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El duelo por María Zambrano

Sergio Sevilla

Esta pieza pertenece a un monográfico sobre el exilio, coordinado por el profesor Antolín Sánchez Cuervo. Consulta todos los temas en el número 75 de Los diablos azules.Antolín Sánchez Cuervoel número 75

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Obras completasMaría ZambranoEdición de Jesús Moreno SanzGalaxia Gutenberg2015 Obras completas

 

Recuperar el pensamiento del exilio forma parte de esa tarea de duelo, aún no completada, por los desaparecidos de nuestra sociedad en la Guerra Civil. La edición crítica de su pensamiento es la contribución del historiador de la filosofía al restablecimiento de una tradición/transmisión interrumpida primero y negada después durante decenios.

El director de las Obras completas de María Zambrano, Jesús Moreno Sanz, que ha dedicado buena parte de su tarea investigadora a hacer realidad la primera edición crítica de la obra completa en castellano de María Zambrano, subrayaba la voluntad de los editores de mantener físicamente unido en un tomo el tramo de obras escritas entre 1930 y 1950. No quiero debatir su tesis de la unidad teórica de ese periodo, pero celebro que la materialidad del volumen haya obligado a respetar la cesura, histórica y personal, que marca el año 1939. Ya en La Junquera en enero de 1939, en espera de atravesar la frontera con Francia, Zambrano cuenta lo siguiente, hablando en tercera persona de sí misma: “No había sentido la derrota. (…). Todavía no se había desgajado de la comunidad, era nada más que aquello que había sido durante la guerra y especialmente en los últimos meses en Barcelona, uno, uno más entre todos. Y mientras se siente uno así no hay derrota posible (…). Pero ahora, entonces, ya sola en un cuarto de hotel, ya sí. Sabía que para siempre se había desgajado de aquella multitud de la que formaba parte (…); se había desgajado para siempre”1.

No es fácil expresar mejor el patetismo de la ruptura de la pertenencia a una colectividad. A partir de ahí habría que recorrer el pensamiento de Zambrano como mapa de un territorio de cultura que, a pesar de la ruptura, puede seguir siendo común.

El cambio experimentado afecta al ciudadano y a la identidad de la persona. Zambrano dibuja la producción por el exilio del homo sacer cuando dice de quienes partían: “Eran ya diferentes. Tuvieron esa revelación: no eran iguales a los demás, ya no eran ciudadanos de ningún país, eran exiliados, desterrados, refugiados… algo diferente que suscitaría aquello que pasaba en la Edad Media a los “seres sagrados”: respeto, simpatía, piedad, horror, repulsión, atracción, en fin…eso, algo diferente. Vencidos que no han muerto, que no han tenido la discreción de morirse, supervivientes”2. Ese es, precisamente, el trasfondo histórico y vital de los escritos que reúne el volumen II de sus Obras completas, cuya reciente aparición motiva esta nota.

De nuevo Delirio y destino, incluido en el volumen VI de esta mismas Obras completas, nos da las coordenadas de una visión unitaria de la cultura española y europea que elabora en esta década de los cuarenta. Buscando la distancia de sí que da la tercera persona, confiesa: “Ella sabía de guerras civiles algo (…). Y ahora Europa siguiendo el mismo destino (…). Los acontecimientos históricos tienen varias dimensiones, tienen un dentro, una profundidad, como la vida personal. Y, paradójicamente, desde esta islita del Mar Caribe, una de las que avanzaron al paso del Almirante, se sentía dentro de Europa”3. La “Isla de Puerto Rico”, vivida –según el título del primer libro de este volumen II— como “Nostalgia y esperanza de un mundo mejor”, es la elaboración filosófica de la perspectiva necesaria en 1940 para pensar a fondo la crisis civilizatoria que suponen las dos guerras civiles sucesivas de España y Europa. Mirando la experiencia de un conflicto civil desde una perspectiva a la vez lejana e interior, profundiza Zambrano en la función de la naturaleza mediadora de la filosofía.

En La confesión, género literario está en acto esa función, a la vez que encontramos algo más que ecos del magisterio de Ortega y de la presencia de Unamuno que defiende la singularidad. Pero Zambrano no pretende una síntesis imposible de estas dos aproximaciones inconmensurables a la filosofía. Organiza, más bien, la razón vital como razón poética y el análisis de la circunstancia como acceso narrativo a la voluntad  de encuentro entre acción y verdad, a la que da cuerpo la reflexión sobre la existencia del sujeto.

