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'Vacunas: cuando los seres humanos ganamos la guerra invisible'

Graziella Almendral

Graziella Almendral, periodista especializada en divulgación científica, ha facilitado la compresión sobre la irrupción del coronavirus gracias a sus apariciones televisivas en programas como Al rojo vivo y La Sexta noche. Fundadora de Indagando Televisión, el primer canal español de divulgación científica, médica y de innovación, escribe esta vez Vacunas. Cuando los seres humanos ganamos la guerra invisible (Ediciones Urano), un relato sobre las batallas de la salud pública en nuestra historia más reciente. El covid-19 supuso una contrarreloj en busca de una vacuna eficiente. Ahora que se han inoculado millones de dosis, la autora se pregunta acerca de otro posible uso: quizás las vacunas han pasado de ser "una estrategia para conseguir inmunización a convertirse en un arma geopolítica". infoLibre publica el capítulo Vacunas: las nuevas armas de transformación mundial de un libro con el que entender no sólo la pandemia presente, sino todas las vividas en el pasado y todas las que llegarán en el futuro.

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Vacunas: las nuevas armas de transformación mundial

Cuando estuve en Afganistán, a propósito de los talibanes, le dije a un enfermero: «¿Cómo puedes vivir con un gobierno bárbaro? Tenéis que luchar contra este gobierno.» Pero él me dijo: «No, lo que yo quiero es escoger al próximo presidente de Estados Unidos, porque su influencia sí que me afecta muchísimo. Pero, claro, yo no puedo elegirle, eso lo hacen los que están allá.» Entonces me di cuenta de que estaba siendo testigo de algo que siempre había pensado: que entre el lugar donde se toman las decisiones y donde ocurren sus principales consecuencias, hay mucha distancia.

Cuando unos aviones impactaron en las Torres Gemelas, la primera decisión que tomó Estados Unidos fue atacar Afganistán a base de bombardeos. Si Osama Bin Laden hubiera estado escondido en unas montañas en Ohio, por hacer un poco de política ficción, estoy convencida de que la decisión no hubiera sido bombardear. Hubiera sido otra, porque bombardeando sabes que además estás produciendo enormes daños colaterales. Más tarde, aquel enfermero me dijo: «¿Ahora entiendes por qué quería votar al presidente americano? Porque hubiera tenido que hacerse responsable de mí, responsabilidad que ahora no tiene.»

La anécdota me la cuenta Rafael Vilasanjuan cuando estamos hablando sobre los motivos de dedicarse a su profesión. Creo que no podría encontrar un ejemplo más representativo del impacto de la geopolítica en la vida de todos los ciudadanos.

Cuando, a los pocos meses de comenzar la pandemia, se anunciaba la llegada de las vacunas, todos mirábamos expectantes no solo a la ansiada llegada de una solución, sino al reto humano de ser capaces de producirlas y repartirlas entre toda la población del mundo. Rápidamente, los movimientos geopolíticos empezaron a bailar al mismo ritmo que la producción de viales.

¿Pueden convertirse las vacunas contra la COVID-19 en una nueva moneda de poder, como el petróleo o las armas nucleares? La pregunta la planteaba el pasado mes de agosto Antonio Regalado, editor de la revista MIT Technology Review, del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Unos días antes, Rusia había anunciado que su vacuna contra la COVID-19 había sido registrada, y se había convertido en la primera vacuna contra el SARS-CoV-2. El anuncio lo hizo el propio presidente Vladimir Putin, que aseguraba que la vacuna Sputnik V, desarrollada por el Instituto Gamaleya, cumplía los criterios de eficacia y seguridad y había obtenido los certificados pertinentes. La OMS manifestó sus reticencias iniciales ante la falta de datos de los ensayos clínicos que, según el ministerio de defensa ruso, habían demostrado que los militares voluntarios habían desarrollado una inmunidad que duraría como mínimo dos años. Ha pasado casi un año desde el anuncio. La vacuna se utiliza en más de sesenta y seis países, según asegura el propio presidente Putin, en principio aquellos con los que Rusia tiene buenas relaciones. Pero, en junio de 2021, la vacuna aún no ha recibido el visto bueno de la OMS ni de la agencia reguladora europea, que sigue revisando sus datos. Ante su posible utilización como arma estratégica en muchos países, especialmente en América Latina, ese mismo mes de junio Vladimir Putin negó todo tipo de vinculación con razones geoestratégicas, y aseguraba que las razones humanitarias son las únicas que están detrás de su amplia distribución. La vacuna utiliza una tecnología de vector viral muy parecida a la de Oxford/AstraZeneca. Europa, Estados Unidos e Israel han apostado fuertemente por una tecnología muy distinta e innovadora, la de ARN mensajero, con vacunas como las de Pfizer/BioNTech y Moderna, que a día de hoy no son producidas ni apenas empleadas fuera de sus territorios. Los países productores tampoco se plantean transferir la tecnología para facilitar su producción en otras regiones del mundo.

