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Álvaro Pombo en el laberinto de la Guerra Civil

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Santander, 1936

Álvaro Pombo

Anagrama (Barcelona, 2022)

 

Que Álvaro Pombo haya publicado una novela de esta entidad a los 84 años es un detalle que no debería pasar inadvertido. En Santander, 1936 se ocupa de un asunto complejo: la historia de su familia, los Pombo, desde sus orígenes en el XIX, cuando el bisabuelo, don Juan Pombo, el fundador y patriarca, empezó a hacerse rico comerciando con barcos que transportaban mercancías, harina, a Cuba y Venezuela, historia que conocíamos por otros libros suyos. Se centra ahora en los años de la Segunda República, en la Revolución de Asturias, y en los dos primeros años de la Guerra Civil, cuando ya la familia había venido a menos, aunque el padre del protagonista disponía todavía de tres personas a su servicio.

El caso es que los Pombo tuvieron un gran peso en la ciudad, pues fundaron la Sociedad Filarmónica, el Casino y el Ateneo, introdujeron en España las vacas frisonas, e incluso su apellido dio nombre a una hermosa plaza, donde se hallaba la casa palacio familiar, y a mi café preferido en Santander. En suma, podría decirse que en esta ocasión el autor compone una detallada microhistoria, llena de detalles, aunque sin perder de vista el marco general, la España de las primeras cuatro décadas del siglo XX, y en especial los de la República y los dos primeros de la Guerra.

El modelo de esta historia, al menos como punto de partida, nos ha dicho Pombo, es Los Buddenbrook, de Thomas Mann, un autor que siempre ha apreciado, sobre todo por libros como Fausto y La montaña mágica, a los que se refiere en las páginas 93 y 131, y junto al autor de José y sus hermanos, novela muy apreciada por Juan Benet, entre sus autores preferidos se cuentan Rilke, Henry James, Heidegger y Sartre, por no hacer una lista interminable.

El barco que se reproduce en la cubierta del libro, el mercante Alfonso Pérez, adquiere relevancia durante la Revolución de Asturias y, sobre todo, en el desenlace de la novela. En esta ocasión, los principales protagonistas de la historia son su abuelo y su tío paternos, padre e hijo, Cayo Pombo Ybarra, un laico, seguidor de Azaña (de quien el autor se ha declarado admirador), y Alvarín Pombo Caller, "un señorito del muelle", un niño bien que en 1934 con 17 años se hace falangista, tras pasar dos años estudiando el bachillerato en Pau (Francia). El caso es que acaba convirtiéndose en admirador de José Antonio, quien había fundado Falange un año antes, figura que resultaba entonces atractiva para ciertos jóvenes, entre ellos, algunos de los más exaltados y conservadores. El narrador nos lo presenta, pues, como un joven "sensible", la reencarnación del "hombre nuevo". Y eso es algo que consigue contarnos Pombo con pericia: por qué unos jóvenes de familia bien se ilusionaron con la Falange, aunque recuérdese que otros jóvenes se decantaron en esos mismos años, con no menos ahínco, por la República, tal como le ocurre a Tote. El autor, en cualquier caso, lo trata con respeto y nos lo presenta como un joven idealista, ingenuo, impetuoso y bastante perdido, cuyo gregarismo cuestiona el narrador, al mostrarlo con "una inmadurez latente todavía (…), una prolongada inocencia insulsa" (página 210). Hoy sabemos, pues nos lo han enseñado los mejores historiadores, que los ideales falangistas resultaron, al fin y a la postre, una retórica hueca (en la novela, se trae a colación todos los tópicos joseantonianos, e incluso su antisemitismo, página 177), y ello a pesar de que muchos creyeron sinceramente en sus palabras. Sea como fuere, lo que quizás el lector no pueda dejar de pensar es en el contraste existente entre lo que pregonaba el fascismo, la Falange, en nuestro caso, y lo que sabemos que fue realmente.

