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Adolfo Sánchez Vázquez: ¿marxismo radical o crítica romántica?

Carlos Oliva Mendoza

Esta pieza pertenece a un monográfico sobre el exilio, coordinado por el profesor Antolín Sánchez Cuervo. Consulta todos los temas en el número 75 de Los diablos azules. Antolín Sánchez Cuervoel número 75

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¿Cuál es el panorama que muestra la obra de Sánchez Vázquez? Podemos decir que, sin caer en la desmesura de proyectar y publicar sus obras completas, es un autor que prestó mucha atención a la conformación de sus trabajos. Republicó, agrupó y reescribió algunos de sus textos. Se jactó, en diversas ocasiones, de ser un autor falible y crítico de su propia obra, así como de la obra de sus autores cercanos, empezando por Marx. Propició la existencia de volúmenes críticos –realmente críticos y no simples actos vasallescos– en torno a su trabajo; además, contamos con su propia reflexión biográfica y contextual del desarrollo de su pensamiento y la serie de trabajos que compiló para formar un corpus de estética y marxismo crítico en la lengua española.

No vaciló, pues, en salpicar aquí y allá sus reflexiones con su biografía. Es un autor, en este sentido, cercano, abierto e incluso cálido. No es críptico ni oculta sus fuentes, sus deudas o los derroteros de su obra. Tampoco peca de falsa modestia; señala con precisión cuáles considera sus avances y descubrimientos teóricos y cuáles sus contribuciones a la posibilidad de revolucionar el mundo y de derrocar al sistema capitalista.

Sostuvo importantes polémicas en el siglo XX mexicano, por ejemplo, con Luis Villoro, Cardoza y Aragón,  Jorge Veraza o Ramón Xirau; asimismo debatió con teorías muy diversas al marxismo. Él mismo señala que, entre diversas obras y autores, se pueden sintetizar polémicas de la manera que sigue: a) en confrontación con la estética analítica, respecto a la definición del arte; b) sobre el tema de las relaciones entre estructura e historia frente a las tradición de Levi-Strauss; c) sobre las relaciones entre filosofía, ideología y sociedad frente a Ferrater Mora; d) dentro de la tradición marxista, contra el Diamat soviético, la estética oficial soviética y el marxismo de Althusser; además, frente a Marx “al señalar los elementos utópicos de su obra” y, frente a Lenin, “al mostrar las limitaciones de su teoría de la conciencia socialista en el terreno de la organización”.

Habría que sumar las polémicas contra las posiciones de la socialdemocracia; una latente confrontación frente a la teoría crítica, desde Benjamin y Adorno hasta Bolívar Echeverría; su crítica a Heidegger, al antihumanismo, a algunas corrientes de la posmodernidad y al estructuralismo; y hacia el final de su vida, una confrontación de sus tesis estéticas frente a la teoría de la recepción y la hermenéutica. En el terreno de la literatura, no hay que pasar por alto su deslinde de la idea hispanista de la Generación del 98; su vindicación de Kafka, que implica toda una polémica importante para el tiempo y el contexto en que fue escrita, 1965, contra varios fundamentos de las estéticas marxistas, caso particular frente a las ideas de Luckács; por último, su polémica contra la idea del exilio como transtierro, una idea que siempre pensó y repensó en una abierta confrontación con la poderosa filosofía de Gaos. Es en este contexto intelectual que hacia 1985 sintetizaba así Sánchez Vázquez su obra:

 

De mi tesis [se refiere a su tesis doctoral Sobre la praxis] surgió la obra mía que yo considero fundamental: Filosofía de la praxis (1967) profundamente revisada y ampliada en la última edición (1980). En ella cristaliza –sobre todo en los aspectos filosófico y teórico-político– el punto al que ha llegado mi visión del marxismo.  Mi actitud crítica hacia otras concepciones de él, y en particular hacia la visión cientifista, althusseriana, se pone de manifiesto en mi libro Ciencia y revolución. (El marxismo de Althusser). Y a mí preocupación constante por esclarecer la verdadera naturaleza del pensamiento marxiano responde mi Filosofía y economía en el joven Marx (Los Manuscritos del 44).1