Tras más de un año de pandemia, el mundo se divide entre los que pueden fabricar vacunas y los que miran esperando recibirlas. Carlos Malamud y Rogelio Núñez, en su artículo «Vacunas sin integración y geopolítica en América Latina», publicado por el Real Instituto Elcano, aseguran:

La capacidad de influencia de China y Rusia se ha incrementado debido a la compra masiva de dosis por parte de Estados Unidos y los gobiernos europeos, que han dejado desprovistos de vacunas a los países de renta media y baja.

El secretario ejecutivo adjunto de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), Mario Cimoli, ha denunciado el acaparamiento de vacunas por parte de los países más ricos. El mismo artículo apunta:

Estados Unidos llega a cubrir la población en un 199 %; la Unión Europea, en un 199 %; y Canadá alcanza el 532 %. De una producción de 6,5 billones de dosis de la vacuna, América Latina tiene acceso solo a un 11 %, y África a un 4 %.

A día de hoy, las vacunas se han convertido en la única herramienta que permite la recuperación económica de los países afectados: los sistemas sanitarios, la movilidad y la desaparición del temor a nuevos confinamientos. Ante la falta de antivirales frente al coronavirus, las vacunas han pasado de ser solo una estrategia para conseguir inmunización a convertirse en un arma geopolítica.

En el artículo «The Newest Diplomatic Currency: COVID-19 Vaccines» (La nueva moneda diplomática: las vacunas contra la COVID-19), The New York Times asegura:

Los países con los medios o el know-how están usando las vacunas para conseguir favores o para descongelar relaciones frías que mantienen algunos países. La India envía vacunas a Nepal, un país que cada vez está más influido por China. Sri Lanka, en medio de una guerra diplomática entre Nueva Delhi y Pekín, está recibiendo dosis de ambos bandos.

Los Emiratos Árabes Unidos, que están poniendo en marcha sus campañas de vacunación más rápidamente que cualquier otro país excepto Israel, han comenzado a donar vacunas Sinopharm, de fabricación china, que adquirieron a países donde tienen intereses estratégicos o comerciales.

La historia nos demuestra que la utilización de vacunas con motivos estratégicos para mejorar las relaciones entre países que las pueden comprar o fabricar no son una excepción ni puede atribuirse a un solo país con un régimen político u otro.

«Uno se adentra en el oscuro mundo del comercio de caballos», admitía el consultor de biotecnología Pierre Morgon en el mismo número del MIT Technology Review, recordando su época en la empresa farmacéutica Sanofi durante la pandemia de gripe H1N1 en 2009, cuando diplomáticos en París (Francia) eligieron qué países recibirían los suministros prioritarios. La lista incluía aquellos países que suministraban productos básicos de los que Francia dependía: gas, petróleo y uranio. «Ni siquiera intentaron disimular un poco.»

La falta de equipamientos básicos al principio de la pandemia también condicionó las relaciones internacionales. No olvidemos la dependencia de China como proveedor de los equipos de protección personal, las mascarillas y el equipamiento básico. «Ahora es la única gran economía del mundo que aumentó sus exportaciones un 2 % en 2020», informaba Radio Nacional de España (RNE) en el espacio titulado La geopolítica del coronavirus del programa 24 horas. 

En 2020 salieron de China 67.600 millones de dólares en mascarillas y equipos de protección. También en forma de donaciones para mejorar sus relaciones con el resto del mundo. Es lo mismo que ahora hace con sus vacunas.

China ha decidido convertirse en el gran suministrador mundial para los países con menores posibilidades de compra, situando las vacunas en el centro de su estrategia internacional y declarándolas bien de utilidad pública. Tiene tres: Sinopharm, CanSinoBIO y Sinovac. Jesús Núñez, codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH), es uno de los grandes expertos en geopolítica en España. Jesús colabora como profesor en el curso Periodismo en situaciones de crisis, emergencias y desastres que dirijo desde hace años. Escuchar a Jesús es estar dispuesto a darle la vuelta al mapa mundial que tenemos en nuestra mente y deformarlo en función de grandes países dominantes que están detrás no solo de la economía, la búsqueda de materias primas o la política, sino de muchos de los conflictos que se perpetúan a lo largo de años sin que aparentemente sepamos por qué, ni los medios de comunicación informen mucho de ello. En el programa de RNE, Jesús comenta:

La pandemia sirve como catalizador y acelerador de tendencias, más que como el arranque de algo completamente nuevo en el mundo de las relaciones internacionales. Parece que la globalización va a cambiar, China va a consolidar finalmente su liderazgo mundial, y va a haber una reconfiguración completa de un orden internacional liberal que se ha deteriorado tanto que ya no nos sirve.