Hay proximidad a El tema de nuestro tiempo cuando Zambrano afirma que “el drama de la cultura moderna ha sido la falta inicial de contacto entre la verdad de la razón y la vida”4.Y a la necesidad de lograr que “vida y razón se entiendan” responde su análisis de la confesión como género literario que “se ha esforzado por mostrar el camino en que la vida se acerca a la verdad saliendo sin ser notada5. La cita de San Juan de la Cruz, impensable en Ortega, sería ya, como señalan los autores de esta edición, un indicio del diálogo entre filosofía, literatura y sentimiento místico que caracteriza los mejores momentos de la escritura de Zambrano.

La conexión buscada con los dos grandes filósofos contemporáneos mencionados no apunta, por mi parte, a buscar síntesis de contrarios, ni responde a una preocupación de aclarar las influencias. Señala la construcción, por parte de Zambrano, de un entramado profundo, subyacente al pensamiento español contemporáneo, en el que alimentar el pensamiento de ese “nosotros” vivo que el exilio rompió, dejando a sus autores sin referentes compartidos, sin lo que podríamos llamar sus lectores naturales y con enormes dificultades de interlocución entre ellos.

Podría ser Zambrano, pero es Unamuno quien dice: “Porque la razón aniquila y la imaginación entera, integra y totaliza; la razón por sí sola mata y la imaginación es la que da vida”6. Y también podría ser Zambrano, pero es Ortega quien establece un estrecho vínculo entre la filosofía de la circunstancia y el pensamiento del amor, de San Agustín o de Spinoza, al referirse a sus Meditaciones del Quijote como “unos ensayos de amor intelectual”, aclarando su uso metódico con la afirmación de que “hay dentro de toda cosa la indicación de una posible plenitud. Un alma abierta y noble sentirá la ambición de perfeccionarla, de auxiliarla, para que logre esa plenitud. Esto es amor –el amor a la perfección de lo amado”7. Son actitudes que delatan esa unidad estructural profunda que supone una actividad tan nueva y necesaria como la filosofía escrita en castellano, empresa a la que Zambrano se suma sin abandonar un ápice de su singularidad.

Pero esa estructura compartida no intenta construir algo así como los rasgos de un nacionalismo filosófico. Cuando en 1943, al analizar La confesión como género literario, reúne los nombres de Baudelaire y Rimbaud a las Confesiones de Rousseau y al Segundo manifiesto del surrealismo, está estableciendo la conexión de la razón vital que busca con los nombres emblemáticos de la modernidad europea. Si en Pensamiento y poesía en la vida española, ya en México, confiesa haberse lanzado a los temas filosóficos sin pensar en la peculiaridad española, en los textos de la década de que hablamos, ya reflexionada ésta, vuelve a convertir en sustantivo el modo de hacer filosófico cuando afirma que “en todo caso, el conocimiento es una forma de amor y también una forma de acción, la única quizás que podamos ejercitar sin remordimiento en los días que corren”8. En las conferencias reunidas bajo ese título reaparece constantemente la poesía, el realismo literario y la mística como géneros de pensamiento.

El pensamiento vivo de Séneca (1944) y La agonía de Europa (1945) serán la elaboración filosófica de la crisis de ese espíritu a la vez español y europeo. Si todavía en la década anterior “la cuestión del estoicismo español” representaba “el racimo de razones de la conducta del hombre español frente a la muerte, la razón de su manera de morir, tanto o más que de su manera de vivir”9, a mediados de la década de los cuarenta Séneca representa la tarea de mediar entre la vida, ciertamente menesterosa, y el pensamiento; y afirma: “No es Séneca un pensador de los que piensan para conocer, embalado en una investigación dialéctica, ni tampoco le vemos lanzado en la vida, sumergido en sus negocios y afanes y ajeno al pensamiento. Es propiamente un mediador, un mediador, por lo pronto, entre la vida y el pensamiento, entre ese alto logos establecido por la filosofía griega como principio de todas las cosas, y la vida humilde y menesterosa”10.

