Ignacio García (Madrid, 1977) señala en varias ocasiones hacia el cartel de la nueva edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro, que arranca el próximo jueves. Lo preside Juana de Asbaje, más conocida como sor Juana Inés de la Cruz, autora de obras como Los empeños de una casa o Amor es más laberinto. Ella encarna los dos aspectos que presiden la senda iniciada por García desde su estreno en el certamen el pasado año: sor Juana es mujer y nació en el Virreinato de Nueva España, en lo que hoy sería Tepetlixpa, una ciudad del Estado mexicano de Morelos. Dos vías abiertas: hacia la mitad del mundo, y hacia ese otro mundo que está detrás del Atlántico.
De las 44.000 entradas que Almagro saca a la venta, un buen pedazo será para ver obras escritas o dirigidas por mujeres. Entre sus estrenos, hay 13 autoras del Barroco —con otros 13 autores de la época—, 25 dramaturgas contemporáneas —como Carolina África o Yolanda Pallín— y 25 directoras —como Helena Pimenta, Carme Portaceli o Natalia Menéndez, anterior cabeza del festival—. El mismo esfuerzo se ha hecho con respecto a la procedencia de las piezas: de los cinco continentes, solo Oceanía se queda sin representación. A una edición protagonizada por México, país invitado, llegan también creaciones desde Costa de Marfil, Polonia, Estonia, Argentina, Chile o India. Ignacio García apenas puede esconder su orgullo.
Pregunta. ¿Qué conclusiones extrajo de su primer año en Almagro?
Respuesta. Aprendí a creérmelo más. A creer más en el patrimonio. A creerme que el espectador quiere disfrutar con el drama, con la comedia, con el auto sacramental, con la picaresca. A que el público de Almagro es muy variopinto, y la manera de llegar a todos es ofrecer Siglo de Oro para todos, desde una versión muy moderna a una más clásica. Durante mucho tiempo, en España se ha pensado que el Siglo de Oro era una cosa para pocos, y no tiene por qué. Los anglosajones no piensan que Shakespeare sea para todos. Lo más importante que aprendimos es que un festival tan grande solo se hace entre todos. Un festival tiene que ser dos cosas a la vez: una fiesta, como su nombre indica, y un espacio de pensamiento. Hay unos versos de Martínez de la Rosa sobre Cervantes, en los que dice: “Gloria al ingenio fecundo/ festivo a un tiempo y profundo”. Yo creo que el Siglo de Oro es eso: festivo, con El perro del hortelano o La dama duende; y con La vida es sueño o La hija del aire, reflexiones muy profundas sobre lo que somos individual y colectivamente.
P. Empezamos hablando de la producción, y luego acabamos con el campo más agradable, la programación…
R. Todo es agradable. Es duro y trabajoso, pero agradable.
P. Uno de los aspectos de los que hablaba la anterior directora, Natalia Menéndez, era de lo que supuso tener que hacerse cargo de la deuda que acumulaba el festival, o de lo trabajoso de sacar adelante la Fundación que lo rige ahora. ¿Sintió que se había quitado un peso de encima llegando cuando todo eso ya estaba hecho?R. de los que hablaba
No fue fácil, porque nosotros el año pasado terminamos de pagar la deuda, todavía nos tocó un poco, no era una parte grande pero era una parte. Y luego nosotros llegamos en la edición 41, después de los fastos de la 40, que había tenido unos aportes presupuestarios superiores, y además en una situación de bloqueo presupuestario: no hemos podido tener más presupuesto porque no se han aprobado los Presupuestos Generales del Estado. Pero nosotros no queremos quejarnos de eso, porque no es nuestra función, nuestra función es sumar a más gente al Siglo de Oro. Creo que la dificultad nos hizo tener que aprender a llamar a mucha gente. Y es poco ilusionante llamar a la gente para pedir dinero. Llamamos para pedir miradas y contenidos. Varios ejemplos. México, generosísimamente, trae 16 compañías cuyos viajes y costos artísticos asume México, desde el Gobierno federal hasta distintos Estados. Eso es importante desde el punto de vista de producción, pero lo es más desde el punto de vista filosófico: ellos nos van a enseñar qué es el Siglo de Oro para ellos, nos van a dar una nueva mirada. El Instituto de la Mujer nos está ayudando a ver esta panorámica de las mujeres que estuvieron olvidadas después del Siglo de Oro, aunque en su época tuvieran una labor considerable. La ONCE nos ayuda no solo económicamente, sino conceptualmente. O incluso los patrocinadores.
P. Pero la limitación al crecimiento del festival no es solo presupuestaria: Almagro es un pueblo de 9.000 habitantes, las plazas hoteleras o los espacios de representación son los que son… ¿Cómo puede crecer el festival con estos límites?R.
