos clandestinamente, como los grupos autónomos de camaradería libre neonazis, y hay otra, que se posiciona de manera populista “más allá de la derecha y los liberales” que opta por desarrollar una identidad de “civilización europea” en contraposición y confrontación frontal con la inmigración, el islam y las instituciones europeas.

La preponderancia de la derecha radical yace en el hecho que ha llevado al centro político y social de la sociedad temáticas y discursos que tienen sus orígenes en el extremo, en la ultraderecha. Su discurso, propagado a través del miedo, los temores, las mentiras, el resentimiento, el chovinismo y el odio, ha sido abrazado y adoptado en repetidas ocasiones y, para contrarrestar sus subidas electorales, por los partidos del establishment, tanto por la democracia cristiana como por la socialdemocracia. En paralelo, el auge de estas formaciones ultraderechistas se ha traducido también en la presencia de representantes neonazis en las instituciones –como Udo Voigt del partido alemán NPD o Béla Kóvacs del húngaro Jobbik– y en el acercamiento entre los grupos extraparlamentarios, clandestinos y violentos y los partidos ultraderechistas que participan a las elecciones.

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Corina Tulbure: El auge de la extrema derecha es un síntoma visible de unas políticas que no se definen en teoría como de extrema derecha, todo lo contrario, forman parte del arsenal político de partidos de centro, y que miran al ser humano como mercancía para producir un beneficio. El filósofo G.M. Tamás hablaba de la época de postfascismo, el odio del discurso de extrema derecha de antes se ha transformado hoy en día en desprecio. ¿Cómo se explicaría toda la guerra declarada en las fronteras de la UE contra los inmigrantes, rociar a un inmigrante agarrado a la valla de Melilla con un extintor y otras barbaridades semejantes? ¿Cómo explica la UE todo eso? Son consecuencias de las políticas de partidos considerados de derecha o de centro, pero que no distan de los gestos promovidos por la extrema derecha.

Pregunta: ¿Tiene arreglo la UE? ¿Sería posible dar marcha atrás a un proyecto de esta envergadura? 

Àngel Ferrero: La creación de organizaciones supraestatales no es per se ningún problema. No es una cuestión de tamaño, sino de organización. El problema es su diseño institucional. El profesor Pedro Chaves ha visto bien esta cuestión. Si la Unión Europa, decía, ha de reformarse para ganar en democracia, entonces hay que plantearse cuánta transferencia de soberanía es deseable, y qué mecanismos articulan la toma de decisiones y garantizan en todo momento la democracia del proceso. Prefiero no utilizar metáforas espaciales como “marcha atrás”, porque dan pie a interpretar una reforma como un “retroceso” o como un retorno a lo que había antes y que tampoco era un estado ideal de cosas. Si lo que planteas es si la Unión Europea, sometida a tensiones centrífugas, puede romperse en algún momento por algún lado, lo único que puedo añadir es que todos los imperios –y según José Manuel Durão Barroso, la Unión Europea “se parece bastante a uno”– fueron creados para durar para siempre... ¿y cuántos de ellos quedan?

La Unión Europea ya no es lo que era: tampoco nuestra percepción sobre ella. Tras varias décadas en movimiento, el engranaje de la organización supraestatal parece encontrarse en un punto muerto. Cada vez es más grande, con más países. Pero a la vez, cada día es más pobre, especialmente por los lados del sur y el este. Procedentes de campos como la sociología o la politología, dos españoles, una rumana y un búlgaro han aúnado fuerzas para determinar cuáles son los más acuciantes problemas a los que está expuesto el proyecto –más allá del dinero– en el ensayo El último europeo (La oveja roja). La conclusión se resume en tres conceptos: imperialismo, xenofobia y derecha radical. Hablamos con tres de los cuatro autores: Ángel Ferrero, Corina Tulbure y Roger Suso, a falta del profesor universitario József Böröcz. 

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