"Poco hay más duro que vivir en la calle", Carmen Peire dibuja 'Mapas de asfalto' en su nueva novela

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Todas las ciudades tienen su Distrito Sur. Varios, de hecho. Barrios construidos literalmente con las manos de sus primeros habitantes, hace no tanto, apenas una generación. Casas de barro levantadas por las noches, vigilando que no apareciera la dichosa autoridad competente antes de que estuviera puesto el techo de uralita que las salvaba de la maldita orden de derribo. Así se ensancharon las urbes hasta convertirse en metrópolis en las que las chabolas eran sepultadas por edificios de viviendas de protección oficial. Las colmenas de pisos como emblema de la nueva dignidad adquirida por el masivo éxodo rural que transformó España desde mediados del siglo pasado hasta, de verdad, todos lo sabemos, hace no tanto.

Hércules León es uno de esos emigrantes que abandonó su pueblo y dejó atrás a su familia en busca de no se sabe bien qué promesa de un futuro mejor. Hércules León es un personaje de ficción repleto de verdad por contexto y por empeño. Un Quijote moderno que barre las calles de esa periferia en los márgenes de las afueras sociales mientras imagina que pasa la escoba por todos los países y regiones del planeta (y más allá). El albergue municipal es su hogar y sus moradores una hermandad empeñada en salir adelante por muy difícil que se presente el futuro inmediato, que no pasa de la siguiente noche en muchos casos. Una nueva familia contra la persistente adversidad.

Es así como la existencia del hercúleo limpiador queda hondamente arraigada en la memoria colectiva de la transición, allá por los setenta, desde donde resuena hasta esta actualidad cambiante pero no tanto. "Más duro que vivir en la calle hay pocas cosas, todos podemos terminar durmiendo en un banco, todos estamos expuestos a eso", recuerda a infoLibre la escritora Carmen Peire, autora de Mapas de asfalto (Menoscuarto Ediciones, 2024), todo un canto coral a la resiliencia y la esperanza, donde cada capítulo invita al lector a reflexionar sobre la dignidad y la lucha de quienes persiguen sus sueños, sin importar lo lejanos que parezcan. "Yo viví muchos años de mi juventud y parte de mi madurez en Vallecas y entendí que el esfuerzo de todos los grandes barrios y de la gente es salir adelante, aunque sea durmiendo en un banco. Evidentemente, hay gente que lo consigue y gente que no, pero la inmensa mayoría de la gente, por lo menos de los barrios de aquella época, salió adelante", remarca.

Defiende por ello la necesidad de "no perder en ningún momento la esperanza, porque bastante pesimista y distópica es la situación que estamos viviendo, como para encima perder eso". "La bondad y la esperanza son los dos elementos que pueden salvar a cualquiera en la situación más terrible", asegura, porque a su juicio "siempre hay un germen de otro mundo nuevo que surge en cualquier momento", como surgió en el 15M, como han surgido las grandes luchas feministas o como va a surgir ahora la reivindicación por la vivienda. "La gente sigue siendo capaz de movilizarse otra vez por temas que pueden ser cruciales", destaca, estableciendo así un puente entre estos infelices años veinte y aquella España cambiante en revolucionaria transformación medio siglo atrás.

"Es un cambio que también obedece mucho a la situación del capitalismo actualmente, de este capitalismo neoliberal que nos ha llevado a la individualización total, mientras que en los sesenta, en los setenta aún con la dictadura y los ochenta aún había un sentimiento de lo colectivo muy arraigado. Eso fue lo que produjo las grandes luchas de los movimientos vecinales y obreros, también teniendo en cuenta que el mundo estaba dividido entonces en dos bloques, cosa que ahora no es así. Antes existía otra alternativa al capitalismo, algo que favoreció mucho las luchas populares y obreras de occidente, porque la amenaza estaba ahí, pero ahora eso ya no existe y todo el capitalismo ha avanzado y ha arrasado de una manera bestial", argumenta.

Señala, en cualquier caso, que pese a todo lo que han cambiado aquellos barrios periféricos de entonces, todavía quedan "islas de resistencia y de esperanza" en esa batalla por un mundo sin la pesada bota del capitalismo encima. "No son solo las que quedan, también hay islas nuevas que hay que saber ver", afirma, mencionando por ejemplo a la PAH y su lucha contra los desahucios, que "evidentemente tiene que ver mucho con las luchas vecinales que se llevaron a cabo en los barrios por reivindicar la vivienda digna cuando no había". "Y el movimiento ecologista en aquel momento apenas existía, aunque empezaba a intuirse lo de las nucleares, que era la consigna, pero no había una conciencia como ahora de toda la situación de crisis climática", añade.

