En otra vida periodista cultural en infoLibre, actualmente bibliotecaria y de ahora en adelante escritora. Es este el apresurado resumen vital que puede trazarse sobre Clara Morales (Badajoz, 1989), que acaba de publicar su Ya casi no me acuerdo (Editorial Tránsito, 2024), su primer libro, conformado por trece relatos que, con la memoria como eje transversal, nos ponen en la piel del superviviente de un campo de concentración, una española exiliada en Nueva York o una torturada en los sótanos de la Puerta del Sol. Y nos llevan hasta la primera marcha LGTBIQ+ o nos adentran en un perverso juego de género adolescente. De lo personal a lo político, de lo individual a lo colectivo, tal y como nos cuenta a modo de resumen.
¿Qué es Ya casi no me acuerdo? Si vieras a alguien con este tu primer libro entre las manos en una librería, ¿qué le dirías?
Le diría que es un libro de relatos construidos en torno a la idea de memoria. O, más que memoria, los efectos del pasado sobre el presente, porque me parece importante recordar que al final la memoria es eso, una especie de permanencia del pasado en el presente. Y son relatos casi todos escritos en primera persona con la intención de construir una memoria como esta, es decir, múltiple, fragmentaria, que se contradice entre sí, que disiente de sí misma.
Viendo el título, me pregunto si una frase como Ya casi no me acuerdo es un lamento o una reivindicación, una llamada a recordar. Es una frase que encierra algo un tanto terrorífico en realidad y que decimos quizás demasiado, porque los recuerdos es lo que más hay que proteger.
Ya casi no me acuerdo es para mí una manifestación de que efectivamente todavía te acuerdas. Puede ser una frase que oculta que todavía te acuerdas de algo que te da vergüenza, aunque te gustaría no acordarte... También es una forma de decir que igual que no hay derrotas totales tampoco hay olvidos totales, siempre hay la posibilidad de tirar de ese hilo, de ese casi, y ensanchar esa memoria. Porque hay muchas cosas que creemos que hemos perdido pero no es así, y sí que hay que hacer una especie de esfuerzo. Porque ese 'casi' todavía nos permite un espacio de resistencia de la memoria.
El PP ha estado históricamente empeñado en que no tengamos una memoria histórica democrática. Los que sí estamos convencidos de que hay que recordar lo que tenemos que hacer es un ejercicio de ensanchamiento de la memoria
Hay que hacer ese ejercicio de memoria que no siempre se quiere hacer.
Totalmente. Hay una voluntad de olvido. Hay gente que quiere no solo olvidarse ella misma, sino que quiere que nos olvidemos todos, lo cual es un esfuerzo verdaderamente ambicioso, mucho más que el de recordar. Frente a esa gente, a esos partidos políticos de extrema derecha y derecha, porque el PP también ha estado históricamente empeñado en que no tengamos una memoria histórica democrática, los que sí estamos convencidos de que hay que recordar lo que tenemos que hacer es un ejercicio de ensanchamiento de la memoria. No quedarnos en la conservación de lo que ya tenemos por un miedo a que vengan otros y nos obliguen a olvidar, sino ensanchar las posibilidades de la memoria. Hacer más grande la memoria histórica y la memoria política, incluir a personas que no han estado consideradas dentro de esa memoria y hacer que la memoria de unos pocos, como puede ser el colectivo LGTBI, y que la memoria de unas muchas, a veces arrinconadas, como son las mujeres, pase a ser la memoria de todo el mundo.
Estos relatos hacen eso exactamente. Recuperas desde lo individual de cada relato la memoria del feminismo, del movimiento LGTBI, de supervivientes de campos de concentración o torturadas durante el franquismo en la Dirección General de Seguridad de la Puerta del Sol.
