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'La historia oculta de El Corte Inglés'
infoLibre publica un extracto de La historia oculta de El Corte Inglés, de Carlos Díaz Güell, editado por Dlibros. El trabajo del periodista económico recorre la historia de los grandes almacenes desde la marcha del fundador, César Rodríguez, a Cuba, hasta la destitución de Dimas Gimeno como presidente de la sociedad. Con el subtítulo de Entre la avaricia, el rencor y la traición, quien fuera miembro del equipo fundacional de El País se fija tanto en las decisiones meramente empresariales como en los tejemanejes familiares que dictaron el desarrollo de una de las marcas más reconocibles de España. Díaz Güell pone especial énfasis en la línea sucesoria formada por Rodríguez, Ramón Areces, Isidoro Álvarez y Dimas Gimeno.
De manera elocuente, el título está dedicado "a las muchas y distintas editoriales que se negaron amablemente a publicar este libro bajo las excusas más variopintas". La más "sincera y numerosa" fue, según el autor, "la del temor a perder el porcentaje de su facturación que procedía de El Corte Inglés".
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A modo de introducción
El 25 de agosto de 2018, Dimas Gimeno presentaba su «dimisión» como miembro del Consejo de Administración de El Corte Inglés tras alcanzar un acuerdo con la compañía por el que se extinguía toda relación jurídica de este con la sociedad.
El pacto consistió en una indemnización equivalente a dos años de sueldo (8,7 millones de euros) a cambio del cual Gimeno retiraba la demanda que había interpuesto contra su destitución como presidente del grupo en el pasado mes de junio.
Quien había sido el sucesor de Isidoro Álvarez por decisión directa de este último persistía en la intención de mantener el pleito sobre la sociedad patrimonial Isidoro Álvarez, S. A. (IASA), segundo mayor accionista de El Corte Inglés, tras la Fundación Ramón Areces, con un 22,18 % del capital, en donde la familia Álvarez posee el 31 % del capital.
Del mismo modo, Gimeno mantenía la querella contra el exresponsable de seguridad del grupo, Juan Carlos Fernández, por presuntos delitos societarios y de corrupción entre particulares.
Dos meses y once días antes, el 14 de junio, cuando este libro estaba a punto de entrar en máquinas para ser impreso, el Consejo de Administración de El Corte Inglés cesaba a Dimas Gimeno, sobrino y sucesor de Isidoro Álvarez, anterior presidente de la gran empresa de distribución española, como máximo responsable de los grandes almacenes.
La destitución de Gimeno estuvo acompañada por el nombramiento como presidente de Jesús Nuño de la Rosa, uno de los dos consejeros delegados de la sociedad y antiguo novio de Marta, la hija mayor del primer matrimonio de María José Guil con Alfonso del Rey, también conocido como Camorra, propietario de El Riscal. Tras enviudar de este, matrimonió con Isidoro Álvarez, «dueño de El Corte Inglés» y poseedor de una considerable fortuna, acumulada y heredada gracias al trabajo de los dos primeros miembros de la saga familiar asturiana, César Rodríguez y Ramón Areces.
Isidoro Álvarez adoptó en 2004 a las dos hijas de María José Guil, Marta y Cristina, cuando ambas eran cuarentonas y sin que hubiese existido convivencia con ellas antes de haber cumplido los 14 años, requisito exigido por el Código Civil para la adopción de mayores de edad.
Con la destitución de Dimas Gimeno no solo se pone punto final a los fundamentos básicos de la que ha sido la mayor empresa familiar española, sino que culmina, por el momento, una historia en la que se mezclan ambiciones, traiciones, odios y rencores acumulados durante décadas.
Tras setenta y ocho años de existencia, desaparece de El Corte Inglés la saga Álvarez, ligada al fundador de la estructura empresarial de los grandes almacenes que han sido santo y seña de la economía española.
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Para cualquier curioso que decida simplemente acercarse al momento actual que atraviesa El Corte Inglés, icono empresarial de la economía española desde que el Gobierno de Franco, compuesto por tecnócratas y opusdeístas, pusiera en marcha su Plan de Estabilización, puede ser suficiente conocer la epidermis de la situación; una situación que nos habla de un cierto declive de estos grandes almacenes, de su fuerte endeudamiento y de una disputa familiar, muy común, por otro lado, en las empresas de este tipo a partir de su segunda generación. Común, sí, pero probablemente no tan encarnizada.
La superficialidad del conflicto de la compañía, que inauguraba hace pocos años su cuarto ciclo generacional, nos pone al corriente de enfrentamientos entre dos ramas «familiares» que se libran, bien en el Consejo de Administración de la empresa, bien en la Fundación Ramón Areces, creada en 1976 por el sobrino del fundador, quien le dio nombre y fue el segundo presidente de la sociedad. Sucedió a su tío César Rodríguez, quien dio forma al negocio desde La Habana, donde permaneció décadas acumulando una considerable fortuna.
La Fundación Ramón Areces, como ocurre con otras fundaciones empresariales parecidas, tiene como fin último el control y la permanencia de la empresa, y su presidencia la ha ostentado siempre el presidente de El Corte Inglés, primero Areces y luego Álvarez. Hoy, esa dinámica histórica se ha roto y tan relevante puesto lo ha pasado a ocupar Florencio Lasaga, histórico y notable directivo de los grandes almacenes. Se trata de uno de los más íntimos colaboradores del último presidente, Isidoro Álvarez, y también de Ramón Areces, aunque ajeno a la familia, lo que tiene su importancia —trascendental en este caso—, al ser la fundación propietaria de más del 37 % del capital de la compañía, lo que la convierte en determinante y decisiva en el futuro de la gestión del grupo empresarial.
