El lado más feminista y anticapitalista de las fans de Taylor Swift: cómo ser 'swiftie' y habitar sus contradicciones
Los próximos 29 y 30 de mayo, Taylor Swift reunirá a más de 170.000 de sus fans en España. Esta cita con la cantante, que no se ha vuelto a repetir desde que en 2011 celebrase su primer -y único- concierto en nuestro país, supuso toda una celebración para sus fans, conocidas -mayoritariamente son mujeres- como swifties. Hasta casi 500.000 personas solicitaron un código de acceso a la venta de entradas de los conciertos de España, pero debido a la capacidad del estadio, muchas se quedaron fuera, obligándolas a viajar a otras localidades europeas para acudir a uno de sus conciertos del Eras Tour.
Este interés tan masivo por la cantante viene provocado porque, junto a quienes se han unido al fenómeno de Taylor Swift en los últimos años, la artista ha sido capaz de mantener fieles a muchas de aquellas personas que la empezaron a seguir cuando, en 2008, su icónica canción Love Story empezó a sonar en Disney Channel. Sus seguidoras, sin embargo, han crecido. Han dejado de ser niñas y adolescentes, y se han convertido en jóvenes adultas con una acentuada conciencia política atravesada por las injusticias sociales y por cuestiones relacionadas con el feminismo, el racismo, el capitalismo, el activismo LGTBI, etc. Pero, ¿ha sabido la cantante adaptarse a este nuevo modelo de referencia que estas personas buscan en las y los artistas a los que admiran?
Swift ha mantenido siempre un perfil muy ajeno a todo posicionamiento político. No fue hasta el año 2019 cuando, en su documental Miss Americana, finalmente se reconoció como demócrata y criticó las propuestas políticas que iban en contra de los derechos de las mujeres y de otros colectivos minoritarios, la mayoría de ellas abanderadas por el bando republicano en Estados Unidos. Sin embargo, a partir de ahí, nunca la hemos vuelto a ver posicionándose.
En una sociedad, especialmente la estadounidense, que ha visto cómo en los últimos años han prosperado medidas antiaborto, que se enfrenta a una crisis sanitaria en torno a la drogodependencia por el fentanilo, en la que el racismo está muy presente y que su actual gobierno sigue apoyando con armas el genocidio cometido por Israel, ¿hasta qué punto debemos -o podemos- exigir a artistas que tienen grandes altavoces y una inmensa capacidad de movilización que alcen la voz y se posicionen? ¿Y qué supone para los fans de estos artistas -que intentan dentro de sus posibilidades luchar contra estas injusticias- ver cómo las personas a las que admiran se muestran impasibles ante lo que ocurre en el mundo? Para averiguarlo, hemos preguntado a varias swifties sobre cómo perciben estas contradicciones, y si cambia de algún modo la imagen que tienen de la artista.
La nostalgia
La nostalgia juega un papel muy importante en gran parte de las personas que siguen a Swift, ya que la mayoría admite que sus canciones las han acompañado desde hace mucho tiempo. Es el caso de Laura -trabajadora social de 26 años-, que reconoce que sigue a Swift desde el año 2010, cuando empezó a escucharla por una amiga suya, y desde entonces “ha conseguido poner en palabras emociones y situaciones que ha vivido a lo largo de su vida”. Lo mismo ocurre con Judith -redactora de contenido y copywriter de 29 años-, quien conoció a la artista por Love Story en la radio y afirma con rotundidad que se ha mantenido como su “cantante favorita desde 2009, porque siempre se ha sentido conectada con sus letras y ha admirado muchísimo su creatividad”; o con Javier -estudiante de 22 años-, que también escuchó la misma canción en la radio cuando tan solo tenía siete años, y desde entonces ha llegado a viajar a otros países para acudir a diversos tours de la cantante. El impacto de Swift fue considerable incluso en casos como el de Astrid -ingeniera y funcionaria de 41 años- que conoció a la artista varios años más tarde, a partir de discos como 1989, lanzado en 2014.
Todas las personas que han sido entrevistadas para este artículo se consideran -en mayor o menor medida- concienciadas con temas sociales y de actualidad, e intentan deconstruirse progresivamente en cuestiones como el feminismo, el antirracismo o la crisis climática; aunque no todas ellas se consideren activistas. Sin embargo, a la hora de plantearse hasta qué punto debemos exigir un posicionamiento político-social a las y los artistas que admiramos —y que cuentan con un gran altavoz— las opiniones son más contradictorias. Paula -estudiante de 24 años- tiene claro que “como su fan, puede exigirle en cierta medida que se pronuncie en cuanto a las injusticias o los problemas actuales, pero como lo haría con cualquier otra persona que le parezca que puede contribuir a cambiar en algo las cosas”, sobre todo porque las artistas a las que admiramos “representan para nosotras un modelo, iconos en los que proyectamos nuestras propias necesidades, ideales o preocupaciones”.
