En 500 palabras: 'Extravagante jerarquía'

Extravagante jerarquía (1968-2017)Antonio CarvajalEdición y prólogo de José Luis López BretonesFundación Jorge GuillénValladolid2018Extravagante jerarquía (1968-2017)

 

Resulta imposible referirse a la poesía de Antonio Carvajal (Albolote, 1943) sin mencionar su rasgo más conspicuo: su uso magistral de las formas clásicas, tanto en lo referente a metro y estrofas como al repertorio retórico a ellas aparejado. Hay que añadir –y así lo han hecho los críticos más perspicaces– que Carvajal no es un poeta neoclásico ni arcaizante, sino un escritor que proyecta una mirada radicalmente moderna hacia la tradición, que explora y cuestiona desde la actitud de autoconciencia crítica que se le supone al escritor contemporáneo.

Pero más importante incluso que esta confrontación con la herencia clásica –y modernista– es la actitud ética que subyace a ella: aunque el mundo poético de Carvajal parezca modelado sobre el ideal renacentista del locus amoenus, de la naturaleza como escenario en el que situar la aspiración humana al gozo y la plenitud sensual –véase su brillante primer libro, Tigres en el jardín (1968), con sus retablos de arcángeles y sus idealizados jardines–, el sujeto de esa aspiración paradisíaca no es otro que el hombre en trance de emanciparse de las injusticias y servidumbres de un presente degradado: “Nació una aurora roja, civil y campesino; / creció entre hermosas máquinas, lucha por desangrar / al último cobarde y al último asesino. / Lo veo como un faro de amor sobre la mar”. Se trata, como se ve, del viejo ideal humano de la “poesía social” de mediados del siglo XX, con quien el propio poeta, en cuanto que trabajador y artesano, se identifica: también para él “la palabra es un bien que se trabaja”, como lo es la tierra para el campesino; aunque también, paradójicamente, el ocio sea condición necesaria para su cultivo. De ahí que una de las circunstancias recurrentes en el mundo poético de Carvajal sea el paseo, por el campo o por la ciudad, y el consiguiente  trance contemplativo, que a veces se traduce en verdaderos alardes constructivos, como el que supone el ciclo poemático titulado “La presencia lejana”, incluido en Testimonio de invierno (1990), en el que da cuenta de un detallado recorrido por la Alhambra granadina, en el que hay lugar no sólo para la exaltación de las bellezas del lugar, sino también para el planteamiento de una cuestión tan ardua como la del silencio de Dios, verdadero asunto del poema.

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Frecuentemente, pues, el poeta-paseante se presenta a sí mismo como glosador de otras creaciones, ya sean versos o cuadros ajenos –el diálogo con pintores es otro de sus asuntos recurrentes–, paisajes y monumentos. A quien sea capaz de seguirlo –Carvajal no se lo pone fácil al lector apresurado–, el poeta ofrecerá a cambio una visión crítica del mundo –“Las aguas de la Historia bajan sucias”, dirá en otro poema–, expresada en un lenguaje que ya por sí mismo pone en cuestión las mostrencas realidades del presente. Es la gran sorpresa que encierra esta poesía: su insobornable fondo ético, inseparable de su fastuoso envoltorio, como la realidad lo es de sus apariencias. ______

José Manuel Benítez Ariza es escritor. Sus últimos libros son Arabesco (poesía, Pre-Textos) y Trilogía de la Transición (novela, Dalya), ambos de 2018.

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