'Hezbolá'

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Ignacio Gutiérrez de Terán

En su nuevo libro, Hezbolá, el profesor de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid Ignacio Gutiérrez de Terán analiza y explica todas las claves para entender a la milicia libanesa, ahora en el centro del debate por la invasión de Israel a Líbano. Toda la obra gira alrededor de la misma pregunta: ¿qué es realmente Hezbolá?, una cuestión de la que se extraen muchas otras, como si la milicia es el partido de la resistencia frente a los israelíes o una organización terrorista que busca desestabilizar Oriente Medio, o también si es un mero instrumento de Irán o una verdadera entidad paraestatal. A todas ellas responde Gutiérrez de Terán en sus páginas.

infoLibre publica un extracto del quinto capítulo del libro, Gaza 2023-2024 y el futuro del Líbano, en el que el autor explica las consecuencias en el país de la invasión israelí a la Franja de Gaza. El ensayo llegará a las librerías el lunes 14 de octubre, publicado por la editorial Catarata.

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Invasión israelí de Gaza (2023-2024). El conflicto palestino-israelí y la resistencia islámica libanesa

El movimiento islamista Hamás lanzó el 7 de octubre de 2023, con el apoyo de la Yihad Islámica y facciones menores, la operación Tufan al-Aqsa, traducida al español como ‘diluvio o tormenta de al-Aqsa’. El nombre hacía referencia a la mezquita de al-Aqsa, uno de los recintos sagrados más importantes del islam. En apenas 24 horas, comandos y comitivas de milicianos en moto, 4x4, lanchas motoras y parapentes asaltaron cuarteles, puestos de control y asentamientos situados en las inmediaciones de la Franja de Gaza, así como un festival de música, Supernova. El sorpresivo ataque, sin precedentes por su complejidad y letalidad, se completó por tierra, mar y aire y dejó un primer balance de 1.300 muertos israelíes y 254 militares y civiles apresados por los asaltantes. La acción originó un terremoto en la región y la opinión pública internacional. El régimen de Tel Aviv, aturdido por la magnitud de la mayor agresión sufrida por Israel desde la guerra de 1973, respondió con bombardeos e incursiones aéreas sobre la Franja, y semanas después inició una ofensiva terrestre que recibiría el nombre de Espadas de Hierro. Los portavoces israelíes y estadounidenses apuntaron enseguida hacia Irán y los grupos armados afines en la región como colaboradores. En especial, las miradas se centraron en Hezbolá, el cual había venido reforzando sus vínculos con la llamada resistencia islámica palestina, compuesta en primer lugar por los brazos armados de Hamás y la Yihad, las Brigadas de Izz al-Din al-Qassam y los Escuadrones de Jerusalén, respectivamente.

Ni el “partido de Dios” ni Irán, sin embargo, se atribuyeron responsabilidad alguna en la operación y se limitaron a expresar su “profunda satisfacción” por sus resultados. Teherán, a tenor de la postura de relativo distanciamiento con la que encaró las semanas consiguientes al 7-O, daba la impresión de ni estar al corriente del mismo ni, consecuentemente, haber dado el visto bueno (Álvarez-Ossorio y Abu Tarbush, 2024: 44). Hezbolá, por su parte, desmintió las imputaciones israelíes de haber colaborado en la operación y negó haber sido informado con anterioridad de los planes de Hamás. Con el tiempo, representantes del partido reconocerían que, “como a todo el mundo”, les había sorprendido la magnitud de la maniobra de la resistencia palestina y que comprendían perfectamente el secretismo con el que la habían llevado a cabo. A la vista de la contrastada eficacia de los servicios de inteligencia israelíes, cualquier dato o alusión que se hubiera difundido entre los miembros del “eje de la resistencia” habría acabado filtrándose. Nasrallah, en su primer discurso tras el suceso, insistió en que había sido una iniciativa palestina “al 100%” y que ni siquiera el resto de facciones palestinas participantes había intervenido en el diseño de la misma. Hamás, en definitiva, era su cerebro y ejecutor principal. El partido aprovechó la ocasión para tomar nota de la inoperancia de esos mismos servicios de inteligencia y seguridad, incapaces de prever el Diluvio de al-Aqsa, así como de la respuesta descoordinada e imprecisa que se produjo en aquellas horas caóticas del sábado 7 de octubre, en el que un buen número de civiles israelíes murieron bajo el “fuego amigo” de su ejército. Una percepción reforzada por el desempeño posterior de este en Gaza, donde las Brigadas de al-Qassam le han infligido pérdidas considerables y, un año después, había sido incapaz de conseguir los objetivos fijados. Todo esto le sirvió al partido para corroborar uno de sus leitmotivs favoritos en los últimos tiempos: el “proyecto sionista” estaba tocando fondo y había llegado el momento de hurgar en la herida.