La historia epidérmica nos habla de que los principales accionistas de El Corte Inglés libran y han librado fortísimas disputas en torno a la Fundación Ramón Areces desde el fallecimiento de Isidoro Álvarez y que estas batallas se han proyectado sobre el Consejo de Administración, la Junta de Accionistas y, cómo no puede ser de otra manera, sobre el día a día del grupo empresarial.
De acuerdo con lo que marca la historia y la tradición, al presidente de El Corte Inglés lo había designado, hasta el momento, el antecesor en el puesto, recayendo este, hasta hoy, en el sobrino, al fallecer los presidentes sin descendencia directa alguna. Así ocurrió con el fundador y primer presidente de la empresa, César Rodríguez, al nombrar como su sucesor a su sobrino Ramón Areces. La operación se repitió cuando Areces dejó designado a su sobrino, Isidoro Álvarez, como presidente de la compañía, y se volvió a repetir cuando este último eligió a su sobrino, Dimas Gimeno, para ocupar la presidencia del grupo de grandes almacenes.
La tradición es la tradición y aunque parezca esta una afirmación de Perogrullo, todos y cada uno de los presidentes y «dueños» de El Corte Inglés dejaron constancia de su voluntad sobre quién debía sucederlos, la persona elegida para regir los destinos de la prestigiosa marca del triángulo verde y negro.
Así ha sido hasta ahora, hasta que irrumpieron en escena las hijas adoptivas del último presidente, Isidoro Álvarez, dispuestas no solo a acabar con la tradición y la voluntad de su padre legal, sino a jugarse el todo por el todo, incluso el futuro de un proyecto empresarial, para conseguir un poder que su progenitor, pese a nombrarlas herederas universales, no quiso que pilotaran. Y por eso, ni las formó —aunque les dio la carrera de Derecho—, ni las adiestró, ni las nombró para dirigir los destinos de El Corte Inglés.
Llegados a este extremo es el momento de recurrir al refranero hispano y recordar aquello de que «el muerto al hoyo y el vivo al bollo». Sin esperar siquiera a que se enfriara el cuerpo del finado, empezaron a funcionar las estrategias y el tacticismo para ocupar la presidencia de la fundación, en detrimento del recién nombrado presidente de la sociedad, Dimas Gimeno, y de la propia historia, ya que, en los casos anteriores, era el presidente de El Corte Inglés el que ocupaba la presidencia del Patronato de la Fundación. No podía ser de otra manera, ya que lo contrario hubiera sido como designar a un presidente para gestionar los grandes almacenes y no proporcionarle las herramientas de gestión necesarias para conseguir los objetivos marcados. Un «fraude» urdido a espaldas de quien ya había fallecido y no podía levantar su voz para recordar, a unos y otros, cuál era su voluntad y su propósito, y que tanto una como otro fueron aceptados por todos los protagonistas de la historia, de forma sumisa, mientras él vivió.
Mientras unos y otros se centran en esta nueva versión de los juegos de guerra, El Corte Inglés mantiene abierta su herida, por la que se desangra, pese a los intentos de taponarla emprendidos por el elegido sucesor de Isidoro Álvarez y hasta ahora presidente del grupo empresarial, quien se ha centrado en recuperar la solidez en la gestión de los grandes almacenes, poner fin a corruptelas y prepararlo para su salida a bolsa, aunque sus actuaciones al frente de El Corte Inglés han estado mediatizadas o boicoteadas sistemáticamente desde el Patronato de la Fundación.
Parece como si no se fuera consciente de que El Corte Inglés estaba al borde de la quiebra cuando murió Isidoro Álvarez; que no tenía liquidez siquiera para hacer frente a los pagos más inmediatos y que de esa situación no se ha terminado de salir, pese a las tímidas medidas adoptadas por Dimas Gimeno. Sobresalen entre ellas, a decir de sus valedores, un programa de amortización de una deuda insoportable mediante la venta de activos; la renegociación de su enorme deuda bancaria, mejorando las condiciones de financiación; la culminación de un acuerdo con el jeque de Qatar para que este «comprara» el 10 % de la sociedad por mil millones de euros, y la puesta en marcha de una programa de transparencia con miras a sacar a El Corte Inglés a bolsa, creando la comisión de auditoría que preside Pizarro, a la vez que se ponía en marcha una política de buenas prácticas.
¡Demasiado para una vieja guardia con demasiados intereses acumulados durante décadas!
Hasta aquí la historia epidérmica, aunque la historia real es mucho más compleja, más suculenta, y nos habla de ambiciones mal controladas, de traiciones insospechadas, de reparto de poderes y de riquezas, de guerras intestinas y de rechazo a todo lo que oliera a cambio, todos ellos elementos más propios de un culebrón televisivo latinoamericano que de una historia real en la que están en juego cerca de cien mil puestos de trabajo.
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Ambiciones no es solo una serie de televisión basada en una novela de Corín Tellado, ni tampoco es solo el nombre de la finca que el torero Jesulín de Ubrique posee o poseía en el término municipal de Prado del Rey, provincia de Cádiz. También es, según el Diccionario de la Real Academia Española y en su acepción singular, el deseo ardiente de conseguir poder, riquezas, dignidades o fama. De esto ha andado y anda sobrado El Corte Inglés. Su historia nada tiene que envidiar a un falconcrest hispano, que tantas veces suele repetirse en un indeterminado número de empresas familiares. Muchas terminan desapareciendo de la escena cuando las intrigas y los enfrentamientos pasan a convertirse en odios africanos entre los miembros de una misma familia, aunque una rama sea postiza.
Esta es la truculenta historia que se vive y se ha vivido en una de las empresas más emblemáticas que tiene España, de la que se ha llegado a decir que es, junto con la Liga de fútbol, una de las pocas cosas que todavía vertebra a esta vieja nación.