Distintas versiones de intimidad

Portadas de los libros de Benjamín Prado, Alfonso Brezmes, Verónica Hernández y Andrés Ortiz Tafur.

La poesía admite tantas maneras de abordar la intimidad como poetas existen. Aquí reunimos la clarividencia ingeniosa de Benjamín Prado que alumbra los vaivenes de la pareja y empieza a entrever que esto tiene un fin. Alfonso Brezmes prefiere señalar que la belleza se alimenta de contradicciones; por ejemplo que la ausencia acentúa el placer. Por su parte, Verónica Hernández deja que el sol caiga sobre el poema casi sin tocarlo, con una sencillez muy oriental, casi naïf. Andrés Ortiz Tafur, senequista y sensato, canta con la voz rota y se consuela de las pérdidas,

Paradero desconocido

Benjamín Prado

Visor (2023)

Maldigo la codicia, alabo la ambición / y educo a mis poemas / lo mismo que a mis hijos: / para que lleguen lejos / y algún día / puedan cuidar de mí

Con Paradero desconocido vuelve a la poesía Benjamín Prado (Las Rozas, 1961), un comunicador todoterreno, con vocación de ubicuo, que no daba a la imprenta un poemario exento desde que apareció en 2014 el octavo de los suyos, Ya no es tarde. Prado ha hecho del chispazo de ingenio, a menudo improvisado, su seña de identidad, y este rasgo es común en todos los ámbitos que frecuenta, pero alcanza en la poesía más razón de ser por tratarse de un género en el que la intensidad resulta imprescindible.

Desde los primeros versos busca con el lector una complicidad a lo Baudelaire, pero con guiño: "Lo que voy a decirte, que quede entre tú y yo: / no quiero que te escuche este poema". Le añade la advertencia de que no se crea nada: "te recuerdo que somos dos seres inventados". En el resto del libro aprovecha este clima conversacional en el que el interlocutor puede seguir siendo el lector, sus hijos o el poeta mismo. El recurso le ayuda a colocar imágenes y sentencias, que a menudo brotan en catarata y estructuran el poema por acumulación de enumeraciones caóticas.

Cuando la brillantez deja asomarse al hombre, se vislumbra un personaje descreído, fatalista, que empieza a entrever el final del camino: "Miradlo caminar / seguido por las nubes, / mirad qué similares son su sombra y él".

Entre efectos y eslóganes, abundan aforismos suficientes para componer un libro aparte: "estar a salvo mata a los aventureros", "todo el que hace planes hace el mismo: ser otro", "sobrevivir consiste en alejarse de lo ya vivido". Hay dedicatorias a famosos entre las que destacan un poema para Almudena Grandes ("no había claudicado / pero ya se mentía") y otro para “los odiadores”. También alguno que parece concebido para que lo cante Sabina ("En la vida real"). Prado ha dejado que entren en su poesía los vaivenes del amor de pareja y también desliza consejos para entender y afrontar la jungla mediática: "y donde todos luchan por estar siempre al día / ya sólo hay dos opciones: la moda o el olvido".

La vida en el aire

Alfonso Brezmes

Renacimiento (2023)

La vi pasar / entre dos parpadeos / del faro. // Era la vida, / es decir todo / lo que no puede verse

A Alfonso Brezmes (Madrid, 1966) le gusta jugar con las contradicciones existenciales: "Tenemos por delante pocas horas, / no conocemos cuántas y es hermoso / que así sea". Como hacía en su anterior libro, Es tiempo (La Garúa, 2022), usa estas contradicciones para explicarse el mundo, y antes que nada explicarse a sí mismo: "Soy, aunque no sepa decirme / y ese es mi callado consuelo". Fiel a su estilo, no se busca tratando de afirmarse, sino negándose: "todo lo que tacho habla de mí / lo que digo me desdice".

Brezmes se busca cuando no está: "aprendo de mi ausencia, / de cuando yo no estoy, / igual que el pájaro canta / por puro olvido de sí". Las fotografías le son muy útiles porque recogen un instante y lo mantienen vivo cuando el poeta ya no está viviéndolo, con lo que se anticipan a la pérdida: "la eternidad dura un segundo, / lo justo para estar en una foto / que otros mirarán un día". Las fotografías también nos remiten al pasado: "esa última foto que nos toman / hecha de todos los que fuimos".

Consciente o inconscientemente, Brezmes usa mucho el eneasílabo que es un verso con cierta inestabilidad, para dar más énfasis a ese andar sobre la cuerda floja de las certezas, su tema favorito, patente en el título del libro y en la sugerente imagen de la portada. Y sin embargo, aunque mucho menos que en el libro anterior, valora la poesía como herramienta útil para atrapar esa realidad delicuescente: "Habrá que ponerse a escribir / y apuntalar de nuevo el mundo / antes de que todos despierten / y no tengan donde agarrarse". Una herramienta que otorga firmeza: "así mi oscuridad, como el olivo / que sigue en pie tras la descarga / e ilumina la noche tras el rayo".