Todos estos elementos permitirían exponer y evaluar de manera diáfana su obra y, sin embargo, esto no es así. Sánchez Vázquez también puede ser un autor árido, que peca de didáctico y se enfrasca en discusiones fechadas donde lo primordial es encontrar la racionalidad presente –la racionalidad que está en juego en cierta coyuntura– y no avanzar hacia una hipotética verdad de larga duración. En muchas ocasiones, esto le condena al anacronismo, a sucumbir junto con aquellos autores o tradiciones que él mismo refutó; en algunas ocasiones tardíamente, en otras, prestándoles una atención que le distrajo frente a otros desarrollos más importantes para entender la crisis del mundo actual.

Existe otra hipótesis de mayor envergadura: el problema consistiría en que, pese a la vocación holística de su obra, el centro de la misma, la filosofía de la praxis, no tiene la suficiente fuerza para agrupar y potenciar los temas que trabaja.

Finalmente, ya sea por alguna de las razones expuestas o por todas ellas, termina siendo difícil hablar de su obra como un conjunto –porque la suya es una obra que está pensada para ser presentada como un conjunto– y es complicado, sin refutar toda ella, extraer los elementos vigentes de su teoría. ¿Qué hacer entonces? ¿Mostrar las grandes líneas de su obra, como él mismo lo ha hecho, e inscribirlas en una historia de las ideas del marxismo y de la estética? ¿Refutar su obra toda y, por lo tanto, buscar las respuestas a las preguntas vigentes que él planteó en otras obras y otros autores? No parece que ninguna de las dos posibilidades sea ni justa ni pertinente. Por un lado, al hacer una exposición general y fecharla o refutarla –o fecharla para refutarla– hay elementos que pueden ser borrados en ese acto intempestivo. Por otro lado, la figura de este marxista y esteta es demasiado importante en la historia del marxismo crítico (y lamentablemente periférico) del siglo XX; una historia que, posiblemente antes de lo imaginado, puede ser central y pueda desplazar, o por lo menos convivir en términos más equitativos, con el marxismo del occidente europeo. En este sentido, se puede fechar e incluso refutar su obra pero, incluso después de hacer esto, habría que someterla a una suerte de lectura barroca, esto es, mostrar que dentro de ese “fracaso” teórico, que es parte del fracaso teórico de la izquierda del siglo XX en el entendido de que no se cumplió su proyecto en la práctica, hay posibilidades de que se actualicen determinadas tesis y, en el caso de Sánchez Vázquez, de que se actualicen formas prácticas y cotidianas –práxicas, diría él– de ejercer el pensamiento y de plegarlo a causas y objetivos utópicos, revolucionarios y de resistencia frente al desarrollo del capitalismo. Sea pues ésta la estrategia de exposición de una pequeña parte de su obra, la que él refiere y sintetiza en los años ochenta, en torno a la estética y el marxismo. Finalmente, fue él quien señaló que la cortesía del filósofo es la crítica y quien  puntualmente dijo que

 

La concepción del marxismo como filosofía de la praxis la obliga a acentuar su actitud antidogmática y, con ella, crítica y autocrítica. Uno de los signos más relevantes de cierta crisis del marxismo en estos últimos años es su resistencia a aplicar la crítica a sí mismo.2

I

Adolfo Sánchez Vázquez nace en 1915, obtiene su título de maestro en filosofía en 1955 y publica la primera versión de la que considera su obra “fundamental”, Filosofía de la praxis, en 1967. Realiza una profunda revisión y ampliación de esta obra que se reimprime en 1980. Desde su perspectiva, su trabajo más importante se circunscribiría a la década de los setenta en el siglo XX. En esa década escribe los siguientes libros: Ciencia y revolución (El marxismo de Althusser), en 1978; Filosofía y economía en el joven Marx (Los Manuscritos del 44) publicado en 1982. Otro de sus libros fundamentales se publica en 1965, Las ideas estéticas de Marx. Sánchez Vázquez señala sobre este período:

 

