Los tiempos están cambiando

Se repite mucho últimamente que estamos entrando en una nueva época. Que algunas de nuestras firmes certezas sobre el orden mundial se han desvanecido y tenemos que prepararnos para una nueva situación. Prepararnos con armas, claro.

Cada vez que oigo una enfática declaración sobre el cambio del panorama geoestratégico resuena en mi cabeza la canción de Bob Dylan: Los tiempos están cambiando. Quizá porque hace poco que he visto la película sobre el escurridizo bardo de Minnesota. Como sus espectadores saben, la película no es exactamente un biopic: narra estrictamente cuatro años de la vida de Dylan y no pretende explicar al personaje. Más bien retrata un momento e intenta contar algo. Un jovencísimo Bob Dylan se presenta como la oportunidad para que el viejo folk se renueve lo bastante como para no agotarse y lo bastante poco como para que persista fundamentalmente inalterable. Bob tiene otros planes. Se niega a cantar eternamente la misma canción, a permanecer embalsamado en el mismo estilo. Va a cambiar y va a hacer mucho ruido ⎯en más de un sentido⎯ para demostrarlo. La película termina con la “escandalosa” actuación eléctrica de Dylan en el festival de Newport que marcó, a bombo y platillo, su separación del folk.

De acuerdo con la película, más allá de su incuestionable talento como compositor, las grandes virtudes de Dylan son su sensibilidad para captar el ambiente, lo que sucede, y su empeño en atreverse a capitanear el cambio, en vez de dejarse llevar.

Los tiempos geoestratégicos están cambiando. Es un hecho. Y no tan repentino como algunos parecen pensar

Los tiempos siempre están cambiando. El filósofo griego Heráclito afirmó que no te puedes bañar dos veces en el mismo río: incluso cuando parece remansado, el agua nunca es la misma. Todo fluye. Para una rápida comprobación, bastan las fotos que nos hicimos hace años. Como diría Neruda, nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. E igual sucede con todo. La cuestión es cómo nos enfrentamos al cambio.

Los tiempos geoestratégicos están cambiando. Es un hecho. Y no tan repentino como algunos parecen pensar. Una Europa ensimismada, acostumbrada a creerse el centro de la civilización, no acababa de reconocer que el centro del mundo viraba hacia oriente. Los mohines desdeñosos de Trump hacia la UE y sus guiños a Putin, su nuevo mejor amigo, han despabilado al viejo continente y le han hecho casi entrar en pánico. Trump amenaza con abandonar la OTAN. Se desentiende de la defensa de Europa.

Las amenazas erráticas del presidente de EEUU hacen difícil saber cuándo debemos tomarlo en serio. Lo único claro en su comportamiento es que su aguja imantada siempre apunta fijamente al dinero. ¿Es su amenaza una estrategia para congraciarse con Rusia y alejarla de las seducciones de China, mientras que la UE, por si acaso, vigila a Putin aparentemente por su cuenta? Trump parece un bufón, pero quizá, como Polonio advierte sobre Hamlet, aunque sea una locura, hay método en ello.

Mientras tanto, Europa se apresta a defenderse del colosal enemigo ruso que en tres años no ha podido con la maltrecha Ucrania. El pasado día 4 de marzo Úrsula von der Leyen propuso un plan de choque para "rearmar Europa" que movilizaría 800.000 millones de euros. La propuesta suscita muchas preguntas. Para empezar: 800.000 millones, así, a bote pronto. Una cifra redonda. ¿Por qué no 700.000, 850.000 o 1.000.000 millones? ¿De dónde sale el cálculo, en ausencia de un plan concreto?

La gigantesca partida extra en defensa haría saltar por los aires el dogma inscrito en 2009 en la Constitución alemana a instancias de la entonces todopoderosa Angela Merkel, correligionaria de Von der Leyen, que impide endeudarse más allá del 0,35% del PIB, y desde el que se impuso la austeridad a los países de la UE para afrontar la crisis financiera de 2008. Los alemanes ya han dicho que esta vez se saltan la norma constitucional sin darle muchas vueltas. Para ayudar a subsanar los problemas de los ciudadanos más vulnerables no, pero sí para armar una defensa fantasmal frente a Putin. Da mucho que pensar sobre el sentido de nuestras democracias.

Von der Leyen habló explícitamente de "rearme" y no solo de defensa o seguridad en una acepción vaga y amplia. Yo, puestos a quedarnos con un alemán, estoy con el viejo Immanuel Kant, quien, en Para la paz perpetua, señaló el riesgo de la carrera armamentística, porque las armas que se desarrollan tienden a acabar usándose. Y no, Kant no era ningún ingenuo ⎯en el preámbulo de la obra sugiere que la “paz perpetua” quizá solo tenga cabida real en los cementerios⎯ y era un ilustrado conservador, aunque a los conservadores actuales más de una de sus ideas les parecería propia del Che Guevara. 

Más preguntas. ¿Qué ha sido de la navaja de OTAN? ¡Uy! ¡Perdón! De Ockham. El filósofo inglés del siglo XIV ⎯hoy estoy filosófica⎯ señaló que, desde un punto de vista científico, hemos de dar preferencia, en principio, a la explicación más simple. O, dicho de otra manera, “no hay que multiplicar entes sin necesidad”. Aplicar la navaja de Ockham nos podría ahorrar mucho dinero a los europeos. Si el objetivo es crear algo así como un ejército propio, ¿qué vamos a hacer con la OTAN? ¿Financiaremos dos instituciones que se solapan? ¡Qué despilfarro! Algunos opinan que, si EEUU se retira de la OTAN, como sugirió Trump, Europa podría quedarse con la OTAN y, resumiendo, hacer de ella su ejército. ¿Hay que tomar esta vez en serio a Trump? No acabo de verlo. ¿Y las bases americanas? Si EEUU ya no es un aliado militar fiable, ya que se ha puesto del lado de nuestro archienemigo Putin, ¿vamos a seguir tolerándolas?

Los tiempos están cambiando, es verdad. Es el momento de tomar decisiones. Una posibilidad es correr como pollos sin cabeza a zambullirnos en el belicismo trumpista. Otra, ver en el cambio la oportunidad. Respirar hondo y pensar qué queremos hacer con nuestras democracias y su lugar en el nuevo orden mundial que, sin duda, se está fraguando. Sepamos captar el momento y decidir en qué dirección queremos avanzar.

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Ana Isabel Rábade Obradó es filósofa y profesora titular de la Universidad Complutense de Madrid.

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