Mientras dure la luz
Dionisia García
Renacimiento
Sevilla (2021)
Un libro de Dionisia García, una de las voces poéticas contemporáneas más importantes en español, es sin lugar a dudas un acontecimiento literario. Eso sucede con Mientras dure la luz, espléndida y luminosa colección de poemas, que edita de modo exquisito Renacimiento. No es casual que el epígrafe inaugural pertenezca a Emily Dickinson, con la que Dionisia García comparte imaginario afectivo: "Es todo cuanto tengo hoy para traer. Esto y mi corazón además".
Los poemas de Mientras dure la luz desprenden fulgor y ritmo cardíaco, una elegancia clásica intemporal y muy contemporánea a la vez, al alcance solo de los grandes poetas. Los versos se suceden pulcrísimos y hechizantes, como en La respuesta en nosotros: "Es agosto, la tarde está en sosiego;/ pueden hacer memoria del caminar ya ido.[…]// Volvieron la cabeza y el sueño de otra época/ dice que no hay victorias. Sí momentos gozosos,/ ascensión de los días ahora recordados/ y que entonces ardieron".
La poética de la luz en sus distintas articulaciones se señala desde el título y atraviesa todo el libro. Así, la percepción de "la luz vaga y confusa/ de tiempos venideros, nutridos de arrebatos" de La respuesta en nosotros se transforma en los siguientes poemas en una meditación muy sutil sobre el paso del tiempo y la fragilidad humana.
En Dudas leemos: "Nuestra existencia frágil se repliega y confía,/ porque ha vivido vive; sin embargo, no acierta/ a encontrar el lugar/ donde alojarse". La conciencia de la vulnerabilidad que nos define en nuestro propio cuerpo (como señala la filósofa italiana Adriana Cavarero, la vulnerabilidad, derivada de vulnus/herida, es definitivamente una cuestión de piel) no es incompatible en la poesía de Dionisia García con algo que podríamos llamar un vitalismo lúcido o una lucidez vitalista: confiamos pero estamos siempre buscando el lugar dónde alojar el cuerpo, la vida y las esperanzas que en ellos depositamos. Hay aquí una topografía muy precisa, porque la poesía trabaja con lo concreto: "nuestra existencia frágil" anhela "el lugar" a la vez que sabe que el único posible es la duda, corporeizada así en un espacio al mismo tiempo físico e imaginario, un espacio parecido en cierto modo al jardín de rosas de Burnt Norton de Eliot, donde brillan de pronto las opciones vitales soñadas.
La duda vuelve a presentarse como un cuerpo abrazable en De lo incierto: "¿La palabra consigue cuanto el ser necesita?// Abracemos lo incierto. Es la batalla nuestra". La pregunta sobre la palabra señala algo crucial, de un enorme alcance: ¿logramos que el lenguaje nos proporcione lo que los antiguos llamaban una vida buena, es posible que fluya de verdad nuestro corazón en las palabras que intercambiamos?
Los espacios son otro núcleo de significación fundamental en el libro, junto con la luz. En el espléndido poema Casa nueva hay una sutil reflexión sobre la manera que tienen las casas de acomodarse a nuestros cuerpos y nuestros sueños. Sentimos apegos intensos por los espacios porque forman parte de nuestro interior igual que nuestros cuerpos impregnan los cuartos que habitamos: "La mecedora, ajuste de tu cuerpo,/ atrás quedó también sobre la alfombra lila,/ abrigo en el invierno varias décadas.//[…]// Todo es desconocido; los afectos nos guían./ Como ciegos palpamos con torpeza/ para saber del nuevo territorio". Habitamos las casas igual que habitamos un amor, en un ritmo epidérmico y cardíaco para acomodarse a un interior que pueda querernos y al que sintamos como nuestro: "Son nuevas las miradas de interiores./ Otra ventana se abre y nos ofrece/ el mundo que nos queda y puede ser hermoso".
La belleza serena construida en las páginas de Mientras dure la luz no excluye la amarga lucidez de poemas como Ejecución, por ejemplo: "No hemos conseguido desterrar cuanto fuimos:/ asesinar a un hombre en su escondite.// Siglo XXI". Hay poemas sobrecogedores, como Llamada, que unen dolor y sabiduría: "Abril acude, Pablo,/ y tú no llegas./ A veces me pregunto/ si más dichosos quienes más saben/ o quienes se conforman/ con ver sencillamente/ las cosas de la vida".
El vitalismo sigue siendo el latido que más fuerte se escucha (aunque podemos subrayar algo muy sabido, que a menudo cuánto más se sabe del dolor más se reivindica la fuerza solar de la alegría). Un ejemplo podría ser el maravilloso poema Mi corazón consiente, que reproduzco entero: "Anoche murmuraba paseando las calles:/ detente, instante, ya, tan solo una milésima,/ para no sospechar que importamos muy poco,/ que la rueda del mundo en su grandeza gira.// Me decía, también, es imposible/ que el muchacho pintor sobre el asfalto/ y el vendedor de bolsos/ no hayan sido fundados por una mano buena./ Nunca tuvo el azar ojos ni labios.// Qué sabemos al fin…/ Mi corazón consiente, y duda, y ríe… " Junto a la duda, la risa del corazón se presenta como adalid fiel de la alegría. La vida es un "bien inesperado", como en el poema homónimo: "No desprecio este bien porque es la vida/ con todos sus tesoros e infortunios".
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La alegría que atraviesa Mientras dure la luz tiene mucho que ver con la infancia y la reconstrucción poética de una niñez feliz: "Aquel verano de la infancia,/ tantas veces cantado,/ ha sido siempre un bien;/ el más lento trayecto de la vida", leemos en "La estación memorable". La infancia es así una estación memorable, un aprendizaje lento del tiempo (ojalá fuéramos capaces de conservar el don del tiempo lento), una capacidad del corazón de mantener intacto el brillo del instante, la nitidez de ciertas imágenes imborrables: "Todo llega confuso en el fluir del tiempo./ No los brazos alzados de mi padre,/ con besos repetidos".
Saber dónde está lo bello ("persona que sabía dónde estaba lo bello", leemos en "Lo inesperado") y modularlo en poemas tan memorables no es tarea fácil. "Cuánto amor en la casa/ de los días ya idos" son los últimos versos de este libro. Cuánta belleza en este libro excepcional, luminoso y abrazable.
Ioana Gruia es escritora y profesora de Literatura.
Mientras dure la luz