'Las herederas': la jaula conservadora

La sinopsis de Las herederas, el primer largometraje del paraguayo Marcelo Martinessi, es sencilla: después de décadas de convivencia, la relación entre Chiquita y Chela se está desmoronando a la misma velocidad que sus fortunas familiares, a punto de agotarse. Cuando la primera acaba en la cárcel por las deudas acumuladas, la segunda descubre que tras las paredes de su matrimonio sin amor y su vida pequeñoburguesa hay un mundo que bulle. Las herederas sería una película sobre la decadencia de la clase acomodada y sobre el redescubrimiento del deseo si no fuera por la homofobia, empezando por la de su propio país de producción, que la ha convertido en un filme de "lesbianas partidas" que "atentan contra la familia". Esas fueron las palabras que dedicó la senadora del Partido Liberal Zulma Gómez al equipo artístico del filme, cuando este acudió al Congreso de Paraguay para celebrar sus premios en la pasada Berlinale. 

¿Cómo es posible que la primera película paraguaya en competir en Berlin, y que regresa con dos Osos de Plata y el premio de la crítica, sea recibida así en su propio país? "Empecemos yendo un poco más atrás", propone Martinessi en su visita a España para apoyar el estreno de la película, el pasado viernes. A dos meses de empezar el rodaje, cuenta, Ana Brun (la actriz que da vida a Chela, premiada en la Berlinale) le dice que no puede hacer la película. "¿Por qué?', le digo. Y ella me dice: 'Porque soy abogada, tengo clientes, esta es una sociedad muy conservadora y cuando vean que estoy representando a una lesbiana, van a molestarse, van a pensar que estoy loca'. Tenía mucho miedo de perder su trabajo incluso". La intérprete, que había abandonado la profesión años atrás, resuelve firmar su participación con otro nombre: si Ana Patricia Abente Brun normalmente se presenta como Patricia Abente, para el papel elige su primer nombre y el apellido materno. 

"Esto que pasó casi un año después, en el Senado, le da la razón", continúa el cineasta. "Es una sociedad sumamente conservadora, y que una senadora de la nación se pare y le grite 'lesbiana', 'fuera de acá' y todo eso, y que unos meses después esa senadora haya sido reelecta, te da una pauta de que vivimos en una sociedad que necesita mirar al futuro y que de alguna manera tiene sectores que están pataleando y quieren volver atrás". No es el único país en el que esto sucede. Pero Martinessi señala también el poder de la Iglesia en una nación en la que el 89% de los ciudadanos se declara católico, según el Latinobarómetro de 2017. "En Paraguay", cuenta, "la Iglesia católica hace demasiado daño al no entender cómo es el ser humano y el mundo en el que vivimos, pero también sigue siendo una gran influencia para que el país se siga moviendo por modelos de antaño". 

En la película, la homosexualidad de las protagonistas queda, sin embargo, en segundo plano. Gracias a una ambigüedad propiciada por la homofobia —"Hay gente en Paraguay que preferiría decir que son hermanas, primas o amigas", señala el director— y a su pertenencia a la clase alta, ambas han podido llevar una vida más o menos apacible, aunque lejos de la libertad. Si en la película Chela y Chiquita se ven atacadas por la vergüenza es porque se están quedando sin dinero: la herencia que les ha permitido vivir ociosamente hasta entonces se agota, y se ven obligadas a vender la cubertería, los muebles, el coche. La casa familiar cada vez más vacía es un claro comentario político. Martinessi era director de la televisión pública en 2012, cuando se produjo la destitución del presidente Fernando Lugo, del izquierdista Frente Guasó, que él define como "golpe de Estado": "Ahí sentí que esa clase a la que yo pertenezco no solamente estaba muerta sino que tenía olor a bosta de vaca. Era una clase social que iba a hacer cualquier cosa por mantener unos privilegios que vienen de la época feudal".

Ni siquiera la homosexualidad de las protagonistas ha agitado —aparentemente— el mundo en el que viven, construido de puertas para adentro y sobre pequeñas pero firmes rutinas. Lo que sí resquebrajará esa esfera será la entrada en la cárcel de Chela, acusada de fraude bancario por las deudas acumuladas. Chiquita abandonará entonces su aislamiento para ganar algo de dinero como chófer de sus vecinas, que necesitan desplazarse a sus partidas de cartas y otros encuentros sociales, como los entierros. Por allí anda Angy, una mujer más joven, más libre, menos sujeta a esa herencia a la que hace referencia el título. El encierro de Chela y el lento derrumbamiento de los muros de la casona supone también una liberación. "En el núcleo de la película estaba para mí el dejar de pertenecer a una clase social y mirar al mundo con otros ojos", explica Martinessi.

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El universo del filme está formado por espacios exclusivamente femeninos. Primero, el hogar de Chelo y Chiquita —y sus empleadas domésticas, obviamente despreciadas—. Después, el grupo de amigas lesbianas, más jóvenes, que han ido formando. Los encuentros de sus vecinas, que hablan de maridos ausentes, de hijos desagradecidos. Y la cárcel femenina donde encierran a Chiquita, un hervidero de vida que contrasta con la calma fúnebre del rico barrio residencial. El cineasta explica que al principio no había una decisión "política" tras la decisión "orgánica, narrativa" de esos mundos de mujeres. Pero luego las implicaciones de esa elección se hicieron evidentes. "La mujer ha sido la reconstructora de este país después de sus guerras en las que casi se fulminó a la totalidad de la población masculina", cuenta. "Lastimosamente, hoy en la agenda política o mediática no se siente". El estreno del filme en Paraguay llevó al debate público cuestiones como que las mujeres lesbianas y bisexuales encarceladas no tienen derecho a tener vis a vis con sus parejas. 

La revolución que se produce en Las herederas es, ante todo, interior. En la propia percepción, incluso, que tiene Chela de su sexualidad. El director habla de la pareja como de "lesbianas homofóbicas": "En un momento dado dicen algo que no se entiende muy bien porque está en guaraní", la lengua segunda lengua oficial del país. Lo que dicen es, hablando de otra mujer lesbiana: "La que parece un mitaí". Mitaí significa, apunta Martinessi, muchachito. "Ellas tienen integrada la homofobia, porque imagino que vivieron siempre con identidades prestadas para poder ser quienes son en esa sociedad", continúa. El cineasta propone que para "ser quienes son" la clase alta está dispuesta a ciertas amputaciones espirituales, y que abandonar los privilegios —aunque sea de manera forzosa— es también deshacerse de un peso. Quizás la burguesía conservadora que se ha opuesto frontalmente a su película no lo tenga tan claro. 

 

La sinopsis de Las herederas, el primer largometraje del paraguayo Marcelo Martinessi, es sencilla: después de décadas de convivencia, la relación entre Chiquita y Chela se está desmoronando a la misma velocidad que sus fortunas familiares, a punto de agotarse. Cuando la primera acaba en la cárcel por las deudas acumuladas, la segunda descubre que tras las paredes de su matrimonio sin amor y su vida pequeñoburguesa hay un mundo que bulle. Las herederas sería una película sobre la decadencia de la clase acomodada y sobre el redescubrimiento del deseo si no fuera por la homofobia, empezando por la de su propio país de producción, que la ha convertido en un filme de "lesbianas partidas" que "atentan contra la familia". Esas fueron las palabras que dedicó la senadora del Partido Liberal Zulma Gómez al equipo artístico del filme, cuando este acudió al Congreso de Paraguay para celebrar sus premios en la pasada Berlinale. 

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