Caso Alves, una sentencia poco fiable

No se pierde la inocencia cuando se deja de creer en la presunción de inocencia. Se pierde cuando dejamos de creer en los Reyes Magos, en el Hombre del Saco o en los jueces. Esto es lo que está sucediendo con la justicia de nuestro país, que las mujeres han perdido la inocencia o, peor aún, se la han arrebatado. Y no les falta razón. A fuerza de autos, resoluciones y sentencias judiciales, ya sabemos que las mujeres no deben denunciar cuando hayan sido sexualmente agredidas. Por el contrario, para seguir manteniendo su inocencia femenina o su honradez, las víctimas de este país tienen que seguir pareciendo inocentes después de haber sido violadas antes de acudir a un juzgado. Quizá esta reflexión explique por qué en España sólo denuncian el 8% de las mujeres agredidas sexualmente o también por qué sólo el 20% llegan a juicio y sólo un 1% logra una sentencia condenatoria. Y esto es lo que se desprende nuevamente del caso Dani Alves, como se dedujo también del caso Luis Rubiales o del caso de La manada

Las mujeres han perdido la inocencia. Y la han vuelto a perder otra vez después de que el TSJC haya absuelto del cargo de agresión sexual al futbolista que fue condenado por la Audiencia Provincial de Barcelona anteriormente. Sin embargo, el problema no es que Dani Alves sea culpable; el problema es que la mujer, ninguna mujer, siga pareciendo inocente. El mundo incel está de enhorabuena. Dice la sentencia del TSJC que las pruebas que admitió la Audiencia Provincial para condenar al futbolista no son fiables; también dice que, fuese cierto o no que cometiese el delito, se impone su presunción de inocencia y, por lo tanto, su absolución. Escenas para una película dirigida por Gaspar Noé. Epílogo para una secuela de la serie Adolescencia. Si el relato de lo sucedido se contara comenzando por el final, seguro que la perspectiva de género habría embarnecido la interpretación que los jueces del Tribunal Superior realizaron de los hechos que se consideraron probados. Una sentencia es la crónica reversible de un delito. 

La verdad criminal de aquella Nochevieja no se ha convertido finalmente en verdad procesal, sólo en un vacío metafísico, en un fundido a negro o un ángulo ciego para la justicia

Los juristas han estado habitualmente más preocupados por los problemas de interpretación de las normas que por los problemas de interpretación de los hechos probados. La verdad encerrada en el baño de una discoteca no admite más interpretación que la ausencia de pruebas del delito, según los jueces. Pero el relato de lo acontecido nos habla también de otra verdad latente: la de una noche donde el dinero macho, entre luces y sombras, se hacía camino sin pedir permiso ni consentimiento en la primerísima hora de un nuevo año. La verdad criminal de aquella Nochevieja no se ha convertido finalmente en verdad procesal, sólo en un vacío metafísico, en un fundido a negro o un ángulo ciego para la justicia, por mucho que los mossos d´Escuadra que la atendieron primero y el personal sanitario que la reconoció después admitieran que aquella chica de veintitrés años salió de una discoteca con lágrimas en los ojos y con evidentes síntomas de estrés postraumático y de ansiedad ambiental. 

Se pierde la inocencia de los jueces cuando unos mismos hechos existieron en un tribunal y dejaron de existir en otro. Se pierde cuando los hechos probados de una violación que admitieron aquellos no sucedieron en la sentencia de apelación posteriormente firmada por estos. No se puede consentir que lo que se consideró probado, hoy sólo se trate de mera conjetura carente de validez. Los jueces del caso Alves han convertido la realidad en una construcción convencional, reversible, mutable, basada en criterios de fiabilidad, equiparada a las cinco versiones que ofreció el exjugador del Barça. Entre lo real y la realidad hay una brecha demasiado siniestra: la nada. La interpretación que hacen tres juezas y un juez ha absuelto a Dani Alves y abre un oscuro espacio de impunidad que convierte la verdad última de los hechos en una probabilidad falsable y especular. 

En este país, para todo delito sexual, a la mujer se le exige que la realidad sea más real que en cualquier otra circunstancia, tan sólo por el simple hecho de ser mujer. Se impone así una sobredosis de dolor y la apariencia sobrenatural de la tragedia reflejada en su rostro para que el daño y la pena guarden un nexo de causalidad en la mirada corporativa de los magistrados. Si no concurren estos elementos en la puesta en escena posterior al delito, triunfa la presunción de inocencia del agresor. Es en esta circunstancia cuando opera la duda razonable que ha absuelto al futbolista.

La única diferencia que separa a Luis Rubiales de Dani Alves es, entonces, el paisaje de sus acciones. La agresión sexual del expresidente de la Federación Española de Fútbol se reprodujo en un estadio de fútbol, retransmitido en directo ante millones de espectadores. Lo que hizo Dani Alves en el baño de una discoteca sucedió en la exclusiva intimidad de un baño que sólo vivieron ellos, descartada cualquier prueba periférica de la que se extrajo anteriormente un relato racional de los hechos que desembocaron en su condena. Pero los delitos no son acciones abstractas. Lo que sucedió en ese baño ya es conocido por todos los demás y se ha trenzado en una trama tejida con las agujas de la esperanza y la resignación. Si el "beso" de Rubiales ante millones de ojos sirvió para provocar diferentes conjeturas dedicadas a exonerarlo de cualquier responsabilidad penal, cómo no iba a ser absuelto de un delito de agresión sexual el exjugador del Barcelona, si lo que sucedió aquella Nochevieja en el baño de un reservado no lo pudo ver nadie. La víctima de La manada tendría que agradecer que aquellas bestias grabasen con el móvil su violación. Si no hubiera sido así, su acusación también habría sido un testimonio "poco fiable". 

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