Este 2020 estaba llamado a ser el de la celebración de dos grandes de las letras españolas: Benito Pérez Galdós y Miguel Delibes, fallecido uno y nacido el otro hace justo un siglo. El virus ha cambiado la agenda, pero queremos creer que, incluso confinados, se les puede festejar. Para ello hemos hablado con Marta Sanz y Germán Gullón, comisarios de "Benito Pérez Galdós. La verdad humana"; y con Jesús Marchamalo, responsable del Año Delibes, y Javier Goñi, autor de Cinco horas con Miguel Delibes.
¿Qué diría Don Benito si supiera que su conmemoración ha visto afectada por el estado de alarma?, preguntamos a los galdosianos.
La experiencia que vivimos, dice Gullón, "ha revelado la necesidad de recurrir a lo esencial de la condición humana, lo que nos une, la protección que encontramos en el sentido de interdependencia de los seres humanos". Si aplaudimos cada tarde a tanta gente es porque "sentimos la pertenencia a la hermandad, a la tribu humana". La verdad humana del título de la exposición que él co-comisario fue la que expresó en su obra, "la que hoy entendemos tiene un valor superior al del dinero, al del comercio, el de las relaciones con nuestros conciudadanos".
La otra responsable de esa muestra, Marta Sanz, cree por su parte que el autor "buscaría algún chascarrillo para poner un poco de sentido del humor a estos tiempos aciagos y contradecir a esta ultraderecha que machaca a los artistas y a la risa como fórmulas para poder aguantar el chaparrón". Que defendería a los artistas, con los que tenía un trato frecuente, la cultura y la investigación científica, "exaltaría el trabajo de su amigo el médico Tolosa Latour y aplaudiría cada tarde a las ocho para apoyar al gremio sanitario y para defender lo público".
En cuanto a don Miguel, Goñi sospecha que todo esto "le habría acentuado su pesimismo pertinaz como la sequía", ese que le venía –él decía― de familia, de los Delibes; esta pandemia mundial "le confirmaría sus más negros augurios sobre los efectos negativos de la globalización, cómo el progreso acelerado sin pies ni cabeza nos conducía a este tipo de catástrofes". A Marchamalo le cuesta más responder porque, entre otras cosas, ésta es una situación que no habríamos podido imaginar ni en nuestras peores pesadillas, pero recuerda que "Delibes siempre denunció nuestra arrogancia, nuestra falta de empatía con la naturaleza, la explotación salvaje de los recursos, esa falsa idea de progreso que justifica las mayores tropelías: la codicia, el culto al dinero que es en gran medida responsable de este mundo trastornado en el que vivimos".
El poder de la literatura
En este confinamiento, leer se ha convertido en un refugio, tal vez, porque la literatura, los relatos artísticos, nos ayudan a poner orden en el caos impuesto por el dolor, "propician lecturas profundas, espeleológicas, que escarban bajo la epidermis o la corteza de las palabras". Es decir, prosigue Marta Sanz, "fomentan el sentido crítico. También la capacidad de ponernos en la piel de otros seres humanos", construyen empatía y pueden liberarnos del miedo. La literatura, sostiene Gullón, es el repositorio de la riqueza del sentir y pensar humanos, "y en estos momentos ofrece lo que ninguna ciencia puede ofrecer: un espejo para entender el confinamiento y la esperanza de un futuro mejor".
Quizá porque, como dice Houellebecq, el problema de quienes no leen es que tienen que conformarse con la vida. La cita me la ofrece Marchamalo, que cree en ella a pies juntillas. "No sé si la literatura prepara para enfrentarse a los problemas, nunca me lo he planteado, pero sí que hay algo curativo en la lectura, algo sanador. Y hay algo de verdad en esa idea de que todo está en los libros: el amor, la desazón, los sueños, la desgracia y, por supuesto, las pandemias". Por sí misma, aporta Goñi, la literatura no nos prepara para nada, "pero de la literatura, quizás, podamos conseguir consuelo y extraer lecciones sobre la fragilidad del ser humano, acosado desde siempre por pestes y miedos milenarios".
Lecciones como las que se desprenden de la lectura de Episodios Nacionales como Zaragoza o Gerona. "Pertenecen a la primera serie de los Episodios nacionales ―recuerda Gullón―, donde Galdós exaltó el nacionalismo español. E igual que nos sentimos orgullosos de cuantos hoy están en la primera línea de la lucha contra el maldito virus, entonces cuando tuvimos que defender la integridad nacional contra Napoleón lo hicimos con el mismo valor y fraternidad que hoy lo hacemos contra esta nueva plaga mortal". Marta Sanz destaca que son libros entretenidísimos, y esa es razón suficiente para leerlos, pero es que, además, ayudan a entender conceptos fundamentales, "que las historias pequeñas de cada día se relacionan con los grandes gestos políticos, aunque a veces estos gestos sean muecas que no están a la altura; que la cultura es fundamental en la construcción de la democracia; y que el pasado y su relato es un aprendizaje para el presente".
