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'Cerrar una etapa, abrir una nueva. Elecciones y amnistía'

Portada del libro 'Un militante de base en (la) Transición.

José María Barreda Fontes

Un militante de base en (la) Transición es el nuevo libro del que fuera presidente de Castilla La-Mancha durante dos legislaturas José María Barreda Fontes. El político socialista ocupó el cargo entre entre 2004 y 2011 y posteriormente regresó al mundo académico, como profesor titular de Historia contemporánea en la Facultad de Letras del Campus de Ciudad Real de la Universidad de Castilla-La Mancha hasta su jubilación en el año 2021. Ahora mismo preside la asociación Club Siglo XXI.

En el libro, Barreda analiza las motivaciones de los estudiantes que se comprometieron contra el franquismo y colaboraron a que la dictadura fuera derrotada en la calle. El autor combina ese relato histórico con un relato de su evolución ideológica, paralela a la del conjunto de la izquierda, desde la influencia del Concilio Vaticano II pasando por el PCE que abandona el leninismo, el PSOE que deja el marxismo, hasta las convicciones socialdemócratas que conducen a luchar para que todos los seres humanos sean tratados con dignidad y tengan seguridad desde la cuna hasta la tumba.

Un militante de base en (la) Transición (editado por Catarata) será presentado el próximo jueves 4 de julio en el Ateneo de Madrid a las 19:30 horas. En la presentación, el autor estará acompañado de la ministra de Educación y portavoz del Gobierno, Pilar Alegría, del escritor y dibujante José María Pérez 'Peridis' y del director editorial de infoLibre, Jesús Maraña. El encuentro será presentado por la abogada laboralista y luchadora por las libertades durante el franquismo Paquita Sauquillo.

infoLibre avanza la publicación del capítulo 19 del libro, titulado 'Cerrar una etapa, abrir una nueva. Elecciones y amnistía.'

“España, no te olvides que hemos sufrido juntos”.

Blas de Otero

“¿Qué empezaba a romperse?

Más que el espejo sucio de las comisarías…”.

Luis García Montero

“Navega, navega lo mejor que puedas, navío de la Democracia”.

Walt Whitman

En el año 1977, que vivimos muy intensamente, tuvieron lugar unos acontecimientos políticos concadenados que marcaron de forma decisiva la aurora de nuestra democracia (que, como la de Homero, tuvo “rosáceos dedos”): las elecciones del 15 de junio, vividas como una fiesta de la libertad; los Pactos de la Moncloa, firmados el 15 de octubre; y la Ley de Amnistía, promulgada ese mismo día y publicada en el BOE dos días después.

A veces se producen curiosas casualidades. El cabeza de lista del PCE en las elecciones generales de 1977 por la provincia de Ciudad Real fue el pintor José Ortega, que vivía en Madrid, en la calle de la Amnistía, situada entre la Plaza de Ramales y el Teatro Real, y allí nos reunimos varias veces para preparar su candidatura y la campaña electoral.

Aunque Pepe Ortega había nacido en Arroba de los Montes en 1921 (tenía 56 años), su exilio en Francia y en Italia le mantuvo alejado de la realidad española y de Ciudad Real durante muchos años, pues volvió solo unos meses antes. Aunque conocido en los ambientes artísticos por ser uno de los fundadores de Estampa Popular, el grupo que utilizó el arte como instrumento de lucha antifranquista, al que pertenecieron, entre otros, los miembros del Equipo Crónica, Manolo Valdés y Rafael Solbes, a nivel popular era completamente desconocido y, desde luego, en la provincia muy poca gente sabía quién era.

No obstante, como era amigo de Carrillo, le situaron encabezando la lista, acompañado por Juan Estévez, obrero en Puertollano, y José Antonio García Rubio, profesor de la Escuela de Magisterio, que había sido detenido y torturado cuando “cayó” la Junta Democrática en 1974. En realidad, al hecho de que fuera un desconocido en la provincia se le quitaba importancia porque se pensaba que los electores se movilizarían por las siglas y, en todo caso, por el líder nacional, concediendo menos importancia a los candidatos provinciales que a los mensajes ideológicos. De hecho, en los carteles no figuraba la foto de ningún candidato —solo la de Carrillo en algunos—, sino mensajes sectoriales. He aquí algunos ejemplos de la propaganda de aquella campaña que guardo en mi archivo: “Partido Comunista de España, el partido de la liberación de la mujer”; “Trabajador, el Partido Comunista es tu partido”; “Jornaleros, agricultores y ganaderos, el Partido Comunista es vuestro partido”; “Queremos la democracia para todos los españoles”; “La cultura y la enseñanza al servicio del pueblo”… En la parte de abajo de todos los carteles figura el mensaje: “Votar comunista es votar democracia”, en un intento por contrarrestar la imagen de partido totalitario, e incluso estalinista, que la derecha le adjudicó durante el franquismo.

