Libros para niños que no lo son
"La clasificación 'libros para niños' ha sido históricamente un cajón de sastre donde ubicar aquellos libros 'desubicables' por quienes presumían de defender la 'alta literatura'". Silvia Cartañá es una licenciada en Administración y Dirección de Empresas, analista financiera, que al pasar al estado de madre decidió empezar a luchar por recuperar la lectura de estos libros mágicos que son, a menudo la conexión con los niños y el mundo real. Y fundó loscuentosdebastian.com. "Asumimos que la literatura, hasta hace escasamente 150 años, estaba reservada exclusivamente a una pequeña minoría, la única que sabía leer y escribir. Para el resto de la humanidad, la inmensa mayoría del pueblo, analfabeta, se reservaba la tradición oral, con la que a través de historias, leyendas y mitos explicaban las normas sociales, si se pueden llamar así. Esta tradición fue recogida por juglares y trotamundos y en lo que pasaron a llamarse cuentos. Ahí está el origen de lo que ahora llamamos Literatura Infantil y Juvenil (LIJ)."
¿Qué es la LIJ?
"Tradicionalmente —retoma Chiki Fabregat—, se ha definido la Literatura Infantil como el conjunto de textos escritos para niños o aquellos que, no habiendo sido escritos para ellos, han recibido buena acogida por parte de los lectores más jóvenes. Esta definición tiene en cuenta, por tanto, dos elementos: el emisor y el receptor del mensaje literario".
Si del autor hablamos, Fabregat, autora de literatura infantil y juvenil y coordinadora del departamento correspondiente de la Escuela de Escritores, trae a colación autores que buscaban lectores de menos de doce años. Sin éxito. Por ejemplo, Antoine de Saint-Éxupery con El Principito. La prueba es la dedicatoria del libro: A LEÓN WERTH
Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona grande. Tengo una seria excusa: esta persona grande es el mejor amigo que tengo en el mundo. Tengo otra excusa: esta persona grande puede comprender todo; incluso los libros para niños. Tengo una tercera excusa: esta persona grande vive en Francia, donde tiene hambre y frío. Tiene verdadera necesidad de consuelo. Si todas estas excusas no fueran suficientes, quiero dedicar este libro al niño que esta persona grande fue en otro tiempo. Todas las personas grandes han sido niños antes. (Pero pocas lo recuerdan.) Corrijo, pues, mi dedicatoria:A LEÓN WERTHCUANDO ERA NIÑO
Lo cierto es, concluye Fabregat, que se trata de un libro que los niños rara vez disfrutan. "No lo comprenden, les resulta lento… En cambio, los adolescentes y los adultos lo disfrutamos muchísimo".
Vamos con los lectores. Otras veces sucede, para desesperación de los autores, que los más pequeños adoptan un texto que no les estaba destinado. A Jules Verne le pasó. La suya, explica Ana Campoy, "se ha vendido siempre como juvenil por ser considerada ciencia ficción", a pesar de que él "la reivindicaba como 'literatura científica'". La ciencia ficción siempre ha sido un género denostado y supongo que se optó por meterla en el cajón de las literaturas catalogadas como 'poco prestigiosas', un menosprecio que por desgracia sigue sucediendo también con la infantil. El propio Verne sufría mucho esta desconsideración".
Campoy, escritora y periodista, habla de experiencias parecidas con La llamada de lo salvaje de Jack London ("El hecho de que haya animales como personajes se suele etiquetar como literatura infantil o juvenil. Y no entiendo porqué") y con El libro de la selva de Rudyard Kipling: "Originariamente se trataba de una colección de cuentos llamada El libro de las tierras vírgenes. Los relatos salieron publicados por entregas en revistas. En absoluto era infantil. Simplemente trataba el tema del niño salvaje". En este caso, el responsable de la desviación es, dice Campoy, Disney, que "hizo una adaptación muy libre de los textos originales para su película de animación de 1967. A partir de entonces el título quedó etiquetado para siempre dentro de esa franja".
No es el único relato traicionado por su adaptación cinematográfica. Fabregat menciona Peter Pan, La Sirenita y casi toda la obra de los Hermanos Grimm, Andersen o Perrault. Los niños van al cine y luego, cuando leen el libro, se encuentran "con situaciones de violencia extrema (a una de las hermanastras de Cenicienta le cortan el pie con un hacha para que le quepa el zapato de cristal) o con textos farragosos y aburridos, al menos para el lector del siglo XXI, como ocurre con los primeros capítulos de Peter Pan".