La figura de Séneca como mediador se inscribe en esa repetida tentación de la filosofía, que no abandonaron ni los proyectos más racionalistas —caso de Husserl, al hablar de la “filosofía como ciencia estricta”— que, junto a la satisfacción de las necesidades teóricas más profundas, exige que la filosofía “haga posible, desde el punto de vista ético-religioso, una vida regida por normas puramente racionales”11. La capacidad de que la filosofía tenga una dimensión normativa capaz de justificar, no ya una moral formal, sino una forma de vida concreta, racionalmente revisable, no es, por tanto, una ocurrencia reciente de Pierre Hadot o de Michel Foucault. No es tampoco, en los escritos de Zambrano de los años cuarenta, una mera concreción del raciovitalismo. Pienso que es su forma más rigurosa y honesta de aproximar la producción filosófica a la solución de los peores efectos de la crisis de las dos guerras, a los problemas intelectuales y morales de la sociedad de los años cuarenta. “Porque –afirma textualmente— la filosofía no podría distraerse de su empeño esencial de hacer frente a estas desgracias particulares que toda vida lleva consigo. No, no se ha distraído, sino que realmente es ella su tarea, su razón de ser. Es la filosofía, la razón compadecida de la condición desvalida del hombre”13. El “nosotros” convertido en mera agregación de “hombres sagrados”, sin vinculo social ni referencia a una ley patria, es ya la dolorosa condición compartida por tantos españoles y europeos que necesitan de la filosofía una labor de mediación. En La agonía de Europa, lo que señala la editora de los anejos como “la pérdida del mejor idealismo”13, ha roto la tensión vital interior que mantenía viva la civilización europea. Si para Husserl el fracaso de la cultura europea es el fracaso en lograr una teoría de la racionalidad lo suficientemente potente para superar la crisis de las ciencias, fundar una moral, y una axiología concreta, universalmente compartida y cumplir por fin el programa del legado griego, Zambrano añade a esa herencia la que deriva de La ciudad de Dios de San Agustín. Sólo cabe leer el diagnóstico con que acaba el capítulo sobre la esperanza de Europa: “Barbarie monista, falsificada mística que suplanta a la permanente esperanza de resurrección y a la consustancial utopía creadora. Cansancio de la lucidez y del amor a lo imposible y abandono del saber más peculiar del hombre europeo: el saber vivir en el fracaso”14. Repárese en que la filosofía no se presenta como instancia de emancipación, o como una promesa de felicidad, sino, negativamente, como una ayuda en nuestra condición desvalida; y la religión tampoco aparece tanto como promesa de plenitud, cuanto para enseñar a vivir con dignidad la indigencia y el fracaso. Sería interesante contrastar lo que Zambrano espera de la recuperación de las raíces religiosas en El hombre y lo divino, con el papel que Husserl asigna a la fenomenología de la religión en su Renovación del hombre y la cultura.

Las valoraciones y las indicaciones de interpretación realizadas deben tomarse tan sólo como otras tantas invitaciones a la insoslayable lectura directa de los textos de Zambrano, y al debate hermenéutico que una obra tan rica en sugerencias merece. Pero es de justicia señalar que, al leer esta edición, no nos encontramos sólo con un cuidado exquisito de la textualidad y con una presentación general que orienta al lector sobre el sentido de lo reunido, sino también con sendas presentaciones a cargo de los mejores especialistas, que ofrecen tanto información como criterios para que el lector se adentre con seguridad en los textos presentados. Esta labor de edición culmina con un extenso y detallado trabajo que, bajo el rótulo “Anejos y notas”, ofrece la información temática, genealógica, de historia de las ediciones y notas, que constituyen un apoyo poco habitual para los investigadores que decidan adentrarse en estos textos.

En suma, una lectura bella y estimulante para la elaboración teórica, y una ayuda recomendable para nuestros jóvenes investigadores, que se inician en trabajos de fin de grado o de máster, y para quienes entran en una tesis doctoral.

*Sergio Sevilla es profesor de la Universitat de Valencia.Sergio Sevilla   1. M. Zambrano, Delirio y destino, en Obras completas VI. Escritos autobiográficos. Delirios. Poemas  (1928-199). Delirio y destino (1952), ed. dirigida por Jesús Moreno Sanz, Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 2014, p.1051.

2. Ibid., p.1052.

3Ibid. p.1056.

4. M. Zambrano, Obras Completas II, p.75

5Ibid., p.79.

6. M. Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida, ed. de A.M. López Molina, Madrid, Biblioteca Nueva, 1999, p.137.

7. J.Ortega y Gasset, Meditaciones del Quijote, Madrid, Espasa Calpe, p.12.

8. M. Zambrano, Obras completas I. Libros (1930-1950), ed. dirigida por Jesús Moreno Sanz, Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 2015, p. 558.

9Ibid., p. 605.

10. M. Zambrano, Obras completas II, p. 186.

11. E. Husserl, La filosofía como ciencia estricta, Ed.Nova, Buenos Aires, p.7.

12. M Zambrano, Obras completas II, p.188.

Savia poética

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13Ibid., p.715.

14. Ibid., p.378.

Esta pieza pertenece a un monográfico sobre el exilio, coordinado por el profesor Antolín Sánchez Cuervo. Consulta todos los temas en el número 75 de Los diablos azules.Antolín Sánchez Cuervoel número 75

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