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El imposible diccionario de las palabras bonitas

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"De acceder a lo que pretenden algunos irresponsables de ambos sexos (que no géneros), cuando un extranjero o alguien con poco vocabulario lea en Marsé, Galdós, Clarín, Pardo Bazán o Cervantes “mujer fácil” y desee comprender a qué se refiere el texto, habrá que decirles que se olviden de ello: que el diccionario de la RAE no lo registra ni puede explicárselo porque es una acepción despectiva y machista, y los diccionarios socialmente correctos sólo deben contener palabras bonitas y acepciones agradables, tachando aquello que no lo sea; eliminando todos los usos peyorativos, por mucho que se usen o se hayan usado en otro tiempo y estén en las novelas, en la poesía, en el cine y en el habla de la calle".

Arturo Pérez Reverte, el espadachín de la Academia, terciaba así en una reciente disputa tuitera entre el periodista Juan Ramón Lucas y la política Irene Montero al hilo de las "portavozas" en la que Montero aludió al sintagma "mujer fácil".

 

Fue el pasado 8 de febrero. Un mes después, la RAE a la que Pérez Reverte pertenece modificó la quinta acepción del adjetivo "fácil": ya no será sólo la "mujer que se presta sin problemas a mantener relaciones sexuales" sino la "persona" que así se comporta. Y no fue motu proprio, sino como consecuencia de una campaña en la que, entre otras, intervinieron las niñas de un colegio canario, y después de incluir una marca explicativa en "sexo débil" en la reciente actualización del diccionario digital.

Cabe aquí hacer un inciso: la Academia sigue siendo una institución eminentemente masculina, en el historial de cuyos miembros cabe el dudoso honor de haber rechazado hasta en tres ocasiones a Emilia Pardo porque las señoras no podían formar parte de ese instituto o, más recientemente, a María Moliner. Cuando en una entrevista reciente la académica Soledad Puértolas fue preguntada al respecto, su respuesta fue clara.

 

¿La Academia sigue siendo machista?Esta es una institución lenta, todo lo que tiene que ver con el lenguaje es lento. Esa inercia ha impregnado en esta institución y la realidad es que le ha costado mucho aceptar que aquí puede haber mujeres. Ahora está plenamente admitido, nadie lo pone en discusión. Ya no es un problema de la Academia como institución, sino de algunos académicos.¿Quiere decir que hay académicos con ramalazo machista?Claro, como en la sociedad en general. Unas veces notas esos ramalazos machistas con una claridad brutal y otras son más sutiles.

El lujo y quien lo trujo

Pero no todo es cuestión de sexo y género. Esta misma semana ha trascendido que el  Círculo Fortuny, "asociación sin ánimo de lucro nacida para unir en un foro común al sector español de las marcas culturales y creativas de prestigio y promover y defender su entidad propia", ha pedido a la RAE que modifique la definición de "lujo" porque considera la existente "bastante negativa" y manifiestamente mejorable.

Su lamento, que el presidente del Círculo, Carlos Falcó, marqués de Griñón, explicó a la agencia EFE, es que el diccionario identifique el "lujo" con "algo reservado a los ricos y que, de alguna manera, es ocioso y no sirve para nada".

Lo peculiar de este caso es que el director de la institución, Darío Villanueva, y el presidente de honor de la mentada asociación, Enrique Loewe, se habían comprometido a "buscar una definición mejor; y están en ello". Un extremo confirmado desde la Academia: "Está en revisión", dijeron fuentes de la institución a El País, y de producirse, el cambio llegará en diciembre.

En definitiva, una actitud que algunos consideraron solícita en exceso, si no directamente servil, y bien diferente de la mantenida ante otras peticiones (las firmadas por gallegos, gitanos, judíos… deseosos todos ellos de eliminar las acepciones negativas relacionadas con ellos), cuando en la respuesta oficial se imponía esa prudencia que hay quien no comprende pero que los especialistas defienden para garantizar el rigor del trabajo lexicográfico.

La postura de la RAE ha sido siempre la que, por ejemplo, sus portavoces volvieron a defender tras la difusión del vídeo antes citado: es su misión "no censurar el diccionario", un compendio que "siempre es revisable" y cuya "obligación" es "registrar las voces o expresiones que usan o han usado los hablantes", dar "claves de lectura" necesarias para "poder interpretar adecuadamente los textos".