Sí. Hay cosas que he aprendido de movimientos de militancia como el feminismo que es muy importante contarlas, contar lo que consideramos íntimo y contarnos las unas a las otras porque así nos damos cuenta de que lo que creemos individual es colectivo. Y también he aprendido del colectivo LGTBI esto de la familia elegida, que es también una memoria elegida, pues la memoria familiar no es solo la que te viene, sino también la que eliges, la que reivindicas, la que adoptas. Ambas ideas me parecen muy relevantes personal, política y literalmente porque son muy fértiles cuando te pones a escribir.
¿Escribir estos relatos es una forma de revolverse políticamente?
Sí. No me da miedo hablar de escritura militante, ni de que haya política en la literatura, porque de hecho creo que hay política en toda la literatura, en la que lo admite y la que no. Lo único que hace que veamos política en unas obras y no en otras es lo instauradas que están unas ideas en la sociedad. Es decir, hay muchísima literatura que hace militancia violenta de la heterosexualidad como única norma posible, o que hace militancia del capitalismo extremo, o que la hace del 'si quieres puedes' neoliberal, y esa no la consideramos literatura política aunque lo sea tanto como toda esa otra a la que se le suele tildar de menos relevante literariamente. En España tenemos una enorme tradición de literatura política buenísima y no me da miedo en absoluto, ojalá me aceptaran en ella.
¿Qué te lleva a escribir sobre memoria? Haciendo un poco de abogado del diablo, hay mucha gente que te pediría mejor una novela romántica.
Mentiría si dijera que es primero por compromiso político, porque intento hacer las cosas por placer y por un interés personal que tiene que ver con lo que te gusta. Al mismo tiempo, creo que la memoria y la literatura están unidas. Para mí, la materia de toda la literatura es la memoria. No son los únicos materiales con los que se construye cuando se escribe, pero es un material muy importante. Y me parece que la memoria y la literatura comparten las preguntas y las dificultades que ofrece la idea de ficción de qué es verdad o mentira, cómo contarlo, quien lo cuenta y quien no. Eso al final te da una posibilidad de juego.
Pasemos a relatos concretos. Uno de ellos se desarrolla en el mitin y fiesta libertaria de la CNT en 1977 en Barcelona. Y tiene un importante componente LGTBI.
Es sencillo unir ambas cosas porque pensé que habían pasado muy pocos días entre la primera manifestación LGTB del Estado español, que obviamente cuando sucedió no sabía nadie que era la primera ni que estaba abriendo una especie de camino, y las jornadas libertarias y ese mitin en Barcelona. Pensé que, obviamente, en el mitin había más gente que en la manifestación, pero probablemente la gente era la misma, porque se movían en ese mismo ámbito. Y cuando escuchas lo que se decía en el ámbito del anarquismo y el comunismo libertario ves que se hablaba de despenalizar la homosexualidad y de drogadicción, con lo cual en esa ideología estaba ya esa presencia del colectivo LGTBI. Además, en los últimos años hemos escuchado mucho hablar de la idea de que las luchas individuales rompen la clase obrera, pero a mí me parece importante decir que 'maricas y boyeras también son clase obrera' es una cosa que se lleva gritando en el Orgullo desde hace muchísimo tiempo. Que las personas trans, lesbianas, homosexuales y bisexuales son clase obrera, que todo eso es indivisible y que cuando salimos a la calle no nos ponemos una camiseta u otra, sino que tenemos todas a la vez. Como el personaje de este relato, que es obrero, que cose para las travestis y que es homosexual y milita en la CNT.
Otro relato nos habla de las torturas en la Dirección General de Seguridad de la Puerta del Sol. Un edificio con una historia funesta que los más jóvenes ya no conocen. Y uno de los guardias que conviven con las torturas incluso se ve bueno con el paso de los años. La importancia de que no se olviden estas cosas, de la memoria, todo el tiempo volvemos a ello.
