Ignacio Sánchez-Cuenca: "Quitando Irlanda del Norte, España es el país más violento de Europa"

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Hubo un tiempo en que la violencia política de izquierdas acaparaba el debate en toda Europa. El GRAPO en España, las Brigadas Rojas en Italia, la RAF (o Baader-Meinhof) en Alemania. Las motivaciones de sus integrantes y las consecuencias de sus crímenes han hecho correr ríos de tinta. Pero el politólogo Ignacio Sánchez-Cuenca, también colaborador de infoLibre, no está tan interesado en el detalle como en la imagen global. ¿Qué pasó para que países como Austria, Holanda o Reino Unido no sufrieran terrorismo revolucionario mortal? ¿Qué particularidades tiene España e Italia para haber vivido respectivamente 95 y 172 bajas desde los años setenta? ¿Por qué en unos territorios los muertos se cuentan por decenas y en otros bastan los dedos de una mano? ¿En qué se parecen esos países y en qué se diferencian?

Sánchez-Cuenca trata de dar respuesta a estas preguntas en Las raíces históricas del terrorismo revolucionario, su nuevo libro, que la editorial Catarata publica el 8 de febrero. El volumen nace de una investigación académica publicada previamente en la Cambridge University Press, y se basa en un análisis comparado que busca entender "la especificidad y las consecuencias de cada grupo armado", así como los condicionantes comunes a todos ellos. "Todos los casos se produjeron a la vez en el tiempo, en los años setenta, en países más o menos similares, y todos los grupos tienen un aire de familia muy fuerte", señala el politólogo. Su investigación le lleva a mirar las características de la sociedad en la que se produjeron, como el número de manifestaciones o el PIB. Pero también le lleva más atrás, décadas antes de que se disparara la primera bala, antes incluso de que aquellos jóvenes aspirantes a revolucionarios hubieran nacido. 

Pregunta. El libro no trata el terrorismo nacionalista, algo importante para el lector español, porque ETA aparece en algunos momentos pero no forma parte del estudio. ¿Por qué esta decisión?

Respuesta. Lo que buscaba era entender esta ola de violencia armada, que tiene una unidad interna muy fuerte. Si introducimos casos que se alejan de esto, como el terrorismo nacionalista, ya hay que buscar otras explicaciones. Entiendo que hay cierta confusión porque muchos grupos nacionalistas de los setenta adquirieron una retórica muy socialista, pero creo que en última instancia todos ellos tenían una reivindicación territorial, mientras que los grupos revolucionarios puros no buscan tener un territorio para ellos, sino una revolución que acabe con el capitalismo y con la democracia burguesa. Sobre ETA y el IRA se han escrito toneladas de trabajos, en cambio, sobre el terrorismo rojo o revolucionario hay mucho menos. Por ejemplo, sobre el GRAPO no hay prácticamente nada escrito. Había un terreno virgen: ¿por qué en los países ricos, que son países bastante tranquilos en general, de repente en los años setenta surgen estos grupos pequeños que empuñan las armas?

P. ¿Por qué un grupo como el GRAPO no ha suscitado tantos estudios?

R. Nunca se le ha tomado muy en serio, también porque tenía un primo de Zumosol que era ETA. ETA mata a unas 850 personas a lo largo de su trayectoria, y el GRAPO mata a casi 90. Pero eso no lo explica todo: el GRAPO fue un grupo muy esotérico, muy de mirarse hacia adentro. Había muy poca información del núcleo central, y eso siempre lo rodeó de un halo de misterio. Encima, en la izquierda española hubo una sospecha muy generalizada de que en realidad el GRAPO era un grupo infiltrado por los servicios secretos españoles, una conjetura que no se sostiene. Pero el ser tan secretistas ha hecho que no se le prestara atención: conocemos a grandes rasgos los atentados que cometió, pero sobre su organización interna o el perfil de sus miembros existe muy poca información. Y hay cosas fascinantes: la primera operación policial potente contra el GRAPO detiene a su cúpula en Benidorm, donde habían situado su cuartel general. Imagina a esos terroristas clandestinos, con un maoísmo dogmático, viviendo entre los turistas británicos.