Las instituciones son conscientes de esto. Tanto que, a principios de este año, Margaritis Schinas, vicepresidente de la promoción del estilo de vida europeo de la Comisión Europea, pidió públicamente que, aprovechando la visita de la cantante al continente, esta alentase a su público más joven a votar en las próximas elecciones europeas del 9J, y tomó como ejemplo el hecho de que Swift consiguiese movilizar a más de 35.000 jóvenes en las elecciones de medio mandato de Estados Unidos. A día de hoy Schinas no ha obtenido respuesta de la cantante.
El riesgo de posicionarse
Sin embargo, algunas de las swifties, a pesar de ser conscientes de la capacidad movilizadora de Taylor, entienden las consecuencias que podría conllevar el posicionarse de una forma muy clara en temas polémicos, tanto para ella como para sus propios fans. Edurne -técnica de comunicación y estudiante de diseño UX de 27 años- piensa en un potencial “ataque en alguno de sus conciertos”, de la misma forma que Astrid (41) entiende que a veces “se nos pide opinar sobre temas complejísimos sobre los no tenemos una opinión formada, y tampoco tenemos por qué tenerla, ya que a lo mejor no tenemos tiempo ni ganas”. O simplemente que los artistas tienen “derecho a mantener su vida privada y sus creencias para ellos mismos, y luchar solo por los movimientos con los que se sientan más alineados”, tal y como afirma Virginia -técnica de marketing de 33 años-. Por el contrario, hay quienes piensan que, si la gente en la actualidad está más formada y concienciada, esto debe aplicarse igualmente a aquellas personas a las que admiramos, ya que, tal y como funciona la sociedad, el propio silencio ya supone un posicionamiento. En relación a esto, Judith (29) considera “que las personas en el poder, en este caso artistas o gente de la cultura pop, tienen la obligación de al menos estar enterados e intentar hacer lo máximo que puedan. En esta era de redes sociales, la excusa de "yo ahí no me meto porque no sé lo suficiente" ya no vale. El público se ha hartado y exige más en ese sentido”.
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Por eso, para muchas swifties, aquellas declaraciones del documental -que hoy ya quedan lejanas- han quedado desfasadas. “No me vale que en Lover sacara una canción sobre «feminismo» (el feminismo más blanco y capitalista de la historia) o una canción en la que dice «shade never made anybody less gay». Tal y como están las cosas, esos posicionamientos son lo mínimo que se espera. Me molesta especialmente que nunca alce la voz por ninguna causa que no le toque directamente a ella”, afirma Paula (24). Una opinión que comparte con Gema -guionista de 27 años-, que recuerda que Taylor no ha tenido problema en “hablar del empoderamiento de las mujeres, pero solo porque le beneficia”.
Se puede ser swiftie, admirar mucho a una artista que ha formado parte de tu vida durante muchos años, y al mismo tiempo no poder evitar sentir cierta decepción y culpa. Algunas como Noelia -escritora y técnica en farmacia de 27 años- admiten que a veces surge esa vergüenza “por ir al Eras Tour a ver a una billonaria, que a su vez es la artista más escuchada globalmente, y aun así nunca dice nada sobre un genocidio que está ocurriendo a la vez que su gira”, pero prefiere pensar en la ocasión “como un día bonito que va a pasar con amigas cantando esas canciones que tanto las han acompañado”. Gema (27) incluso ha llegado a considerar vender su entrada por el silencio de la artista en torno a Gaza. Sin embargo, también hay quienes reconocen -como Paula (24)- que “aunque le perturben esas contradicciones y le genere incomodidad darle más dinero a una billonaria; no se castiga. Gracias a ella se lo pasa bien, se emociona y se consuela en momentos de su vida”.
Podríamos considerar, por tanto, que esta capacidad de remover las emociones es la misma que provoca el sentimiento de culpa. El recuerdo de una versión más joven de nosotras mismas cantando Love Story frente a la necesidad de un feminismo interseccional que lo cuestione todo. Sin embargo, a pesar de su privilegio como mujer rica y blanca, también hay que preguntarse: ¿le estamos exigimos lo mismo que a otros artistas masculinos como Bad Bunny, Drake o The Weekend, que compiten con ella por los primeros puestos de los más escuchados? ¿O acaso cuanto más concienciadas estamos sobre las injusticias sociales -como es el caso de gran parte del público de la cantante-, más pulcritud moral se nos exige -y nos autoexigimos- en nuestros gustos y en la cultura que consumimos? Quizá a veces a una solo le queda habitar la contradicción y pensar en esa swiftie que un día lo pudo ser sin remordimientos para disfrutar del concierto, y al mismo tiempo ser consciente de que poder hacerlo es un auténtico privilegio.