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Laura Freixas: "Aunque tú creas que tienes clara la teoría feminista, las trampas del patriarcado son infinitas"

La escritora Laura Freixas.

Cuando habla de su nuevo libro, la escritora Laura Freixas (Barcelona, 1958) se ve sorprendida en varias ocasiones por el mismo gesto: se detiene, parece tomar conciencia de sus propias palabras, resopla, ríe. Si esto sucede es porque A mí no me iba a pasar (Ediciones B) es un relato autobiográfico que toca donde duele. En él, la autora recorre su experiencia como mujer, profesional, esposa y madre —entre otras personalidades— entre 1985 y 2003. Es una época que, en realidad, ya había abordado en su escritura diarística, cuyos volúmenes de entre 1995 y 1996 se publicaron hace poco en Errata Naturae. Ahora lo hace con una estructura narrativa cerrada, y también con otra perspectiva: "Dice Doris Lessing de que la vida es como subir una montaña. No solo vas estando en distintos lugares, sino que la mirada que tienes sobre el pasado va variando", dice, con el ruido de fondo del desayuno en el Café Gijón de Madrid. 

En la ilustración de portada, Freixas aparece quitándose una venda de los ojos. Algo de eso ha tenido este viaje, y en el libro mira a su pasado llevando en la mano el arma de la teoría feminista. La parte ensayística, sus lecturas de La mística de la feminidad de Betty Friedan, de Adrienne Rich o de Griselda Pollock, se lee solo entre líneas. Lo que sí se ve: el conflicto que la narradora, la propia Freixas, ve entre sus creencias y su vida y, sobre todo, el conflicto que no llega a ver y que solo vislumbra años después. "Lo que no quería que me pasara era ser una mujer, que en el sentido social del término vendría a significar ser subordinada y discriminada", confiesa. Y, antes de nada, advierte: "Soy consciente de que hay muchas maneras de ser subordinada y discriminada. La mía, en mi clase social y con mis características, era ser una maruja de lujo, como las amigas de mis padres, pero sé que las hay mucho peores, como tener que prostituirse para comer. A pesar de todo, creo que forma parte de lo mismo".

Pregunta. ¿Cuál era su relación con la teoría feminista en esta época? ¿Había ya un conflicto entre su vida y la teoría, o fue un análisis posterior?

Respuesta. Ambas cosas. Por una parte yo he sido feminista siempre, pero el patriarcado es mucho más complejo y sutil de lo que parece. Aunque tú creas que tienes clara la teoría, las trampas del patriarcado son infinitas. Por mucho que conozcas la teoría feminista, nada te salva de la dificultad enorme, enorme, enorme de aplicarla a tu propia vida. Yo tuve que entender, por ejemplo, que el trabajo doméstico no es tanto un trabajo como una responsabilidad y disponibilidad. Pero una de mis dificultades es que no encontraba palabras para mi malestar, no sabía cómo se llamaba.

P. Este libro se desarrolla en una época en la que históricamente se considera que el feminismo tenía menos poder público, en la que sufría una especie de valle. ¿Cómo se relaciona eso con su experiencia?valle

R. No lo había pensado. Probablemente formé parte de ese valle. Pasa algo curioso con la vida, que es que cosas que tú vives como algo puramente individual, luego te das cuenta de que forman parte de un contexto histórico. Cuando digo que estábamos en los años noventa, cuando todo el mundo se puso a trabajar muchísimo y a dejar de fumar, yo te puedo enumerar las razones personales por las que yo decidí hacer ambas cosas, pero hoy las relaciono con una ideología que veo como neoliberal y meritocrática. Efectivamente, fue una época en la que, por motivos políticos o el auge de la economía, pensamos que podíamos relajarnos y disfrutar de las ventajas de ser una mujer convencional. En el fondo creo que eso a mí también me convenció. El patriarcado, como todo sistema de poder, no solamente coacciona sino que seduce. Y, como dijo Sartre, todos somos víctimas y cómplices, algo que se aplica perfectamente a las mujeres. Quería ver también cómo nos habíamos dejado seducir. Yo ahora me reprocharía comodidad, cobardía y pereza. Es mucho más fácil entrar en el rol que te proponen que rebelarse contra él.