Es que ese relato nace de dos sorpresas. Llevo once años en Madrid y tardé en enterarme. Conocía la Puerta del Sol, claro, y pasas por allí, sabes que se llama la Casa de Correos, pero no sabes que estaba la Dirección General de Seguridad porque no pone nada y no se habla de ello. Si fuera un edificio en las afueras por donde nadie pasa, vale, pero es que está en el kilómetro cero. Eso me sorprendió mucho y también me llevó a preguntarme cómo es posible que aquí se mantuviera una dictadura particularmente larga durante cuatro décadas sin que nadie hubiera hecho nada para mantenerla. O sea, ningún abuelo de nadie torturó a nadie, ningún abuelo de nadie firmó una sentencia de nadie, nadie hizo nada y parece que Franco lo hizo todo. Pero no, porque había un montón de gente comprometida con la causa y un montón de gente que creía que estaba haciendo una labor buena en la sociedad. Y, al final, también pienso que si nos encontráramos en una situación similar usaríamos las mismas tácticas de autodisculpa pensando que somos más humanos, hicimos lo que pudimos, que otra gente hubiera sido más bruta...
Hay tantas cosas que hemos perdido ya que pensarlo es bastante descorazonador
¿Están los nietos y las nietas ahora, al fin, recuperando toda la memoria de aquel tiempo de sus abuelos?
Yo creo que los nietos hemos llegado con más posibilidades, porque a veces la memoria se hace cuando se puede. Tú preguntas cuando puedes, quizás cuando piensas que ha pasado cierta distancia del dolor, cuando otra gente en torno a ti empieza a preguntar... Yo diría que hemos tenido la suerte de que otra gente hubiera preguntado antes, que ya se empezara quizás a vislumbrar, o incluso de que gente de generaciones anteriores dijera 'pues yo no pregunté', porque eso también es un aprendizaje. Yo hablé poco con mi abuela de la guerra, ella hablaba poco de eso, pero he podido hablar con mis padres y mis tíos, que sí tuvieron conversaciones. Aunque quizás seamos las nietas o las bisnietas las que preguntamos, menos mal que antes ellos tuvieron esas conversaciones y nos pueden hablar como de segunda mano. En realidad son eslabones y ahí cada uno va poniendo lo suyo y entre unos y otros con lo que se puede en cada momento vamos haciendo memoria.
¿Por eso la importancia de no desfallecer nunca en este ejercicio de memoria? Si alguien tira la toalla, se acaba el recuerdo.
Claro, ahí se rompe, desde luego. Tenemos que ser conscientes de que cada eslabón es relevante, porque efectivamente si hay alguno que se pierde... Hay tantas cosas que hemos perdido ya que pensarlo es bastante descorazonador.
También se aprende eso que te dicen de que la violencia no es violencia sino juego, que no hay que darle tanta importancia a las cosas, que si alguien te persigue tampoco tienes que asustarte tanto porque es un ejercicio de seducción
Tu propio bisabuelo protagoniza el último relato, el epílogo. Y cuentas incluso con sus propios expedientes. ¿Cómo fue esa búsqueda?
Es un epílogo porque sí que estoy hablando de memoria personal expresamente, sabiendo que la historia de mi bisabuelo, represaliado por masón, no sería relevante si no hubiera sido la historia de tantos. A él se le juzga en un proceso colectivo y eso también nos habla. No fue solo una persona, fue una forma de castigo de cientos de miles. Tuve la suerte de que cuando introduje su nombre en los archivos digitalizados por la Diputación de Huelva apareció ahí, es decir, que ya había habido un trabajo previo de recuperación de memoria por parte de otras personas que se habían dedicado a ello. Así pude compartir con la familia esa otra forma de memoria que es el documento judicial, que es una parte de la memoria, no toda.
En otro relato, Verbena, narras unos juegos adolescentes en una fiesta en el patio de un colegio. Una forma de relacionarse patriarcal en la que se puede reconocer cualquiera con cierta edad.
