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Los libros

Años de cambio, aventuras, equívocos y fiestas

El rey recibe, de Eduardo Mendoza.

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En las entrevistas de promoción concedidas por el autor con motivo de la aparición de su nueva novela, ha comentado que acaso pudiera tratarse de la primera de una trilogía titulada Las tres leyes del Movimiento (que bien podrían ser las de Newton, sobre la inercia de los cuerpos; o referirse al pasado régimen, puesto que en el conjunto de novelas que se nos anuncian, el autor espera poder ocuparse del franquismo, del postfranquismo y de la herencia que nos legó el dictador), lo que incluiría un balance histórico y personal de los últimos treinta años, entre finales de los sesenta y el 2000. A este propósito, Eduardo Mendoza opina que es necesario que pasen unos 25 años para que la realidad pueda convertirse en materia novelable. Recuérdese, sin embargo, que cuando en el 2006 apareció Mauricio o las elecciones primarias también se anunció como una trilogía que no llegó a cuajar.

El rey recibe es la primera novela que publica Mendoza tras la obtención del Premio Cervantes en el 2016, por el que fue unánimemente jaleado. Se compone de dos partes de similar extensión, aunque carezca de índice, algo que empieza a resultar habitual, vaya usted a saber por qué. Las citas o frases intercaladas en la narración, en cursiva, ya sean de la novela Tarzán de los monos, de Herodoto, Luys Santa Marina o Baudelaire (pp. 9, 13, 164, 173), van de lo jocoso a lo serio, y desempeñan el papel de aviso o contrapunto de lo que vamos a leer, proporcionándole al conjunto otra dimensión de lectura. Sorprende que a ninguno de los que han entrevistado al autor, al menos de entre los que he tenido acceso, que no son pocos, le haya llamado la atención, aunque sí a algunos críticos que nos han proporcionado explicaciones a veces razonables.

Eduardo Mendoza ha confesado que su intención inicial era escribir las memorias que le habían pedido, pero que acabaron transformándose en novela, pues para dejar constancia de la época que había vivido —que era lo que pretendía— le resultaba mucho más sugestivo llevarlo a cabo a través de las andanzas de un personaje de ficción. Pero ¿conserva la novela algo de la idea inicial? Creo que poco, ya que no parece que Rufo Batalla, el protagonista (recuérdese la importancia que le da el autor a los nombres de los personajes), tenga mucho que ver con el autor, aunque ambos vivieran durante la misma época en Barcelona y Nueva York. Mendoza, en efecto, se fue a trabajar a los Estados Unidos en 1973 (fecha en que concluye la narración) y no regresó a España hasta enero de 1983; tres años después publicaría en Destino un libro sobre Nueva York. Pero tampoco debe olvidarse que en el ínterin apareció su primera y gran novela, La verdad sobre el caso Savolta (1975), que fue Premio de la Crítica y lectura obligatoria en el bachillerato durante muchos años, al ser analizada y recomendada por el manual de Fernando Lázaro Carreter y Vicente Tusón, de la poderosa editorial Anaya.

La primera parte de El rey recibe concluye cuando Rufo toma la decisión de abandonar Barcelona, y a su novia Claudia Centellas, para irse a vivir a Nueva York. Las peripecias del protagonista, primero en el periodismo (llega a ser director de una revista, Gong, que muestra similitudes con Bocaccio, de la que Marsé era el redactor jefe, tal y como ha recordado Joan de Sagarra), y luego como funcionario en la delegación neoyorkina de la Cámara de Comercio de España, aparecen enmarcadas en un minucioso fresco de la época. La acción arranca en la Barcelona de 1968, cuando a Rufo le encargan, a pesar de ser un periodista novato, que cubra la boda de un pintoresco príncipe exiliado en el célebre Hotel Formentor, de Pollensa. Se trata del enlace entre el príncipe Tukuulo, Bobby, como apelativo familiar, quien espera reinar en Livonia, y la denominada Queen Isabella. Ese país es un pequeño territorio situado a orillas del Báltico, ahora bajo dominio soviético. Pero pronto el plumilla se mete en líos; tras un encuentro casual con la joven Mónica Coover, surgen los malentendidos y acaba conociendo al príncipe, de quien se hace amigo, abocándolo a nuevas peripecias, ahora ya en Nueva York, o a una misión secreta en Tokio. Al fin y a la postre, la novela aborda la amistad entre dos personajes excéntricos, del “bando de los chiflados” (p. 313), cada uno a su manera, de condición social muy distinta, quienes  se intercambian favores y ayudas, hasta que la acción se cierra en la Navidad de 1973.