Enlazando con la geopolítica de las vacunas y en concreto con el papel de China, Jesús vuelve a asegurar:

China va a utilizar las vacunas y todas las herramientas que pueda para hacer lo que ya estaba haciendo antes de la pandemia, que es intentar liderar el mundo, y eso nos lleva a un escenario, como mínimo, de tensión creciente entre Estados Unidos, país hegemónico mundial, y China como aspirante.

Las tensiones entre China y Estados Unidos no han desaparecido con la salida de Donald Trump de la Casa Blanca. Ante las acusaciones de que China habría podido fabricar el coronavirus, Joe Biden, con un talante distinto, sigue pidiendo una investigación sobre el posible escape del virus del laboratorio de virología de Wuhan, y reconoce que la propia CIA, su servicio de inteligencia, investiga la aparición del primer brote en China.

Al principio de la pandemia había más dudas, porque se esperaba que la primera oleada acabara y que el virus desapareciera poco a poco. Pero cuando se confirma que esto no va a suceder, que el virus tiene una capacidad de reproducción y de contagio muy elevada, la vacuna se presenta como el único remedio para ganar la batalla.

Rafael Vilasanjuan ha trabajado en programas de acceso de vacunas y medicamentos desde muy distintas organizaciones, desde MSF hasta, en la actualidad, la GAVI, en la que, desde su junta directiva, representa a organizaciones de la sociedad civil. Su visión del papel global de las vacunas, y en particular en esta pandemia, no deja lugar a dudas sobre la utilización geopolítica de los gobiernos para conseguir crecer en influencia.

Podríamos poner al mismo nivel el poder que tienes con una bomba nuclear en situaciones bélicas con el que tienes con una vacuna para hacer frente a una pandemia de estas características, si lo planteamos en términos ligados al conflicto. Quien tiene la vacuna, tiene el poder para ganar en toda una serie de cuestiones. La primera es la necesidad de recuperación económica. El virus ha hundido la economía mundial a niveles que no conocíamos desde el siglo pasado, bien entrada la crisis del 29.

En su informe Perspectivas Económicas Mundiales en 2020, el Banco Mundial afirma que la pandemia de la COVID-19 ha provocado la peor recesión desde la Segunda Guerra Mundial y es la primera vez, desde 1870, que tantas economías juntas experimentan una disminución de la renta per cápita. Pero además, más de dieciséis meses después de la declaración de la pandemia, muchos países siguen con sus fronteras cerradas o limitaciones en cuanto a la entrada de viajeros.

Jamás se habían tenido tantos recursos, tantos medios para investigar, tantos países interesados en encontrar una vacuna y en distribuirla, cuestión en la que más se ha visto lo que podríamos llamar un determinado nacionalismo de la vacuna, con operaciones como la americana Warp Speed, diseñada para incrementar la capacidad de producción de vacunas en Estados Unidos, muy parecida a lo que fue en su día la operación Manhattan, que puso a la academia, la industria, y el Pentágono al servicio de la fabricación de bombas nucleares, las bombas atómicas que luego se lanzaron sobre Nagasaki e Hiroshima.

La Operación Warp Speed (OWS) tenía como objetivo el desarrollo de vacunas y procesos necesarios para detener la COVID-19 y reducir de setenta y tres a catorce meses el tiempo necesario para la investigación, las pruebas, el suministro, el desarrollo y la distribución de vacunas. Para conseguirlo se utilizaron los recursos del gobierno federal y del sector privado de Estados Unidos.

Al mismo tiempo, hemos visto cosas novedosas o distintas. Yo me he referido a ello en algunos medios como «el primer nacionalismo de Europa». Lo que no consiguió la moneda única, que no todos los países adoptaron, ni la Constitución, que no todos ratificaron, lo ha conseguido la vacuna. Es una apuesta que podríamos llamar supranacional, que nos ha llevado a comprar vacunas de forma conjunta y que permite que un ciudadano de Rumanía tenga el mismo derecho y a recibir una vacuna determinada que un ciudadano de Alemania o Portugal. Y eso obedece a una razón fundamental: mantener abierto el Espacio Europeo.

Esta era también la filosofía de COVAX, la plataforma internacional para hacer posible la vacunación a nivel global y, en especial, en los países de renta baja. Semana tras semana, la OMS denuncia la falta de vacunas para poder cumplir su propósito.

