Un grano en el culo Luis García Montero

Según la primera acepción que figura en el DRAE, el miedo es la “angustia por un riesgo o daño real o imaginario”. Es interesante que la Real Academia sancione que la amenaza que hace surgir el miedo pueda ser imaginaria. La imaginación gasta al ser humano muy malas pasadas.
El miedo es, por supuesto, un sentimiento natural y primario. Los humanos son criaturas precarias a las que siempre aguarda la muerte y sentir miedo es un mecanismo defensivo clave para intentar eludir el peligro. Pero cuando la imaginación entra en juego todo puede distorsionarse. Podemos dejar de percibir el riesgo porque nuestra cabeza está en otra cosa. Y, si no, que se lo digan a quienes son capaces de morir por un selfi. También podemos agigantar los peligros que se ciernen sobre nosotros, o incluso inventarlos por completo.
El miedo y la política o, quizás mejor, el poder, siempre han gozado de excelentes relaciones. El gran teórico del miedo en la política es el filósofo inglés del siglo XVII Thomas Hobbes. El pensamiento político de Hobbes traza un arco que conduce desde el miedo al otro, percibido como una permanente amenaza, hasta el miedo al poder del soberano, del Estado. El miedo siempre en el centro, como una pasión humana constitutiva, que modula y guía nuestras relaciones con los demás y da forma a nuestras decisiones y nuestras vidas.
Desconfío de las políticas del miedo, suelen servir para afianzar o favorecer cierto poder y a las personas corrientes nos manejan a su antojo. Lo más sensato es la precaución
¿A qué tipo de poder convienen más las políticas del miedo? Hay muchas lecciones que extraer del pensamiento hobbesiano. Por ejemplo, el miedo como pasión fundamental cuadra muy bien con el individualismo radical del inglés, para quien todo ser humano es, por naturaleza, un competidor agresivo. Ante la feroz competencia desatada, la única solución es implantar la paz social y la justicia mediante la ley y el orden. Un pilar fundamental de la justicia y el orden social es la propiedad privada. No hay justicia si no se puede distinguir entre lo tuyo y lo mío y no hay orden si impera la igualdad, que para Hobbes es siempre una circunstancia peligrosísima.
¿Es el miedo un enemigo acérrimo de la libertad? No estrictamente. La política del miedo hobbesiana es compatible con lo que el amigo Thomas denomina las libertades inofensivas. Algunos ejemplos del propio Hobbes: libertad para comprar y vender, para establecer contratos, elegir dónde vivir, qué comer, qué trabajo realizar y para decidir sobre la educación de los propios hijos. ¿Les suenan? Cuando alguien que defiende un significado mucho más sustantivo de la libertad recurre al miedo como motivo fundamental, aunque sea el miedo al fascismo, incurre en un error tan elemental como catastrófico: es muy difícil vencer al adversario empleando sus armas.
El miedo es libre, dicen, pero suelen manejarlo siempre los mismos. Hobbes sabía que el miedo es un instrumento de dominación poderosísimo que consigue, con economía de medios, la obediencia al poder. ¿Para qué instaurar costosos aparatos de constante violencia explícita, si difundiendo un miedo generalizado se puede disciplinar a una población para que haga por sí misma lo que resulta conveniente? Por ello también, cuanto más tiránico el poder, más arbitrario, para que todos permanezcamos en alerta perpetua, ya que no se sabe a quién y cuándo llegará el golpe, o el trato de favor.
Hacer que cunda el miedo tampoco es difícil. Como señaló Michel de Montaigne, el pensador francés que inventó el ensayo allá por el siglo XVI, no hay pasión más contagiosa que el miedo, ni que requiera de menos motivos para adquirirse. La fértil imaginación humana es siempre un útil aliado. Basta con sembrar en ella la semilla y, como una mala hierba, el miedo se propagará por sí mismo invadiéndolo todo. El miedo al “diferente”, el miedo a la catástrofe, el miedo a la guerra… Este último se ha unido recientemente a los miedos contemporáneos.
Una Europa que se creía a salvaguarda de las guerras ⎯que siempre ocurrían ya en algún lugar lejano⎯ ha descubierto de súbito su fragilidad. Los enemigos acechan y Europa se apresta a armarse hasta los dientes, dejando de lado otras necesidades, y a preparar a sus ciudadanos para lo peor. Lo último es la recomendación para todos los europeos de preparar una mochila con un kit de supervivencia para resistir las primeras 72 horas, las más cruciales al parecer. No acaba de haber un acuerdo sobre qué incluir en la mochila. ¿Pastillas de yodo? ¿pesto y tomates secos? ¿un parchís?... El accesorio fijo de la mochila es el miedo.
Una nueva época de Guerra Fría parece abrirse ante nuestros ojos, con sus paranoias y sus miedos. ¿Podríamos tal vez obtener alguna enseñanza de la anterior? La Guerra Fría se prolongó casi cincuenta años. Su desencadenante fue el miedo occidental o, más concretamente, estadounidense a una expansión de la URSS y el comunismo más allá de las fronteras estipuladas en Yalta. La Guerra Fría dio nacimiento a la OTAN y forma a la política, la economía, la cultura y los modos de vida de toda una época. En algunos momentos, la sensación fue de un peligro devastador a punto de ocurrir. Hoy sabemos que la URSS nunca estuvo realmente en condiciones para tal expansión y que bastante tenía con lo suyo.
¿Qué sucederá esta vez? ¿Estarán justificados los miedos que quieren contagiarnos? ¿Dirigimos nuestra mirada asustada en la dirección correcta? Me parece extremadamente difícil saberlo a ciencia cierta. Pero, por lo general, desconfío de las políticas del miedo. Suelen servir para afianzar o favorecer cierto poder y a los seres humanos corrientes nos manejan a su antojo. Lo más sensato me parece la precaución. No solo hacia los posibles peligros de los que nos advierten, quizá muy reales, sino hacia quienes nos advierten de esos peligros. No sea que vaya a tener razón Kavafis:
Porque se hizo de noche y los bárbaros no llegaron.
Algunos han venido de las fronteras
Y contado que los bárbaros no existen.
¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros?
Esta gente, al fin y al cabo, era una solución.
_____________________
Ana Isabel Rábade Obradó es filósofa y profesora titular de la Universidad Complutense de Madrid.
Lo más...
Lo más...
LeídoBelén Gopegui: "Es insólito que parezca normal preguntar '¿para qué queremos la privacidad?'"
¿Quién es la reina de las aguas?
Los huesos árticos