Mi actitud docente universitaria y mis investigaciones (que inician respectivamente en 1955 y 1965) caen ya dentro del proceso crítico y autocrítico de mi formación filosófica marxista. Mis dos tesis de grado, la de maestría, “Conciencia y realidad en la obra de arte”, de 1955, jamás publicada por voluntad propia, y la del doctorado, en 1966, “Sobre la praxis”, representan dos etapas, de diverso nivel y bastante distantes una de la otra, en ese proceso.3

Un estudio detallado sobre su obra posterior sigue siendo necesario y habrá que deslindar si hay aportes sustanciales al trabajo que había realizado en los años setenta. Hay además otros datos relevantes para entender la concentración de su trabajo en ese período que implicará la confrontación abierta con el marxismo oficial y el distanciamiento del mismo. Estos datos tienen que ver, centralmente, con la decadencia del movimiento comunista a finales de los sesenta, las revueltas del 68 y el auge de los movimientos revolucionarios en América Latina. Sánchez Vázquez se refiere así, en 1975,  a algunos de estos problemas:

 

[…] dos grandes acontecimientos influyeron en mí decisivamente en la ruptura con el marxismo dominante: las revelaciones de Jruschov en su famoso ‘informe secreto’ al XX Congreso el PCUS, en 1956, y la invasión de un país, considerado hasta entonces socialista, Checoslovaquia, en 1968, por las tropas de los países del Pacto de Varsovia, que se consideraban a sí mismos socialistas. Otro acontecimiento histórico también contribuyó a esa ruptura y a la búsqueda de un marxismo renovado: la Revolución Cubana.4

En ese mismo comentario, fechado en 1978, Sánchez Vázquez divide su obra en tres campos básicos y, puede decirse, cierra sistemáticamente su obra presentándola como un organum. esta obra es dividida en tres campos: Estética, Ética y Marxismo y a estas tres “disciplinas” subyace su idea primaria de la filosofía como praxis. Voy a referir y comentar sus anotaciones sobre algunos debates que conciernen al marxismo.

Algunos debates sobre marxismo

En su texto autobiográfico, Adolfo Sánchez Vázquez dice cosas muy precisas sobre el marxismo. En primer lugar, de acuerdo con una “actitud crítica y antidogmática”, define el marxismo como “un proyecto de transformación de la realidad a partir de una crítica radical de lo existente, basándose a su vez ambos aspectos en un conocimiento de la realidad que se pretende transformar.” Señala también cómo este conocimiento se logra a través del que es el elemento central de su obra, la praxis:

 

La praxis es el gozne en que se articula el marxismo en su triple dimensión de proyecto, crítica y conocimiento. Su introducción (desde las Tesis sobre Feuerbach) produce un cambio radical en la filosofía no sólo en su objeto, sino también en el modo de hacerla.5

Michel Löwy señala, en este sentido y coincidiendo con Sánchez Vázquez, que  “el desarrollo creador del marxismo y la superación de su actual ‘crisis’ requiere, paralelamente a la radicalización de su negatividad dialéctica, el restablecimiento de su dimensión utópica”6, justo los elementos que están detrás de la filosofía de la praxis de nuestro autor. Sin embargo, el problema aparece al contrastar esta teoría con la historia real de los países socialistas. Sánchez Vázquez comenta sobre esta realidad histórica lo siguiente:

 

El Socialismo real no es realmente socialista; tampoco puede considerarse como una sociedad capitalista peculiar. Se trata de una formación social específica surgida en las condiciones históricas concretas en que se ha desarrollado el proceso de transición –no al comunismo, como había previsto Marx, sino al socialismo. […] En el Socialismo real, Estado y Partido se funden y, con ello, se funden los intereses particulares de la burocracia estatal y la burocracia del Partido. Al poder político de ambas burocracias, que tienen respectivamente en propiedad real al Estado y al Partido, corresponde su poder económico en cuanto poseen efectivamente los medios de producción aunque no detentan –ni individual ni colectivamente– la propiedad jurídica sobre esos medios. Porque el lugar que ocupa la burocracia en las relaciones reales de producción constituye no sólo una élite política dominante, sino una nueva clase.7