En cualquier caso, Hezbolá se limitó durante meses a intercambiar cohetes y misiles con el ejército israelí dentro de unos límites muy contenidos, mientras Irán, por medio de su ministro de Exteriores, Hossein Amir Abolahian, realizaba giras continuas por los Estados donde se ubicaban los grupos del “eje de la resistencia”, con el fin de reforzar una estrategia común; o viajaba a Pekín y Moscú para entrevistarse con sus líderes, críticos en sus comunicados oficiales con la actuación militar israelí en Gaza y, más, con la actitud complaciente de EE UU. Teherán, no obstante, en ningún momento planteó una estrategia militar con el objeto de aliviar el cerco impuesto a Gaza. Quizás influyera en la precaución iraní el despliegue por parte de Estados Unidos de fragatas y portaviones en el Mediterráneo, junto con las advertencias de Washington de tomar medidas directas contra Hezbolá e Irán en el caso de que intentaran extender el conflicto a la región (Álvarez-Ossorio y Abu Tarbush, 2024: 162). El presidente Joe Biden fue explícito al apuntar que cualquier agresión a gran escala contra su aliado en Tel Aviv significaría la implicación directa de Washington en una guerra contra el partido. Fuera por las advertencias occidentales o debido a consideraciones propias de Teherán, esta mantuvo un perfil bajo durante aquellos primeros meses. La cosa, no obstante, cambiaría a partir del segundo trimestre de 2024. Entonces, el enquistamiento de la campaña en la Franja daría lugar a una política de progresiva “huida hacia adelante” del primer ministro Benjamín Netanyahu, deseoso, o así lo interpretó casi todo el mundo, de arrastrar a Irán a un conflicto regional por medio de una serie de ataques en Siria y la propia Teherán.

En líneas generales, los medios de comunicación y opinión pertenecientes al partido hicieron suyas las tesis de Hamás para justificar el Diluvio de al-Aqsa. Debe recordarse que el “lenguaje duro” del grupo no hace distingos entre militares y civiles en las áreas en litigio o aledañas, plagadas de asentamientos. En términos generales, se refiere a los habitantes de estos territorios con la denominación genérica de “colonos”, susceptibles por tanto de convertirse en objetivos militares por su condición de “ocupantes”. De ahí que la indignación y terror que suscitaron en la mayor parte del mundo las imágenes de civiles perseguidos por los milicianos debían insertarse, en su opinión, en el contexto de una lucha global contra el sionismo. También hay que decir que los sectores partidarios de Israel etiquetaron “todas” las incursiones de los milicianos palestinos el 7-O de acciones terroristas, sin considerarlas acciones de guerra en aquellas cometidas contra cuarteles y puestos de control militares. Hamás publicaría en enero de 2024 un informe de 16 páginas en el que desgranaban las razones que lo impulsaron a llevar esta “hazaña”, como dirían sus partidarios. Una de las principales tenía que ver con los planes de Israel para anular de una vez por todas la causa palestina, judaizar el territorio palestino y establecer un control total sobre la mezquita de al-Aqsa y los lugares sagrados (Álvarez-Ossorio y Abu Tarbush, 2024: 44). Asimismo, se trataba de aliviar el bloqueo impuesto a la Franja de Gaza, liberarse de la ocupación israelí, restaurar los derechos nacionales, lograr la independencia y establecer un Estado palestino con Jerusalén como su capital.