Tampoco el cabeza de lista del PSOE, Miguel Ángel Martínez, era entonces conocido en la provincia, pues fue impuesto desde Madrid por Alfonso Guerra. Por UCD, el primero de la lista fue Blas Camacho, natural de Tomelloso, que tampoco era conocido fuera de su pueblo. Alianza Popular estuvo encabezada por un antiguo presidente de la Diputación franquista, Fernando de Juan; y como senador, Luis Martínez, presidente de la Caja Rural y uno de los pocos procuradores en las Cortes que votaron “no” a la Ley para la Reforma Política. Por el Partido Socialista Popular encabezaba un conocido médico, Javier Paulino, que por entonces era vicepresidente del partido de Tierno Galván.

Significativamente, en la campaña del PSOE no se pegaron carteles con la cara del candidato provincial, sino solamente con la imagen de un joven Felipe González con camisa de cuadros y la leyenda: “La libertad está en tu mano”. También la campaña de UCD estaba centrada en su líder, pensando en capitalizar la imagen del presidente reformista que había conducido con éxito la Transición: “Votar Centro es Votar Suárez”, podía leerse en los carteles sobre una foto de Adolfo Suárez.

Recuerdo perfectamente una reunión en la casa de la calle de la Amnistía (también recuerdo el olor, pues era temporada de fresas y Pepe Ortega tenía varias cestas y bandejas llenas, regalo de un camarada de Aranjuez, que aromatizaban el comedor donde estábamos reunidos). Me preguntó cómo veía el panorama electoral en la provincia después de que él dijera que en Ciudad Real el partido mayoritario de la izquierda era el PC y el partido socialista con más implantación era el PSP, cuando le contesté que “sin embargo, va a ganar el PSOE”, se quedó desconcertado.

Mi pronóstico se basaba en el conocimiento del arraigo del PSOE, y sobre todo de la UGT, en la memoria colectiva de los pueblos. Conocía la historia, sabía lo que habían significado las Casas del Pueblo en las localidades de La Mancha y había tenido oportunidad de hablar con muchos paisanos que mantenían un “recuerdo familiar” de aquellos años. Durante la dictadura hubo silencio, pero no olvido. La represión podó y taló ramas y troncos, pero no consiguió arrancar las raíces, que permanecieron en la tierra, y en cuanto hubo libertad rebrotaron con fuerza.

También le dije que en el partido no habíamos tenido tiempo para superar por completo muchos años de anticomunismo feroz y, además —y esto no le gustó nada—, nuestros veteranos líderes recordaban demasiado a la guerra, lo que no sucedía con los jóvenes dirigentes del PSOE.

Finalmente, las elecciones se celebraron el 15 de junio. En la provincia de Ciudad Real, la ley electoral cumplió lo que UCD es

peraba de ella: con el 41,25% del sufragio, fue el partido más votado; seguido del PSOE, con el 32,12% de los votos; Alianza Popular consiguió el 13%, y el PCE, un decepcionante 6,27%, pese a la abnegada campaña “puerta a puerta” que hicimos los militantes. Por su lado, el PSP únicamente logró 13.582 votos, quedando en quinto lugar.

Durante la campaña, los partidos de izquierda situaron a Alianza Popular como principal adversario a batir, temiendo la influencia de Luis Martínez, a través de la poderosa red de la Caja Rural, y al franquismo sociológico que representaba Fraga, del que se sospechaba su influencia en los pueblos. Luego comprobamos que la mayoría de la gente de derechas optó claramente por el centro, como ocurrió en general en toda España, demostrando una clara tendencia a la moderación: por la derecha, la UCD, y por la izquierda, el PSOE.

Constituidas las Cortes, durante los primeros meses del Gobierno de Suárez, la exigencia de una amnistía, total y sin exclusiones, más amplia que la que decretó el Gobierno en julio del 76, se convirtió en un clamor imparable y todos los días la reivindicamos. Conviene recordar que, todavía en 1976, Fraga se mostraba contrario a la concesión de la amnistía “porque —declaró en un periódico italiano— no hay razones para ella, ni existen bases jurídicas”.

Sin embargo, la coyuntura cambió y, apenas cuatro meses después de las elecciones, el Congreso de los Diputados aprobó una importante Ley de Amnistía que supuso un verdadero borrón y cuenta nueva para todos los delitos de intencionalidad política. Son muy aleccionadoras, en este sentido, las intervenciones de los diputados que participaron en el debate de la ley durante su tramitación en el Congreso. Tuve ocasión de asistir a aquel pleno como invitado y recuerdo la positiva impresión que me llevé de la experiencia de oír a los diputados intervinientes y del ambiente solemne que había en el hemiciclo, en el que había conciencia de que estaba sucediendo algo trascendente.