P. Hay una idea popular, la del Spain is different, que impregna de distintas maneras el concepto que tenemos de nuestro país. Haciendo este análisis comparado, ¿qué ha visto de España que realmente sea particular con respecto a los demás países analizados?Spain is different

R. Es verdad que España tiene unas características especiales. Es el único país de Europa occidental que tuvo a la vez todos los tipos de terrorismo: el terrorismo nacionalista de ETA, el terrorismo revolucionario del GRAPO y en menor medida del FRAP, y el terrorismo de extrema derecha. Eso hizo que los años setenta y ochenta fueran excepcionalmente violentos, mucho más que en cualquier otro sitio de Europa con la excepción de Irlanda del Norte, donde el conflicto nacionalista y sectario entre la comunidad protestante y católica derivó en un número de víctimas mortales muy superior, por encima de 3.000 personas. Quitando Irlanda del Norte, en una situación casi semicolonial, España en el país más violento de Europa. Y además tiene una tradición muy larga de violencia: hemos tenido más guerras civiles que la mayor parte de países europeos, culminando con la gran guerra civil del 36, hemos tenido unos niveles de represión brutales durante el franquismo, y la transición española fue más violenta que la griega o la portuguesa. Aunque eso no quiere decir que seamos un país fallido o que está condenado a perpetuidad a repetir estos ciclos de violencia. 

P. Divide en dos grandes tipos los posibles indicadores que explican el surgimiento del terrorismo revolucionario: de un lado, los indicadores contemporáneos a esos grupos, de otro lado los históricos. ¿Hay alguno que haya sido tradicionalmente menos valorado por la investigación?

R. Cuando se ha abordado el estudio de los terrorismos de izquierdas, casi nunca se piensa en el pasado. Se piensa en factores coyunturales: la crisis del petróleo en el 73, el efecto de las movilizaciones populares de mayo del 68, los niveles de paro o de apertura política... Lo que trato de hacer aquí es más bien mirar hacia atrás. ¿Qué sentido fijarse en la historia, si estos grupos eran muy pequeños y por tanto tiene que haber un elemento de contingencia muy fuerte? La sorpresa para mí es que a pesar de ser fenómenos que involucran a tan poca gente, sí guardan una relación con corrientes históricas muy de largo plazo, a veces de varios siglos.

P. De los elementos históricos que analiza, desde la presencia de autoritarismo político a la de guerras civiles, ¿hay alguno que le sorprendiera especialmente?

R. Lo que más me asombró es descubrir que los países que tuvieron terrorismo letal de izquierdas habían vivido una quiebra de la democracia en el periodo de entreguerras. No es una correlación perfecta, pero es casi perfecta. ¿Por qué no es perfecta? Porque Austria en el periodo de entreguerras tuvo un golpe de Estado y una dictadura de derechas, y sin embargo luego no tuvo terrorismo de izquierdas en los años setenta y ochenta. Todos los demás casos de dictadura en los años veinte y treinta, desarrollan 40 años después terrorismo revolucionario. Esto fue lo que me puso sobre la pista de que tenía que haber unas corrientes subterráneas en la historia que favorecieran que estos grupos cuajaran.

P. Insiste también en la importancia del triunfo de la democracia liberal y de la integración de las clases trabajadoras y del triunfo de la democracia liberal.

R. Sí. En los países donde se consiguió algún tipo de acuerdo entre empresas y trabajadores, los partidos socialistas fueron reformistas todos ellos. En los países en los que la clase obrera fue reprimida virulentamente por las fuerzas de seguridad con el apoyo de los capitalistas, allí los partidos de izquierdas se volvieron más radicales y revolucionarios, y los partidos comunistas tuvieron más éxito. Eso explica que se generara una tradición de radicalismo ideológico, algo que no tiene por qué transformarse en violencia necesariamente. La clave está en entender que la tensión entre capital y trabajo es lo que genera mayor radicalismo en la izquierda, y ese mayor radicalismo es un caldo de cultivo para que en unas ciertas circunstancias pequeños grupos decidieran coger las armas y empezar a matar.

P. Llama también la atención que hechos ocurridos en los años treinta, con décadas de por medio y cambios políticos enormes, deje una huella tan profunda en los setenta. Eso hace que el lector se pregunte cuánto duran los efectos de ciertos acontecimientos históricos.

