Los cambios que se han producido en la enseñanza en las últimas décadas han sumido en el pesimismo a gran parte del profesorado de esta materia. Las causas no hay que buscarlas, exclusivamente, en los cambiantes currículos, dado que, en lo que respecta al número de horas semanales dedicado a las asignaturas y a los planteamientos generales, no han sufrido variaciones significativas. Sin embargo, lo que sí es imputable a las sucesivas leyes educativas es el hecho de haber agravado el problema con el que se ha tropezado desde hace tiempo: la inclusión de la lengua y la literatura en una única asignatura, es decir, constreñir las dos materias en la franja horaria que debería ocupar cada una de ellas. Como consecuencia de esta reducción, la literatura se ve relegada a un segundo plano por la premura de tiempo y por la importancia que se les concede a los contenidos lingüísticos en las pruebas con las que tienen que enfrentarse los jóvenes cuando acceden a otros estudios. Conviene recordar que el docente de Lengua Castellana y Literatura es responsable de la comprensión lectora, de la ortografía, de la expresión, del comentario de textos, del análisis morfológico y sintáctico, de los conocimientos literarios y lingüísticos, y de una larguísima tarea cuyo cumplimiento, o incumplimiento, conducen a la ansiedad, a la frustración o a la melancolía.
La LOMCE tampoco ha solucionado esta lacra. Es más, ante la precariedad en la que se encuentran las humanidades, muchos enseñantes de Lengua Castellana y Literatura se sienten “aliviados” con el hecho de que no se reduzcan las horas en el currículo. Pero, aunque las de sus disciplinas no hayan disminuido, sí las de otras materias imprescindibles para una comprensión completa de los temas literarios, como Filosofía, suprimida como asignatura obligatoria por la nueva ley en 2º de bachillerato. En este nivel, se la ha relegado a materia opcional en las modalidades de Humanidades y Ciencias Sociales, modificación que dificulta y alarga el análisis de numerosos autores. ¡Qué difícil Pío Baroja sin Schopenhauer —por poner solo algún ejemplo— o Antonio Machado sin Henri Bergson!
Si hacemos un recorrido a lo largo de los últimos años, nos encontramos con lo siguiente: hace más de tres décadas, en la época del BUP, se estudiaba Lengua Española en 1º, Literatura Española en 2º y Lengua Española en COU. Asimismo, quien se inclinara por las llamadas letras podía cursar Literatura Española como optativa en 3º y en COU. Con la LOGSE, a partir de 1990, no solo se suprimió esta opcionalidad, sino que la asignatura, obligatoria en todos los cursos, se denominó Lengua Castellana y Literatura. No obstante, se añadió, solo para los de letras, Literatura Universal como materia optativa en 1º o en 2º de bachillerato. Ante tal situación, se convirtió en el último reducto para la literatura: se impartía sin entrar en competencia con la lengua y, además, a estudiantes que la escogían porque les interesaba.
La reciente LOMCE presenta un esquema similar al anterior. También ofrece Literatura Universal únicamente en un curso, en 1º, como materia de opción del bloque de asignaturas troncales en las modalidades de bachillerato de Humanidades y en el de Ciencias Sociales, donde compite con Griego I, con Historia del Mundo Contemporáneo y con Economía, tres disciplinas que a los alumnos les parecen más complicadas. Esta circunstancia, en teoría, favorable (la mayoría prefiere Literatura Universal), se ha convertido en una amenaza para el aprendizaje. Ya lo estamos comprobando —padeciendo— durante 2015/16, primer año de la implantación de la LOMCE en educación secundaria y bachillerato. Como los “recortes” obligan, los grupos son inmanejables. Los profesores se sienten incapaces de desarrollar un trabajo personalizado y participativo, acorde con las necesidades de unos adolescentes a los que no se les despierta la pasión por los textos y el amor por la lectura con clases magistrales. La literatura tiene muchas posibilidades para seducirlos, pero es necesario ir a los textos, implicarlos, hacer que se sientan agentes absolutos de sus interpretaciones. En las clases de literatura las explicaciones teóricas sirven, sobre todo, para utilizarlas como procedimientos en el comentario de textos o en los trabajos de creación. Si, como creemos, esta es la metodología adecuada, es imprescindible reducir la ratio de alumnos por aula.
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Junto a este problema, se abre otro de mayor trascendencia, que se inserta dentro del menosprecio social y político por todas las asignaturas que no sean instrumentales (Lengua, Matemáticas o Inglés, fundamentalmente). Estamos demasiado preocupados por los resultados, las décimas y centésimas de una calificación o por el informe PISA. La literatura no se deja instrumentalizar fácilmente, y requiere tiempo y espacio detenidos para que cale en los chicos. Tampoco se deja medir, ni entra en las estadísticas. Entonces, ¿a quién le va a preocupar? Y todo ello, que está en la sociedad, se compensa con inmensas dosis de animación a la lectura, con elaboración de blogs, con revistas literarias, con un enorme esfuerzo por parte de los docentes, pero nunca se llega al problema esencial: la necesidad de situar a las humanidades en el terreno de lo útil. A partir de este reconocimiento, entre otras necesidades perentorias, se deben configurar de nuevo los bloques de disciplinas en los planes educativos; elaborar con rigor los manuales (en los actuales, los textos son maltratados, adaptados, sin noticia de la edición a la que corresponden, ni del traductor, ni del editor o la editorial, reducidos a un hueco en el recuadro del ejercicio, sin protagonismo gráfico, sin espacio para la glosa, el vocabulario o la reflexión poética); y, por supuesto, invertir dinero y esfuerzos en las materias que ayudan a enriquecer el pensamiento, la vida. Reivindicar las humanidades, la literatura y la poesía. Devolverles su prestigio desde todos los ámbitos —especialmente, desde el de la gestión de la política educativa— y con todas las voces.
*Trinidad Sánchez Muñoz es profesora de Literatura del IES Vaguada de la Palma en Salamanca.Trinidad Sánchez Muñoz
Los cambios que se han producido en la enseñanza en las últimas décadas han sumido en el pesimismo a gran parte del profesorado de esta materia. Las causas no hay que buscarlas, exclusivamente, en los cambiantes currículos, dado que, en lo que respecta al número de horas semanales dedicado a las asignaturas y a los planteamientos generales, no han sufrido variaciones significativas. Sin embargo, lo que sí es imputable a las sucesivas leyes educativas es el hecho de haber agravado el problema con el que se ha tropezado desde hace tiempo: la inclusión de la lengua y la literatura en una única asignatura, es decir, constreñir las dos materias en la franja horaria que debería ocupar cada una de ellas. Como consecuencia de esta reducción, la literatura se ve relegada a un segundo plano por la premura de tiempo y por la importancia que se les concede a los contenidos lingüísticos en las pruebas con las que tienen que enfrentarse los jóvenes cuando acceden a otros estudios. Conviene recordar que el docente de Lengua Castellana y Literatura es responsable de la comprensión lectora, de la ortografía, de la expresión, del comentario de textos, del análisis morfológico y sintáctico, de los conocimientos literarios y lingüísticos, y de una larguísima tarea cuyo cumplimiento, o incumplimiento, conducen a la ansiedad, a la frustración o a la melancolía.