El abrazo
El abrazo
El presente nos capta en una situación definitiva, y será por eso que el abrazo dura. No lo interrumpe ni tu impulso, ni los niños, ni el sodero. Resiste al tiempo, que es un bochorno por lo rápido que pasa, y sin embargo nadie dice nada en la cocina. Fíjate que el tiempo, que siempre nos pareció tan puntual, de pronto se retrasa, porque todavía no has dicho que ya es demasiado tarde, y porque todavía tus ojos siguen hundidos en el abrazo. Este texto es un capricho, detiene la escena. No pone play, es como una foto. No avanza. No hay mañana. Todo es ahora. Vos y yo. La cocina. El abrazo. Acá me quedo, en este instante, antes de que retumbe esa voz tuya, de que ya es demasiado tarde.
Veo estrellas
Scaloni despertó y efectivamente, había sido un sueño. Fuimos soñados por él aquella noche en que bebía solo en su habitación. Ni Alonso Quijano, ni el Quijote, ni Cervantes. Scaloni fabrica sus sueños con alcohol, casi un refrán. Él sabe lo que va a hacer, su inconsciente ha ordenado civilizaciones enteras, todo entra en su nube prodigiosa. Me pregunto quién vivirá a su lado, en qué año, quiénes son sus contemporáneos, qué desdichas, qué tristezas.
Scaloni ha soñado todo y en un sueño doble soñó a Messi. Me pregunto y escribo, si acaso despertara, yo desaparezco. Hay concepciones geométricas en la soñada. Números. Símbolos. Variaciones matemáticas. Teorías sociales. Scaloni inventó el adiós a Maradona, y nos redujo su existencia. Le concedemos esa ideíta de que con Don Diego y con la Tota vamos a alentar a Lionel y así cristalizar todo el asunto. Newton, la manzana, la Biblia. Scaloni pasa al sueño profundo por un pequeño umbral de una acidez frecuente, y enseguida nomás, somos eso que él manda. Acorralados, finalmente, levantan la copa sus personajes principales. Hay que admitirlo, tiene una visión integral perfecta.
El hueco
Bill Evans en el auricular y nada más. Tengo la precaución de dejar todo. No llevo ni celular. Sólo el piano de Bill en los oídos mientras cruzo de costado el pasillito, apretando los dólares en el bolsillo. Tomo asiento. Dentro de un armario sin puertas cuelgan ametralladoras como herramientas. O no como, herramientas. Apenas minutos y con la compra consumada, salgo otra vez por el mismo pasillo hasta la avenida, ya más tranquilo, con Bill en los oídos.
Los sueños
Para Emilia Hidalgo
La caja
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Yo no tenía idea lo que era ver a una hija dormir. Leí a Hesse, a Tomas Mann, La República, las teorías éticas, ensayos sobre sueños, aforismos, a los malditos, a John Kennedy Tool, a Copi, a Fogwill, El señor de las moscas, las nuevas novelas, los textos frescos de las revistas escondidas, pero nunca tuve siquiera noción de lo que era ver una hija dormir. Leo por fuera y por dentro de la Universidad, por fuera y por dentro de mi casa, de mis clases, aprendo del amor, de la amistad, de algunas grandes ideas universales, de otras formas de belleza, de géneros, de pequeños momentos cotidianos, de la mirada fugaz del que me pidió comida, de la dádiva, del frío, del asombro. Vi muchas veces gente dormir, en el colectivo, en los campamentos, en las butacas, vi borrachos, vagabundos, transeúntes, pero nunca vi lo que anoche vi.
* Leandro Hidalgo (Mendoza, Argentina, 1981) es licenciado y profesor de Sociología, músico y escritor. Ha publicado discos, libros y escribe ensayos diversos y artículos de opinión en la prensa. Ha publicado 'Instantáneas -100 fotos' (2004), 'Capacho' (2010), 'Grado -microficciones sobre la Historia Argentina-' (2014) e 'Irresponsables' (2016).