R. Ahora hay una corriente en las ciencias sociales que intenta mostrar las huellas presentes de sucesos que tuvieron lugar hace cientos de años. Hay investigaciones apasionantes al respecto, como la que ha mostrado que los lugares donde hubo más antisemitismo en los años veinte y treinta en Alemania son los mismos que, durante la peste negra en el siglo XIV, hicieron mayores ataques contra la población judía. Yo ahora mismo investigo sobre cómo la desigualdad de la tierra en España en el siglo XIX está asociada todavía hoy con el voto a la izquierda, porque este es más fuerte en aquellas provincias donde la relación entre los jornaleros y los terratenientes fue más tensa. ¿Quiere decir ello que la historia no se puede superar y que hay un determinismo histórico? No. Sin la chispa de las movilizaciones el 68 no se habría encendido el fuego del terrorismo. Pero una vez que la chispa se produce, se incendia en algunos lugares y en otros no. ¿Por qué, a pesar de que la chispa esté en todos ellos? Por las condiciones históricas de largo plazo. Pero hay un margen amplio para la contingencia.

P. Utilizando esa misma metáfora, ¿se concluye de la investigación que en España hay oxígeno para la violencia, un oxígeno que tampoco podemos despreciar hoy?

R. Sí. Como decíamos antes, España tiene una tradición muy larga de conflicto violento. Pero también es verdad que a medida que el país se ha ido desarrollando, y pareciéndose cada vez más a otros países occidentales europeos, las posibilidades para la violencia son cada vez más remotas. En otra investigación académica sí he podido demostrar junto a mi colega Luis de la Calle que la violencia terrorista se concentra sobre todo en países que no son ni muy ricos ni muy pobres. Si son muy pobres no tienen terrorismo, porque cualquier conflicto armado se transforma en una guerra civil. Y si son muy ricos, la población se vuelve más cauta, el Estado es más fuerte. Donde se ve más terrorismo es en los países que tienen un grado de desarrollo económico medio, como podía ser España en los setenta y ochenta. En el siglo XXI, España ya está en la zona alta de desarrollo económico, y por lo tanto la posibilidad de un grupo armado con continuidad en el tiempo es muy baja. Afortunadamente.

P. Entre los condicionantes contemporáneos al surgimiento de los grupos terroristas, trata de medir el apoyo popular a la izquierda radical. Y en ese sentido se interesa por la correlación entre el apoyo a los partidos comunistas y la aparición de la violencia revolucionaria. ¿Cómo funciona este lazo?

R. En los países donde hay partidos comunistas fuertes tiende a haber más terrorismo de izquierda. Uno podría pensar entonces que los comunistas de alguna forma apoyaban con la boca pequeña a los grupos terroristas, pero no es así: todos los partidos comunistas adoptaron una posición muy crítica hacia los grupos armados, pensaban que les perjudicaba para sus perspectivas electorales, porque habían hecho una apuesta para llegar al poder de manera democrática. Si los partidos comunistas rechazaban la violencia, ¿por qué es en los países donde tienen más apoyo donde se observa mayor terrorismo? Para tratar de responder a esa aparente paradoja lo que intento argumentar es que la fuerza de los partidos comunistas tiene que ver con la relación entre capital y trabajo de la que ya hemos hablado. Cuando el capital reprime al trabajo, radicaliza a los partidos de izquierdas y surgen partidos comunistas fuertes. De ese radicalismo ideológico se nutren los elementos más extremistas que luego toman las armas. Pero no son precisamente los miembros del Partido Comunista quienes las toman; ellos están más a la izquierda del PC y desafían su hegemonía política en Italia, en España o en Grecia. Donde más tensión hubo en ese sentido fue en Italia, donde las Brigadas Rojas llegaron a matar a un militante del PCI, Guido Rossa, y fue algo muy traumático para el mundo comunista.

P. Estudia otro posible detonante, que es la desigualdad. Hay una idea que se ha repetido durante las últimas crisis: “No sé cómo la gente no sale a quemar cosas”. ¿Tiene sentido esta intuición popular?

R. Creo que nadie ha encontrado que la desigualdad económica tenga un efecto sobre el terrorismo. Sí se ha encontrado el efecto de la desigualdad horizontal, entre grupos: en Irlanda del Norte, se podría decir que la comunidad católica estaba discriminada con respecto a la protestante. Y uno puede decir: es que en Europa a lo mejor los niveles de desigualdad no son tan fuertes como en otros lugares, vámonos a Oriente Medio. Pero ni siquiera allí eso se ve con claridad.

