Los diablos azules
El cuerpo y otra cosa
El poeta colombiano Darío Jaramillo ha escrito un libro radical sobre el cuerpo. Si la carne no fuese protagonista de esta radicalidad, podríamos decir que se trata de un libro descarnado por su enfrentamiento con la verdad. El cuerpo y otra cosa (Pre-Textos, 2016) pertenece a esa tradición literaria en la que una voz herida necesita saltar por encima de las estrategias líricas para vivir sin mentiras la realidad.
En su famoso “Canto de Adiós”, Whitman jugó a apostar por la sinceridad y confesó: “Camarada, esto que tienes entre las manos no es un libro; / Quien vuelve sus hojas toca un hombre”. Si se toma en serio ese camino, la expresión no sólo cuestiona la retórica tradicional representada por el libro. Necesita también quebrar la propia entidad del poeta, la confianza en el sujeto. García Lorca radicalizó el significado de esta confesión al desplazarla del libro al autor y al ser humano en Poeta en Nueva York: “Quiero llorar porque me da la gana, / como lloran los niños del último banco, / porque yo no soy un hombre ni un poeta ni una hoja, / pero sí un pulso herido que ronda las cosas del otro lado”. Y Jaime Sabines lanzó contra el lector una desesperada conciencia de la crisis y de la realidad en Algo sobre la muerte del Mayor Sabines: “Me avergüenzo de mí hasta los pelos / por tratar de escribir estas cosas. / ¡Maldito el que crea que esto es un poema!”.
Los tres maestros parecen estar en una situación en la que es mejor dejarse de tonterías y de engaños para mirar a los ojos más radicales de la verdad. Creo que esta radicalidad es la que marca el origen y la que domina la atmósfera del último libro de Darío Jaramillo. El reconocimiento materialista del cuerpo, “Somos sólo cuerpo”, se produce en una situación en la que la enfermedad, el dolor físico y la presencia de la vejez no pueden ser negados. De ahí la aceptación implacable de que “La vida es intestino y glándula, / fiebre de la materia” o de que “no existen las esencias”.
Este tono de protagonismo físico adquiere significación en la obra de un poeta que asumió con pudor literario y biográfico la mutilación de una pierna al pisar una mina colocada por la guerrilla en una casa de campo en Colombia. Por eso sus lectores sentimos aquí una intensidad cargada de valor.
Llegados a este punto la salida que parece más lógica es el esfuerzo por irse borrando lentamente, ir alejándose del ruido de la ciudad, adquirir una calma oscura que supone la anticipación de la muerte, pero también una forma de evitar las perturbaciones, los malos insomnios y el dolor. El silencio se convierte así en una referencia de autoridad en el presente. También a la hora de hacer examen del pasado: “lo principal consiste en los silencios que debo, lo que debí callar, / los ruidos que pude suprimir, mis aturdimientos”.
Este eje central de El cuerpo y otra cosa, conducido incluso al cuestionamiento literario, desemboca en cuatro emocionantes elegías que el autor se escribe a sí mismo o escribe para el ser que ha habitado su cuerpo. Puestos a buscar el silencio, el olvido y la nada, resulta necesaria la despedida. Pero despedirse de uno mismo no es asunto sencillo. El condenado a marcharse tiene muchos trucos para permanecer, trucos que son verdad, su verdad: “Qué voy a hacer con las cosas que descubro para ti. / Ayer era una pluma estilográfica que acababan de sacar, / una pluma enchapada en plata, pesada y noble, / diseñada sin diseño, el mejor diseño, el diseño invisible: / sé que dirías esto con la pluma en la mano, sopesándola”. La permanencia de los deseos cotidianos, modestos o altivos, son un truco para que no olvidemos al que ha habitado en nosotros. Y eso no es una mentira, sino una parte de la verdad que quiere enfrentarse a la mentira.
El diálogo con el ser múltiple o desdoblado que habita en un mismo cuerpo no es una inquietud nueva en la obra de Darío Jaramillo. En su libro más leído, Poemas de amor, ya había escrito: “Ese otro que también me habita, / acaso propietario, invasor quizás o exiliado en este cuerpo ajeno o de ambos…”. Ese otro es ahora el alma que cambia con la física, el ser múltiple que recuerda, se acostumbra a la vejez, se adapta a los cambios del cuerpo e intuye la muerte. El cuerpo es dolor y es orgasmo, y por eso los poemas pueden recordar en su diálogo con la muerte las meditaciones sobre el erotismo de Bataille, cuando el placer último supone la disolución de la conciencia y de la identidad individual, un anticipo de la nada: “Me veo fuera de mí, mirándome, / mirándome como si fuera otro, / mirándome hacer el amor, desfallecido, agonizando…”.
La otra cosa que acompaña al cuerpo en el libro de Darío Jaramillo es una realidad abierta: el otro que lo habita, es decir, el alma que desaparece con la muerte. Como no caben las esencias, la vida espiritual no es inmóvil, sino perecedera y cambiante, humana, vital, vinculada a la carne, el deseo y la melancolía. Por eso el camino de perfección que responde a la vejez con una voluntad de calma absoluta se ve asaltado por una densidad de recuerdos que nos devuelven a la plenitud de otro tiempo y nos advierten de que no todo es ruido en el mundo, de que también existe en el presente la música o la evocación de la música. Es verdadera la música que “suena medio siglo más tarde” y nos invita a un entonces. Es verdadero un presente que no promete inmortalidad, pero que se acomoda al lado más digno de la vida.
Leer es un riesgo
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Y es verdad la escritura. El silencio puede ser una salida de negación, un anticipo de la muerte; pero la escritura es la respuesta de un vitalismo escondido bajo la mirada radical, ese vitalismo que, precisamente, nos fuerza enfrentarnos con la verdad de la muerte. Sólo lamentamos la pérdida de aquello que nos importa. Aceptar sin más la muerte es la tarea de los muertos. Los vivos deben aceptar la verdad de la muerte, la vejez y la enfermedad, pero no sin más, porque en ellos está también la verdad de la memoria y del deseo. La escritura permite crear un ámbito que no es negación, ni renuncia, sino conversión de la realidad biológica en lenguaje humano, en el todavía del ser, en el aún que salva las distancias entre el yo que siente y el mundo: “En ninguna parte es más palabra una cosa que en el poema. / En ninguna parte es más cosa una palabra que en el poema”.
Darío Jaramillo Agudelo ha escrito un libro conmovedor, denso, despojado. El pudor y la verdad libran un duelo de sabiduría y de sentimientos que se resuelve en una viva calidad poética. Es la mirada sin engaños hacia la enfermedad y la vejez de una persona de raíz alegre. La mirada a la muerte de un vitalista.
*Luis García Montero es escritor y profesor de Literatura. Su último libro, Luis García Montero Un lector llamado Federico García Lorca (Taurus).