Los mejores deseos

¡Ya es Navidad! Vuelven el turrón, las cancioncillas de siempre en versiones espantosas y las lucecitas, muuchas lucecitas. También las compras desaforadas.

Con inspiración evangélica, cierta derecha española anda lamentándose de la pérdida paulatina de las navidades. ¿Qué navidades? Según algunos estudios, Jesús debió de nacer allá por marzo. O por septiembre. El cristianismo se apropió de festividades más antiguas que celebraban el renacimiento del Sol tras el solsticio de invierno. De ahí las lucecitas. Las navidades cristianas son una fiesta sincrética. La bacanal consumista es también parte de su sincretismo, tomada de esa religión llamada capitalismo.

Mi padre se crió en una granja de una aldeíta gallega. Una familia muy numerosa. Me contaba que, por navidad, los pequeños de la casa recibían como regalo un calcetín con nueces y naranjas. ¿A qué navidad deberíamos volver?

Como persona con firmes convicciones de izquierda, reconozco los males del consumismo. El daño que hace al planeta, la estupidez del despilfarro, la ideología perniciosa que lo mueve y se alimenta de él. Sin embargo, no soy inmune a su atractivo. Mea culpa. Me sé al dedillo la teoría, pero recaigo una y otra vez en la práctica. Como San Agustín anhelando la virtud: “Dios mío, dame continencia, pero todavía no”.

Quizá nos hemos creído demasiado lo del animal racional. Los seres humanos llegan al mundo sin un ápice de racionalidad. El deseo los guía hasta el pecho que los alimenta y así se aferran a la vida. La razón vendrá, si acaso, después.

Sabemos de sobra qué debemos hacer. Qué es saludable comer, cuántas horas dormir, la conveniencia del ejercicio físico, lo inútil de procrastinar, lo nocivo de algunas relaciones... Seguimos comiendo golosinas, trasnochando frente a una pantalla, pagando las cuotas de un gimnasio al que nunca acudimos, estudiando en el último momento para el examen y viéndonos con quién deberíamos cortar. No es necedad. Es que el deseo puede más que las razones.

Si la izquierda no es capaz de generar un deseo alternativo y de dirigir a él nuestra mirada, la lucha está perdida de antemano

La izquierda cree en las buenas razones, los argumentos convincentes, dictaminar lo justo y criticar lo injusto. Nos ofende que, para la derecha, todo esto importe a menudo tan poco. Que, además, se salgan con la suya. La izquierda quiere ganar con la razón, pero tiene perdida la batalla del deseo. Y es el deseo lo que nos mueve.

Por eso reincidimos. Viajes, espectáculos, experiencias gastronómicas, artilugios de toda clase, juguetes para los niños… posibilidades para todos los gustos. Estamos moldeados por el deseo capitalista. Aun cuando percibamos su sinsentido y sus miserias, respondemos a él y en él encontramos satisfacción.

¿Hay que renunciar a la razón? Por supuesto que no. Pero no basta. ¿La solución sería extirpar el deseo? No lo creo posible. Tampoco algo a lo que aspirar. Los seres humanos somos criaturas de deseo. Inútil oponer al deseo la indiferencia o la austeridad. No se trata de negar al oponente y decir no a lo que él dice sí, la estéril estrategia de una izquierda sin propuestas. Si la izquierda no es capaz de generar un deseo alternativo, un deseo diferente, y de dirigir a él nuestra mirada, la lucha está perdida de antemano.

Cuando contenemos el aire unos instantes antes de apagar las velas, ¿deseamos una reserva en ese restaurante, la última versión del móvil más codiciado, unas botas nuevas? Sin saberlo del todo, quizá lo que siempre deseamos es una vida mejor. Feliz navidad.

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Ana Isabel Rábade es filósofa y profesora titular de la Universidad Complutense de Madrid.

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