P. Otro indicador: la protesta social, que supone también esa chispa del 68. ¿Pero cómo unas protestas en primera instancia pacíficas pueden acabar convirtiéndose en esa chispa? ¿Por qué tiene tanto peso este indicador?chispa

R. Cuando hay muchas protestas en la calle, quiere decir que el sistema político no está funcionando como debería. Un sistema político bien engrasado no necesita manifestaciones, porque las demandas populares se canalizan a través de las instituciones. Por eso, para entender el terrorismo revolucionario, hay que entender que se da sobre todo en aquellos países en los que había un fermento de protesta fuerte que hacía que la gente no viera con legitimidad el sistema político. ¿Pero cuál es la relación exacta entre violencia política y manifestaciones? Es muy habitual que la violencia armada surja en contextos de movilización popular, pero cuando esta ya ha alcanzado el pico y está yendo hacia abajo. Entonces, los más radicales del movimiento intentan compensar esa pérdida de apoyo popular con armas, pensando que así van a conseguir la influencia que no están logrando entre las masas. Allí donde hay un apoyo masivo, no hace falta violencia. Pienso en la campaña de derechos civiles de la comunidad negra en Estados Unidos o la lucha por la independencia en la India. Y al revés: en Irlanda, el IRA empieza a matar cuando la protesta de los católicos pierde fuelle.

P. En el libro señala cómo influyen en la vida de un grupo terrorista revolucionario por una parte el apoyo social y por otra parte la capacidad del Estado. Esto recuerda al debate en torno a quién había logrado el fin de ETA, si la sociedad dándole la espalda o el Estado haciendo detenciones. En esta investigación, se le da más importancia al efecto del apoyo social. ¿Por qué?

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R. Los grupos terroristas consiguen sobrevivir porque cuentan con un apoyo que se traduce en que algunas personas les ayudan con pisos francos, con información, engañando a la policía... Eso es fundamental. En el caso específico del terrorismo de izquierdas, el argumento es que se dio en países parecidos donde el Estado tenía una fuerza equivalente —con algunas desviaciones curiosas: en Grecia la policía fue incapaz de detener a un solo terrorista entre 1965 y el año 2000—. El patrón en los distintos países era constante: la policía descubría la cúpula de la organización, la organización sufría una crisis, se regeneraba y volvía a actuar. Pero para que se regenerara era necesario que tuviera un apoyo social. Se ve muy bien en Alemania: la primera generación de la Fracción del Ejército Rojo en menos de dos años están todos en la cárcel, pero el grupo se reconstituye. Esto no quiere decir que fueran populares y que la gente les vitoreara, pero sí había ciertos círculos en la izquierda radical que estaban dispuestos a echar una mano. Esa es la razón última por la cual este ciclo de violencia fue tan largo.

P. Es curioso, porque estos grupos resultan fascinante precisamente por su secretismo, cuando se demuestra que precisamente existen por su dimensión colectiva y porque no estaban tan aislados.

R. No, no eran como una secta religiosa. Son procesos más complejos. En general, todos los grupos están sometidos a la misma tensión: necesitan apoyos en la sociedad, pero solo sobreviven en el secretismo absoluto. Oscilan entre la necesidad de estar presentes en grupos afines ideológicos y las condiciones de clandestinidad. A medida que pasa el tiempo y estas organizaciones se ven acosadas por la policía, se ven obligadas a redoblar las medidas de seguridad, y cuanto más fuertes son estas más se aíslan de la sociedad. Se van volviendo más autorreferenciales y más anacrónicas. Que el GRAPO a finales de los años noventa todavía matara para conseguir un régimen maoísta en España es delirante. Pierden contacto con la clase obrera a la que dicen representar, y la clase obrera les mira como si fueran unos marcianos.

Hubo un tiempo en que la violencia política de izquierdas acaparaba el debate en toda Europa. El GRAPO en España, las Brigadas Rojas en Italia, la RAF (o Baader-Meinhof) en Alemania. Las motivaciones de sus integrantes y las consecuencias de sus crímenes han hecho correr ríos de tinta. Pero el politólogo Ignacio Sánchez-Cuenca, también colaborador de infoLibre, no está tan interesado en el detalle como en la imagen global. ¿Qué pasó para que países como Austria, Holanda o Reino Unido no sufrieran terrorismo revolucionario mortal? ¿Qué particularidades tiene España e Italia para haber vivido respectivamente 95 y 172 bajas desde los años setenta? ¿Por qué en unos territorios los muertos se cuentan por decenas y en otros bastan los dedos de una mano? ¿En qué se parecen esos países y en qué se diferencian?

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