Quizás ahora pase de otra forma, eso ya no lo sé (risas). Pero creo que también es generacional esa especie de aprendizaje turbio de la relación entre géneros que además venía normalmente de una segregación en los juegos y lo que se consideraba un niño o una niña, y en una relación como muy rota, muy parcelada, que de pronto tienes ahí a una persona que te han dicho que no tiene nada que ver contigo y con la que te tienes que relacionar de una manera determinada. Además, para mí son también unos juegos que no son inocentes porque son una escuela de terror sexual. Y es que también se aprende eso que te dicen de que la violencia no es violencia sino juego, que no hay que darle tanta importancia a las cosas, que si alguien te persigue tampoco tienes que asustarte tanto porque es un ejercicio de seducción... Tenemos mucho en lo que pensar.
Reflexionas también sobre el abuso sexual relacionándolo directamente con el caso de Dolores Vázquez y la muerte de Rocío Wanninkhof.
Es que ese es un claro caso de cómo la homofobia es capaz de marcar la vida de una persona. Dolores Vázquez fue acusada y condenada exclusivamente por ser lesbiana. El motivo de su delito solo podía explicarse por su lesbianismo, porque tenía que ser violenta, controladora y la asesina de la hija de su expareja, a la que en realidad había criado como una hija. Incluso los cuidados se usaron como una arma arrojadiza, porque como era capaz de coger a su madre al peso, podía haber asesinado a alguien. ¿Pero quién está cogiendo al peso a los abuelos de todo el mundo en las residencias? Inmensa mayoría de mujeres, y resulta que eso te hace sospechosa. Eso fue, además, un aprendizaje terrorífico para muchas niñas lesbianas, ya que mientras mucha gente lo seguía como seguimos los true crimes, eso tiene consecuencias en la vida de la gente.
Otro relato sobre un superviviente de un campo de concentración. Algo que no se puede olvidar y que a su manera está pasando también en Palestina ahora mismo y se nos olvida también.
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Por desgracia, esa invención humana de los campos de concentración no se reduce a los nazis. Por supuesto que en Palestina hay una situación de concentración. Lo que me llamaba la atención es que mucha gente ignora que en esos campamentos de los nazis en la Segunda Guerra Mundial acabaron muchos combatientes republicanos. Si ni siquiera de eso se es consciente de manera general, ¿cuánto nos queda por recordarnos a nosotros mismos? Y no hace tanto de eso, todavía queda alguno que vive, ya no muchos, pero hasta hace nada mucha gente que estuvo allí ha estado viva.
¿Y qué somos sin memoria? Hay gente que no quiere tener memoria aposta, aunque sea imposible.
Yo creo que somos lo que recordamos y somos conscientes de ello cuando pensamos en la gente o en las ciudades donde nos hemos criado, en las canciones que escuchábamos de niños o en nuestras primeras lecturas. Ahí somos perfectamente conscientes de que somos lo que recordamos. Y lo somos de forma íntima, pero me parece que esa conciencia íntima debería trasladarse a una colectiva. Es decir, si yo sé que mi abuela desaparece cuando veo que le desaparece su memoria, cómo no somos conscientes de que eso se produce también cuando hablamos de lo colectivo. Son exactamente los mismos mecanismos y sin memoria no tenemos identidad, no nos podemos explicar a nosotros mismos, ni podemos discutir sobre lo que somos.
En otra vida periodista cultural en infoLibre, actualmente bibliotecaria y de ahora en adelante escritora. Es este el apresurado resumen vital que puede trazarse sobre Clara Morales (Badajoz, 1989), que acaba de publicar su Ya casi no me acuerdo (Editorial Tránsito, 2024), su primer libro, conformado por trece relatos que, con la memoria como eje transversal, nos ponen en la piel del superviviente de un campo de concentración, una española exiliada en Nueva York o una torturada en los sótanos de la Puerta del Sol. Y nos llevan hasta la primera marcha LGTBIQ+ o nos adentran en un perverso juego de género adolescente. De lo personal a lo político, de lo individual a lo colectivo, tal y como nos cuenta a modo de resumen.