Y todavía prosigue: "Repensar otra vez el mundo, sin un bloque como había antes alternativo, está también llevando a grandes pensadores a explicar por donde podríamos salir de esta debacle y por donde salir con las energías alternativas, más limpias, sin hacer tanto daño al planeta y con un desarrollo de sistemas más humano. Al mismo tiempo, tenemos también la contraposición del avance bestial que está habiendo contra los derechos humanos, todas las políticas antimigratorias o el auge de la ultraderecha en Europa y en todo el mundo. Ahora falta ver qué pasa con las elecciones en Estados Unidos, que nos cojan confesados, porque a Trump ya le conocemos y no le vemos como un payasete, sino como la representación del mal".

Esas visiones estereotipadas de los barrios periféricos como centros de droga y delincuencia me dan mucho por culo

Hay que afrontar este mundo que nos ha tocado compartir con ilusión, en definitiva, pero "sin ser gilipollas tampoco", bromea Peire. quien explica que su barrendero tiene dos aspectos muy quijotescos, como son la bondad -"uno de los síntomas más importantes de la inteligencia humana"- y la esperanza. "Es lo que decía Ken Loach, que hay que hacer de la esperanza una cuestión política, porque cuando el pueblo pierde la esperanza vota al fascismo. Por eso, en cualquier momento, por muy duro que sea y muy mal que lo estés pasando, siempre tienes que mantener la esperanza".

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Todo esto se plasma en las páginas de esta novela en la que Hércules León está bien rodeado de un variopinto plantel colectivo de personajes de diferente pelaje y condición. "Ninguno de los personajes es idiota, todos son conscientes de su situación, pero intentan capear con ella lo mejor que pueden con la mayor dignidad posible", indica, para acto seguido subrayar: "Por muy dura que sea, todos intentamos buscar una fórmula de supervivencia. Y eso sigue pasando en los barrios y lo sigo viendo cada vez que voy a Vallecas, donde los bancos de alimentos funcionan muy bien y la gente sabe donde acudir para intentar salir adelante lo mejor que puede. Por eso, esas visiones estereotipadas de los barrios periféricos como centros de droga y delincuencia me dan mucho por culo. Porque no es verdad, y aunque haya de eso, el 90% es gente peleona, luchadora, que intenta salir adelante con lo que tiene".

La trama de Mapas de asfalto tiene aún un punto de anclaje más con la realidad de nuestro tiempo, pues la narradora en primera persona es una mujer, ya anciana, que vivió todos aquellos años y ahora comparte sus recuerdos con dos jóvenes que la visitan en la residencia en la que pasa lentamente sus días. Una correa de transmisión de la memoria de un tiempo que se borra de nuestras calles cada día un poquito más que el anterior: "Me parecía que este punto de vista podía abrir también un campo de reivindicación de toda esta gente que se nos está yendo y cuya memoria se pierde. Ese es un lujo que una sociedad no se puede permitir, porque si pierdes esa memoria estás perdido como sociedad. Más aún después de esa situación tan terrible en la que se han convertido las residencias. Pero a pesar de eso esta mujer se atreve a volver a recuperar parte de la memoria que ya había perdido y a pasarla a los jóvenes desde la residencia".

Ken Loach decía que hay que hacer de la esperanza una cuestión política, porque cuando el pueblo pierde la esperanza vota al fascismo

"En cada generación hay una minoría generacional que conecta con una minoría generacional posterior. Nunca son mayoritarias, pero siempre hay una minoría que conecta con otra minoría generacional que viene, y eso es lo que nos ha ido salvando a lo largo de la historia", recalca la autora, antes de lanzar una última advertencia acerca de uno de los males de nuestro tiempo: "Es más cómodo no pensar, sobre todo cuando ya estás en un sistema en el que se trata de sacarse las castañas del fuego cada uno, vivir como mejor se pueda, no encontrarte a tu ex por la calle como decía la otra, y venga cañas y cervezas. Todo eso genera un hábito de no pensar, y un pueblo que pierde su pasado está también perdiendo su futuro, y no tiene luego armas para poder defenderse o instrumentos para abordar las nuevas situaciones. Este es un problema generalizado".

Todas las ciudades tienen su Distrito Sur. Varios, de hecho. Barrios construidos literalmente con las manos de sus primeros habitantes, hace no tanto, apenas una generación. Casas de barro levantadas por las noches, vigilando que no apareciera la dichosa autoridad competente antes de que estuviera puesto el techo de uralita que las salvaba de la maldita orden de derribo. Así se ensancharon las urbes hasta convertirse en metrópolis en las que las chabolas eran sepultadas por edificios de viviendas de protección oficial. Las colmenas de pisos como emblema de la nueva dignidad adquirida por el masivo éxodo rural que transformó España desde mediados del siglo pasado hasta, de verdad, todos lo sabemos, hace no tanto.

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