Si Galdós novela el asedio, Delibes describe el confinamiento:
La ciudad entera se sentía atenazada por el invisible fantasma de la gripe. Se dictaron una serie de medidas preventivas: se cerraron las escuelas y los teatros; se suprimieron los paseos dominicales; las empresas funerarias montaron un servicio nocturno permanente para atender el exceso de enterramiento (…) y Cecilio Rubes decía: "¡Ah, la gripe! ¿Desde cuándo la gripe es una enfermedad importante?"
Es un fragmento de Mi idolatrado hijo Sisí y Goñi me dice que no hay nada similar en otras novelas, donde sí están "sus obsesiones, el pacifismo, la no-violencia, la naturaleza amenazada, un mundo agonizante, un progreso sin freno y devastador".
Me intereso ahora por personajes que te pueden acompañar. De entre todos los de Galdós, Sanz elegiría a Tristana, "porque tenemos muchas cosas en común, pero ella es más sabia y más valiente que yo". Gullón, sin embargo, y aunque La de Bringas, novela en que Francisco Bringas tiene que quedarse confinado en su casa por haber perdido la vista, "sería una obra muy apropiada para disfrutar de los trucos y pasiones que el confinamiento puede desatar", prefiere la voz del autor, el que nos habla en sus novelas, el que nos acoge en la primera línea de los textos "y nos lleva con su calor humano a conocer la sociedad española del XIX representada en sus páginas".
Tampoco es fácil la elección para Marchamalo y Goñi. Delibes creó, dice el primero, decenas de personajes inolvidables. "Me encantó, cuando recibió el Premio Cervantes, escucharle hablar de algunos de ellos cuando contó que había pasado una parte importante de su vida viviendo la vida de sus personajes: el Mochuelo, Lorenzo el cazador, Menchu, el Viejo Eloy, el señor Cayo, el Azarías… Pero me gusta mucho el Nini, ese niño de Las ratas capaz de interpretar el lenguaje de la naturalezaLas ratas: el lenguaje del viento, de los árboles, del santoral, el vuelo de los pájaros." El segundo, tras una advertencia previa ("no quisiera frivolizar"), señala que esta pandemia que se ceba con nuestros mayores "habría acabado con la mitad de su censo de personajes, el señor Cayo, don Eloy, El Barbas, y tantos otros". Si tiene que nominar compañero de confinamiento, se queda con Lorenzo, "el bedel cazador, emigrante, no tanto el jubilado"; o quizás con el Mario de Cinco horas con Mario, "de a cuerpo gentil, metido en el ataúd tiene que soportar los reproches y jeremiadas de su mujer Carmen. De los reproches sale un personaje de una sola pieza, muy atractivo, con sus contradicciones y miserias". Y con Cipriano Salcedo, El hereje, su última gran creación.
La delgada línea
Terminamos esta suerte de celebración debida preguntando a nuestros interlocutores qué une a Galdós con Delibes. "Su compromiso con la literatura", responde Marchamalo, para quien son dos escritores que hacen muchas otras cosas en la vida, pero que mantienen siempre su compromiso con su obra. "En ambos casos escriben sobre el mundo que conocen y lo hacen de una manera comprometida."
Los dos, subraya Gullón, se desempeñaron como periodistas, y presentan similitudes de carácter, "en que la sencillez del trato iba unida con una entrega al proyecto social de sus empeños profesionales". Delibes continuó la narrativa galdosiana en la segunda mitad del siglo XX, "su énfasis es igualmente en temas que subrayan la humanidad, la fuerza del ser ante el empuje de los elementos que lo intentan deshumanizar".
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Un nexo es, pues, "el realismo, que me parece que siempre deberíamos nombrar como los realismos ―opina Sanz―. Y la de una idea de España, posiblemente distinta en los dos autores, pero que está muy presente en los temas de sus novelas". Otro, que ambos son parte esencial de la buena tradición literaria española. "Este Año Internacional del Virus es el centenario de la muerte de Galdós y del nacimiento de Delibes ―dice Goñi―; no nos queda otra que pasar el confinamiento y superar este horror leyendo; leyéndolos a los dos es una manera estupenda de no sentirnos tan solos y tan atemorizados."
Leamos, pues, a Delibes:
La gripe alcanzó su cenit en la ciudad y lentamente empezó a decrecer. Los datos de las autoridades sanitarias invitaban al optimismo. (…) Seguía el luto ahincado en la ciudad, pero era un luto más sosegado y pacífico. Poco a poco la gente iba asomando a la calle; iniciaba tímidamente los paseos dominicales, un teatro abría sus puertas, otro anunciaba la próxima apertura con la reaparición de una compañía de cómicos muy renombrados, y, de este modo, la ciudad y va retornando a su antiguo ritmo, encontrándose a sí misma olvidándose del paseo funesto de la peste como de un mal sueño.
Este 2020 estaba llamado a ser el de la celebración de dos grandes de las letras españolas: Benito Pérez Galdós y Miguel Delibes, fallecido uno y nacido el otro hace justo un siglo. El virus ha cambiado la agenda, pero queremos creer que, incluso confinados, se les puede festejar. Para ello hemos hablado con Marta Sanz y Germán Gullón, comisarios de "Benito Pérez Galdós. La verdad humana"; y con Jesús Marchamalo, responsable del Año Delibes, y Javier Goñi, autor de Cinco horas con Miguel Delibes.