Tener una vidaDaniel JándulaCandayaBarcelona2017Tener una vida
Es complicado sostener una novela, aunque sea corta, sobre una trama argumental mínima y que funcione. Me explico.
En Tener una vida, la novela recién publicada por Daniel Jándula (Málaga, 1980), pasan muy pocas cosas, la acción casi brilla por su ausencia. De forma resumida diremos que el argumento es el siguiente: el protagonista y narrador, del que desconocemos el nombre, pierde el avión que debía llevarlo al otro extremo del mundo, concretamente a la Patagonia chilena, y al mismo tiempo descubre en el salón de su casa un agujero que succiona todo lo que queda a su alcance; el avión desaparece en pleno vuelo sin dejar rastro ni supervivientes; además, por casa del narrador pasarán Lidia y Héctor, ella su exnovia y él un vecino científico que tratará de buscarle una explicación coherente a la problemática del agujero en la pared.
Con estos mimbres, Daniel Jándula podría haber montado una historia distópica, quizá un relato de ciencia ficción, probablemente un thriller, una trama de visitas fantasmales de sus compañeros de pasaje, por ejemplo, o un artefacto literario con todo esto mezclado, sin perder de vista, además, las complejidades de una relación sentimental en vías de extinción, si no es que ya está muerta del todo. Sin embargo, el malagueño sustenta su novela en un devenir continuo del pensamiento, entre el pasado y el presente, anclado, eso sí, en los pequeños, pero decisivos sucesos que están ocurriendo a su alrededor. En su papel de espectador, de flâneur, el protagonista-narrador va a emprender un viaje no a la Patagonia –ya lo sabemos—, sino alrededor de sí mismo deshojando la margarita de la vida, de su vida, justo cuando acaba de recuperarla involuntariamente, en un intento –me temo que frustrado— de aprehenderla, de apresarla. De modo que la novela se nos va a orientar por unos caminos que en un principio el lector puede no esperar, ya que vamos a transitar más bien por el lado de lo kafkiano-existencial.
En este sentido, el agujero en la pared va a convertirse en símbolo, en elemento también kafkiano que altera la normalidad, que se come esa normalidad, el gran succionador de lo conocido hacia una dimensión ignota. Hasta tal punto es potente este elemento en la novela que el personaje-narrador llega a identificarse con este fenómeno extraño: “Yo, como gran agujero, he ido tragándome cada aspecto de mi biografía a medida que la atraía con mi fuerza de gravedad. A partir de este gran colapso, la única opción es salir”. Y así precisamente se llama el último capítulo del libro, “Salir”, sobre el que no mencionaremos más allá de su título para evitar las quejas quizá iracundas del lector que se quiera acercar a Tener una vida.
Hasta llegar a esta conclusión, a este punto y casi final, hemos asistido como lectores a un periplo mental digresivo y profundo, a la introspección en voz alta del narrador anónimo. Como ya señalamos antes, las coordenadas temporales del pensamiento se mueven entre el pasado y el presente —¿qué más da el futuro cuando la vida se escapa, cuando se resiste a ser apresada?, ¿y, además, cómo se hace esto?—. En relación a lo que comentamos, la vida en pareja con Lidia se alza como protagonista de gran parte del relato, pero también una innumerable y variada gama de ideas que transitan por la infancia, por la familia –en el plano más íntimo y privado— o por cuestiones más generacionales, de entre las que, a mi modo de entender, tienen especial interés estas dos: “La dictadura que nuestros padres conocieron está en nuestra leche materna, en nuestra educación, en cada rincón de la ciudad y debajo de cada conversación”; “Me desconcierta la homogeneidad de mi generación: el hecho de que todos hayamos visto las mismas películas, leído los mismos libros, experimentado un mismo aburrimiento y huyamos en la misma dirección”. Pero cuál es esa dirección, cuál es esa salida. Quizá se necesite para descubrirlo un agujero cósmico en una pared de casa.
El grado de profundidad y de intensidad de prácticamente todo lo expuesto por Daniel Jándula en Tener una vida invita a una lectura reposada y reflexiva. Exprimir, paladear, degustar en todos sus matices esta novela va a requerir al lector una tranquilidad de la que quizá no disponga, pero que merece la pena buscar. Y una vez encontrada, dispóngase a disfrutar de la necesaria angustia que por momentos produce el relato.
Es complicado sostener una novela, aunque sea corta, sobre una trama argumental mínima y que funcione, pero Daniel Jándula lo consigue en Tener una vida.
*Juan Carlos Sierra es profesor de Literatura.Juan Carlos Sierra
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