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Lady Montagu, la feminista que nos acercó Oriente

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Durante su estancia en Constantinopla, la actual Estambul, Lady Mary Wortley Montagu dedicó buena parte de su literatura a desmentir a los escritores que la habían precedido en suelo otomano. “Las viajeras nos encontramos en serios aprietos. Si no decimos nada más que lo que se ha dicho ya, somos aburridas y no hemos observado nada. Si decimos cosas nuevas, se burlan de nosotras y nos acusan de fabulosas y románticas”, se quejaba en una carta dirigida a su hermana y fechada en Constantinopla en 1718. Ese doble esfuerzo en documentación y audacia lo plasmó en la intensa correspondencia que mantuvo con sus allegados entre las primaveras de 1717 y 1718. Algunas, cartas reales; otras, utilizando un estilo muy en boga en la época para contar una experiencia única. La publicación (póstuma) de esta obra en 1763 con el título Turkish Embassy Letters provocó gran revuelo entre la intelectualidad europea que no esperaba (de una mujer) un relato tan libre de prejuicios y fresco de la sociedad otomana. Lady Montagu no había sido autodidacta ni se había fugado para casarse con su marido para mostrarse recatada, precisamente, en sus cartas personales.

“Es el primer testimonio de la literatura de viajes que cuenta la intimidad del mundo otomano”, cuenta Pilar Rubio, responsable del sello La Línea del Horizonte, que acaba de reeditar su correspondencia con el título de Cartas desde Estambul, bajo la supervisión del arabista Víctor Pallejà y con la traducción de Celia Filipetto. Lady Montagu consiguió entrar en zonas vetadas para los viajeros varones: los hamanes, o baños turcos, y los harenes, la zona de la casa reservada a las mujeres. Sus descripciones de la sensualidad de las mujeres turcas –que consideraba más libres que las británicas- servirían posteriormente como inspiración a pintores orientalistas como Dominique Ingres. “El velo turco no sólo se ha convertido para mí en algo natural sino agradable, y si no fuera así, me contentaría con soportar parte de su desventaja para satisfacer una pasión tan poderosa en mí como es la curiosidad”, escribe la autora sobre la posibilidad que le ofrecía el velo para pasearse libremente por la ciudad. En aquel entonces, las mujeres otomanas podían comprar, vender o viajar sin permiso conyugal, entre otros derechos que tardaron en disfrutar las mujeres occidentales.

“En este país es más despreciable estar casada sin tener hijos que entre nosotros tenerlos sin estar casada”, “[las mujeres] recurren a toda suerte de curanderos para evitar el escándalo de no poder seguir concibiendo hijos”, “los turcos no son ni por asomo tan ignorantes en materia de filosofía, de política e incluso galantería como nosotros imaginamos”, relató en sus cartas. No obstante, “los ambientes populares y las minorías étnicas en general no quedan reflejados, dado el clasismo tory de su autora”, puntuliza Pallejà. Lady Montagu (Thoresby Hall, Inglaterra, 1689-1762), hija de una familia aristócrata, se había criado en un ambiente elitista que mantendría en su vida otomana, ya que el motivo de su viaje a Constantinopla había sido el nuevo destino de su marido, Edward Wortley Montagu, como diplomático en la región. “Es una lectura que hay que abordar poniéndonos en el pasado, ella es enormemente clasista, pero por otra parte, tiene una curiosidad increíble y todo le llamaba la atención”, señala Pilar Rubio.

La vacuna contra la viruela, en la maleta

De la observación e intereses hacia las costumbres orientales, Lady Montagu descubrió la práctica de la inoculación para frenar una de las enfermedades más epidémicas de la época, la viruela. La técnica consistía en la introducción del líquido procedente de las pústulas que provoca esta patología: un antecedente de la vacunación. La autora de Cartas desde Estambul sometió a sus hijos a esta práctica que posteriormente difundiría a su vuelta a Inglaterra. La estancia de la familia Wortley Montagu en el imperio otomano fue breve, pero tanto la ida -desde Inglaterra, a través de Europa y los Balcanes-, como el regreso -por el Meditérrano, Italia y Francia- están recogidos con detalle por la escritora. Ya instalados de nuevo en Londres Lady Montagu se separó de su marido para vivir un idilio en Italia con el poeta Francesco Algarotti, lo que definitivamente supuso su caída en desgracia entre la alta sociedad.

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“Era una mujer que levantaba ampollas por su sentido de la rebeldía, su independencia de criterio y su vida nada convencional. Entonces, como sucede siempre y en todas las épocas, ese tipo de mujeres son muy denostadas por sus contemporáneas, pero también a posteriori. Ya que en el fondo eran mujeres muy temidas”, valora Pilar Rubio. Esa determinación, su reflexión acerca de la situación de las mujeres y su amistad con Mary Astell, una de las primeras feministas británicas, han servido para que algunas estudiosas la hayan reivindicado también como una pionera del pensamiento feminista.

Paradójicamente, fue la hija de Lady Montagu quien más trabas puso a la publicación de la correspondencia de su madre, pese a que la aparición del libro, un año después de la su muerte, evidencia la voluntad de la autora de que viesen la luz. “A su muerte, su propia hija, que se había casado también con un político, quemó mucha de la correspondencia y algunos documentos de su madre por el miedo a que pudiera perjudicarle en su carrera política”, lamenta Rubio, “precisamente, por ser como era, se ha perdido mucha documentación”.

En agosto de 2016, se puso a la venta una carta inédita de Lady Montagu fechada en Adrianópolis, la actual ciudad turca de Edirne, en 1717. Su precio: 5.000 libras esterlinas, alrededor de 5.700 euros. El impacto de aquellos relatos sería equiparable al que causó el ensayo Orientalismo, de Edward W. Said, más de dos siglos después. Entonces, le tocaba a un filósofo de origen palestino desmontar todas las imágenes y prejuicios que la cultura occidental había construido a lo largo de los siglos sobre el mundo del Islam y los musulmanes.

Durante su estancia en Constantinopla, la actual Estambul, Lady Mary Wortley Montagu dedicó buena parte de su literatura a desmentir a los escritores que la habían precedido en suelo otomano. “Las viajeras nos encontramos en serios aprietos. Si no decimos nada más que lo que se ha dicho ya, somos aburridas y no hemos observado nada. Si decimos cosas nuevas, se burlan de nosotras y nos acusan de fabulosas y románticas”, se quejaba en una carta dirigida a su hermana y fechada en Constantinopla en 1718. Ese doble esfuerzo en documentación y audacia lo plasmó en la intensa correspondencia que mantuvo con sus allegados entre las primaveras de 1717 y 1718. Algunas, cartas reales; otras, utilizando un estilo muy en boga en la época para contar una experiencia única. La publicación (póstuma) de esta obra en 1763 con el título Turkish Embassy Letters provocó gran revuelo entre la intelectualidad europea que no esperaba (de una mujer) un relato tan libre de prejuicios y fresco de la sociedad otomana. Lady Montagu no había sido autodidacta ni se había fugado para casarse con su marido para mostrarse recatada, precisamente, en sus cartas personales.

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