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El detallista

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Raúl Aragoneses

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Trataban de aliviarle con largas conversaciones el sufrimiento que lo ahogaba desde hacía meses, aunque él prefería guardar silencio. Se acostumbraron a su mutismo, pero temían que hiciera alguna tontería y jamás lo dejaban solo. De inmediato sustituyeron los utensilios de cocina por otros de plástico, retiraron los espejos de las estancias de la casa y escondieron el kit de afeitado que con tanta ilusión le habían regalado en su sesenta cumpleaños. Por fortuna, con el tiempo y la compañía su estado fue mejorando. Volvió a ser el esposo atento y el progenitor risueño que recordaban. Se cortó el pelo, compró ropa y zapatos nuevos y pidió el traslado en la empresa. Sin pensar en lo mucho que abandonaban, se mudaron a una ciudad más grande convencidos del beneficio que el cambio de aires traería para la familia. Lo cierto es que aquel renovado entusiasmo del padre terminó por contagiarlos y al final descuidaron los pequeños detalles, esos que, según sus propias palabras, marcaban siempre la diferencia. Como la longitud de los cordones de unas botas recién estrenadas y la altura de los árboles del parque.

Humor vítreo

La oftalmóloga proyecta una luz sobre mi ojo tras dilatarme la pupila. Siguiendo su estela, aprovecha la extraordinaria abertura del orificio para descender en apnea por el mar estanco que se expande tras el cristalino. En las paredes del estrecho consultorio reverbera el aleteo enérgico de sus piernas bien definidas mientras se propulsa. Conforme baja, queda ojiplática con la flora y la fauna de estas aguas, tan libres aún de sobrepesca y plásticos, por ello decide continuar su inmersión más allá de lo previsto, atraída a su vez por algo que brilla como el oro entre las algas coralinas que cubren el fondo óptico. Aunque la presencia cercana de un tiburón la obliga a cejar en su empeño y ascender con rapidez: el escualo la sigue a la zaga mostrándole la hilera filosa de sus dientes. A punto de alcanzar la superficie, con la calma de los viejos lobos de mar, cierro el párpado.

Icarescente

Abanicos

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Conoce la frontera del vuelo: ni demasiado alto para que el sol no derrita las alas ni tan bajo que la espuma del mar las moje. Pero solo se tienen quince años una vez en la vida.

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* Raúl Aragoneses (Mérida, 1978) trabaja como corrector en el Departamento de Publicaciones de la Asamblea de Extremadura. Es autor del álbum infantil ilustrado 'Me llamo Jorge' (2010) y del libro de microrrelatos 'El infierno comunica' (De la Luna Libros, Mérida, 2022)

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