El autor describe a su juvenil protagonista como fogoso y miope (¿simbólicamente corto de vista?), además de aficionado a la práctica del boxeo. En suma, padre e hijo defienden ideologías contrapuestas, aunque los mantenga unidos el cariño que a veces proporcionan los vínculos familiares, si bien se dice que los Pombo evitaban la ternura y la compasión. El padre, a su vez, padece una confusión política, pero de tipo diferente, semejante a la del hijo. El narrador lo describe como un "burgués acomodado y republicano, un hombre, en realidad, sin atributos, pero que ha sido honrado y bueno y fiel toda su vida" (página 204). A pesar de que la guerra también fue de clases, se nos dice (página 302), y así me parece que era en esencia, y en la novela se matiza.

Otros personajes tienen una cierta importancia, como la madre, Ana Caller; su otro hijo, Cayo, padre del autor, con escaso protagonismo, quien merecería otra novela; sus amigos: Rafael Matarrasa, el falangista que lo inicia en la doctrina de José Antonio, y Tote, el joven socialista, aunque el primero va desdibujándose conforme avanza la acción; su tío Gabriel María, el hermano de su padre ("Con todo lo monárquico que fue el tío Gabriel, nunca fue conservador. Tampoco fue republicano. Tampoco fue primorriverista", página 81). En cambio, Elena, la joven doncella, con quien Alvarín sueña casarse; y Wences, antiguo seminarista y maestro con el que entabla hace amistad en el barco-prisión, y cuya conversación en el capítulo 29 resulta del máximo interés, adquieren un mayor protagonismo. Sin embargo, los dos personajes femeninos, Ana y Elena, quedan algo desdibujados.

A pesar de ello, resulta significativa, aunque aparezca en segundo término respecto a los dos protagonistas, la figura de Ana Caller, la madre, a quien llamaban en Santander niña loca, una mujer moderna, afín a la Falange y que tampoco les hace ascos a los nazis (página 242), que ha abandonado a su familia —aburrida de su marido, con quien se casó muy joven, incómoda en la ciudad— para acabar triunfando en París, en el mundo de la moda, con Coco Chanel, y luego —aunque la novela ya no se refiere a ello— en la casa Paquin. Se trata de un personaje que solo adquiere voz en las cartas que le escribe a su hijo, pero que puede resultar frívola y superficial, a pesar de su encomiable empeño por vivir su propia vida, tras un matrimonio equivocado. En ellas, además de detestar la casa familiar, en la calle Gándara, y la ciudad de Santander, con todo lo que ello significa, le confiesa a su hijo que sale con un pintor uruguayo, Fernando Capurro (1891-1969), otro personaje real, que fue también arquitecto y arqueólogo (página 111).

En la novela se alude a San Bernardo de Claraval, Lorca, Rafael Sánchez Mazas, Manuel Ciges Aparicio, gobernador civil de Santander a partir de 1935, a los escritores católicos santanderinos Enrique Menéndez Pelayo (el hermano de don Marcelino), Amós Escalante y Concha Espina, y a Eulalio Ferrer, quien se convertiría en un destacado exiliado republicano y mecenas de las artes. E incluso hacen cameos Azaña (murió en Francia, exiliado, el 3/11/1940) y José Antonio (lo mataron el 20/11/1936 en la cárcel de Alicante), de quienes se reproducen discursos y artículos, así como la Oración por los caídos de la Falange, de Sánchez Mazas, que al hijo le parece hermosa y al padre retorcida y excluyente. Sin embargo, la comparación que hace el narrador entre Lorca y José Antonio, igualándolos como los dos ausentes, me parece algo inapropiada, por decirlo de manera amable (página 298). En cambio, es una lástima que no aparezca el padre del escritor José de la Colina, Jenaro de la Colina Blanco (1906—1993), quien acabó exiliado en México, tras llegar a capitán de infantería del ejército republicano. Militante en la CNT, trabajó como tipógrafo en la Imprenta Muñoz de la ciudad.