El discurso retenido: el secretario general y el diluvio de Al-Aqsa

Durante las semanas siguientes a la sacudida producida por el 7-O, muchos en la región se preguntaban dónde estaba Hasan Nasrallah. Como hemos dicho, sus discursos marcaban la línea oficial y moldeaban el sentir de las bases de la formación. Por eso, tanto israelíes como estadounidenses, atentos siempre a sus alocuciones, esperaban expectantes la aparición del secretario general. Pero pasaban las semanas y este guardaba silencio. Ante un acontecimiento de tal magnitud, que él mismo calificaría más tarde como “excepcional para la umma” o “un hecho singular que lo ha cambiado todo”, resultaba desconcertante que no apareciera en público para fijar la postura oficial.

En sus primeros comunicados, el partido había afirmado estar evaluando o estudiando la situación, coordinando con la resistencia palestina una respuesta adecuada a la necesidad de conformar “un frente de apoyo” en atención a la dramática situación en Gaza, que sufrió bombardeos masivos desde el mismo 8 de octubre. La “obligación” de asistir a los “hermanos” palestinos debía conjugarse, decían, con el análisis de la delicada situación interna libanesa. Pero quedaba la duda de qué líneas maestras iban a marcar la estrategia inmediata; y aquí solo el secretario general podía sentar cátedra. Dirigentes como Hashem Safi al-Din, a quien algunos señalan como posible sucesor de Nasrallah, calificaron la maniobra de Hamás como “gesta heroica”. Mientras, el brazo armado intercambiaba disparos de artillería y cohetes con el ejército israelí, con objetivos fijados dentro de la zona estipulada por ambos bandos para sus intercambios habituales, en los que los bombardeos israelíes, gracias a su incontestable superioridad aérea, resultaban más contundentes. Por fin, Nasrallah apareció el 3 de noviembre, en un discurso televisado, desde algún lugar, se supone, del Dahiye, y confirmó que no irían más allá de un conflicto armado de baja intensidad.

La intervención, de 80 minutos, se dividió en varias partes. En la primera, tras una breve introducción, expresó sus condolencias a los “caídos en la lucha”, tanto civiles como militares, que se contaban por centenares transcurridas 25 jornadas desde el 7-O. A continuación, hizo un repaso de los acontecimientos que habían llevado a la situación actual, incidiendo en cuatro grandes injusticias sufridas por el pueblo palestino: las condiciones inhumanas de los detenidos palestinos, el acoso a la mezquita de al-Aqsa, el asedio a Gaza y la expansión de las colonias en Cisjordania. Luego describió la operación Diluvio de al-Aqsa y sus consecuencias, centrándose en la respuesta israelí. Según Nasrallah, el objetivo inmediato de la estrategia diseñada por el partido era poner fin a la guerra en Gaza y fortalecer la resistencia palestina, si bien no abordó objetivos específicos a largo plazo. Sí matizó que la formación se implicaría en la guerra en mayor o menor medida según la evolución de los acontecimientos en Gaza (Leiva, 2024: 16-17). Algunos esperaban el anuncio de una escalada militar desde el sur libanés, pero Nasrallah se limitó a esbozar un “frente de apoyo”. El comunicado de una contienda de baja intensidad dentro de los límites de qawa’id al-ishtibak, o sea, las normas de enfrentamiento, una especie de código bélico no escrito asumido por ambas partes para no atacar a civiles ni trascender determinados límites geográficos, dio lugar a posiciones encontradas. Por un lado, suscitó la tranquilidad de Washington; por otro, la decepción de los círculos propalestinos y las críticas, incluso mofas, de sus detractores dentro del mundo árabe e islámico, en especial quienes califican la pretendida rivalidad visceral de Hezbolá con Israel de “pantomima mediática”. Para los contrarios a la política regional de Irán, el Gobierno de Teherán había impuesto contención a Hezbolá, su “lacayo” en el mundo árabe. Tanto uno como otro sabían que un enfrentamiento abierto con Israel tendría consecuencias terribles para ambos, pues implicaría una intervención directa por parte de Estados Unidos. O, simplemente, no querían o no estaban en condiciones de verse arrastrados a un conflicto regional en el que tenían todas las de perder.

