Cuba en la mirada de Carlos Celdrán

Carlos Celdrán.

10 millones y Discurso de agradecimiento - Carlos Celdrán

La Uña Rota (Segovia, 2024)

Es muy escaso el teatro hispanoamericano que se publica en España, y es por tanto motivo de celebración que La Uña Rota nos permita acceder a dos excelentes piezas del dramaturgo cubano Carlos Celdrán (La Habana, 1963), Premio Nacional de Teatro en 2016 y desde hace algún tiempo residente en España. Es además un acierto la publicación conjunta de 10 millones y Discurso de agradecimiento, obras distintas pero enlazadas con hilos invisibles que dibujan una misma realidad: la de un país sometido a una extrema tensión sociohistórica que afecta a todos sus estratos. Es decir, la de una patria atravesada por una herida ancha que no cesa de sangrar, y que Celdrán representa en la transparencia de una escena mínima donde confluyen los demonios familiares y sociales de sus personajes.  

El título 10 millones alude a la quijotesca campaña de la zafra de 1970, que pretendía alcanzar ese récord de toneladas de azúcar para sortear la crisis del país, y que resultó un fracaso. Un título elocuente para una obra de factura brechtiana, donde el contrapunto de autor y personajes logra un extrañamiento que nos interpela directamente. Su sabia combinación de los planos de ficción y metaficción está protagonizada por cuatro personajes —Él, Madre, Padre, Autor— en un escenario casi vacío —con una pizarra y poco más—, donde el talento de Celdrán hace obrar las magias de la mejor dramaturgia. Lo consigue desde el juego de la luz y la sombra, y el sonido de una oralidad de ritmos sincopados, por momentos poética pero sin ruidos idiomáticos o artificiosos: "El campo abierto, cañaverales a cada lado del camino, humo en el horizonte (…). El campo empañado por los cristales, por los relámpagos, las calles empañadas del pueblo, mi casa empañada en la lluvia, yo parado mojado en la puerta". Esa expresión aparentemente neutra se convierte en todo lo contrario: convoca la intimidad, la calidez del recuerdo vívido de la infancia, el descubrimiento de la amistad —y de algo más— con un compañero de escuela, el vértigo de la ausencia o la voracidad del tiempo.

Por otra parte, en las tensiones de la relación filial espejean las tensiones sociales que convulsionan a todo un país: el microcosmos de la familia lo integra una madre que colabora con la Revolución y con la zafra de los diez millones, separada de un padre disidente que vive su situación como un angustioso acorralamiento. Esa polarización provoca una enorme presión en el hijo, y supone una herencia dolorosa. El Autor nos confía: "Escribo para saber"; "Escribo: sueño". Las evocaciones de una infancia turbulenta integran también la historia: "Vivimos en casas confiscadas a la burguesía, casas bellas, grandes, que ahora no tienen ventanas ni puertas, destartaladas y llenas de literas donde duermen los niños".

El protagonista es un superviviente que debe sortear cada batalla, la de los educadores como manipuladores, la de los padres, la de los escándalos de corrupción. Y la ventana hacia la luz o el mar —que emana del recuerdo y de la belleza de la Isla— habla de un paraíso que hace más vívido el infierno. Porque con los años llegaron la militarización, el caos, el vértigo, el hundimiento y el envilecimiento, compatibles con ese amor a la tierra, con esa perplejidad frente al qué somos realmente.

La obra se desenvuelve como un mosaico de monólogos, y los padres del protagonista reflejan los dos polos ideológicos que quebrantan una sociedad inmersa en contradicciones: la política es una pasión para ella y una desgracia para él. La Madre conquista su libertad como mujer a partir de la Revolución, pero después el desencanto la lleva a abandonar el país, acción que ya ha realizado el Padre en medio de una inusitada violencia. Y Él sufre la terapia de los campos de caña: "Hambre, mucha hambre, un pan, una bandeja de calamina, arroz, potaje, agua con azúcar, siempre hambre, siempre hombres con caras prietas, máscaras".

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Discurso de agradecimiento es también una pieza donde dialogan ficción y metaficción, y el escritor aparece como personaje, junto a un amigo, su madre, el Edecán y el foro, en un escenario vacío en el que se pueden proyectar imágenes tecnológicas o no. La trama es sencilla: al escritor le han dado un premio en Madrid y debe decir por pantalla unas palabras de gratitud desde la Isla. Pero es una alocución controlada y censurada, mientras el avispero de las redes bulle con toda su efervescencia de mezquindades, recelos y envidias. Una voz dice: "Lo premian por callarse, por cobarde. Por neutral. Por no decir públicamente lo que hay que decir. Demasiada gente censurada, presa en la Isla para callar lo que se piensa". Otra voz: "Difamar es fácil. La ética puede ser un gesto que ilumine un pedacito del mundo que no alcanzas a ver". Y otra: "Premio Milenium. Hashtag Cuba, arte, política, amigos, miedo, madre, exilio, sangre". Ese acoso al escritor se traduce en una angustia que también cultiva la prensa cuando lo entrevista. Él responde: "Lo importante es escribir. Y hacerlo bien. Sin miedo, pero sin prisa. Resistir la tentación de lo efímero, de la confusión. El peligro es la obviedad, la denuncia directa. La política en la literatura es distinta a la política real".

En ambos casos se trata de piezas de gran dinamismo, cuyo tejido de voces y planos nunca se hace oscuro sino directo, comunicativo, cercano. Un regusto amargo recorre las dos obras, que hablan de un sueño a la deriva, y también del arte y la amistad como espacios de redención. En ambas, además, se tematiza al artista, atrapado en esa tempestad, con su verdad a la intemperie y sus heridas abiertas, cautivo en un laberinto donde no se vislumbra la salida, y víctima de la perversidad y mezquindad de la jauría que en las redes se acoge a un cobarde anonimato. Contemplamos asimismo el vaciamiento de palabras como utopía o igualdad, en obras donde la acritud y la dulzura son sensaciones simultáneas ante la patria rota, la ruptura familiar, las amistades prohibidas, la extrema tensión social, el desencanto y la desesperanza, el miedo, la culpa en "un mundo desquiciado", los sueños de la sinrazón. Como afirmará la Madre: "al final todos somos iguales, cortados por la misma tragedia", personajes para los que "la vida se reduce a esperar".

* Selena Millares es escritora, sus últimos libros son ''Lámpara de madrugada' y 'Matrioska'. También es autora de las novelas 'El faro y la noche' y 'La isla del fin del mundo'.

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