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En menos de 500 palabras: 'Sangre seca'

Portada de Sangre seca, de Josep M. Rodríguez.

José Manuel Benítez Ariza

Sangre seca.Josep M. RodríguezEpílogo de Joan MargaritHiperiónMadrid2017Sangre seca.

 

Puede decirse que la poesía española de los últimos 30 años no ha hecho otra cosa que debatirse entre la apuesta decidida por la discursividad comunicativa de raigambre clásica o explorar los caminos diversos del informalismo, la ruptura de la lógica discursiva y la asunción más o menos reticente del repertorio de las viejas vanguardias. Hay incluso quien ha hecho de alguna de estas posiciones extremas su trinchera. Y quizá se olvida que, como ocurre también en otros terrenos, es en las zonas intermedias donde se abre un campo más amplio de experimentación y descubrimientos.

Buena parte de la andadura poética de Josep M. Rodríguez (Súria, Barcelona, 1976) ha consistido en explorar ese terreno intermedio. Su poesía más personal, en efecto, no renuncia al gusto por lo descriptivo y narrativo que caracteriza a la mayoría de los poetas de talante discursivo. Pero esa querencia comunicativa no está reñida, en su caso, con una clara voluntad de poner de manifiesto las discontinuidades del discurso, lo fragmentario y disperso de la experiencia, el carácter caleidoscópico de toda percepción. Sus poemas, por ello, se articulan frecuentemente en destellos, en retazos de discurso que, sin perder del todo el hilo que los une, apuntan más bien a presentarse en su discontinuidad esencial, acogiéndose para ello a ciertas acuñaciones características del moderno discurso literario atomizado: la imagen, la greguería, el aforismo, la cita; siendo el gran acierto de Rodríguez su instinto para combinar estos elementos discontinuos en poemas que aúnan la justeza expresiva, la contención retórica, la perfección constructiva, la inteligencia e incluso un soterrado humor.

Sangre seca, su último poemario, ganador del XXIV Premio de Poesía Ricardo Molina, presenta estas características de modo sobresaliente y puede leerse, por tanto, como un logrado fruto de madurez. Los poemas se presentan como prontuarios de sensaciones y recuerdos –entre ellos, abundantes citas literarias– que se ordenan para construir esa especie de complejo perceptivo-intelectivo en el que suelen traducirse las experiencias. El poeta frecuentemente arrastra al lector en su vertiginoso juego asociativo: la mención de un “jardín con sarampión” anticipa la “temporada de fresas” y el recuerdo de una abuela que las recoge en el bolsillo de su delantal, coronando una cadena de recuerdos infantiles. “Soy un miedo feroz que huye del lobo”, afirma el poeta en una transparente hipálage –el adjetivo “feroz” suele asociarse al lobo– que es también un modo de invitar al lector a sumirse en ese peculiar vértigo de sensaciones trastocadas. Poemas como “Desempleo” muestran que esa técnica impresionista y asociativa es capaz de articular precisos diagnósticos sobre la condición del hombre contemporáneo: “Bebes de la botella de cerveza: / poco a poco te has ido acostumbrando / a esta felicidad / de marca blanca”. Y el lector asiente, no tanto por haberse dejado convencer por el poema como por la evidencia de que este le ha deparado los elementos necesarios para hacerle revivir, paso por paso, la experiencia en él evocada. Pocos poetas brindan esa intensidad.

*José Manuel Benítez Ariza es escritor. Su último libro es José Manuel Benítez ArizaEfémera (Takara, 2016).

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