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Nosotros y los otros

Manuela Carmena

En 2019 Manuela Carmena se dirigió a los más jóvenes a través de su libro A los que vienen. Tres años después de aquella publicación y del final de su etapa en la alcaldía de Madrid, vuelve a escribir. Esta vez lo hace para todos los que se sienten desencantados con el panorama político actual. En La joven política (Ediciones Península), que verá la luz este miércoles 24 de noviembre, la que fue cofundadora del despacho de abogados de Atocha traslada su experiencia como jurista, política y alcaldesa para recordar que la tolerancia es imprescindible en democracia y ofrecer al lector una alternativa: en tiempos de cansancio frente a un sistema de partidos polarizado pueden plantearse nuevas formas de política transversales, donde el activismo gane posiciones mientras el populismo pierda protagonismo. infoLibre publica un extracto del libro en el que, frente a los posibles enfrentamientos, "la esencia de la democracia" exige "escuchar y respetar" siempre al otro.

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Nosotros y los otros

En 2017, el Partido Popular (PP) me reprochó no haber querido colgar una pancarta en el edificio principal de nuestro ayuntamiento en recuerdo a Miguel Ángel Blanco, el concejal de su partido asesinado por ETA hacía veinte años, el 13 de julio de 1997. 

Les expliqué que no me parecía razonable utilizar la fachada del ayuntamiento como una pizarra que se llena de las diferentes efemérides a honrar o a recordar. No les convencí. Me reprochaban que, si era así, cómo es que había instalada desde hacía dos años una gran pancarta en esa fachada en la que se daba la bienvenida a los refugiados. Creo que es algo muy distinto. Tomar posición ante una cuestión universal como la de los refugiados tiene sentido, ya que muestra la sensibilidad de una institución ante el problema. Rememorar un hecho luctuoso como el asesinato de Blanco, ciertamente trágico pero, por desgracia, no aislado, obligaría a convertir la sede municipal en ese tablón en el que se recogen noticias o rememoraciones diarias. 

Entendí que no lo aceptaran. Más allá de mi respuesta, que ni escucharon, supongo que les pareció un caso que podía resultarles rentable desde su estrategia electoral, un pretexto como tantos otros. Así, podían presentarnos al equipo municipal que dirigía Madrid como un grupo de izquierdas que, en maniqueo contraste, tenía sensibilidad ante la inmigración, pero carecía de ella hacia las víctimas del terrorismo. 

Nada más lejos de la realidad. Como ya he manifestado en muchas ocasiones, las víctimas del terrorismo me conmueven profundamente. Recuerdo a la perfección la brutal ejecución de Miguel Ángel Blanco. Recuerdo también cómo, en aquella tensa tarde de verano, tuve la esperanza de que el Gobierno hubiera intentado negociar con los terroristas para salvar la vida de aquel joven concejal. Dicho esto, que tiene que ver con mis más íntimos recuerdos, siento y sentía también en 2017 —como todo el equipo de Gobierno del Ayuntamiento— una enorme empatía hacia Blanco. 

Con la finalidad de aclarar nuestra postura y que no se mintiera sobre ella ni se desvirtuara, propusimos al PP y a los otros grupos municipales que se celebrara un acto en homenaje a aquel desdichado concejal y que tuviese lugar delante del ayuntamiento. Antes de comenzar el acto noté que el PP había convocado a personas del entorno de su militancia que, sin duda, pretendían boicotear la conmemoración. Había que salir al paso, no cabían discursos preparados. No comparto el gusto por esos papeles que un asistente coloca distraídamente en el pupitre del orador y, mucho menos, por esas detestables notas mecanografiadas o resumidas en un mensaje que se convierten en los argumentarios de los diferentes políticos. No sé qué hubiera dicho en aquella situación otro dirigente acostumbrado a leer sus discursos; había que improvisar. 

Tomé el micrófono e intenté abrir el homenaje. No pudo ser. Un coro furioso y bien organizado comenzó a impedirme hablar gritando: «¡Vieja, vieja! ¡Roja, roja!». Muy serena, y aprovechando un intervalo en la cascada de insultos, comencé dando las gracias a los provocadores: «Muchas gracias. Muchas gracias a todos los que habéis venido a participar en este acto. Muchas gracias —insistí varias veces con énfasis y, dirigiéndome a ellos, personalicé los agradecimientos—, muchas gracias a los que estáis expresando vuestra protesta y vuestro disgusto. Os doy las gracias porque afortunadamente vivimos en democracia y tenéis todo vuestro derecho de expresaros y de criticarme. Bien es verdad que soy una persona mayor. Vosotros decís “vieja”. Quizás la forma en la que habéis utilizado el sustantivo ha sido poco cortés, pero, bueno, lo que cuenta es que sí, soy mayor, tengo muchos años. Lo que pasa es que gracias a eso he vivido lo que era una dictadura y, junto con tantos otros, fui de los que contribuimos a conseguir la democracia para España. Nos costó mucho y a alguno le costó la vida. Es precisamente la esencia de la democracia lo que me hace escucharos y respetaros. La democracia nos iguala a todos, unos y otros la componemos. La libertad de expresión es el oxígeno de la democracia. La auténtica libertad de expresión es aquella que permite, en una sociedad, criticar a sus gobernantes. Y precisamente esas críticas son más importantes si parten de los otros, de los que no gobiernan». 

Hablé con emoción pero con serenidad y los coros de insultos organizados enmudecieron, permitiendo que el acto continuara. Lo hice entonces, y me lo vuelvo a preguntar ahora, ¿por qué los provocadores enviados por el PP guardaron silencio?, ¿por qué me escucharon? No estoy nada segura, pero creo que les sorprendió mi respuesta y les desmontó la actuación que habían preparado en la que esperaban una confrontación. También quiero confiar en la fuerza que tienen las palabras cuando salen con convicción de uno mismo, y quizás por eso callaron. 

En aquel entonces llevaba dos años de alcaldesa y la oposición ya me iba conociendo. Mi actitud tolerante y defensora de la democracia explicitada en otros actos no debía haber sorprendido a los concejales del PP. No obstante, con su profundo sectarismo, nunca la comprendieron y, por tanto, no pudieron preparar a sus huestes ante lo que se resistían a considerar como predecible.

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