Se ha creado un nuevo escenario geopolítico. Todos los países quieren vacunas que son difíciles de conseguir y aquí empieza un nuevo campo de batalla en las relaciones internacionales, en dos sentidos básicamente: conseguirlas y proveerlas para abrir nuevas relaciones.

Las vacunas que algunos estados exhiben como logro de sello nacional empujan a un rediseño de la seguridad mundial y a establecer nuevas alianzas, compitiendo con valores como el oro, el petróleo o la moderna tecnología 5G.

A mí, el caso que más me llama la atención es el de Brasil, con Bolsonaro. Al principio de la pandemia hizo una apuesta clara por ser un país pro-Trump. Antes de la pandemia, en el concurso de telefonía móvil para abrir la provisión de redes 5G, Brasil prohibió la entrada de China para impedir la participación de Huawei. Posteriormente, los brasileños se quedaron sin vacunas, entre otras cosas porque no tenían acceso a las vacunas americanas, ya que Estados Unidos había cerrado sus fronteras y había decidido que hasta que no se vacunara a toda su ciudadanía no iba a permitir que saliera producción americana hacia otros países; no tenían licencias de vacunas tipo Pfizer o Moderna, y tampoco tenían acuerdos fáciles con otros países. Por eso, el gobierno Bolsonaro se entregó a la vacuna China. A cambio, abrirán de nuevo el concurso para que entre la telefonía móvil.

Rafael Vilasanjuan plantea además un cambio que trasciende las relaciones bilaterales entre países y apunta a un cambio en las organizaciones multilaterales, comenzando por la propia ONU, que fue creada, como recuerda, siguiendo un modelo de seguridad del siglo xx.

Cuando se creó la ONU en 1945 se hizo pensando en conflictos bélicos, en los convenios de Ginebra, en los refugiados, en todas las consecuencias de la seguridad nuclear. Y posteriormente se creó una agencia de salud, la OMS, orientada hacia la salud pública. Nada de esto encaja ya con el mundo que tenemos.

Los países están movilizándose buscando nuevos aliados que les puedan ayudar a salir de la crisis. Los dos conceptos van juntos: cambio en el sistema multilateral y cambio en el sistema de relaciones internacionales.

Un ejemplo es la aparición de COVAX, la iniciativa para conseguir vacunar a la población de los países de rentas media y baja. En su comité de dirección se encuentran desde la propia OMS hasta la sociedad civil, pasando por el Banco Mundial, la ONU o la Fundación Bill y Melinda Gates. Cada uno cuenta con un voto en la toma de decisiones.

Iniciativas como esta hacen pensar que en el futuro podremos conseguir una nueva gobernanza más cercana a las necesidades de seguridad sanitaria que del multilateralismo heredado de la Segunda Guerra Mundial.

Se va a producir un cambio por necesidad, porque la salud global pasa de ser un problema de solidaridad a convertirse en un problema de seguridad de todos, al igual que las guerras. El ex primer ministro del Reino Unido, Gordon Brown, ha apuntado que una de las posibilidades sería la creación de un ministerio de salud global. Eso sí que es una utopía. En cambio, veremos fórmulas híbridas mucho más participadas por nuevos actores. 

En el horizonte tenemos tres grandes desafíos sanitarios que, según Rafael, provocarán la necesidad de crear nuevas formas de organización y de toma de decisiones globales, para los que ningún estado está preparado para dar respuesta de forma individual.

Un desafío, evidentemente, son las enfermedades infecciosas; otro es el cambio climático, el calentamiento global; y un tercero es la movilidad de la población. Ninguno de los tres se puede controlar desde un estado. Por eso vamos a necesitar mecanismos multilaterales más eficaces. Yo tengo confianza en que así suceda.

El 21 de junio de 2021, Sudáfrica se convirtió en el primer país que podrá producir tecnología ARN mensajero fuera de Europa y Estados Unidos gracias al apoyo de COVAX, en colaboración con un consorcio sudafricano compuesto por Biovac, Afrigen Biologics and Vaccines, una red de universidades y los CDC africanos.

Tras todas las declaraciones de los dirigentes políticos que se pudieron escuchar dando la bienvenida a esta iniciativa, llamaron la atención las palabras del presidente francés Emmanuel Macron. El concepto de salud global como una necesidad urgente comienza a aparecer en los discursos políticos de grandes mandatarios.

Hoy es un gran día para África y para todos los que trabajan para conseguir un acceso más equitativo a los productos sanitarios. Esta iniciativa es la primera de una larga lista por venir, que seguiremos apoyando, junto con nuestros socios, unidos en la creencia de que actuar por el bien público mundial es la lucha del siglo, una lucha que no puede esperar.

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