El sintagma nominal "malas madres" ya no es (solo) una acusación que indignaría a las receptoras del insulto. Es literalmente un club: el Club de las Malas Madres, a mitad de camino entre el grupo reivindicativo, el proyecto de comunicación y la red social. Es también una película hollywoodiense protagonizada por Milas Kunis y estrenada en 2016. Ser una "mala madre" se ha convertido en una especie de reivindicación gamberra que promete forzar los límites de la concepción idealizada de la maternidad. Pero cuando se habla de una "mala madre" en Las madres no, último libro de Katixa Agirre (Vitoria-Gasteiz, 1981), no se habla de gamberradas, de pequeños fallos —olvidar los deberes, dejar al niño con los abuelos para irse de fiesta— con los que identificarse. Aquí se recuerda que si se habla de mala, se habla de mal.
En esta novela, publicada en 2018 en euskera y editada ahora por el sello Tránsito con traducción de la propia autora, Agirre se asoma al abismo. Al de la última transgresión materna: el infanticidio. En Las madres no, una escritora que comparte generación e inquietudes con Agirre, pero que no es Agirre, se obsesiona con el crimen cometido por quien resulta ser una conocida de juventud, que acaba con la vida de sus dos niños. Siendo completamente ficción, el libro se levanta con los mimbres de la crónica periodística, de la autoficción y del ensayo. Construye la ilusión de estar basado en hechos reales, un recurso que Agirre ya utilizaba, de distinta forma, en libros anteriores como Atertu arte itxaron (Los turistas desganados), ganador del premio 111 Akademia de los escritores vascos. Porque la pregunta, más allá del género, es una: cómo es posible que una madre, ese ser que la sociedad considera ante todo dador de vida, mate a sus hijos. Por qué cuesta tanto entenderlo y si sería posible llegar a entenderlo.
"No es que me interesara por un caso en concreto", dice por teléfono la escritora. Sería inútil que el lector andara buscando el caso real de parricidio que se esconde detrás de este relato. Repetimos: es ficción. "Me empezó a interesar la idea cuando leí El adversario, de [Emmanuel]El adversario,Carrère. Esto de explicar la violencia siempre es complicado, porque parece que te pases al otro lado, pero de alguna manera el relato te lleva a entender por qué este tipo mata a toda su familia", cuenta. El título del autor francés sí constituía, sin embargo, una investigación periodística sobre un caso real, y no se centraba en la figura de la madre, sino del padre, el autor del crimen. Si el lector busca más aires de familia, los encontrará en Canción dulce, de Leila Slimani, que Agirre leyó cuando estaba ya inmersa en el proceso de escritura, un thriller thrillerque nace también del infanticidio pero que se construye en torno a la niñera. "Me dio miedo cuando lo leí", confiesa entre risas, "porque había muchísimas cosas que se parecían demasiado al mío".
Estos tres títulos comparten la intención de explicar el origen del mal, un mal de distinta naturaleza que cada uno persigue con distintas técnicas. El que elige Katixa Agirre tiene un añadido: con su delito, la madre traiciona su naturaleza protectora y nutricia, y con ello pone en cuestión todo el sistema mitológico de la maternidad. La certeza de que hay madres que matan a sus hijos señala una zona de sombras: "Al mismo tiempo que nos venden el referente de la madre ideal, la Virgen María, está esta otra cara oculta". Algo a lo que la sociedad no se enfrenta fácilmente. "Los medios, con el niño que se cae al pozo pueden estar estirando el chicle durante tres semanas, pero la madre que mata a su hija desaparece. Se mete debajo de la alfombra, no se puede entender", señala. "Es un tabú, de esto que no sabemos ni cómo hablar. Es lo inefable".
Pero quizás sea peor aún intuir que sí, que puede entenderse. Eso es lo verdaderamente oscuro. Es la posibilidad que seduce a la protagonista de la historia, la narradora, que camina entre la identificación y el rechazo. Por la novela desfilan otras madres que infligen daño o que no siguen los preceptos sociales, desde madres ficticias —un personaje traiciona al padre de su futuro bebé durante el embarazo; otro se libera de sus obligaciones familiares cuando la hija cumple 18 años— a reales —la narradora se pregunta por las consecuencias que tuvo sobre los hijos de la escritora Sylvia Plath que este decidiera suicidarse—. "El resto de madres que aparecen en la novela no matan a sus hijos, pero están lejos de ser perfectas. La madre ideal es la que renuncia a todo, la del sacrificio puro. El mito de la madre ideal está ahí, pero no está encarnado en nadie. Solo existe en nuestras cabezas". Esa certeza no permite llegar a conclusiones más sencillas, al contrario. Como Slimani y como Carrère, Agirre explora dónde está la línea divisoria. Qué separa la madre amante pero imperfecta de la madre del mal. No está claro.
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Agirre no es, desde luego, la primera en explorar la oscuridad materna y la culpa que lleva consigo la figura de la madre perfecta. Y eso demuestra una de las ideas que lanza la autora: aunque se reivindique "la experiencia propia de la maternidad, que no tiene que ver con el mito que se impone", existe también la evidencia de que "hay elementos culturales y sociales que hacen que, aunque parezca que hay cosas que solo te pasan a ti, les pasa a muchas mujeres". "Tejer esa red también es importante", defiende. Por eso agradece lo que ve como un "boom" boomde escritura sobre la maternidad: "dentro de ese corpus", dice, "habrá de todo; aquellos que parecen una enmienda a la totalidad, como Madres arrepentidas [deOrna Donath], que fue un shock, o las que dulcifican y son más cursis. Está bien que haya esa variedad".
Y está bien también, o más bien lo estaría, que los libros sobre madres no se consideraran libros para madrespara. "Todavía existe el prejuicio de que si va de madres y yo no lo soy, no va de mí", se queja Agirre. "Sin embargo, si va de un soldado en Dunkerque sí me parece una experiencia universal. Son prejuicios y tópicos que deberían irse superando, pero esas cosas llevan tiempo". Poco a poco.
El sintagma nominal "malas madres" ya no es (solo) una acusación que indignaría a las receptoras del insulto. Es literalmente un club: el Club de las Malas Madres, a mitad de camino entre el grupo reivindicativo, el proyecto de comunicación y la red social. Es también una película hollywoodiense protagonizada por Milas Kunis y estrenada en 2016. Ser una "mala madre" se ha convertido en una especie de reivindicación gamberra que promete forzar los límites de la concepción idealizada de la maternidad. Pero cuando se habla de una "mala madre" en Las madres no, último libro de Katixa Agirre (Vitoria-Gasteiz, 1981), no se habla de gamberradas, de pequeños fallos —olvidar los deberes, dejar al niño con los abuelos para irse de fiesta— con los que identificarse. Aquí se recuerda que si se habla de mala, se habla de mal.