En Nueva York, Rufo Batalla se encuentra con el caso Watergate, el auge del arte pop, el mundo de los hippies, las reivindicaciones en pro de la igualdad racial, el feminismo o el movimiento gay, que propiciarían importantes cambios sociales y artísticos. Se trata de experiencias semejantes a las que asistió el autor, quien en cambio se perdió el fin del franquismo y la Transición. Todo ello le da pie a Mendoza para reflexionar sobre la capacidad que tenemos de percibir los momentos transcendentales de la historia que hayamos podido experimentar en el instante en que ocurren. O cómo, por el contrario, a veces creemos estar asistiendo a acontecimientos que puedan parecernos significativos pero que acaban quedándose en nada... Pudieran ser, además de los recordados, la ley de Prensa de Fraga (1966), el viaje al mundo comunista, a Berlín y Praga, y la desilusión que le produce desde el punto de vista social y económico (véase la descripción que el príncipe hace de la URSS en los años sesenta, p. 132), e incluso literario, al saber que los checos consideraban a Karel Čapek mejor escritor que Kafka, o el mismo asesinato de Carrero Blanco en 1973. Se corresponde con los años en que Marx y Freud eran los dioses a los que todos invocaban (p. 108).

La historia es referida por dos narradores: el protagonista cuenta la suya en primera persona, al mismo tiempo que se transcriben crónicas y entrevistas o le cede la voz al príncipe, mientras que un narrador traza la historia de fondo. Podría decirse que se trata de una novela de formación, aunque Rufo —un tipo mediocre y abúlico, como tantos otros protagonistas de Mendoza— no consiga formarse en nada, sino tan solo sobrevivir, a la manera de un gato callejero..., como el personaje de Robert Crumb que aparece en la estupenda cubierta, el gato Fritz, un icono contracultural hoy ya desactivado, anunciando el tono del relato, si bien en un momento dado, Rufo nos sorprenda hablando nada menos que de la visión hegeliana del Estado... (p. 222).

El estilo del relato es sencillo, para que cualquier lector pueda seguir la trama. Su objetivo es interesarlo y entretenerlo a partir de una historia con mucho de paródica en la que se mezcla la ironía y el humor (valgan como ejemplo las pp. 140 y 354), sin que falten las confesiones (ser gracioso por escrito es muy difícil, afirma Rufo, p. 199), la crítica (“artistas jóvenes catalanes [...] pululaban por Manhattan con envoltura de papanatas” p. 284), ni tampoco los momentos delirantes marca de la casa... Si sus dos grandes modelos son Dickens y Tolstoi, como le confiesa a Llàtzer Moix en Mundo Mendoza (Seix Barral, Barcelona, 2006, p. 55), aquí remeda el comienzo de Ana Karenina y alude a Guerra y paz (pp. 160 y 206).

Pero me parece que el protagonista no termina de tomar cuerpo, por lo que acaba resultando algo desangelado, pues Rufo se nos presenta como un tipo lleno de confusiones, tanto en el terreno ideológico como en el sexual (p. 107). Por lo demás, la primera parte resulta farragosa, transcurre a trompicones (aunque hay páginas excelentes en las que el autor se suelta el pelo, como ocurre en la descripción del Paralelo de Barcelona, pp. 149-152), pero sube muchos enteros cuando la acción transcurre en Nueva York y se nos cuenta la llegada a la ciudad, al comienzo de la segunda parte. Otros buenos momentos en los que el ritmo se agiliza y la historia levanta el vuelo, son: la fuga de Carvajal con el circo Colodrón; la historia de Matías, el portero colombiano del edificio en que vive Rufo; o lo que se cuenta sobre los sermones de los predicadores norteamericanos, pues si se decía que la religión era el opio de los pueblos, aquella variante era la cocaína (pp. 269-271).

En cambio, la historia de Livonia, contada al final por el príncipe, no parece venir demasiado a cuento, sino metida con calzador (pp. 315-345). En conjunto, la novela peca de ligereza, de falta de sustancia, presentando demasiados altibajos. De hecho, funcionan mejor las microhistorias (por ejemplo, la aventura con la corista Petra Sobada o Liviana de Lejos, p. 152) que el trazado general de la narración.

Bocaccio, algo más que "un nido de frivolidad"

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Eduardo Mendoza es, sin duda, un gran escritor; buena prueba de ello son La verdad sobre el caso Savolta y La ciudad de los prodigios, pero me parece que a veces desperdicia su talento con novelas de medio pelo que ha debido de vender mucho, si bien me temo que no merecen una relectura. Sabemos por lo demás que su poética consiste en hacer lo que le da su santa gana. Qué más puede decirse ante una convicción tan firme, que no sea lamentarse. ______________

Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.

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