La culpa original, de Sergio del Molino

Los alemanes

Sergio del Molino 

Editorial Alfaguara (2024) 

Un círculo blindado. El principio y el fin de esta novela de Sergio del Molino transcurren en un cementerio. Una metáfora de lo terminal. "Supongo que se congenia bien en los entierros". En dos meses, dos muertes de dos amigos que se quisieron con un amor solo confidente. El tiempo de una historia con un siglo de vida. El dos de mayo de hace ciento ocho años, seiscientos veintisiete alemanes arribaron al puerto de Cádiz. Venían de Guinea, "aquel trocito de África y la isla de enfrente eran los últimos pedazos de la España en la que nunca se ponía el sol". País neutral. Habían pedido asilo allí tras huir de Camerún, conquistado y dividido por franceses y británicos después de cinco décadas gobernado desde Berlín. El contexto de La reina de África, imperecedera por el cara a cara reconciliador de Katherine Hepburn y Humphrey Bogart. Los germanos españoles, "derrotados, aunque no unas víctimas", se instalaron en Alcalá de Henares, Pamplona y Zaragoza, ciudad dónde vive el escritor y territorio de este argumento. Ya lo expuso hace quince años en Soldados en el jardín de la paz, un "ensayo-reportaje". El aragonés Ramón J. Sender mencionó a esta "potente y llamativa" comunidad de expatriados en la primera Crónica del alba, al comenzar los cuarenta del XX. 

Los alemanes o la ficción de una estirpe, los Schuster, un apellido "que ya no significa nada para nadie", fabricantes de salchichas en Zaragoza, donde existió la marca Kurtz de este embutido. Cuando el esplendor, exhibían "el diploma de charcutero… como si fuera un escudo ganado en las Navas de Tolosa". Un coro de yos nada por la sangre de su linaje, capítulo a capítulo. En sesenta días, descubrirán los misterios de su gangrena. "Sólo aguantan quienes saben mirar dentro del alma". Escudriñan desde el reproche, un sino inexcusable. Los diálogos sólo son duales. Abundan entre Eva y Fede, los hermanos que ausculturán los poros de la saga. "Nunca hablaron de nada" hasta la muerte del hermano mayor, Gabi, músico underground, homosexual, rebelde, "un kamikaze". Viven, han crecido, de espaldas. Eva, mano derecha del alcalde de Zaragoza y una mudanza en ciernes a la política nacional. Fede, profesor universitario en Ratisbona, donde predomina un catolicismo "pegajoso". Un instante iniciático en la familia: cuando el padre, Juan, la inmersión española de Hans, pegó al primogénito. "Papá escribió esa noche la página más triste de mi familia… ¿Qué puede haber peor que golpear a un hijo, repudiarlo por maricón y dejar que se pierda en la noche con sus hermanos?".                                                                                                

El padre es silencio emplomado. No conversa. Todo lo dijeron sus hechos, los conocidos y los atrampados. Sergio del Molino persiste en sus hombres silentes y mayores. Como Juan Schuster, enmudece Oskar Klein, alemán del Camerún también. La palabra se ahueca en el páramo de La España vacía, expresión que consagró a este escritor. Atmósfera que envuelve a José Molina, callado hasta un estallido penúltimo, en Lo que a nadie le importa. En esta obra emerge la herencia abrazada al miedo, como en No habrá más enemigo, la culpa de los padres, una transmisión patrimonial a los hijos.

El legado y la culpa. Indiferenciados. El núcleo bipolar de Los alemanes. La negación al intuir que, en la partición, sólo corresponderán números rojos, la vida acreedora: "si se puede renunciar a una herencia, se puede ignorar lo que hicieron nuestros padres". El progenitor violento, y la madre, Ana Higueras Wiesenthal, melómana, "avasallada", que les narraba cuentos de niños muertos y "nunca mediaba" en los conflictos familiares. Terreno fértil para envenenar una genética germana granítica. Abono para la justificación. "Qué suerte tenemos los hijos de poder culpar a los padres de todo. De lo que hicieron, pero mucho más de lo que dejaron de hacer". Que el linaje, del que "parece que no te puedes librar", se siente en el banquillo de los acusados. La autoabsolución. "Nuestra responsabilidad empieza y acaba en nosotros".                                                                                              

El nazismo. Salto cualitativo de la novela en su crescendo hacia la culpa irreparable. Los alemanes soñaron la Alemania perdida, sensación que abrumó al bisabuelo Hans cuando lo expulsaron de Camerún. No bastó con imaginar una patria "en medio de España". Monárquicos al llegar, de súbito se nazificaron por "convicción" o por "posibilismo". Izaron la esvástica, su tenebrosa cruz gamada, en el Colegio y en el Hogar teutones. Los Schuster se adhirieron al perturbado régimen que atronaba Europa, un relámpago calcinante. Y, en las posguerras española y mundial, estas familias nacionalsocialistas subsistieron en el franquismo que, más indiferente que proactivo, les dejó hacer. España se convirtió en la Casablanca europea para nazis segundones. La utilizaban como trampolín de escapada a Sudamérica.                                                                                    

La termita en casa Schuster. El parásito más voraz, un personaje histórico tridimensional: León Degrelle o José León Ramírez Reina o Juan Sanchís. Trino pero uno. Las identidades de este auténtico fascista belga, que murió a los 87 años en Málaga. La fábrica charcutera adelgazó sus caudales al financiar el nazismo nostálgico. Otro beneficiario: Michael Kühnen, neohitleriano, muerto de SIDA a los 35 años, instigador de atentados terroristas. "Degrelle le saqueó la empresa, y Kühnen montó sus comandos aprovechándose de sus redes financieras". Con el horror de los camisas negras, los números de los Schuster viraron al rojo quiebra. El hundimiento. El mal, devuelto a su injusta medida. Fin del buceo hemático de Eva y Fede: "el nazismo se transmite por la sangre… Y creo que la culpa se hereda y que los crímenes de nuestros antepasados son nuestros también". Casta impura.

Del Molino y la pulsión política. Alarmado por el nicho acogedor del neofascismo. El inquietante huevo de la víbora. Rescata cómo se le cegó el camino a Kühnen en Alemania hace tres décadas: "acabó en la cárcel, que es donde acababan entonces todos los que jugaban a resucitar a Hitler". Y lo traslada al ahora, cuando en muchos países las urnas se mimetizan con las italianas y germanas de hace un siglo: "hoy se presentan a alcaldes y acaban ministros". El posible retorno al estruendo de cristales rotos.

Campo también para la corrupción, el fútbol y el periodismo. "Mercadeamos con sentimientos" al adquirir un club deportivo, base de unos mafiosos para proyectar un pelotazo urbanístico. Ocurre. Y desnudan las miserias de un periodista "cutre que siempre necesita dinero", para sobornarlo. Los talones y Aquiles. Cóctel diabólico que desloma el futuro de Eva Schuster.

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Ella y su hermano ya sólo pertenecen al antes. "El pasado es lo único que nos queda". Encadenados a un ayer secular que les repugna y remueve. No culpables, pero aplastados por el baldón de la culpa tan de otros y tan suya. Mancha pertinaz. Enmudecida la música contracultural de Gabi, escuchamos como adiós a Schubert, su predilecto "compositor de las cosas inacabadas". Contrapuesto a la saga Schuster. Cepa huera. "Tres hermanos, ni un hijo entre los tres. Valiente estirpe". Ultimada. Una centuria después, hojas caducas de "los tilos eternos, dando sombra a nadie". Cenotafio o mausoleo unter den linden.

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* Prudencio Medel es periodista.

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