 

P. A la narradora se le critica mucho en el libro, pero es perfectamente comprensible que alguien no quiera vivir en la lucha toda la vida.

R. Eso no lo percibes, porque como dice Rosa Luxemburgo, “quien no se mueve, no siente las cadenas”. Por eso entiendo que muchas mujeres no crean que el feminismo es necesario, porque si tú no cuestionas el rol que se te ha asignado, no percibes ninguna violencia ni coacción. En cuanto te apartas un poco es cuando empiezan a sonar todas las alarmas.

P. El pensamiento que da título al libro, ese “a mí no me iba a pasar” es muy común entre las mujeres feministas: eso de que nosotras no vamos a ser víctimas porque somos feministas y estamos muy formadas. ¿Cuándo se rompe ese pensamiento?

R. Con el tiempo. Como dice [la arqueóloga y pensadora feminista] Almudena Hernando, te arrancas una capa de patriarcado y, ¿qué aparece debajo? Otra capa.

P. ¿Y el hablarlo con mujeres de su entorno...?

R. El feminismo nos sirve para entender nuestras vidas, por eso es indispensable y liberador. Yo no sabía qué me pasaba. Y sí, hablar con las amigas fue fundamental. El otro día estuve en una charla en la que participaba [la especialista en género] Nieves Salobral. Ella hablaba de una cosa muy abstracta que llamaba la “producción de subjetividad”. Hay un párrafo de mi libro que es exactamente eso: yo soy madre, me recluyo en casa, descubro que soy muy feliz, mi marido va ocupándose cada vez más del mundo exterior, y yo me voy recluyendo; él se ocupa de lo abstracto, de las cifras, y yo de lo concreto, de lo que se toca y lo que se huele; él, con muchas personas poco conocidas, y yo, con pocas personas muy queridas… Eso es producción de subjetividad. Eso que no había entendido, gracias a esto, ahora lo entiendo.

P. ¿Por qué es difícil comprender en lo práctico ciertas cosas de las que advierte la teoría feminista?

R. La dimensión vivencial es irrenunciable. Creo que no puedes ser feminista si no has tenido que aplicarlo de alguna manera a ti misma. Yo, por ejemplo, no registraba como rol de género, y ahora sí, que cuando comíamos en familia mi marido estaba abstraído y yo pendiente de los niños: no chupes eso, deja el cuchillo, cómete la verdura… Él realmente no lo veía, estaba como desconectado de lo doméstico, y tardé mucho en entenderlo. Él se creía de verdad que las camisas se iban del cesto de la ropa sucia a su armario, limpias y planchadas. Eso era algo que yo, por mucha teoría feminista que hubiera leído, era incapaz de prever, y tuve que vivirlo.

Por eso considero que es necesario que las mujeres escriban, no solamente porque tengamos derecho a acceder a esa profesión, sino por las lectoras y lectores, porque solo a través de la cultura podemos incorporar esta dimensión vivencial y subjetiva que necesitamos y sin la cual no vamos a entender por qué las mujeres hacen cosas que les perjudican, desde por qué llevan stilettos hasta por qué se prostituyen o por qué llevan el velo integral. En la mentalidad neoliberal veo que esta conversación se zanja siempre con la frasecita de “lo hace porque quiere”. ¿Esa mujer se prostituye a punta de pistola, o se ha puesto ella sola en esa esquina? Si es lo segundo, pues no se hable más. Y así no podemos avanzar.

P. Esto resulta quizás más sencillo cuando se trata de realidades a priori ajenas, como es la prostitución o ciertos sectores del islam, pero, ¿qué ocurre cuando hay que plantearse por qué las mujeres tienen hijos, o por qué se casan, o por qué siguen en pareja en ciertas situaciones?a priori

R. Claro, es una herida narcisista, es tener que reconocer que te afectan cosas que no te gustan, que querrías que no te afectaran. Visto desde fuera, se podría decir que yo me convertí en una maruja de lujo porque quise, que yo dejé la editorial en la que trabajaba porque quise, que fui madre porque quise… Pero aquí explico todo el entramado de causas, que son el palo y son la zanahoria. El palo es que tarde o temprano te das cuenta de que, en el mundo profesional dominado por hombres, te va a costar muchísimo que te traten como igual, y te cansas. La zanahoria es toda la recompensa social que tiene aceptar tu papel. [Resopla] Ver claro todo esto ha tenido un gran coste personal, pero me alegro de haberlo visto.