Ludolfo Paramio aprovecha esta cita de Sánchez Vázquez para marcar dos de las líneas más destacadas del filósofo marxista; líneas que a la postre constituyen dos de los elementos más valiosos de su teoría. Por un lado, su crítica a la burocracia que termina por llevar a los Estados a formas totalitarias y, por el otro, su anotación sobre la necesidad del cambio de las formas de producción en el mundo, lo que implicará la pertinencia de la línea utópica del pensamiento de Sánchez Vázquez. Paramio sintetiza así ambas ideas. Por un lado, se da el:

 

reconocimiento de la élite política, lo que ahora a menudo se llama nomenklatura, como una verdadera clase, no como una casta o un estrato. Esto supone tomarse en serio lo anteriormente reconocido: que en el socialismo real existen relaciones de producción específicas, lo que implica clases específicas.8

El segundo aspecto es, a juzgar de Paranio, más sutil:

 

Sánchez Vázquez habla de formación social específica y no de un nuevo modo de producción. […] Para un no marxista la discusión puede parecer sólo terminológica, y por descontado lo es en cierto sentido. Pero en otros tiene repercusiones teóricas significativas: si hablamos del socialismo real, de las sociedades del Este como formaciones sociales transitorias caracterizadas por relaciones de producción específicas, estamos diciendo que no creemos que esas relaciones de producción puedan ser las que definan nuestro futuro.9

Precisamente esta crítica que Sánchez Vázquez desarrolla en los años setenta y ochenta del siglo XX, consistente en ver la emergencia de nuevas clases y de formaciones sociales dentro de la dinámica del capital –ya sea en los países liberarles o socialistas– es lo que le permite sostener la idea del socialismo después de la caída de los países socialistas en 1989, y así seguir explorando la configuración clasista en las sociedades que desarrollan formas de producción que implican la subordinación y explotación con el objetivo de aumentar el capital.

No obstante, la crítica a Sánchez Vázquez va más allá de los puntos que son reconocidos por buena parte de los reformistas, demócratas, socialistas, comunistas y/o marxistas con los que él debate. La situación es muy especial, pues a la par que se avecina el desmantelamiento y la sustitución brutal y mercantil de la gran mayoría de los países socialistas, en varios países del mundo se desmantelan los Estados nacionales. Cuando uno ve la historia en perspectiva, es muy claro que en el tiempo del colapso interno del bloque de los países socialistas, también se desmorona el proyecto de Estado-nación en regiones como Latinoamérica. Específicamente en México, este debate tiene que ver con la implantación del modelo neoliberal de los años ochenta y con el franco desmantelamiento del Estado de bienestar popular de inspiración nacionalista que había mantenido el Partido de la Revolución Institucional (PRI) en medio de su talante autoritario y represor. Insisto en la pertinencia de contextualizar este debate porque en ese momento es Sánchez Vázquez una de las figuras más emblemáticas y, sin embargo, por su condición de exiliado pasa desapercibido de la arena pública y se concentra  en la práctica teórica.

Así, a la par que se forman los movimientos de resistencia frente al desmantelamiento del Estado-nación; que surgen movimientos estudiantiles que paralizan la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde se pretendía llevar a cabo reformas para acotar el carácter público y gratuito de la institución; que se da un movimiento cívico de gran importancia en la Ciudad de México a raíz del sismo de 1985; que se forman movimientos y ejércitos indígenas que confrontarán al Estado; y que se comete el primer fraude electoral que instaura al Salinato en México el año de 1988 (mismo que concluirá en 1994 con el levantamiento del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y la firma del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, primer antecedente de las nuevas geopolíticas regionales de las empresas del capital transnacional),  una de las principales figuras que en México discute sobre la pertinencia de un socialismo utópico es Adolfo Sánchez Vázquez. Frente a la disyuntiva que él sostiene, socialismo utópico y humanista frente al socialismo científico que se gesta en la Europa francesa y que hoy tiene repercusiones teóricas muy importantes, Sánchez Vázquez es, en esas últimas décadas del siglo XX, interpelado con la idea de pensar, frente al socialismo de carácter utópico y revolucionario, en un socialismo factible. Un socialismo que enarbolarán buena parte de las socialdemocracias y de los movimientos reformistas en los años noventas y principios del siglo XXI –años antes de los escenarios que inauguran los movimientos  terroristas y su contraparte, los terrorismos del los Estados capitalistas-. Es en este contexto que Paramio señala:

 

La crítica del reformismo debe partir de que la afirmación de que el atajo revolucionario funciona mejor que el largo y tortuoso camino reformista, siendo incluso “menos utópico que las cansinas reformas graduales”.10 Ahora bien, una vez que se reconoce que la revolución todo lo más conduce a un nuevo rellano en el ascenso hacia el socialismo (y a un rellano bastante incómodo por cierto), ¿qué razones quedan para descalificar las “cansinas reformas graduales”?11

Como sabemos, el contexto ha cambiado vertiginosamente en los últimos 30 años y esta afirmación tendría que matizarse, pues ni la reforma ni la revolución parecen ser los escenarios presentes, ni siquiera los escenarios verosímiles frente a toda la clase de crisis que ya han acontecido en el siglo XXI. No obstante, el contexto del argumento sí es el contexto de la instauración salvaje del neoliberalismo, asunto que de una u otra forma nos condujo a la crisis que ahora, 2017, azota al mundo. Y ese contexto no era extraño para Paramio; él mismo señala que no se pueden “ignorar las amenazas desencadenadas por la crisis actual”, entre las que señala, simplemente: la quiebra y reestructuración de empresas que ponen a la defensiva a los sindicatos frente a una derecha que se opone -señala Paramio- “a la participación del Estado en la economía y busca una reprivatización de los servicios sociales”.

Por muchos años esta discusión se esfumó, por lo menos en América Latina, pues se adelgazó a tal grado al Estado y se privatizaron en tal medida los servicios públicos que no había Estado al que reclamarle su intervención. Frente a este escenario, Paramio era optimista:

 

Es fácil sobreestimar las posibles consecuencias de esta ofensiva. Mi propio punto de vista es doble: 1) la fuerza conquistada por los trabajadores en la sociedad capitalista tiene raíces estructurales y no puede ser invertida por una ofensiva política, 2) la amplitud de la ofensiva de la derecha, y su demostrada capacidad para obtener respaldo popular en países como Estados Unidos e Inglaterra, no deben de ser menospreciadas, sino que deben de llevar al movimiento obrero a replantearse sus estrategias en el plano sindical –adaptándose al desplazamiento relativo de la fuerza de trabajo desde la clase obrera tradicional hacia el sector servicios– y en el plano de la política –desplazando sus objetivos desde la redistribución y la gestión keynesiana de la demanda hacia la creciente socialización de las decisiones de inversión.12

A estas alturas del desastre capitalista, ya sólo se puede permanecer sosteniendo estas posturas por maldad, en el sentido socrático, o sea, ignorancia, o por cinismo. Pensar de origen que hay una serie de conquistas que pueden funcionar estructuralmente dentro del capitalismo, es simplemente no entender bien la constitución del movimiento interno del capital; por otro lado, sostener que el respaldo tiene algo que ver con procesos de bienestar que el ciudadano o ciudadana cree poder consolidar a través de su apoyo a la derecha, y pretender que ese sujeto que Paramio denomina clase obrera tradicional, deba integrarse poco a poco en los desarrollos estructurales de la rentabilidad del capital, no es reformismo sino una especie de derrotismo o conformismo muy típico del intelectual seducido o cegado por los poderes fácticos; eso que Maquiavelo llamaba eufemísticamente el Príncipe.

Por el contrario, las consecuencias de esas reformas neoliberales o políticas de derecha de los años ochenta son, en buena medida, el riel que hoy tiene a buena parte de Europa colapsada y a gran parte del mundo gobernada e intervenida por ese otro eufemismo del entramado profundo de los gobiernos de derecha, el crimen organizado y la empresa global. Frente a todo ese escenario, muchas de las decisiones y debates en la economía y política actual ya son de corte técnico y su dimensión práctica es de sobrevivencia. Ésta es, en parte al menos, la discusión sobre la situación de la Unión Europea en la actualidad, pero en aquel entonces todavía estas discusiones se ventilaban en un tono moral que debió ser analizado con más cuidado por todos sus participantes:

Un último argumento [dice Paramio]: Sánchez Vázquez hace hincapié, como ya se mencionaba al principio, en que el proyecto socialista debe derivar su inevitabilidad de ser reconocido por la mayoría como moralmente superior a las diversas alternativas. El proyecto reformista, socialista democrático, ha contado y cuenta con amplias mayorías que lo respaldan en varios de los principales países capitalistas avanzados. Podría haber llegado la hora de reconocer que este apoyo mayoritario no es fruto de ningún equívoco ni de ninguna manipulación, sino puro reconocimiento de la superioridad moral del socialismo democrático.13

Es difícil pues encontrar un criterio moral superior a otro si no es a partir de la postulación de un ideal o de una creencia que debe desarrollarse y ceñirse, al menos hipotéticamente, a determinadas actitudes vitales. Discutir este punto, por lo tanto, es uno de los elementos que hoy muestra la debilidad de la teoría filosófica frente a otras formas de constitución de nuestra cotidianidad. A fuerza de razonamientos y educación se podrá formar un individuo, quizá hasta una sociedad e incluso con capacidad de valorar racionalmente la pertinencia de una moral sobre otra; pero por ahora, el mundo real parece estar lejos de esa perspectiva pedagógica y sus alcances ya no pueden plantearse de forma tan simplista como se hizo con la distinción entre ciencia y mito o conocimiento y creencia. Hubo otros marxistas, desde Walter Benjamin hasta Bolívar Echeverría, y el propio Marx, que pensaron el fenómeno de la existencia en coordenadas más complejas que las de la moral racional o la moral cristiana. El marxismo en el que se debatió Sánchez Vázquez siguió atrapado en esa red elemental de la tolerancia racional, donde se prefigura una idea del bien y del mal social.

Addenda

El argumento que abiertamente lleva Paramio a la política es, desde otra perspectiva, el argumento que el marxismo de Sánchez Vázquez tuvo que remontar frente a las tradiciones académicas de la filosofía, en especial frente a la filosofía analítica. Juego de formación y formalización, entrenamiento pre-filosófico en cierto sentido, la filosofía analítica en Latinoamérica ha salido de ese espectro en muchas ocasiones y ha confundido el plano de la realidad social con el ejercicio filosófico primario. Es como si un buen jugador de ajedrez pensara que, realmente, en el campo de batalla esas reglas psicológicas formalizadas en el juego se pudieran cumplir. Así, Sánchez Vázquez libró debates de este tipo en muchas ocasiones. Dos de sus exponentes más brillantes fueron Carlos Pereyra y Luis Villoro. Los debates con Villoro son un magistral ejemplo de cómo desmontar y restituir un argumento, pero basta con que se señale que ese argumento debe ser colocado en el tiempo para que todas las premisas y la conclusión sean archivadas y tratemos de pedir un poco de ayuda al sentido común.14 Pereyra en cambio es más feroz; él no busca en el fondo un acuerdo sino una clara división: el mundo de la teoría es uno, tiene reglas de operación e institucionalización; el de la práctica política otro y la mejor manera de actuar en ambos es separarlos. Se trata de una racionalidad más fría y más precisa, acorde con el mundo y, por eso mismo, quizá en el fondo verdadera. Estas son las últimas palabras que le dedica a Sánchez Vázquez en un artículo donde cuestiona la idea de praxis:

 

La teoría cuya validez depende de su verificación por la práctica política u otras modalidades de la praxis –distintas de la propia actividad teórica– son teorías programáticas o propositivas, es decir, formulaciones ideológicas donde se postulan determinados objetivos y mecanismos mediante los cuales se espera alcanzar tales objetivos. La teoría misma no puede validar esas formulaciones ideológicas y en todo caso esa validación proviene de fuera de la teoría. En cambio, la verdad de las teorías explicativas sólo puede decidirse en el interior de la teoría. Habría que distinguir, por una parte, la cuestión de la verdad o falsedad de los enunciados explicativos y, por otra parte, el asunto de la validez de las formulaciones ideológico-programáticas. Esta distinción tiene consecuencias, es claro, sobre la manera de ver la relación de teoría y práctica.15

En el mismo sentido escribe Ramón Xirau en su elogio, a Sánchez Vázquez al recordar las palabras del marxista y llevar la comparación hasta la obra de Pierce y Marx:

 