Pinocho, al que tantos conocen exclusivamente por la cinta de Disney, es otra víctima del reblandecimiento, si bien aquí la culpabilidad está repartida. "Se publicó por entregas en el periódico Giornale per i bambini, un diario infantil —explica Ana Campoy—. Entonces llevaba el título de Historia de un títere y terminaba en la brutal escena del muñeco colgado de un árbol. Tras las protestas de los lectores, Carlo Collodi amplió el relato y lo publicó en formato libro dos años más tarde, con el título de Las aventuras de Pinocho". En cualquier caso, un texto como ése jamás se consideraría hoy en día literatura infantil "no sólo porque el narrador es demasiado adulto, sino porque la trama en sí misma es desgarradora. Cruda hasta para alguien mayor. Las moralejas parecen más advertencias a la persona adulta. Requieren un nivel de abstracción del que un niño generalmente no dispone".
Historias para educar
La mención a las moralejas, que desde luego no son exclusivas de la literatura para los más pequeños, nos permite entrar en un terreno delicado, el de las enseñanzas que se deducen de los relatos.
Silvia Cartañá hace historia. Veníamos, dice, de una tradición oral para adoctrinar al pueblo. Pero, cuando el pueblo se alfabetizó, los niños quedaron como los únicos "alfabetizables", y los cuentos pasaron "de ser 'historias de la vida y lo social' a 'historias para educar a los niños'. Como muchos de ellos no eran del todo 'decentes' hubo que 'adecentarlos' a golpe de tijera y goma de borrar". Y recuerda que Caperucita era y es para mostrar los peligros de la calle (como bien muestra la versión actual de Roberto Innocenti); que Blancanieves era perseguida por el cazador porque su madrastra le ordenó extraerle el corazón y llevárselo fresco, obviamente para comérselo, como supuesto ritual de brujería; y que Barbazul era perfecto para asustar a las curiosas.
Son, prosigue Cartañá, textos de autores que contaban historias de la vida, de lo social y lo político, "pero que fueron tan censurados y recortados que quedaron en cuentos de niños deshuesados de sustancia. Es el caso de Los viajes de Gulliver, de Moby Dick o de Alicia en el país de las maravillas".
El caso de Alicia es paradigmático de la sistemática malinterpretación de ciertas novelas, "obras maestras que nos permiten abrir los ojos a los adultos de lo absurdo de muchas costumbres sociales", cuyos protagonistas son niños o niñas: "editores y censores, en diversos momentos de la historia (y algún cineasta que todos conocemos que tampoco ayudó mucho), decidieron que era historia de niños para liberar el contenido más ética y socialmente transgresor".
Pasó con Charlie y la fábrica de chocolate o Matilda de Roald Dahl, con las las múltiples aventuras de Tom Sawyer y Huckleberry Finn ideadas por Mark Twain, con Las crónicas de Narnia de C.S. Lewis o con la saga Harry Potter, de J.K. Rowling.
Los títulos se encadenan, y Fabregat suma algunos más recientes como El niño con el pijama a rayas o El curioso incidente del perro a medianoche, textos que, aunque es dudoso que pertenezcan a esa categoría, las editoriales comercializan como infantiles, en la mayoría de los casos porque el protagonista es un niño. Y aporta un libro más para reforzar su teoría: Los niños tontos, de Ana María Matute. "La autora se hartó de explicar que no era un libro PARA niños sino DE/CON niños".
La manía de las etiquetas
Cree Fabregat que parte del problema es la costumbre de etiquetarlo todo. "Hay niños que pueden leer El Principito y disfrutarlo y otros que no. Hay niños que leen Harry Potter con ocho años y otros de once a los que se les cae de las manos; hay niños de seis años que disfrutan enormemente del álbum Donde viven los monstruos, y otros a los que les da miedo. Pero es que el adulto (educador, animador, padre, bibliotecario, librero…) que recomienda o facilita el libro al niño, debería saber qué le está dando y a quién. Incluso leerlo con él o al menos estar cerca por si le surgen dudas o, con el caso del álbum de Sendak, miedos".
Cambiar el mundo leyendo
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Cartañá, por su parte, sostiene que "no es un malentendido, sino la herencia de censuras políticas y sociales, que han derivado en una sociedad actual, escasamente informada y poco ávida a la investigación". Algo, añade, que resulta curioso en la era de la máxima información. "¿Será que en literatura no ha interesado enseñar a descubrir lecturas sino a leer esas terribles obligadas... ¿Intencionado?"
Sea por lo que fuere, anima a los adultos a compartir las lecturas "para niños" con los más pequeños. "Sus preguntas y nuestras reflexiones particulares nos harían comprender algunas cuestiones trascendentales que son más naturales de lo que socialmente se ha impuesto, practicaríamos la lógica, aprenderíamos en áreas distintas de la literaria, seríamos más flexibles al relativizar nuestro día a día y seríamos capaces de tratar de conocernos mejor y gestionar las emociones con menos yoga y más humor."
Dicho queda.