P. Habla de la independencia económica, que en algún momento dado le parece renunciable y luego ve que no lo es. Ahora mismo, con la crisis, el paro, la dificultad de conciliar, hay una parte del feminismo que critica que se ponga al trabajo en el centro de la vida, y hay otra parte que responde que quedarse en casa cuidando de los hijos es aceptar el rol conservador de la mujer. ¿Seguimos dando vueltas a lo mismo 20 o 30 años después?

R. Sí… Yo creo que ese feminismo de la crianza con apego cae en las mismas trampas en las que caí yo, que es afirmar que tú no compartes esos valores que ponen el dinero y el trabajo asalariado por encima de todo, que confunden el valor con el precio, que son valores capitalistas y patriarcales, y estoy de acuerdo, pero olvidar por ello una posición realista: si tú no tienes una fuente de ingresos independiente de tus relaciones sentimentales o amorosas, estás a merced de quien sí la tiene. La realidad es la que es aunque no nos guste.

De todas maneras tenemos que saber que el patriarcado significa que no hay opción buena para nosotras, que hay trampas por un lado y trampas por el otro. No debemos pretender que no nos ha pasado cuando nos ha pasado, ni sentirnos culpable porque nos pase. Si decidimos competir en un mercado copado por los hombres, vamos a pagar un alto precio de exclusión y discriminación; y si optamos por retirarnos a casa, como hice yo durante un tiempo, nos vamos a encontrar con la dependencia económica. Porque hay una realidad que no podemos obviar: el trabajo doméstico es imprescindible pero no se paga ni te da derecho a nada. La Ley de dependencia, por ejemplo, contempla solo el cuidado de personas dependientes o enfermas, pero no el de los niños, ¿por qué? ¿Quién cuida a las niñas y niños? Están las guarderías, pero hay muy pocas y duran 8 horas, y el día tiene 24. Y a las cuidadoras, de todas formas, se les paga una miseria.

P. En un momento dado, cierto feminismo optó por subcontratar el cuidado doméstico a otras mujeres, a menudo racializadas y de clase obrera. ¿Cómo ha evolucionado su visión sobre esto?R. subcontratar

En un artículo, Beatriz Gimeno, que me encanta, se planteaba esto: ¿se puede ser feminista y tener una empleada doméstica? Yo al principio, en esa época, pensaba que desde el momento en que el trabajo doméstico lo conviertes en un trabajo como cualquier otro, pagado y con Seguridad Social, ya no había problema. Creía que lo malo del trabajo doméstico era que se hiciera gratis, sin derechos, 24 horas al día, y la criada interna se parecía demasiado a eso, por eso siempre me negué rotundamente a tener una empleada interna. Pero por otra parte yo pensaba que si yo me gastaba lo que me pagaban por traducir en contratar a alguien 4 horas al día, que más o menos se pagaba igual, pues prefería traducir y tener esa tranquilidad en casa. Pero el artículo de Beatriz, años después, me hizo pensar que si ese trabajo se paga tan barato es precisamente porque lo hacen mujeres racializadas y de clase obrera. El otro día leía también que se paga más a quienes cuidan coches que a quienes cuidan niños. ¡Es tan significativo del patriarcado! Y sí, yo creo que estamos contribuyendo a ello. El patriarcado y la sociedad de clase te pone ante estos dilemas. Un ejercicio interesante sería preguntarme, si volviera atrás, qué cambiaría.

P. ¿Y qué sería?

R. Pues negociaría con mi marido para que la responsabilidad fuera de los dos. Eso significaría que la suma de lo que ganaríamos entre los dos sería inferior. Porque eso también me costó mucho entenderlo. Yo me planteaba: ¿cómo puede ser que las mujeres renuncien a un trabajo por el que les pagarían tres veces el salario mínimo para hacer algo que, en el caso de estar pagado, les supondría solo el salario mínimo? Porque gracias a eso el marido gana mucho más. Cuando yo me divorcié, ganaba 1.000 euros al mes, como mucho, y mi marido ganaba 10.000. ¿Por qué podía él ganar 10.000? Porque yo había renunciado a todo para que él tuviera disponibilidad total. Entonces, negociaría la responsabilidad, lo que supondría que su carrera profesional sería mucho más limitada de lo que fue. Probablemente él no aceptaría ni a tiros, y entonces en vez de divorciarme en 2003 nos habríamos divorciado diez años antes.