Brezmes no considera que la fragilidad y la fugacidad del mundo sean factores negativos, sino que están ahí precisamente para potenciar nuestro disfrute: "si la belleza brilla es por su ausencia, / igual que las estrellas en la noche / nacen y arden, y explotan y se extinguen / solo para que las veamos".

Instantáneo

Verónica Hernández

La siesta del lobo (2023)

Vuelvo a mirarme / y ya aparece en mí / lo que antes / veía en los demás, el tiempo

En este mundo de grandilocuencias donde muchas veces la humildad es una grandilocuencia impostada, choca encontrar una voz que no pretende ser más que lo que es, que se mueve en la frontera de lo naïf porque es lo que conoce y por eso mismo suena auténtica: "barro la calle / con el recogimiento / de un monje en su oración. / Me busco / en las tareas cotidianas / y soy feliz".

Si nos atenemos a las anécdotas biográficas, Verónica Hernández (Puerto del Rosario, 1963) se sentó a estudiar una mañana y la luz de abril entró por la ventana, traspasándola hasta el punto de insuflarle ese estado de ánimo que se requiere para escribir poesía: "regresaría / siempre / a este lugar / donde aclarar / mis sueños".

Y así, bajo el paraguas ambiguo del título, Instantáneo, Hernández empezó a formular propósitos: vivir para el recuerdo, bañarse mil veces en el mar, jugar sin plantearse por primera vez si está bien lo que piensa, dice o hace. Y engranó esos propósitos en otros más elementales, como buscar las raíces: "gracias a mi vecina / me siento de un lugar, / el mismo que ella". O, en otro momento: "será por ese instinto / de formar parte / de algo. / De lo que sea". Un mundo siempre expresado en poemas breves, versos estilizados y finales anticlimáticos. Una técnica que, usada con el tacto preciso, acentúa la sencillez sin hacerse notar.

El asombro por los pequeños descubrimientos cotidianos es otra de las vetas del libro: desde los efectos que causa la luz, hasta la coincidencia de "pensar en muertos / y sentirlos tan cerca / que, si alargas la mano, / los tocarías". Por supuesto, también descubrir que el tiempo pasa y altera las cosas que parecían permanentes: faltan vecinos con los que coincidía en el mercadillo, falta el bullicio de las fotografías: "A dónde fueron todos / los asistentes, / sus risas, sus poses, / lo que diferencia / ese día / de cualquier otro / de, por ejemplo, este". Es como echar una foto: "enfocas, / y al disparar / ya lo presientes: todo / se convierte en pasado"

 

Traigo noche en los zapatos

Andrés Ortiz Tafur

La isla de Siltolá (2023)

Porque sin eso, sin querer, / todo este melodrama no vale la pena, / languidece

Traigo noche en los zapatos es el segundo poemario de Andrés Ortiz Tafur (Linares, 1972), que hasta ahora había frecuentado mucho más el relato y el articulismo. En este libro encontramos sobre todo dos tipos de poemas: los breves de estructura epigramática y otros más largos y sinuosos que corresponden a monólogos del propio autor o incluso a monólogos dramáticos atribuidos a otros personajes. En esta segunda veta el autor se deja ir por una sucesión de acontecimientos cotidianos en un tono narrativo que tiene algo de la desolación de Bukowski, pero sin su crudeza. A menudo utiliza incluso herramientas del relato.

Los poemas epigramáticos son mucho más comprimidos. Reflexionan sobre la vida, condicionada por una ruptura sentimental, y lo hacen con una sensatez muy senequista: "Solo descubres que estás en guerra / cuando alguien te pide la paz". A esta colección pertenecen piezas como "De campo", "Hombre de piedra" o "Con su paso" que para mi gusto están entre los más logrados del libro: "…si algo nos enseña la vida / ―con su paso― / es justamente a no saber vivir / a confundir ocho con ochenta, / un Mercedes con un beso".

Parten estos poemas de alguien que se sienta y mira y decide que para poner los sentimientos en su sitio hay que recurrir al matiz: "Mi problema no es que no te quiera. / Es otra cosa distinta que pasa por ahí, / como el agua que solidifica y enfría las bebidas: / imprescindible, pero sin una importancia manifiesta, / porque se da por hecho".

Lo sagrado en el día a día

Lo sagrado en el día a día

En la misma línea, "la soledad ya estaba ahí", "no hay paz en la costumbre" o el poeta descubre que su verdadera y única patria es la casa donde vivió con sus padres, y lo verifica cuando ellos han muerto: "descubrir que mi bandera nunca salió de su casa". La culpa por la ausencia del amor revolotea con elegancia y la mejor manera de conectar con un amigo fallecido es callar y dejar que hable el paisaje ("anoche escuchamos el silencio"). El mejor Ortiz Tafur se define con la voz rasgada: "me prefiero roto, cantando".

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** Arturo Tendero es periodista y poeta. Autor de 'A todo esto' (Pre-Textos, 2023) y de 'Con la cabeza clara y el casco de Minerva' (Altabán, 2023). Estas reseñas y otras más pueden encontrarse en su blog 'El mundanal ruido'.

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