Teatro
El fallo del jurado
¿Qué pasó en las sesiones de deliberación del jurado que exculpó a Francisco Camps por el caso de los trajes en 2012? A muchos ciudadanos que presenciaron con sorpresa cómo el expresidente de la Generalitat Valenciana era declarado no culpable de un delito de cohecho les hubiera gustado echar un vistazo por la mirilla. El jurado, en el Teatro Español de Madrid del 14 de abril al 15 de mayo, permite hacer algo muy parecido. El dramaturgo Luis Felipe Blasco Vilches adapta la obra Doce hombres sin piedadDoce hombres sin piedad, de Reginald Rose (1954), para retratar los entresijos de la decisión de un jurado popular que debe juzgar un caso muy similar al valenciano.
Aquí, Camps es Quirós, el Bigotes es el Melenas, y los trajes no son tales, sino una cubertería de oro. El delito es el mismo: cohecho. El motivo por el que el político (de un partido indeterminado) recibe presuntamente ese y otros regalos no tiene el apellido Gürtel, pero casi: Quirós habría facilitado la adjudicación de las obras de un hipódromo. Otra similitud: el lector recordará aquellas conversaciones telefónicas en las que Camps llamaba al Bigotes "amiguito del alma" y las verá reflejadas con el mismo tono en El jurado. Incluso se producen en el mismo momento: en ambas llamadas es Navidad.
"Doce hombres sin piedad es un retrato de la sociedad estadounidense de los cincuenta, y de la moralidad de esa sociedad sobre la pena de muerte", explica Eduardo Velasco, actor, productor del proyecto junto a Cuca Escribano y primer impulsor de la obra. Recuerda que la pieza de Rose se estrenó en España en Estudio 1 en 1973Estudio 1, entre dos procesos que culminaron en ejecución, el de Burgos (1970) y el de Salvador Puig Antich (1974). "Aquello conmocionó a la sociedad española, y la sociedad española está completamente conmocionada con los casos de corrupción que estamos viviendo ahora", explica.
De la misma manera que los doce hombres de Reginald Rose eran una pequeña muestra de la sociedad estadounidense —no toda: no había entre ellos ni mujeres ni nadie que no fuera blanco, pero eso también era signo de su tiempo—, los nueve personajes de El jurado pretenden ser espejo de la española. En este caso, son cinco hombres y cuatro mujeres —son nueve los miembros del jurado en este país—, con una única migrante (interpretada por Usun Yoon). Esos personajes son una madre con un hijo en paro (Isabel Ordaz), un maestro (Pepón Nieto), un forofo del fútbol (Canco Rodríguez), un joven empresario hecho a sí mismo (Víctor Clavero), un obrero prejubilado (Josean Bengoetxea), una científica emigrada (Cuca Escribano), una empleada de una ONG y activista de izquierdas (Luz Valdenebro) y el portavoz del jurado, un sujeto casi neutro que procura ejercer de mediador (el propio Velasco). "Nuestro objetivo es que el público se sienta identificado con alguno de esos nueve personajes, dejar una pregunta en el espectador: ¿Qué hubiera hecho yo?".
No es la primera que Velasco y su compañía, Avanti Teatro, lanzan. Esta es la tercera pieza de lo que el actor ve como una trilogía. Primero fue El encuentro, sobre la reunión entre Carrillo y Suárez antes de la legalización del Partido Comunista, en la que abordaban "la democracia y el Estado". Después, El profeta loco, en la que interpretaba a un Jesucristo muy crítico con la Iglesia. Ahora tocaba la justicia. Y el jurado popular, esa traslación de la democracia a la administración de justicia que se aplica en España desde 1995. En ese sentido, el caso de Camps era especialmente interesante. "¿Puede la sociedad civil enjuiciar en casos sometidos la presión mediática?¿O estarían marcados por el prejuicio?", se pregunta Velasco. "Y luego está la otra dirección: ¿Y si se va demostrando que realmente es culpable, pero ha sido declarado inocente?".
Esas preguntas son también las que convierten El jurado en un thriller legal, género poco explotado en España pero muy arraigado en Estados Unidos. Para conseguir la atmósfera asfixiante de la película de 1957 dirigida por Sidney Lumet han recurrido a un espacio vacío, completamente oscuro, en el que está solo iluminada la mesa en torno a la que deliberan los personajes. La plataforma giratoria sobre la que se dispone la escena, explica Velasco, "permite cambiar el punto de vista, como en el cine, subrayando un cierto punto de la escena como un primer plano".
El jurado español exigía una dosis extra de blanco y negro, que se refleja en un ambiente más tenso que la película de Lumet y la adaptación de Estudio 1: Velasco reconoce que el subtexto de la obra es más oscuro que su predecesora. Si Doce hombres sin piedad termina siendo una suerte de despertar colectivo al cuestionamiento de la pena de muerte, El jurado no tiene un mensaje tan claro, ni tan alentadorEl jurado. "Todo es influenciable. La moral es influenciable. El que esté libre de corrupción, que tire la primera piedra. ¿Quién no ha utilizado un ticket para intentar desgravarse algo?", acusa Eduardo Velasco. Los personajes de la obra que deben condenar al corrupto Quirós seguramente no levantarían la mano.