P. ¿Entonces comparte esa idea de que se subcontrata el trabajo doméstico para no causar tensiones dentro de la pareja?subcontrata

R. Sí, por eso yo me acuso de cobardía, y es algo que creo que hacen muchas mujeres y de lo que también habla Beatriz Gimeno. Ella dice que el recurso a la ayuda externa ha sido lo que han encontrado muchas mujeres para estar en paz, para no exigir a los hombres su cuota de trabajo y responsabilidad. Y yo desde luego me acuso de eso: no quería arriesgar lo que finalmente fue inevitable, que fue la separación.

P. Ya en ese momento era una idea de curso común la necesidad de no someterse a los cuentos de princesas Disney. ¿Qué es lo que empuja, entonces, a tratar de mantener una relación amorosa a todo coste?R.

Cuando digo que me acuso de cobardía y de pereza es porque no profundicé lo bastante en mis propios sentimientos y no me di cuenta de lo que estaba reproduciendo. Si el feminismo se queda en lo teórico y no pasa a lo vivido, vivido en la introspección, será estéril. Y para pasar de la teoría a las vivencias propias, la mejor manera es la cultura, el conocer las vidas de otras mujeres, que es lo que intento hacer con este libro. Yo no me di cuenta del divorcio que existía entre mi conocimiento de la teoría feminista y las historias de las que yo me había alimentado. Y yo me había alimentado de princesas Disney, todas esas referencias de las historias amorosas que estás deseando que te pasen a ti… Y te da miedo prescindir de ellas porque no tienes alternativa. Porque no tienes en la cabeza otra cosa que el hombre ambicioso, protector, deportista, y tú la mujercita adorada a la que va a tratar como una reina. Yo no me di cuenta de cómo me afectaba. Ahora sí.

P. Y queda la maternidad, un tema que genera además muchas culpabilidades: se acepta mejor que se señalen los errores en el amor o en el trabajo que con los hijos. ¿Cómo ha sido revisar su papel como madre?

R. Bueno, yo no me siento nada culpable. Creo que he sido una buena madre, aunque habría que ver lo que opinan mis hijos. Por supuesto que no he sido perfecta, y mis hijos tendrán cosas que reprocharme, pero tampoco he aspirado a ser perfecta. Creo que me ayudó mucho tener una madre que tampoco quiso serlo, ella me reconoció que había cosas que le interesaban más que la maternidad, y eso me sirvió de mucho. Mi hija ayer me decía que en principio no quiere ser madre, y que de serlo no querría que su hijo se convirtiera en el centro de su existencia. Le dije que conmigo tenía un buen modelo.

He intentado abordar el tema de la maternidad sin prejuicios. Mi tesis es que la ausencia del asunto de la maternidad en la cultura es el ejemplo más flagrante de cómo la cultura es una cultura de hombres: eso que es tan absolutamente central en la vida de todas nosotras, incluso cuando no lo somos, la decisión de no ser madre, o la imposibilidad de serlo, o el deseo frustrado, o el serlo y todo lo que pasa luego… Entre los 30 y los 45 es el gran tema. Y no puedes imaginar la maternidad porque solo tienes los anuncios de potitos.

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P. ¿Y eso ha cambiado con respecto a cuando usted decidió ser madre?

R. No ha cambiado mucho. Ahora quizás sí aparecen algunos relatos autobiográficos de la vivencia de la maternidad, porque el personaje de la madre sí que aparece en la cultura, ya sea como la madre angelical o como la mala madre. Ese, claro, es el punto de vista del hijo o de la hija sobre la madre, pero la madre vista por sí misma… Eso no está. Hay alguna cosa: la novela de Lucía Etxebarria, Un milagro en equilibrio; el de Nuria Labari, La mejor madre del mundo; el de Silvia Nanclares, ¿Quién quiere ser madre?; el de Jane Lazarre, El nudo materno… Pero es que es poquísimo, es poquísimo. La desvalorización de todo lo femenino también se ve en esto.

 

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