No menos presencia tiene en la novela la ciudad de Santander, sus barrios y calles, las tiendas (como Godofredo) y cafés, el mar, las playas y muelles, el faro de Cabo Mayor, componiendo una geografía real que todavía hoy puede transitarse ("Santander resultaba todavía [estamos en 1935], en la superficie, igual al Santander de siempre, soleado o lluvioso, tranquilo y descansado", página 78). O un léxico propio de la ciudad: maganos (calamares que suelen tomarse encebollados), escones (debe referirse a los panecillos ingleses, scones), borona (mijo, maíz), el acento o deje pejino (de Puerto Chico), los chicharros (jureles)...

Como ha señalado Santos Sanz Villanueva en la reseña que le ha dedicado a la novela en El Cultural, estamos ante una obra en la que el autor trata de "indagar en las consciencias", sobre los "destinos inciertos". La potente voz narradora, omnisciente, con mucho del autor, me parece, acapara protagonismo, así como los diálogos vivaces entre los personajes, ¡ojo al gran partido que le saca a la oralidad!, según suele ser habitual en sus narraciones. Podría decirse que no hay subtramas, pues casi toda la narración se centra en las peripecias y pensamientos de Alvarín, pero tampoco se echa de menos el humor. El caso es que nos reencontramos con algunos de sus motivos habituales, como lo es la sustancia, o su carencia, la falta de sustancia tan presente en casi todas sus narraciones (páginas 150, 201, 243 y 256).

Lo que Pombo nos muestra es la complejidad de una situación trágica, vista desde una perspectiva privada, aunque sin perder de vista nunca su dimensión histórica; un mundo de culpables e inocentes, en suma, con sus matices intermedios, pero cuyas diversas y contrapuestas razones se nos presentan con cierto detenimiento. Se trata, insisto, de un juego de contrastes, de contraposiciones: Alvarín/Cayín; Alvarín/Rafa; Alvarín/Elena; el Rubio, novio de Elena/los Pombo; Monarquía/República; Falange/República; Derechas/Izquierdas; la burguesía y las clases populares; José Antonio/ Azaña; Santander/París y, durante la guerra, Santander/el resto de España.

Santander, 1936 es una novela de formación, sobre el acceso a la madurez de un joven de familia bien asesinado a los 19 años, "un héroe a la fuerza", como lo llama el autor, otra víctima de la guerra civil, del odio enconado de unos contra otros, pero no menos víctima de su ingenuidad y desconocimiento del mundo, de su incapacidad para entender una realidad compleja. La idea que tienen de la Falange Alvarín y su amigo Rafa es de una candidez pasmosa (páginas 17 y 19). El protagonista resulta ser tan ingenuo que, en un momento dado, su padre tiene que recordarle los privilegios que él no cree tener (página 87). Al final de la novela, su amigo Wences le explica a qué llama él ingenuidad: "Supongo que llamo ingenuos a los que se aferran a una seguridad o a una convicción propia que creen infinitamente estable y que les hace sentirse, ingenuamente, seguros de sí mismos, seguros de que tienen toda la razón. Son malvados ingenuos, digo yo, porque no ven más allá de sus narices" (página 266). El tema —digamos— del martirio estéril, producto de un destino que lo lleva a defender una causa, aparece también en La cuadratura del círculo (1999), otra de sus novelas. Pero lo importante aquí es que Pombo utiliza la Historia de manera ecuánime, sin que aparezca ideológicamente sesgada, con la complejidad que surge de oír a los dos bandos contrarios. Sin embargo, los lectores sabemos hoy, lo han contado con detalle y rigor los historiadores, que la Guerra Civil fue producto de un golpe de estado de la derecha, de los monárquicos, con el apoyo de una parte de los militares, del capital y de casi toda la Iglesia. Si atendemos a las razones de Pombo, no puede decirse que se trate de una novela histórica, como se ha calificado en alguna reseña, pues según comenta en el epílogo de Una ventana al norte (Anagrama, 2004): en el momento en que la ficción se introduce en la Historia, esta se convierte en ficción.

