Como dice el refrán, el que avisa no es traidor. La advertencia la pone Raquel Taranilla en la primerísima primera página de Noche y océano: "Haremos que Tristam conjugue de esta manera todas y cada una de las palabras del diccionario: hacia adelante y hacia atrás; —ya ve usted, Yorick, que, de este modo, cada palabra queda convertida en una tesis o en una hipótesis; —cada tesis o hipótesis engendra una verdadera prole de proposiciones; —y cada proposición tiene sus propias consecuencias y conclusiones, cada una de las cuales, a su vez, conduce a la mente hacia otras sendas, llenas de nuevas dudas y pesquisas". Esta cita de Laurence Sterne no es un delantal culturalista, previsible en una novela abarrotada de culturalismo, sino la minutísima profesión de fe de la autora y el programa narrativo al que se atiene Noche y océano (Seix Barral, Premio Biblioteca Breve 2020). Cada palabra, situación o tesis del relato nos lleva a inesperadas sendas y el conjunto del libro se convierte en un complejo y arbitrario artificio de relaciones, en una enrevesada madeja de noticias y discursos, enredados cual ramillete de cerezas, o en un mosaico de especulaciones, o, en última y definitiva instancia, en un ejercicio de máxima libertad narrativa.
El caso es que, sin embargo, ese abigarramiento noticioso que tiene pinta de un tobagán especulativo se sostiene sobre una muy escueta trama anecdótica. El eje argumental reside en una historia bastante simple. Una profesora universitaria, Beatriz Silva, irónicamente especialista en sociología del ocio y del turismo, que vive en un destartalado caserón con jardín, se ve obligada a ceder parte de la vivienda a un cineasta, Quirós, amigo de su casera, quien tiene en marcha un documental sobre el clásico alemán del cine mudo F. W. Murnau. Un día conoce la noticia de que han robado el cráneo de Murnau y sospecha la complicidad en el hurto de su mitómano convecino. Quirós desaparece largas temporadas por motivos de su trabajo y Beatriz espera cada vez con mayor ansiedad su regreso y correspondientes estancias que propician enrevesadas conversaciones. Mientras, la mujer se ensimisma, se distancia cada vez más del mundo y en su cabeza bulle la idea de un apartamiento total de la vida encerrándose en un armario, al modo de las antiguas emparedadas. El final no ofrece un desenlace, u ofrece varios alternativos. Da igual. De tan sobrio enredo queda una historia de soledad, de fallidos intentos de Beatriz de salir de sí misma. La presencia de Quirós en la trastienda de la indecisa Bea permite calificar Noche y océano como una novela de amor.
En una primera impresión Noche y océano tiene un alto porcentaje de novela testimonial y crítica que podría sumarse a las muchas que en los últimos años han ido configurando un largo repertorio de relatos del precariado. En este caso, aporta la figura del precario universitario, el profesor sin claros derechos labores, con limitados horizontes profesionales, sometido a una tiránica burocracia académica y dependiente de señores feudales. A ello añade Taranilla una demoledora visión de la actividad científica universitaria cuya exacta percepción de los hechos característicos procede de un buen conocimiento a través de la propia experiencia personal de la autora, quien la aprovecha a modo, aunque sin llegar al explícito autobiografismo ni caer en la autoficción de moda. El retrato del mundo universitario es implacable. En la realidad universitaria que recrea prevalece la rutina sobre la creatividad y el trabajo de investigación sucumbe a los inocuos papers necesarios para mantenerse vivo o escalar puestos en la carrera funcionarial. Prima la falta de imaginación, el tedio, la humillación, la competencia sin cuartel entre colegas… La estampa resulta corrosiva por el tratamiento satírico y burlesco que se aplica.
