Cayetana, La Oreja de Van Gogh y una crisis reputacional Eva Baroja

80 recusaciones, 16 recursos de inconstitucionalidad, seis cuestiones planteadas desde el Supremo y otras tantas de amparo. Esta es la artillería a la que deberá hacer frente el Tribunal Constitucional de Cándido Conde-Pumpido. Lo dijo este lunes su presidente en el Ateneo de Madrid, embarnizado de ademanes azañistas. Pumpido es la última frontera de la legalidad española en un Madrid republicano que ha hecho del Poder Judicial un cañón pesado que dispara contra Pedro Sánchez, día sí, día también, los obuses de antaño convertidos en autos y recursos, apelaciones y sentencias, con la vocación poética de hacerle un reventón al cielo azul de Madrid.
Dicen los que conocen la historia reciente del Poder Judicial que Cándido Conde-Pumpido ha sido el mejor Fiscal General del Estado de la historia de la democracia. Su rigor intelectual es tan elevado como su ambición por escalar las más altas cotas de la carrera profesional. Forma parte de una época que principia con José Luis Rodríguez Zapatero y se extiende hasta hoy, coronando la presidencia del Tribunal Constitucional. Por el camino, Pumpido se fue convirtiendo paulatinamente en el garbanzo negro de la derecha y hoy se presenta como el máximo adversario del presidente de la Sala Segunda del Tribunal Supremo, el juez Manuel Marchena.
El flanco judicial de la guerra a Pedro Sánchez viene a estar protegido por la erudición de Conde Pumpido. El presidente del TC es el ángel custodio de la Constitución Española, un heraldo negro de la democracia liberal en este siglo turbulento y guerracivilista que ha convertido al Fiscal General del Estado, Alvaro García Ortiz, en un caballero blanco sin espada, merced a la imputación del juez del Supremo, Ángel Hurtado. El alfil de Sánchez en el Tribunal Constitucional tendrá que hacer frente a una larga tarea para determinar la constitucionalidad de la Ley de Amnistía y frenar la cruzada que Concepción Espejel y otros jueces han abierto desde un juzgado de Sevilla con el único propósito de ponerle correa y bozal a los magistrados del máximo órgano de garantías.
Calcula Pumpido que la primera sentencia sobre la Ley de Amnistía se hará pública antes del verano y ha mandado un mensaje al juez Marchena: cuestionar al Tribunal Constitucional es cuestionar la misma Constitución. Ciertamente, en Francia nadie se atreve a criticar al Consejo de Estado. En cambio, en Madrid, al intérprete supremo de la ley se le escupe, al menos, tres veces al día. Aun así, Pumpido expresa siempre serenidad en sus juicios, sin dejar por ello de resolver la papeleta, como si fuera simplemente un notario de Murcia que pasaba por allí. Por el contrario, el Presidente del Constitucional maneja con maestría la esgrima del derecho comparado sin esquivar la reyerta de florín que mantiene con Marchena. Desde el salón de actos del Ateneo vino a decir que el Constitucional no es ninguna zambra y también que hasta los jueces y magistrados del Tribunal Supremo están sometidos a sus sentencias. Marchena es hoy el brazo telúrico y judicial de José María Aznar. El que pueda hacer que haga. Y Marchena hace todo lo que puede, como lo hace Hurtado, como lo intentan Peinado, Espejel o Lesmes.
Hoy la guerra civil española se libra en los tribunales. Cada semana, despegan varios misiles desde el Palacio de las Salesas, mientras los perros de la alta burguesía del barrio de Justicia pasean a sus amos y ladran al cielo de Madrid
Hoy la guerra civil española se libra en los tribunales. Cada semana, despegan varios misiles desde el Palacio de las Salesas, mientras los perros de la alta burguesía del barrio de Justicia pasean a sus amos y ladran al cielo de Madrid desde un parque versallesco que embellece hasta las gárgolas. Los vampiros del Supremo duermen de día y tiembla el misterio de la verdad y la estatua pétrea de la Marquesa de Braganza cuando aparece Hurtado Flecha Rota con destino a su despacho. En cambio, en Doménico Scarlatti, a unos cuantos kilómetros de distancia, el Tribunal Constitucional se ha convertido en un búnker de paredes afiladas dispuesto a resistir el asedio persistente contra el ordenamiento jurídico, el Fiscal General o Pedro Sánchez, como si sus magistrados fuesen unos monjes eremitas convocados por la luz de la razón, de la ley o de la Fuerza, que viene a ser lo mismo, aunque no siempre. Todo se resolverá en el Constitucional donde se hacen solubles las leyes de los hombres como se hacen solubles en las ecuaciones las leyes de la gravedad.
El Ateneo ha convocado unos lunes informativos, con desayuno incluido, para que no se diga que los periodistas de Madrid pasan hambre. Hay que instalar la guillotina eléctrica en la Puerta del Sol, defendía Valle-Inclán en el Ateneo y también Max Estrella, otro ateneísta letraherido que paseaba su miseria por el Callejón del Gato, en Luces de Bohemia, rebuscando en las esquinas del viejo Madrid las definiciones eternas de nuestro país. Hoy la guillotina eléctrica está en el Tribunal Constitucional, donde se recortan leyes y se decapitan recursos, mayormente los del PP, como si cada uno de ellos fuera la cabeza de Juan Bautista o la de Alberto Núñez Feijóo, un suponer.
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