Claro que hay límites. Ya es una barbaridad vender 2.600 o 2.700 entradas al día es un pueblo de 9.000 habitantes. Eso no pasa en ningún otro lugar del mundo. Ni siquiera Stratford vende esa proporción. Nuestra pelea ha sido por conseguir recursos para traer a más gente. Hemos conseguido más financiación privada: hemos conseguido que esté Globalcasa, Vino de Valdepeñas, Seguros Santa Lucía... Que nadie piense que está fuera del Siglo de Oro: quien tiene berenjenas, que aporte berenjenas de Almagro; quien tiene vino, que aporte vino; quien tenga ideas, que aporte ideas. Y hay más espacios: el año pasado abrimos un palacio del siglo XVI. Somos orgullosos herederos de lo que recibimos: al invento del off, que es una aportación de la anterior dirección y de Natalia, hay que darle valor , así que el año pasado lo trasladamos a un espacio más grande, donde las compañías tienen mejores condiciones de escenificación. Lo más difícil para ser un festival más grande es imaginárselo.
P. Comenta que se han esforzado por conseguir nuevos patrocinadores. Otra de las quejas de fundaciones como esta ha sido contra la ausencia de una Ley de Mecenazgo. ¿Cómo han funcionado sin ella?
R. Es verdad que tenemos una cuenta pendiente en el país: necesitamos mejores cauces para que las empresas aprendan a invertir en mejores condiciones. Yo sigo traumatizado, porque vengo de vivir algunos años en América, en toda América, desde Estados Unidos hasta el Sur, y allí he visto cauces mucho más propicios. Es más, hay empresas españolas que me han apoyado en proyectos allá pero no me apoyan en el Festival de Almagro porque las dificultades que tienen son mucho mayores y los beneficios fiscales que tienen son mucho menores. Pero nosotros somos incansables, porque una cosa es el beneficio fiscal que tienen las empresas, pero otra cosa es el sentido de responsabilidad social y el beneficio de imagen y participación. Ahora tenemos una buena aportación económica de empresas, y será mayor cuando haya una Ley de Mecenazgo, pero lo que no vale en el mundo de la cultura ni en ningún otro es quejarse de las dificultades para no hacer la labor que nos toca.
P. Cultura aporta una gran parte del presupuesto total del festival. ¿Hacia dónde han ido las conversaciones con el Ministerio? ¿Ha pedido más presupuesto para el futuro? ¿Qué le han respondido?
R. Necesitamos más, pero ahora no se puede dar en la subvención nominativa porque los presupuestos están congelados. Aun así, todas las instituciones han apoyado más. Tanto en año pasado como este, la Compañía Nacional, que depende del Ministerio, ha tenido 28 días de función, que es un máximo histórico y una gran aportación. La ampliación del festival no tiene que ver con que gestionemos más dinero. Necesitamos un poquito más, sí, entre otras cosas porque 70 compañías exigen un trabajo por parte de nuestro equipo técnico y administrativo, y necesitamos contratar a más gente y cubrir a los que ya están por el trabajo extra que hacen. Pero no está en nuestro afán que el presupuesto sean más y más millones. Si hay instituciones que aportan en especie, y además aportan su visión, si el Ayuntamiento de Almagro, si la Diputación Provincial, si la Junta de Comunidades, además del dinero que ya dan, quieren traer la compañías del territorio para que den su visión del Siglo de Oro, para mí es mejor que que me den el dinero, porque va a dar una mirada más amplia. Nosotros hablamos de la democratización del acierto y de la democratización del error: que los mexicanos o la ONCE tengan derecho a equivocarse o acertar, porque nada nos garantiza que nosotros vayamos a equivocarnos menos. Nos gusta que haya cauces para que los contenidos lleguen al festival sin estar tutelados por nosotros.
P. Habla de la necesidad de ampliar lo que significa el Siglo de Oro y mirar a nuevas formas de conseguirlo. Una de ellas es ampliar el número de dramaturgas representadas. Pero existe la concepción de que si no se programan escritoras del Siglo de Oro es simplemente porque no existían, o no tenían suficiente calidad. ¿Cómo han superado ese prejuicio?
R. Hay una leyenda negra que dice que el Siglo de Oro era un espacio imposible para las mujeres. Sí era un espacio hostil, y las mujeres tenían que hacer un esfuerzo extra, pero era mucho menos hostil que en la Inglaterra isabelina, donde las mujeres tenían prohibido hasta actuar. En España había grandes actrices, como la Calderona o la Baltasara, había autoras y había empresarias teatrales. Creo que a veces en este discurso de resaltar solo las dificultades que tenían, se victimiza doblemente, porque es verdad que entonces lo tenían difícil, pero ahora lo subrayamos más aún diciendo que no había autoras. No, las que hay, hay que estudiarlas y defenderlas, y no hay mejor tributo para ellas que representarlas, que hacer las obras que tengan calidad. María de Zayas, por ejemplo, es una autora descomunal; Ana Caro de Mallén es una autora formidable, este año hacemos sus dos obras; y Sor Juana es un ejemplo flagrante de injusticia. Sor Juana, por calidad literaria, tendría que estar en los cinco grandes autores del Siglo de Oro: Calderón, Lope, Tirso, Juan Ruiz y Sor Juana.