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Esta carga testimonial y crítica con alto valor de denuncia supone solo, sin embargo, el contexto de una situación vital marcada por el desencanto y la frustración que se destila en el alambique de la cabeza. El libro de Taranilla es heredero de aquellas novelas de la vanguardia narrativa de los años sesenta que recluían la problemática de un personaje exasperado en el espacio de una mente torturada. Pero la autora les añade el estímulo de la cultura abrumadora y asfixiante en que se desenvuelve la protagonista. Esta vive en un caos de información y en un agobio de conocimiento. De ahí sale el monólogo de Beatriz, una locura de pensamientos y asociaciones que conducen a un desarreglo mental y al puro desquiciamiento. Pero esas percepciones están sometidas al gran recurso de una mirada satírica, desmitificadora, y el humor pone una barrera al miedo de Bea a sentirse perdida en un mundo ininteligible, algo absurdo y sin una dirección o finalidad claras.
Raquel Taranilla levanta el mundo complejo que le interesa con una voluntad constructiva de neta filiación vanguardista y aun con un prurito experimental. Una voz dominante, la de la protagonista, Bea, que apela a un destinatario —un "ustedes"— discurre desde su caverna mental como le viene en gana y enlaza la historia presente, la guadianesca relación con Quirós, con digresiones y ensayos. El discurso meándrico de la mujer facilita los saltos entre una miríada de referentes literarios, cinematográficos y teóricos que aborda con desparpajo. Cual si el discurso de Bea fuera un paper profesional, añade notas a pie de página que en alguna medida parodian ese hábito de la prosa académica. Y, además, complementan con desenfado el propio relato de la protagonista. Así ocurre con los reiterados apuntes de qué hizo o no hizo cierto personaje cuando alcanzó la edad de 32 años, la misma que tiene Beatriz en el momento desalentado de su discurso. En otros casos, en cambio, las notas son un capricho: así resulta en las muchas que, en la parte final, detallan donde está enterrado alguien. La broma indica ante todo el sentido lúdico de la literatura que infiltra la escritura de Taranillo y revela un modo de desarrollar la narración con absoluta libertad. Lo mismo suponen la incorporación de serios debates estéticos, las derivas especulativas, la variedad de argumentaciones incrustadas o la reproducción de un emoticono.
Aparte del entusiasmo por la forma innovadora y creativa que revela la arquitectura de Noche y océano, y las magníficas dotes que revela la autora en este empeño, la construcción anti convencional se justifica por el propósito de darle un aire novedoso a su asunto. Este no es otro que un ácido retrato de la situación de desamparo a que la sociedad contemporánea aboca a mucha gente. El humor no compensa el desaliento existencialista que inspira esta escritura inquietante. Con tales mimbres Raquel Taranilla ha confeccionado un robusto artefacto narrativo que es una de las primeras novelas más logradas y a la vez llenas de futuro que he leído en mucho tiempo. Y si no me contenta del todo es por un par de opinables razones. Una, porque la autora abusa algo de sus magníficas dotes para el manejo de lo especulativo. Tal abundancia de glosas y discursos resulta un punto excesiva, cansina y, al fin y a la postre, mecánica. Otra, porque en la parafernalia culturalista del argumento casi se le ha ido de las manos a Taranilla la hermosa relación entre Bea y Quirós. Esta emotiva historia debería haber dado mucho más de sí.
Como dice el refrán, el que avisa no es traidor. La advertencia la pone Raquel Taranilla en la primerísima primera página de Noche y océano: "Haremos que Tristam conjugue de esta manera todas y cada una de las palabras del diccionario: hacia adelante y hacia atrás; —ya ve usted, Yorick, que, de este modo, cada palabra queda convertida en una tesis o en una hipótesis; —cada tesis o hipótesis engendra una verdadera prole de proposiciones; —y cada proposición tiene sus propias consecuencias y conclusiones, cada una de las cuales, a su vez, conduce a la mente hacia otras sendas, llenas de nuevas dudas y pesquisas". Esta cita de Laurence Sterne no es un delantal culturalista, previsible en una novela abarrotada de culturalismo, sino la minutísima profesión de fe de la autora y el programa narrativo al que se atiene Noche y océano (Seix Barral, Premio Biblioteca Breve 2020). Cada palabra, situación o tesis del relato nos lleva a inesperadas sendas y el conjunto del libro se convierte en un complejo y arbitrario artificio de relaciones, en una enrevesada madeja de noticias y discursos, enredados cual ramillete de cerezas, o en un mosaico de especulaciones, o, en última y definitiva instancia, en un ejercicio de máxima libertad narrativa.