Barrio residencial
Como buen vecino, siempre estoy dispuesto a echar una mano. Salgo raudo cuando llegan cargados de la compra para ayudarles, nunca me quejo si ponen la música alta, ni de las fiestas que organizan con frecuencia hasta la madrugada. Fiestas a las que asisten otros vecinos, pero a las que a mí nunca me han invitado. Creo que me hacen de menos y el padre me mira por encima del hombro, pero quizás sean solo cosas mías. En varias ocasiones, le he oído decir a los niños que no se acerquen a mí, que soy un poco raro. Yo hago como que no lo escucho, no les retiro la sonrisa y sigo siendo amable. No rechisto si dan golpes en plena siesta o cuando los niños me rompen las plantas a balonazos o el olor a barbacoa entra hasta el último rincón de mi casa. Les recojo los paquetes en su ausencia y siempre apoyo sus decisiones en los asuntos de la comunidad. Ayer, la pareja sufrió una punta de estrés incontrolable y no paraban de discutir. No llegarían a tiempo de recoger a los niños del colegio y decidí encargarme, por ayudar. Hasta ahora se están comportando muy bien, parecen felices en mi sótano y, desde luego, hacen mucho menos ruido.
Parafilia precoz
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El señor no dice nada y no me gusta cómo me sonríe. Estamos solos. Me dice que le gusta mucho mi vestido. Le respondo que es el de los domingos, que no tengo otro mejor. Me dice que tendré muchos, si me porto bien y me sienta sobre él. El abuelo sigue en el patio, no para de llorar. Un trueno, un relámpago, llueve a cantaros. Papá también sale al porche, mira hacia el suelo y está enfadado porque mamá le arrebató la escopeta con la que encañonó al señor a la puerta de casa. Miro al señor y le pregunto si lo ha traído la tormenta, porque tiene el pantalón empapado.
* Manuel Montesinos es un escritor andaluz, de Linares, que vive en San Agustín del Guadalix, en Madrid. Sus microrrelatos han aparecido en diversas antologías dedicadas al género y ha conseguido reconocimientos de mérito en varios concursos literarios.