En el “eje de la resistencia”, y sobre todo las facciones palestinas armadas, el discurso de Nasrallah generó cierta decepción. Para los segundos, el hecho de que los actores que habían mostrado una mayor afinidad con su causa se limitasen a anunciar un frente de apoyo suponía la corroboración de que estaban solos en la contienda directa, cosa que por otra parte ya se habían podido imaginar. El líder del grupo debía de ser consciente de esta decepción, pues como diría meses después, “los hermanos palestinos nos habían pedido una mayor implicación”, pero “debíamos mirar por la situación interna de Líbano” (Nasrallah, 2024f). Ni la saña de los bombardeos israelíes ni las acusaciones de genocidio procedentes de medios jurídicos y organizaciones humanitarias ni las objeciones de Rusia y China consiguieron detener la ofensiva de Tel Aviv, respaldado en todo momento por Washington. Aunque un mes después del 7-O la mayoría de los análisis estratégicos, incluidos los israelíes, pronosticaban una campaña de varios meses, Teherán apostó por que la resiliencia del pueblo palestino y la destreza de las facciones armadas terminarían metiendo a las tropas israelíes en un atolladero. En este sentido, Teherán acertó, ya que quizás conocía o presentía la táctica militar que habrían de seguir las milicias palestinas atrincheradas en Gaza. Por el lado israelí, el anuncio de Nasrallah de que no tenía intención de ampliar el radio e intensidad de sus ataques provocó una sensación de alivio, aun cuando la situación en la frontera septentrional había alcanzado cotas desconocidas desde 2006, a decir de sus locuaces comentaristas y analistas políticos. No obstante, la alusión a que “todas las opciones están sobre la mesa en el frente libanés” (Nasrallah, 2024d) dejó la puerta abierta a una progresiva escalada de tensión, como así sucedió a partir de enero de 2024 y, especialmente, durante el verano de ese mismo año.

El Ejército latente del Mahdi

Suele considerase a Hezbolá como una organización militar mucho más poderosa que Hamás. Más aún, se le denomina el “mayor actor militar no estatal del planeta”. Aun así, no puede resistir la comparación con la formidable máquina bélica israelí, sustentada de forma ilimitada por Estados Unidos. Sin fuerza aérea ni marina, con una dotación mínima de carros blindados, la fortaleza del grupo reside en su arsenal de cohetes, misiles, drones y proyectiles de medio y largo alcance y, sobre todo, en la destreza y disciplina de sus destacamentos militares. La única posibilidad de victoria del partido ante el “enemigo sionista” radica en un enfrentamiento armado dentro de su propio territorio, regido por las normas de las guerras de guerrilla. A despecho de la propaganda israelí, interesada en inflar la amenaza que pueda representar el grupo, este carece de capacidad real para invadir de forma sostenida su territorio o neutralizar por completo las incursiones aéreas. Estas han sido, precisamente, las que han garantizado la superioridad de Tel Aviv en las últimas décadas. Ahora bien, resulta palmario el progreso del programa militar del grupo y el refuerzo de sus estructuras militares.

En un discurso emitido en junio de 2024, Nasrallah se refería a más de 100.000 combatientes listos para entrar en acción y la posibilidad de contar con otros tantos provenientes de milicias y organizaciones aliadas (Nasrallah, 2024a). A este respecto, existe una especie de aura mitológica, no exenta de folclore, sobre los “guerreros de Dios”. Los periodistas occidentales son dados a redactar crónicas en las que se les describe como seres escurridizos que se dedican a labores en teoría inocuas, como el trabajo en un banco o una panadería pero que, en momentos de necesidad, “se convierten en fieros soldados”. Muchos llevarían una “doble vida” y ni siquiera sus allegados saben exactamente a qué se dedican. Nasrallah, que intenta con frecuencia aportar una imagen cercana y “popular” sobre los integrantes de la formación, ilustró, de manera tangencial, el mecanismo de movilización de estas tropas. En referencia al envío de efectivos, en este caso mandos e instructores, a los “hermanos” iraquíes para combatir a los yihadistas del Estado Islámico, en 2016, detalló:

Me llamaron de urgencia: los salafistas habían lanzado una ofensiva y estaban avanzando con gran rapidez […]. En cuestión de horas teníamos que preparar un contingente formado por mandos e instructores militares; no necesitaban soldados, ya tenían. Nosotros, por supuesto, no somos un ejército ni tenemos cuarteles. Nuestros generales y comandantes están en sus casas. Somos gente que vive en sus domicilios, en el campo, en la ciudad, donde sea, y cada uno tiene su ocupación. Y retirar a tanta gente de sus lugares habituales de residencia y trabajo… Además, cuando llamas a un mando y le dices que tiene que presentarse de inmediato debes tener en cuenta que se trata de gente que tiene familia, mujeres e hijos. Incluso, alguno de los que terminaron viajando a Iraq tenía nietos. De madrugada contábamos con una remesa de oficiales dispuestos a trasladarse a Bagdad. Esto no lo hace cualquiera: dejar tu casa y tus familias, tu trabajo y forma de vida, de un minuto a otro, para ir a un lugar remoto porque te han pedido ayuda… No, no lo hace cualquiera (Nasrallah, 2016).

La descripción de Nasrallah del mecanismo de movilización militar no deja de encerrar las hipérboles y sarcasmos ocultos recurrentes en este tipo de mensajes, los cuales, como bien se sabe, son analizados con atención por la inteligencia israelí. Recordemos que en ese mismo discurso articuló la frase conocida y ya citada aquí de que “todo el dinero que tenemos, hasta la ropa y la comida, viene de la República Islámica de Irán”, una especie de chascarrillo con el que intentaba “capear”, medio en broma medio en serio, a quienes los motejaban en Líbano como “sicarios de Teherán”. Como quiera que sea, el peculiar relato sobre la conformación de una partida militar para enviar a Iraq aporta pautas sobre la idiosincrasia del grupo. Este dispone de unas fuerzas de elite, Radwan, compuestas de hasta 5.000 efectivos, habilitadas para organizar unidades de comandos con las que invadir incluso el territorio israelí, a decir de sus portavoces. Ni el secretario general ni sus colaboradores acostumbran a dar información sobre el volumen de sus efectivos, si bien, en 2021, durante una intervención poco afortunada (suelen serlo cuando se dirigen a amonestar y amenazar a otras fuerzas políticas locales), ya había aportado una cifra superior incluso a los 100.000. En aquella ocasión, se dirigía sin nombrarlo a Samir Geagea y sus Fuerzas Libanesas, en el contexto de los incidentes ya mencionados entre hombres armados de aquel y simpatizantes de Hezbolá y Amal, durante las jornadas consiguientes a la explosión de Beirut. Ese fue el primer momento en que alguien del partido aportaba cifras sobre sus tropas. Si tenemos en cuenta que a mediados de los ochenta apenas tenía unos 7.000 combatientes, acantonados principalmente en la región de la Becá (Palmer Harik, 2004: 40), resulta apreciable el salto cualitativo. Por aquel entonces, la Carta Abierta de 1985 insistía en que no había diferencia entre el brazo militar y el político, pues todos los miembros del partido “tenían que estar dispuestos al combate según sus capacidades y en cuanto se les convocara”. No obstante, la expansión del grupo y su conversión en una institución “multisectorial” han conducido a una diferenciación entre miembros civiles y militares. Sobre todo respecto a los primeros, con funciones conocidas en los diferentes segmentos y estructuras, estos sí expuestos al escrutinio público.