Sánchez Vázquez escribe: “El criterio de verdad está en la práctica, pero sólo se descubre en una relación propiamente teórica con la práctica misma”. Bien está, ¿pero qué hacer con las verdades abstractas o formales, es decir, lógicas o matemáticas o matemático-lógicas? No me parece fácil una solución. Estas “verdades” obedecen a teorías abstractas de la verdad tanto si las enuncia San Anselmo en el De veritate, como si las vemos definidas por Tarski. En este sentido no son verdades “prácticas” sino teóricas. Quedaría, naturalmente, otra posibilidad. Esta consistiría en pensar que las verdades que he llamado abstractas son también prácticas, aun cuando no se apliquen, en muchos casos, a la naturaleza ni a la técnica. Así, la verdad práctica de las ideas abstractas o formalizadas residiría en ser hechos del pensamiento humano. Pero esto es forzar mucho las cosas. ¿Hasta qué punto es práctica la teoría de los nudos? ¿Hasta qué punto lo son las lógicas polivalentes? A mi modo de ver, los pragmatistas y lo marxistas se encuentran aquí en un callejón sin salida. Yo, por lo menos, no veo la salida porque el criterio de verdad propuesto por Marx y por Pierce no puede, aunque quiera, dar cuenta de algunas verdades.16

Se trata, como puede verse, de dos conjuntos ajenos, el de la teoría y la práctica, y que, formalmente, no podrían tener intersección alguna. Si uno se ve tentado a decir que incluso en la más aséptica de las teorías hay una ideología de fondo, un propósito práctico que se cumple en los tiempos y que tiene una consecuencia práctica y moral, Pereyra respondería que el vocablo teoría  no puede hacer depender su presunción de verdad de la práctica pues se extiende injustificadamente “al ámbito de los enunciados una idea que sólo puede formularse en el terreno de las proposiciones”.17 Y, en efecto, en esos términos le asiste la razón a Pereyra: permanecer en este debate, dentro de ese primer principio de formalización es baladí para el marxismo. En esa división no pueden operar las tradiciones marxistas, simplemente porque no se trata, como pretendía Sánchez Vázquez, de una teoría epistemológica, moral y revolucionario, en el mismo sentido que lo cree gran parte del marxismo occidental en el siglo XX, sino una forma romántica de la crítica.

  *Carlos Oliva Mendoza es profesor en la Universidad Nacional Autónoma de México.Carlos Oliva Mendoza

  1. Una trayectoria comprometida, Facultad de Filosofía y Letras-UNAM, México, 2006, p. 467.

2. “Mi obra filosófica”, en Praxis y filosofía, p. 442.

3. “Mi obra filosófica”, en Praxis y filosofía, pp. 438-439 (texto fechado en la ciudad de México el 15 de noviembre de 1978).

4. Ibid, p. 438.

5. “Mi obra filosófica”, p. 442.

6. Véase González, Juliana, Carlos Pereyra y Gabriel Vargas Lozano (eds.), Praxis y filosofía, Grijalbo, México, 1985, p. 390.

7. Paramio, Ludolfo, “Del socialismo científico al socialismo factible”, en Praxis y filosofía, pp. 337-338. (Remite a Ensayos marxistas sobre historia y política. Océano, México, 1985 y  Nexos # 44)

8. Ibid, p. 338.

9. Ibid, pp. 338-339.

10. Sánchez Vázquez, Adolfo, Del socialismo científico al socialismo utópico, p. 15.

11. Paramio, Ludolfo, “Del socialismo científico al socialismo factible”, en Praxis y filosofía, p. 344

12. Ibid, p. 347.

13. Ibid, pp. 348-349

14. Villoro, Luis, “El concepto de ideología en Sánchez Vázquez”, pp. 189-207.

15. Pereyra, Carlos, “Sobre la ‘Práctica teórica’, p. 432.

16. Xirau, Ramón, “Adolfo Sánchez Vázquez. Elogio”, p. 131.

17. Ibid, p. 431.

Esta pieza pertenece a un monográfico sobre el exilio, coordinado por el profesor Antolín Sánchez Cuervo. Consulta todos los temas en el número 75 de Los diablos azules. Antolín Sánchez Cuervoel número 75

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