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Balance generacional del 68

La escapada

Gonzalo Hidalgo Bayal

Tusquets

Barcelona

2019

La superproducción editorial de nuestro país nos obliga incluso a quienes seguimos sus letras al día a postergar nuevas obras de autores acreditados. Tal me ha sucedido con La escapada, de Gonzalo Hidalgo Bayal, y eso que el libro tiene el aliciente añadido de inscribirse en el amplio censo de ficciones centradas en un aspecto relevante de nuestro pasado cercano, el análisis crítico de la generación del 68. Los escritores de este grupo, al que pertenece el autor cacereño, nacidos entre muy finales de la guerra y mediados del pasado medio siglo, han sido propicios a revisar la experiencia vital de su promoción. Lo han hecho —y seguro que no agoto la nómina— Manuel Vázquez Montalbán, Rafael Chirbes, Esther Tusquets, ya fallecidos, José María Merino, Vicente Molina Foix, Félix de Azúa, Mariano Antolín Rato, Ana Puértolas o más recientemente, persistiendo en dicha significativa meditación, José María Conget.

De las novelas de estos escritores se desprende, sin parar en detalles ni atender a necesarios matices, la lección del desaliento y del fracaso, de no haber remontado hasta las cimas ideales de libertad y cambio —en la política, en el sexo, en la cultura— que buscaban en la edad joven. Y al considerar con mirada retrospectiva las antiguas ambiciones suelen cargar las tintas en los malos derroteros que tomaron las urgencias políticas ilusionantes del ocaso franquista.

A una conclusión negativa parecida llega Hidalgo Bayal en La escapada, pero se diferencia de esos relatos de revisión generacional por un factor básico. En lugar de centrarse en lo público, en la situación colectiva, en el activismo ideológico contra la dictadura o en los aires modernizadores de la sociedad y de la misma literatura (recuérdese que fue la promoción que defendía el formalismo y cultivó los experimentos radicales: el Julián Ríos de Larva o el J Leyva de Heautontimorumenos), se enroca en la dimensión privada de los universitarios de hacia 1975. Solo una vez, y de refilón, aparece en su novela un elemento tan característico del paisaje urbano-estudiantil de aquellos años como las cargas de los grises.

Hidalgo recrea en La escapada la vida cotidiana de los alumnos de filología de la Complutense con detallismo casi costumbrista galvanizado con altas dosis de culturalismo. La estampa de época no constituye, sin embargo, un fin en sí misma. Nada más busca mostrar el humus donde fraguó una educación sentimental y en el que crecieron las semillas que germinaron las flores del desaliento, el conformismo y, en última instancia, de la derrota. Que en la conclusión de la novela superan el valor de marcas generacionales e históricas y se convierten en fenómenos atemporales. Haciendo buena la doctrina del autor-narrador expuesta en el libro, la novela va de lo particular a lo general, de unos casos concretos a un diagnóstico de la condición humana.

Los casos específicos son los del propio autor que aparece como tal en la novela y el de un compañero de "filologías", alias Foneto. Con los habituales tics de la llamada autoficción, Hidalgo Bayal condensa su biografía —licenciatura, docencia de literatura en enseñanza media y jubilación—, se refiere a su propia obra, en la que, señala, ya ha hablado en otras ocasiones del tal camarada, y agrega interesantes opiniones sobre el género novelesco, la literatura y el cine. Un encuentro casual con el condiscípulo a quien había perdido de vista hace cuarenta años propicia una larga jornada de evocaciones durante la cual, al hilo de tapeos y paseos madrileños, se reconstruyen ambas vidas, sobre todo la del condiscípulo.

De resultas de las intermitentes charlas sale una completa etopeya de Foneto, muy singular personaje. Tipo extraño, libre, despierto y exigente, renunció a cualquier proyecto profesional relacionado con sus habilidades lingüísticas que refleja el apodo y vino a dar en quiosquero de prensa perpetuo. Consumó así el "síndrome de Segismundo" que le amagaba desde la infancia. Con esta feliz etiqueta define Hidalgo la inclinación radical de Foneto a la soledad, rasgo medular de su carácter que se constituye en el objetivo temático de la novela. El quiosco y la ralentizada actividad del quiosquero durante tediosas jornadas se convierten en la base real, material y visual, de una metáfora del aislamiento. Y, a la vez, el carácter genérico de un asunto abstracto tiene el contrapeso de preocupante actualidad —reforzada por el dato exacto del encuentro, diciembre de 2017, vísperas de Navidad— de la decadencia de la prensa impresa y la amenaza sobre esos puestos callejeros que la airean ("tienen los días contados", se profetiza).

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La escapada recoge un bucle ensortijado de emociones y sentimientos: soledad, abatimiento, melancolía, elegía, desilusión, ataraxia, fracaso, conformismo lúcido, aceptación senequista del destino, insignificancia existencial... Una mirada cálida y comprensiva sobre nuestra especie, sin ampulosidades dostoieveskianas y con pinceladas humorísticas, atempera el mensaje triste y pesimista de esta novela de arqueo generacional emotiva, ligera e intensa, amena y profunda.

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Santos Sanz Villanueva es crítico literario y catedrático de Literatura española de la Universidad Complutense de Madrid.

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