La belleza, dice el refrán, reside en los ojos del que mira. Un argumento válido, en opinión de Thomas Ruff, para juzgar la verdad que encierra la fotografía: “Esta depende de la intención de quien la toma”. Eterno inquisidor del valor de esta técnica, a caballo entre la documentación, el arte y todo lo que queda en medio, el alemán presenta en la Sala Alcalá 31 de Madrid la mayor retrospectiva de su obra realizada en España, comisariada por José Manuel Costa, en la que reúne sus grandes series realizadas en la última década, salvo una de 1992. “No existe ninguna relación entre estas series ni ninguna otra que haya realizado”, aclara el artista. “Cada una de ellas es como la pieza de un puzle, que a lo mejor termino de componer cuando tenga 85 años”.
'JPEG AS 01', ©THOMAS RUFF, VEGAP, MADRID, 2013
Frías y funcionales máquinas se yuxtaponen en la muestra (que permanecerá abierta hasta el 24 de noviembre) con instantáneas de la noche, lejanos planetas, fotos pixeladas de paisajes y curiosas imágenes en 3D -se reparten unas gafas- de la superficie de Marte. Obsesionado con los cielos, las estrellas y los planetas, no es Ruff quien toma esas fotografías, sino que las adquiere de la NASA. “Las haga yo o no, el valor sigue siendo el mismo: Duchamp ya tomó una decisión similar con sus ready-madesready-mades”, dice sobrio y comedido el alemán. ¿Y cuál es, pues, ese valor? Tras décadas de investigación, la conclusión es que “no tengo ni idea”.
'Serie máquinas', ©THOMAS RUFF, VEGAP, MADRID, 2013
Lo que sí sabe es que con la irrupción de la fotografía digital, la posibilidad de manipular es tan clara que los límites de la veracidad de las imágenes se han desdibujado. “Pero cuando el ejército de EEUU da una comisión para tomar imágenes de una zona de guerra también te llega solo la mitad de la verdad: todo depende del ángulo”. Centrado en esa reflexión, asegura buscar un metalenguaje fotográfico con el que hablar de su práctica. “Es lo mismo que ocurre con el propio lenguaje, depende de si lo utilizas en poesía o en periodismo, por ejemplo, estás buscando diferentes verdades”.
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Miembro de la llamada escuela de Düsseldorf, en la que también se inscriben nombres como los de Candida Höffer o Thomas Struth, Ruff es más conocido por sus series de grandes retratos en blanco y negro, de jóvenes hombres y mujeres inexpresivos, que posan como si fueran a sacarse el pasaporte. “Mirar una cara es fascinante, lo mismo que mirar a los planetas. Ambos son mundos infinitos”, dice él, para puntualizar que, aunque se encuentra en ese saco de una escuela, en realidad todos sus componentes parten de puntos muy diferentes para desarrollar su trabajo. “Todos realizamos nuestras obras en un tamaño similar, pero tenemos intenciones diferentes. En el fondo, se trata simplemente de categorizar”.
Una de las series que se presenta en la exposición, Fotogramas, sirve también de exponente de su forma de concebir la fotografía, echando siempre la mirada atrás para dar lugar a imágenes futuristas. “Me gusta hacer viejas fotos con la última tecnología”, apunta. Para ello, montó en su casa en un trabajo de dos años un "cuarto oscuro virtual", desde el que produjo las imágenes a partir de objetos en 3D.
Como historiador de facto de la fotografía, ¿qué cree él entonces que ocurrirá con ella de cara al futuro? “No te puedo decir”, reconoce. “Esos es algo que deberías preguntar a los jóvenes fotógrafo. Yo también tengo curiosidad por saberlo”.
La belleza, dice el refrán, reside en los ojos del que mira. Un argumento válido, en opinión de Thomas Ruff, para juzgar la verdad que encierra la fotografía: “Esta depende de la intención de quien la toma”. Eterno inquisidor del valor de esta técnica, a caballo entre la documentación, el arte y todo lo que queda en medio, el alemán presenta en la Sala Alcalá 31 de Madrid la mayor retrospectiva de su obra realizada en España, comisariada por José Manuel Costa, en la que reúne sus grandes series realizadas en la última década, salvo una de 1992. “No existe ninguna relación entre estas series ni ninguna otra que haya realizado”, aclara el artista. “Cada una de ellas es como la pieza de un puzle, que a lo mejor termino de componer cuando tenga 85 años”.