Por eso esta labor hay que entenderla como una oportunidad y no como una concesión. Pongo un ejemplo: los Desengaños amorosos que hicimos el año pasado, con dirección de Ainhoa Amestoy, fue uno de los grandes éxitos del festival. Lo que hizo Rafaela Carrasco con versos de Sor Juana o de Santa Teresa fue otro de los grandes éxitos del festival. Tenemos que convencernos a nosotros mismos que un Siglo de Oro con mujeres es un mejor Siglo de Oro. Estamos muy contentos de liderar ese camino, porque tampoco hay otro festival en España en el que haya 25 directoras trabajando, y eso nos hace mejor festival.
P. ¿Qué mirada sobre el Siglo de Oro aporta la latinoamericana? ¿Qué tenemos que aprender?
R. Una mirada sin prejuicios. El gran teatro del mundo, Calderón, hecho con máscaras mexicanas. Nosotros tenemos una actitud más reverencial y ellos son más canallas, más lúdicos. América es un continente más joven, la sociedad está cambiando más deprisa y están entendiendo mejor, en mi opinión, cómo la cultura puede transformar la sociedad, desde el sistema de orquestas de Venezuela a los programas artísticos con niños y jóvenes en riesgo de exclusión social que hay en México, Colombia o Perú. Son un ejemplo de vitalidad cultural. Y es una mirada muy diversa: no tiene nada que ver, por supuesto, lo que hacen los mexicanos con lo que hacen los argentinos, los colombianos o los chilenos. En el XVI, había un territorio común de la lengua y de la cultura, y nuestra obligación es dejar de hablar de Siglo de Oro español para hablar de Siglo de Oro en español. La frondosidad de la lengua que tiene Sor Juana, probablemente influida por su conocimiento de la lengua indígena, el náhuatl, no se puede perder. Y hoy en día. ¿De dónde son los últimos cuatro directores que han ganado el Oscar? De México. La pujanza de México en el trabajo narrativo es impresionante.
P. ¿Cómo dejar de considerar que nuestra visión del Siglo de Oro es el centro, y lo demás son propuestas marginales o complementarias? ¿Cómo situar esas miradas en plano de igualdad?
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R. Ha habido un eurocentrismo tiránico en la visión cultural del Siglo de Oro. Yo he tenido la gran fortuna de pasar años viajando, y de hacer cosas como el Kijote Kathakali [la obra de Cervantes interpretada por una compañía de teatro Kathakali india]. Cuando un grupo de autores y actrices de Costa de Marfil, un país que ha salido hace poco de la guerra civil, lee Fuenteovejuna y entienden de una manera clarividente que los dos temas fundamentales de esa obra son el abuso de poder y la violencia contra las mujeres, cuando entienden que esa obra habla de ellos mismos, y que ellos a quieren traducir con música suya, con danza popular, con un reparto paritario, nos damos cuenta. Nuestro modelo, no por mala fe, sino por hábito, es a veces un tanto rígido. Por ejemplo, con los repartos paritarios. Hemos visto cómo las obras de otra época se ambientan en otra época, usan otros elementos escenográficos, pero sigue siendo un mundo tiránico en el que los repartos son 10 actores y 2 actrices. En otros países lo leen de una manera más libre, y se plantean alterar la composición de los elencos, a veces para que sean todos hombres, como en el caso del Kathakali, y a veces para que sean paritarios, como en esta obra marfileña.
Nosotros hablamos mucho del Barroco de ida y vuelta, y cómo el Siglo de Oro volvió de América siendo mejor. Cuando Sor Juana escribe Inundación castálida, aun imitando modelos españoles en su escritura, aporta algo que no existía en ese momento: una luminosidad, un color, un aroma. A mí me gusta la metáfora culinaria: en España no había tomate, no había patata, no había pimiento. ¿Alguien puede entender hoy la cocina española sin esos ingredientes? ¿Cómo vamos a entender La Mancha sin pisto manchego? ¿O cómo van a entender en México los tacos de carnitas si allí no se comía proteína animal, salvo el pavo, el guajolote? Si podemos entender este enriquecimiento recíproco, y destruir un modelo eurocéntrico, habremos ganado.
Ignacio García (Madrid, 1977) señala en varias ocasiones hacia el cartel de la nueva edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro, que arranca el próximo jueves. Lo preside Juana de Asbaje, más conocida como sor Juana Inés de la Cruz, autora de obras como Los empeños de una casa o Amor es más laberinto. Ella encarna los dos aspectos que presiden la senda iniciada por García desde su estreno en el certamen el pasado año: sor Juana es mujer y nació en el Virreinato de Nueva España, en lo que hoy sería Tepetlixpa, una ciudad del Estado mexicano de Morelos. Dos vías abiertas: hacia la mitad del mundo, y hacia ese otro mundo que está detrás del Atlántico.