El 14 de octubre del 77, en su intervención en el Congreso durante el debate de la Ley de Amnistía en nombre del Grupo Parlamentario Comunista, Marcelino Camacho, el diputado de todo el hemiciclo que más tiempo había pasado en las cárceles franquistas, tras recordar que el PCE venía defendiendo la reconciliación desde 1956, afirmó:

Nosotros considerábamos que la pieza capital de esta política de reconciliación nacional tenía que ser la amnistía. ¿Cómo podríamos reconciliarnos los que nos habíamos estado matando los unos a los otros si no borrábamos ese pasado de una vez y para siempre? Para nosotros, tanto como reparación de injusticias cometidas a lo largo de estos cuarenta años de dictadura, la amnistía es una política nacional y democrática, la única consecuente que puede cerrar ese pasado de guerras civiles y de cruzadas. Queremos abrir la vía a la paz y a la libertad. Queremos cerrar una etapa; queremos abrir otra […].

Pese a que recientemente se ha argumentado que la amnistía reclamada por la oposición antifranquista no se refería también a los servidores de la dictadura que habían conculcado derechos de los ciudadanos, el espíritu del legislador del 77 quedó claramente expuesto en esta intervención y en otras muy similares sobre el alcance y significación que quería darse a esa Ley de Amnistía.

El portavoz del Grupo Vasco, Xabier Arzalluz, hizo una brillante intervención:

Para nosotros la amnistía no es un acto que atañe a la justicia o a la equidad, atañe a la política, atañe a la solución de una situación difícil en la que de alguna manera hay que cortar un nudo gordiano; es simplemente un olvido, como decía el preámbulo de nuestro proyecto de ley, una amnistía de todos y para todos, un olvido de todos y para todos, aunque hay que recordar, aunque sea, y así lo desearía por última vez, que aquí nos hemos reunido personas que hemos militado en campos diferentes y hasta nos hemos odiado y hemos luchado unos contra otros […].

Txiki Benegas, que habló en nombre del PSOE, señaló: “Hoy solamente estamos cumpliendo con un profundo deber de demócratas, con un ineludible compromiso por la libertad, que no es más que reparar los daños, los perjuicios, las injusticias de un régimen autoritario…”.

Por su lado, Josep María Triginer, de Socialistes de Catalunya, enfatizó: “El día de hoy cierra definitivamente una etapa histórica de nuestro país: la amnistía liquida lo que ha sido considerado delito político por el régimen anterior”.

La ley fue aprobada por una inmensa mayoría: 296 votos a favor, 2 en contra, 18 abstenciones y 1 nulo. Las abstenciones fueron las de Alianza Popular, liderado por Fraga y compuesto por antiguos franquistas. Pero, además de estos rescoldos franquistas que mantenían la brasa encendida —aunque al menos estaban en las Cortes y aceptaban el juego democrático—, todavía quedaban en la sociedad vestigios de un régimen que durante una posguerra interminable mantuvo el discurso de la victoria y la subyugación de los vencidos. Arzalluz, en su intervención, recordó el problema: “Olvidemos, pues, todo. Sin embargo, tal vez, aunque los que estamos aquí estemos dispuestos al olvido, hay sectores de nuestra sociedad que no están aquí representados, que no están dispuestos al olvido…”. Tampoco estuvo ETA dispuesta al olvido: tras esta ley y la Constitución, incrementó los atentados terroristas.

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En todo caso, pese a la “lectura” que hacen ahora algunos miembros de la generación de los hijos o nietos de aquellos que se perdonaron los unos a los otros —haciendo realidad el deseo de Azaña de “paz, piedad y perdón” en plena guerra civil— despreciándola e, incluso, culpándola de la impunidad de los crímenes franquistas, la amnistía del 77 fue un ejemplo de un deseo sincero e inteligente de dejar atrás un pasado de odio que llevó a media España a querer aniquilar a la otra media.

Considero a Marcos Ana, el poeta comunista que más años pasó en las cárceles de la dictadura, particularmente autorizado para hablar sobre la cuestión. Santos Juliá recordó un artículo suyo en Mundo Obrero, titulado “Ni vencedores ni vencidos: Amnistía para los dos campos”, en la temprana fecha de 1966, 11 años antes de que, finalmente, fuera posible su deseo: “Amnistía para nosotros, los que combatimos bajo las banderas de la República […] pero amnistía también para los que combatieron al lado de Franco y cometieron actos punibles”.

(Escribo estas líneas horas después de que me hayan elegido presidente del Club Siglo XXI. Esta mañana, en las paredes de su sede he visto un recorte del ABC del día 28 de octubre de 1977, con ocasión de la presentación que en ese mismo lugar hizo Fraga de Carrillo, valorando el acto como un gran gesto de reconciliación y de que el diálogo entre adversarios es no solo posible, sino necesario. Fraga empezó diciendo: “No necesito poner a Dios por testigo de que la distancia política e ideológica entre el Partido Comunista y Alianza Popular es muy grande, ni necesito recordar, por obvia, en qué consiste”. Después de decir con gracia que “estamos ante un comunista de pura cepa, y si él me lo permite, de mucho cuidado; por eso interesa oírle”, siguió un coloquio muy interesante).

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