Los caracteres y la visión del mundo de los personajes principales se componen a menudo mediante contraposiciones, que no se limitan a reproducir los de la derecha y la izquierda, sino que nos habla también de lo de fuera y lo de dentro, lo exterior y lo interior (páginas 18, 20, 22, 31, 42, 59, 68, 76, 145, 148, 150, 169 y 285), conceptos que se repiten en muchas páginas, así como los de amistad y odio, del amor y su imposibilidad, aquí entre dos personajes de la misma clase: los malavenidos padres de Alvarín; o de distinta clase: entre el señorito y Elena, la doncella.   

Las cartas que el joven Álvaro se intercambia con sus progenitores, sirven para mostrarnos los sentimientos y el carácter de los protagonistas y, tal como hemos dicho, para concederle voz a la madre. Según el autor, se trata de cartas inventadas, a partir de las que se conservan de su abuela Ana Caller, a quien sí conoció y trató, pues falleció en Madrid en 1980. Del personaje real, que merecería asimismo otra novela, apenas sabemos qué fue de ella, después de la Segunda Guerra Mundial.   

Es cierto que la narración se centra en unos años concretos del pasado, comprendido entre 1934, cuando la acción arranca, y 1937, en que las tropas franquistas tomaron Santander el 26 de agosto, aunque más de la mitad de la novela —a partir del capítulo 18— transcurre durante 1936. Muchas de las cosas que se cuentan, de las ideas, de los pensamientos que se expresan, nos remiten a la agitación social del presente, lo haya querido así el autor o no. Valga un ejemplo: cuando el padre le comenta al hijo, durante un paseo, en 1935: "Lo que está pasando en Santander (…) viene a ser como un recorte, una imitación de lo que está pasando en España, en Madrid, que nadie tolera a nadie que no sea de su cuerda porque todos tenemos toda la razón, unos contra otros" (página 79). El asesinato del periodista republicano Luciano Malumbres, "la voz de la izquierda santanderina", en 1936, anticipa los crímenes posteriores, de uno y otro bando, e incluso podría decirse que anticipa el desenlace (página 171 y 177). Luego, en el capágina 24 (página 224), detienen a Alvarín, quien ya no recobrará la libertad.

La novela como tal quizá no pueda acabar mejor: con la disquisición del narrador sobre los héroes, los santos, los poetas y los mártires. Pero lo trágico es el bombardeo de la aviación franquista, con la ayuda de los alemanes, sobre los barrios más humildes de la ciudad. Su inmediata consecuencia serían las represalias que se tomaron los republicanos, quienes controlaban la ciudad, el 27 de diciembre de 1936, pues se vengan asesinando a los prisioneros que ocupaban el Alfonso Pérez, el barco—prisión fondeado en la bahía, entre los que se encontraban el joven Alvarín y su amigo Wences, quien logra sobrevivir. Este se presenta en casa de los Pombo para contarle al padre de su amigo, en la oportuna escena final, cómo murió su hijo (página 325). En total, si nos atenemos a los datos de los historiadores, los cita Pombo, las víctimas de uno y otro bando ascendieron a más de 200 muertos y más de 50 heridos. 

La novela, decimos, acaba con el asesinato del joven Alvarín, y el de numerosos republicanos, y gentes de derechas. Ana y su hijo, y en menor medida su marido, podría decirse que son seres que buscan, pero quizá solo ella encuentra, al hallar una profesión en la que triunfa, si bien tiene que pagar un peaje, pues se aleja y pierde a buena parte de su familia. Cayo Pombo, quien al final me parece que exagera en su autocrítica, tras haberlo abandonado Ana, su mujer, pierde también a Álvaro, su hijo preferido. Pero, además, los suyos son derrotados en la guerra y muere de inmediato, a principios de 1939, el mismo año en que nació el autor, quien no conoció a ninguno de los dos protagonistas: la historia —lo ha confesado— le llegó por trasmisión oral.