A estas tropas que podríamos llamar “regulares” deben sumarse las aliadas de Amal, el Partido Patriótico Social Sirio y los islamistas suníes de la Yama’a Islamiyya, así como unidades de fedayines palestinos, pertenecientes a partidos políticos activos en los campamentos. Por ejemplo, Hamás, la Yihad Islámica, Fath (con su brazo armado Shuhada al-Aqsa, ‘mártires de al-Aqsa’) o el Frente Popular para la Liberación de Palestina. El grado de sujeción de los grupos armados palestinos (la denominada “resistencia palestina en Líbano”) a Hezbolá no está siempre claro. Inmediatamente después del 7-O, células pertenecientes a la misma lanzaron cohetes sobre territorio israelí sin contar, parece, con permiso del partido. Tel Aviv, no obstante, responsabilizó a Hezbolá, propiciando el inicio de un intercambio balístico constante hasta el momento presente. Luego están las unidades formadas por voluntarios no pertenecientes a la organización, procedentes de todas las comunidades religiosas, no solo chiíes. Los llamados Escuadrones Libaneses para la Resistencia a la Ocupación Israelí (al-Saraya al-Lubnaniyya li Muqawamat al-Ihtilal al-Israili) se fundaron en los noventa y habían permanecido en un segundo plano, hasta verano de 2024 cuando anunciaron una serie de acciones contra objetivos militares israelíes.

El mayor salto cualitativo, en todo caso, se aprecia en el arsenal balístico. En 2005, fuentes oficiales en Tel Aviv hablaban de 13.000 misiles (Blanford, 2006: 187); para 2024, el total de cohetes, misiles y proyectiles se cifraba entre 100.000 y 150.000. Este progreso ha sido constante, aun cuando “las armas de Hezbolá” han venido generando una insistente polémica en Líbano desde que las tropas de Tel Aviv evacuaran el sur en 2000. A lo largo de los últimos meses, el partido ha sido capaz de poner en aprietos a los cazas israelíes, con misiles tierra-aire, obligándolos a volver a su espacio aéreo; ha atacado directamente el sistema defensivo de la “cúpula de hierro” o evitado sus misiles de interceptación; los drones del partido han arrojado bombas sobre el norte de Palestina o filmado instalaciones militares sensibles, como los almacenes militares del puerto de Haifa, sin ser detenidos por aquella. Según fuentes israelíes, el grupo arrojó más de 1.000 objetos voladores, misiles, drones suicidas y misiles entre octubre de 2023 y junio de 2024, lo que provocó decenas de muertes y multitud de incendios, además de la evacuación de numerosos asentamientos.

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Como hemos dicho, Hezbolá salió fortalecido de la deletérea campaña israelí de 2006. En 2010 volvía a tener más misiles y cohetes que la mayor parte de los Estados del mundo, en palabras, marcadamente alarmistas, del secretario estadounidense de Defensa Robert Gates (Ayad, 2024: 149). En 2024, fuentes occidentales hablaban de unos 150.000 proyectiles, incluidos material de fabricación propia (“el arsenal sorpresa” del que suele hablar Nasrallah en sus mítines), algunos, como el Fateh-110, con una autonomía de 300 kilómetros y dotados de GPS. A esto se unen piezas anticarro, lanzaderas y baterías de misiles de fabricación iraní, rusa (transferida en buena parte por el Gobierno sirio) y china; asimismo, se supone, cuenta con un avanzado sistema de defensa antiaérea aportado por Irán y cohetes de fabricación propia, desarrollados según los casos a partir de prototipos extranjeros. Aun así, destaquemos una vez más, la superioridad de Tel Aviv sigue siendo incontestable, consolidada con el aporte masivo de munición, sistemas de defensa e información logística desde Estados Unidos y sus aliados. Ahora bien, hay un elemento que permite aventurar que el partido tendría hoy una mayor capacidad de respuesta ante una hipotética ofensiva israelí. Nos referimos a los drones, que han dado más de un quebradero de cabeza a Tel Aviv durante el conflicto de baja intensidad. Uno de ellos, el modelo Hudhud (‘abubilla’), se hizo famoso por captar imágenes de instalaciones militares israelíes de gran importancia estratégica en el puerto de Haifa, bases militares en el monte Hermón y otros enclaves del norte palestino, convenientemente difundidas por al-Manar y medios afines. La inteligencia de Tel Aviv solía hacer estas cosas con enclaves estratégicos de Hezbolá en épocas pasadas como maniobra de disuasión y ahora está sufriendo la misma técnica. En total, se habla de unos 2.000 drones de combate y espionaje, lo que contribuye a alimentar la imagen de Hezbolá como milicia que, a lo largo de los últimos 20 años, se ha convertido en “un arma de disuasión masiva” frente a Israel (Ayad, 2024: 151). La veracidad de este tipo de afirmaciones está, empero, por comprobar.

