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¿Por qué se mata en nombre de la clase obrera? 'Las raíces históricas del terrorismo revolucionario'
En Las raíces históricas del terrorismo revolucionario (Catarata), el politólogo Ignacio Sánchez-Cuenca se pregunta por qué motivos en la década de los setenta surgieron grupos armados de izquierda en algunos países desarrollados, mientras que en otros apenas dejaron huella. Para responder a esta cuestión, el profesor de la Universidad Carlos III, también colaborador de infoLibre, mira a los condicionantes inmediatos de la formación de los grupos terroristas —como el nivel de protesta social o la desigualdad económica—, pero también analiza algunos factores históricos, como si el país en cuestión había sufrido o no una ruptura de la democracia y un régimen autoritario, o si los terroristas contaban o no con el apoyo social. infoLibre publica un extracto del libro, que llega este lunes 8 de febrero a las librerías, donde se aborda precisamente esto último: ¿la existencia de una izquierda radical fomenta la aparición del terrorismo revolucionario?
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¿Cómo se puede explicar la sorprendente asociación entre los acontecimientos de entreguerras y el terrorismo revolucionario en 1970-2000? Para formular respuestas a esta pregunta, sigo una doble estrategia. Por un lado, exploro en este capítulo una explicación histórica en la que los hechos del periodo de entreguerras generan condiciones que hacen más probable el surgimiento de la violencia terrorista algunas décadas después. Volviendo a la metáfora de la chispa y el oxígeno, se podría decir que el oxígeno que alimentó el fuego provocado por la chispa de las movilizaciones estudiantiles a fines de la década de 1960 se creó en los países no liberales durante los años tumultuosos entre las dos guerras mundiales.
Por otro lado, en el próximo capítulo presento un enfoque más sociológico en el que se analizan tanto los patrones de desarrollo del periodo de entreguerras como la variación entre países con respecto a la intensidad del terrorismo revolucionario como dos manifestaciones de condiciones más profundas. En concreto, sugiero que la presencia de valores y orientaciones individualistas puede ser de gran ayuda en la explicación de los diferentes patrones de desarrollo que siguen los países, siendo el terrorismo revolucionario una característica más de estos patrones.
Los enfoques histórico y sociológico no son necesariamente incompatibles. El explanandum es lo suficientemente complejo y rico como para prestarse a diferentes estrategias explicativas. La asociación entre la situación de entreguerras y el terrorismo revolucionario presenta múltiples ángulos, con varios estratos históricos y políticos que pueden requerir diferentes herramientas analíticas en cada caso. Gran parte de la complejidad procede del diferente estatus ontológico de los dos fenómenos que intervienen en la asociación o correlación: mientras que el patrón de desarrollo de entreguerras es un fenómeno macro que configura una dinámica político-económica, el terrorismo revolucionario es un fenómeno micro relacionado con las decisiones tomadas por un puñado de individuos que actuaron clandestinamente. En general, los mecanismos que van de lo macro a lo micro son más difíciles de precisar que los que van de lo micro a lo macro a través de un proceso de agregación de comportamientos individuales. La influencia de los factores sistémicos en el comportamiento individual no puede demostrarse de forma directa. Esta dificultad se ve agravada por el hecho de que existe un desfase entre los dos fenómenos de más de tres décadas.
El mecanismo que exploro en este capítulo se basa en la relación entre los terroristas revolucionarios y lo que llamaré su comunidad de apoyo, la izquierda radical. En el nivel más abstracto, la idea es que la comunidad de apoyo puede imponer restricciones al alcance de la lucha armada. Cuando la mayoría de los activistas de la izquierda radical no aprueban la realización de ataques letales, los terroristas pueden perder apoyo si deciden matar. En tal caso, hay un dilema para los terroristas entre mantener el apoyo popular dentro de los círculos de la izquierda radical y la espectacularidad y el impacto político de los ataques armados. Si el apoyo se agota por completo, los terroristas quedan aislados y han de afrontar graves dificultades para sobrevivir. La comunidad de apoyo es crucial para proporcionar un mínimo de legitimidad a los terroristas y ayudarlos con inteligencia, refugio y nuevos miembros (...).