Como lector e historiador de la literatura, lo que más aprecio de la narrativa de Pombo, y de esta novela, es que tiene un estilo y un mundo propio, un fraseo peculiar, pero también me resulta apropiada su conceptualización de la existencia, lo que él ha denominado con ironía sus tropezones de Filosofía, su pensamiento paradójico, aquí —por fortuna— amortiguados, con respecto a otras obras suyas, sin tanta cohetería verbal, ni por ello dejar de ser el mejor Pombo de siempre. Importa también, y mucho, la concepción de los personajes y las voces que les proporciona y cómo los hace dialogar, reflexionar; así como el gran protagonismo que le concede al narrador. En suma, podría decirse que Pombo es esencialmente su estilo y su singular visión del mundo. Pero aprecio, de la misma manera, su independencia de criterio, sus opiniones (las que siguen provienen de entrevistas recientes) a menudo contra corriente, en un mundo cada vez más políticamente correcto, pacato, inquisitorial y puritano ("me pone de los nervios —dice nuestro autor— el LGTB, como el comunismo y la Iglesia. Y el Orgullo me pone de los nervios, no lo puedo remediar"; "Me parece algo demasiado terrible el exhibicionismo del Día del Orgullo, el cancaneo… Prefiero el ascetismo"; y, por último: "me cabrea el Rey emérito, la verdad. Me parece un niño malcriado (…), representa (…) un señoritismo bobalicón, nada intelectual"), esté de acuerdo con ellas o no, pues me parece que no deberíamos leer únicamente para afianzar nuestra manera de pensar, sino para que se nos abran otras perspectivas en las que quizá no habíamos reparado. Pombo es un hombre no solo de convicciones políticas firmes, que ha intentado poner en práctica, sino también "una persona religiosa".  El caso es que, para el narrador, la historia no es la maestra de la vida, sino que lo es "la simple realidad, la más común" (página 213).

En cualquier caso, con novelas como esta, y según ocurre también en otras suyas, lo que quizá pretenda Pombo es intentar comprender de dónde viene, cómo se fue gestando su identidad; pero también, dar voz, de una forma menos sesgada que el modo en que lo hicieron los escritores franquistas, a quienes ganaron la guerra, si bien mostrándonos asimismo la división que se produjo entre las familias. 

Sea como fuere, lo importante, al fin y a la postre, es que esta novela está a la altura de las mejores narraciones del autor, que ya son muchas, ya se trate de cuentos, ya de novelas: Relatos sobre la falta de sustancia (1977); El héroe de las mansardas de Mansard (1983), El metro de platino iridiado (1990), Aparición del eterno femenino contada por S.M. el Rey (1993), Donde las mujeres (1996), La cuadratura del círculo (1999), Contra natura (2005) y La fortuna de Matilda Turpin (2006). Todos estos libros han acabado convirtiéndolo en uno de los grandes narradores de los últimos cincuenta años, firme candidato al Premio Cervantes, que ya debería de haber ganado.

En suma, como se afirma en la novela en un momento en que parece oírse la voz del autor: "Un buen relato, por muy de ficción que sea, vivifica la vida que vivimos a diario" (página 291).

PS. 1. No puedo acabar sin comentar que la UIMP le ha concedido a Pombo en el 2022 el prestigioso Premio Menéndez Pelayo, y que, con esta novela, regresa a la editorial Anagrama, tras varios años en Planeta y Destino, donde ganó en su momento el premio gordo de la casa y el Nadal.

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PS. 2. Las opiniones del autor provienen de las entrevistas que concedió a distintos medios con motivo de la aparición de esta novela, pero quiero destacar dos: la de Luis Alemany (El Mundo, 28 de enero del 2023) y el reportaje entrevista de Jesús Ruiz Mantilla (El País, 4 de febrero del 2023).

 

* Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.

Santander, 1936

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