Obviamente, no reniegan de la necesidad de evolucionar, pero siempre dejando que las palabras se asienten, sometiéndolas al estudio de sus especialistas y a debate con las academias hispanoamericanas.

Pero, de un tiempo a esta parte, la aceleración de la vida parece haber cambiado los ritmos de introducción de vocabulario; y la proliferación de solicitudes procedentes de distintos ámbitos políticos y sociales, sobre todo firmados por mujeres, ha obligado a los responsables de la Academia a analizar un sinfín de peticiones sin someterse a los dictados del lenguaje políticamente correcto.

Una batalla con cierta solera

En 2012 vio la luz un informe sobre Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer firmado por el catedrático de Lengua Española de la Universidad Complutense de Madrid y miembro de la RAE Ignacio Bosque. En él, se analizaban las "guías de lenguaje no sexista" editadas por universidades, comunidades autónomas, sindicatos, ayuntamientos y otras instituciones, manuales en los que a partir de algunas premisas que el autor consideraba correctas, "se deduce una y otra vez (…) una conclusión injustificada que muchos hispano hablantes (lingüistas y no lingüistas, españoles y extranjeros, mujeres y hombres) consideramos insostenible. Consiste en suponer que el léxico, la morfología y la sintaxis de nuestra lengua han de hacer explícita sistemáticamente la relación entre género y sexo, de forma que serán automáticamente sexistas las manifestaciones verbales que no sigan tal directriz, ya que no garantizarían 'la visibilidad de la mujer".

En su defensa de ese trabajo, el a la sazón presidente de la RAE, José Manuel Blecua, aseguró que el Diccionario "no tiene que ser políticamente correcto, sino descriptivamente correcto".

Su sucesor, Darío Villanueva, no se apeó de la idea. "La Academia tiene muy claro cuál es su papel y no va a cambiar de posición ―dijo en una conversación publicada en Letras Libres―. En síntesis: es imposible, es inconveniente e incluso yo diría que es absurdo un diccionario políticamente correcto. El Diccionario recoge la lengua tal como se habla. (…) El idioma que usamos sirve para que requebremos y enamoremos, para que nos portemos bien, para que seamos educados. Pero también sirve para lo contrario: para ser canalla, injusto, grosero, machista. Sería inconcebible un diccionario solo de las palabras bonitas. Sería un diccionario censurado. Y a estas alturas no podemos permitir la censura".

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Posteriormente, en la presentación de la nueva versión digital de su diccionario (la 23.1), el mismo Villanueva insistió en que, a pesar de los necesarios cambios, no habrá "un diccionario políticamente correcto".

Cosa distinta es que, en las sucesivas revisiones, determinadas palabras o acepciones sean marcadas con "ant." (anticuada, que es como figuró las hoy desaparecida "mulier" hasta la 21ª edición) o "desus." (en desuso, como "abracijo") para indicar su situación respecto a los hablantes de hoy en día. Pero más allá de esas indicaciones, la institución sigue considerándose a sí misma "un mero notario de la lengua" que no promueve, ni legitima, ni desaconseja el uso de una palabra: se limita a recogerlo, por lo que, si una acepción está documentada en suficientes textos escritos, su obligación es reflejarla en su repertorio.

Con permiso, claro está, del señor marqués de Griñón.

"De acceder a lo que pretenden algunos irresponsables de ambos sexos (que no géneros), cuando un extranjero o alguien con poco vocabulario lea en Marsé, Galdós, Clarín, Pardo Bazán o Cervantes “mujer fácil” y desee comprender a qué se refiere el texto, habrá que decirles que se olviden de ello: que el diccionario de la RAE no lo registra ni puede explicárselo porque es una acepción despectiva y machista, y los diccionarios socialmente correctos sólo deben contener palabras bonitas y acepciones agradables, tachando aquello que no lo sea; eliminando todos los usos peyorativos, por mucho que se usen o se hayan usado en otro tiempo y estén en las novelas, en la poesía, en el cine y en el habla de la calle".

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