Hay una literatura amplia sobre la importancia del apoyo popular en la reproducción de los grupos armados (...). Cuando los seguidores están tan radicalizados como los propios terroristas, estos últimos pueden actuar sin preocuparse mucho por las reacciones políticas de los primeros. Sin embargo, cuando los seguidores son más moderados, los terroristas tendrán que sopesar las consecuencias para el apoyo que reciben de llevar a cabo ataques impopulares en su comunidad por un lado, y los efectos políticos que estos ataques provocan en la lucha contra el Estado por el otro.
El apoyo al extremismo en la izquierda radical depende en buena parte de la legitimidad del Estado. En lugares en los que se desconfía profundamente del Estado, aumenta el apoyo de los radicales a las acciones contra el sistema, incluidas las letales. Si se cuestiona la autoridad del Estado, la justificación de la violencia letal se vuelve más fácil. La violencia de los grupos armados es, al fin y al cabo, un desafío al monopolio estatal de la violencia. Cuando este monopolio se considera ilegítimo, otros actores pueden reclamar un uso legítimo de la violencia. De acuerdo con la tesis central, la legitimidad estatal será menor en los círculos de la izquierda radical cuando el país tiene un pasado no liberal. En los Estados con una fase no liberal, la izquierda (y, especialmente, la radical o revolucionaria) fue severamente reprimida. Las heridas pueden durar mucho tiempo y convertirse en parte esencial de la memoria histórica del movimiento. El Estado, de este modo, quedará asociado a políticas represivas y excluyentes que podrían resurgir si los activistas desafían nuevamente al sistema. Así, los nuevos episodios de represión pueden ser entendidos por los izquierdistas radicales como un retorno a los viejos tiempos en los que el aparato estatal seguía una estrategia explícita de eliminación de aquellos que se atrevieran a desafiar su autoridad. Esto puede suceder aunque el régimen se haya vuelto democrático: la represión en democracia puede activar dudas y sospechas sobre la naturaleza real del Estado.
Para comprobar si esta conjetura es correcta, haría falta tener datos sobre las creencias y actitudes de las personas que pertenecen a la izquierda radical en torno a la lucha armada y los ataques letales. Por desgracia, esta información no existe, o al menos no está disponible para la muestra de países y el periodo que aquí se analiza. Y, cuando existe, es difícil utilizarla en un análisis comparado (...). Para superar estas limitaciones, procedo en tres pasos, yendo de la evidencia más general a la más específica. Debo advertir que toda la evidencia presentada es indirecta. No obstante, espero persuadir al lector de que los tres tipos de argumento histórico proporcionan una descripción coherente y unificada de varios patrones empíricos que de otro modo serían difíciles de explicar. Se trata, por tanto, de un ejercicio de lo que William Whewell (...) denominó “consilience of inductions”, es decir, el ejercicio mediante el cual una sola hipótesis consigue explicar y conectar resultados que parecían no tener relación entre sí. Dado que la evidencia empleada es indirecta, el poder unificador de la hipótesis aumenta nuestra confianza en ella.
El primer tipo de evidencia es el más general y, como tal, no tiene mucho peso explicativo. Sin embargo, constituye una especie de requisito previo de los otros dos. Según el argumento, deberíamos esperar un radicalismo de izquierda más fuerte en países con un patrón histórico no liberal. En los países no liberales, la izquierda radical fue más fuerte y la represión de la izquierda fue más intensa durante los años de entreguerras. No intento establecer aquí una secuencia causal. Se podría argumentar que la izquierda radical fue una amenaza mayor en ciertos países y por eso la democracia sufrió un golpe reaccionario, o que la izquierda se volvió más radical porque la involución autoritaria implicó un mayor nivel de represión. Cualquiera que haya sido la secuencia real, lo que me gustaría destacar es que una característica común de todos los regímenes autoritarios en las décadas de 1920 y 1930, tanto fascistas como tradicionalistas, consistió en la represión de la izquierda revolucionaria. Esta represión, por traumática que fuera, no hizo desaparecer a la izquierda radical (salvo en Alemania). Lejos de ello, la izquierda supo resucitar y reconstruirse, adaptándose a los nuevos tiempos. Por lo tanto, deberíamos esperar una cierta continuidad histórica en la fuerza de la izquierda radical. Un indicador obvio de cuánto apoyo popular tiene la izquierda radical es la participación electoral de los partidos comunistas. (...) La fuerza nacional de los partidos comunistas en la década de 1970 es una variable crucial en el análisis comparado del terrorismo revolucionario. El apoyo a los partidos comunistas debería ser más fuerte en los países que siguieron el patrón no liberal en sus procesos de desarrollo económico y político.