Durante la guerra de 2006 el grupo lanzó 3.970 cohetes, a razón de 120 al día durante los 33 que duró la agresión (Hatit, 2009: 296-299); a principios de julio de 2024, el grupo informó de que había lanzado 200 cohetes y drones en un solo día, en respuesta al asesinato de uno de sus principales dirigentes militares, Muhammad Abu Ni’ma. Volvió a lanzar docenas días después de muerto Fuad Shukr, su comandante en jefe. Guarda además una serie de “sorpresas”, a decir de sus representantes, y se ha reforzado logística y tecnológicamente. Durante la invasión de 2006 sus milicianos contuvieron el avance israelí gracias a los lanzagranadas anticarros Mittis o Corrient I, una versión mejorada del modelo ruso, que Moscú había vendido a Damasco en 2000 y este había transferido al partido. Los tanques israelíes no estaban acondicionados para este tipo de armas, capaces asimismo de perforar edificios enteros e impactar en efectivos parapetados tras ellos (Hatit, 2009: 304-306). Este material, al parecer, ha sido perfeccionado y adaptado a las condiciones de los acorazados israelíes actuales. A lo largo de los últimos años, sus comandos se han adiestrado con armas más modernas y sofisticadas, desarrolladas por lo general a partir de modelos iraníes: misiles tierra-tierra Yihad y los drones Shahid 101, capaces de adentrarse 30 kilómetros en territorio israelí.

Todo esto, reiteramos, no debe hacernos olvidar que también en el plano balístico el grupo se sitúa en clara desventaja. El arsenal israelí incluye los lanzamisiles Hulit y Yatid, nombres de dos asentamientos junto a Gaza, con un 50% más de potencia respecto a los Leo, que se venían utilizando hasta ahora, además de los sistemas de visión nocturna IDU, el carro blindado Itan para el transporte de soldados, la tercera generación de los prismáticos Jiinyir, con sensores electrosonoros y un mecanismo para el tratamiento de imágenes a partir de inteligencia artificial; los misiles Gester 3 para interceptar cohetes balístico; aviones F-35, los más modernos y desarrollados del mercado internacional; bombas GBU-39, de fabricación americana, aire-tierra, de efecto mortífero, utilizadas en los bombardeos sobre Rafah; la bomba MK 84 (Mark84), con un peso de 900 kilos, se piensa que utilizada para la masacre del Hospital Baptista Al-Ahli de Gaza, en octubre de 2023; los cañones de 76 milímetros especiales para cruceros de guerra y fragatas Sar 6; proyectiles de mortero “cosquillas de acero”, con un sistema de localización de objetivos por GPS, etc. Por mucho que Hezbolá haya renovado su arsenal balístico con material de última generación, lo sistemas defensivos israelíes habían conseguido neutralizar la mayor parte de los misiles y cohetes procedentes de Líbano. Habrá que ver si, en caso de un enfrentamiento total, las armas “sorpresa” del grupo serán capaces de desarbolar las líneas defensivas del régimen de Tel Aviv.

En su nuevo libro, Hezbolá, el profesor de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid Ignacio Gutiérrez de Terán analiza y explica todas las claves para entender a la milicia libanesa, ahora en el centro del debate por la invasión de Israel a Líbano. Toda la obra gira alrededor de la misma pregunta: ¿qué es realmente Hezbolá?, una cuestión de la que se extraen muchas otras, como si la milicia es el partido de la resistencia frente a los israelíes o una organización terrorista que busca desestabilizar Oriente Medio, o también si es un mero instrumento de Irán o una verdadera entidad paraestatal. A todas ellas responde Gutiérrez de Terán en sus páginas.

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