El segundo tipo de evidencia se basa en una regularidad empírica interesante que se observa en los casos negativos de terrorismo revolucionario. Por casos negativos me refiero a grupos armados revolucionarios que cometieron hechos violentos por motivos de propaganda y, teniendo la capacidad de matar gente, evitaron la violencia letal. Pues bien, los casos negativos se concentran en países en los que la democracia no quebró en el periodo de entreguerras. El colapso democrático es una de las variables que componen el factor de desarrollo de entreguerras que se presentó en el capítulo anterior. Probablemente sea el único elemento de los factores macrohistóricos que podría haber dejado una huella empírica algunas décadas después. Si bien es obvio que los ataques contra las fuerzas de seguridad o contra los políticos en la década de 1970 no tuvieron relación alguna con la cuestión agraria de la década de 1920, el tipo de capitalismo de la década de 1930 o el ritmo de industrialización, por mencionar otros tres componentes del factor de entreguerras, la desaparición de la democracia formó parte de la memoria histórica de la izquierda radical y de los propios terroristas. La memoria antifascista aún estaba viva en la izquierda radical de los países no liberales en los años setenta y ochenta del siglo pasado.
Precisamente porque en los países sin quiebra de la democracia el Estado tenía una mayor legitimidad, la izquierda radical no fue capaz de justificar el extremismo de los ataques letales. En los países liberales, la comunidad de apoyo a los grupos armados no estaba dispuesta a aprobar la muerte de personas.
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La tesis sobre la naturaleza autoritaria del Estado tuvo menos credibilidad en países con un pasado liberal: los terroristas eran muy conscientes de esta limitación y se abstuvieron de atentar contra personas aunque tuvieran la capacidad para hacerlo. En pocas palabras, la violencia contra blancos humanos no tuvo buena acogida entre los izquierdistas radicales en los países de tradición liberal. No se trata solo de que la izquierda radical fuera más fuerte en los países no liberales; ocurre asimismo que las condiciones históricas para la justificación de ataques letales fueron más favorables en estos.
El tercer tipo de evidencia es más detallado, abordando el asunto de la legitimidad del Estado de una manera más directa. Analizo si la represión estatal a fines de los sesenta y principios de los setenta se ve afectada de alguna manera por la trayectoria histórica anterior. La formulación más simple de la hipótesis establece que los países con un pasado autoritario fueron más represivos en las protestas estudiantiles y pacifistas del 68. A partir de mi propia recopilación de datos sobre la represión policial de las movilizaciones del periodo 1967-72, muestro que la muerte de manifestantes por parte de las fuerzas de seguridad tiende a concentrarse en los países que luego sufrieron un terrorismo revolucionario letal. Pero lo verdaderamente interesante es que episodios similares de represión estatal provocaron respuestas distintas en los países de tradición democrática y en los de tradición autoritaria. En países con un pasado dictatorial, la muerte de activistas por parte de las fuerzas de seguridad sirvió de confirmación para la izquierda radical de que la naturaleza democrática del Estado era una farsa, que las elecciones eran una especie de fachada que ocultaba la condición autoritaria última del sistema político. En este contexto de baja legitimidad estatal, la tentación armada resultó más atractiva. Esta clase de reacción no se detecta en los países plenamente liberales a pesar de episodios similares de represión letal. El efecto de la represión, por tanto, está condicionado por la historia política pasada.
Los tres tipos de evidencias (una izquierda radical más fuerte en los países no liberales, la concentración de casos negativos en los países liberales y el impacto diferencial de la represión del Estado) apuntan en la misma dirección: no solo la izquierda radical fue mayor en países con un pasado dictatorial, sino que además la legitimidad del Estado era menor para la izquierda radical en estos países, por lo que los activistas y simpatizantes del movimiento estaban más dispuestos a aceptar la violencia letal que sus compañeros en los países plenamente liberales.