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'El espíritu de la ciencia-ficción': Alegres y leprosos

Portada de El espíritu de la ciencia-ficción, de Roberto Bolaño.

Fernando Valls

El espíritu de la ciencia-ficciónRoberto BolañoPrólogo de Christopher Domínguez-MichaelAlfaguaraMadrid2016El espíritu de la ciencia-ficción

Los inéditos que dejó Bolaño no parecen agotarse nunca, el empeño de los responsables de sus derechos por darles lustre a viejos manuscritos parece crecer con el paso del tiempo. Desde que el escritor murió en el 2003 se han publicado ya diez obras que quedaron inéditas y quizás inacabadas, empezando por la ponderadísima 2666 (2004).

El caso es que el autor no consideró oportuno publicar El espíritu de la ciencia-ficción, aunque tampoco destruyó el manuscrito cuando pudo hacerlo, y en cambio sí quemó sus obras de teatro. La narración está fechada en Blanes, en 1984, el pueblo de la provincia de Gerona donde el autor residía. En esa fecha, Bolaño había publicado en México un libro de poemas (Reinventar el amor, 1976) y una novela en colaboración con Antoni G. Porta (Consejos a un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, 1984), habiendo obtenido además algunos premios en concursos de provincias. Se trataba, en suma, de un autor completamente desconocido.

Tuvieron que pasar doce años, que es cuando aparece en Seix Barral La literatura nazi en América (1996), para que una de sus obras llamara de veras la atención. El título resultaba llamativo, aunque no siempre se haya citado de forma correcta; aparecía en una editorial prestigiosa y la crítica fue muy favorable (Juan Antonio Masoliver Ródenas, Javier Goñi y Alfredo Taján, entre otros). Solo dos años después, cuando el autor contaba 45, le llegó la consagración definitiva, en España e Hispanoamérica, con Los detectives salvajes, novela con la que obtuvo el Premio Herralde y el Rómulo Gallegos.

Lo primero que llama la atención de El espíritu de la ciencia-ficción es el título, aunque al fin y a la postre no responda en esencia al contenido. Sin embargo, sabemos que Bolaño, como lector compulsivo que era ("escribir",  confiesa en una entrevista concedida en el 2001, "no es lo más importante; lo más importante es leer"), se mostró muy interesado por la narrativa de ciencia-ficción, sobre todo por la obra de Philip K. Dick y Ursula K. Le Guin, como puede apreciarse en la conversación que mantuvo con Rodrigo Fresán, publicada en la revista Lateral, o en un artículo recogido en Entre paréntesis (2004) titulado “Philip K. Dick”. Esta manera de titular sus novelas no le será ajena, ya que varios de sus libros posteriores utiliza una fórmula parecida, al poner énfasis sobre un género literario o sobre la propia ficción: La literatura nazi en América, Nocturno de Chile (2000) o Una novelita lumpen (2002).

El escritor chileno ha reconocido que sus libros están relacionados, pues se complementan y matizan (Bolaño por sí mismo, pág. 118). Y tampoco ésta es una excepción. ¿Se trata, acaso, de un antecedente de Los detectives salvajes, como señala el prólogo? Creo que sí. Otros críticos la han relacionado también con Estrella distante (1996), Amuleto (1999) e incluso con sus poemas en prosa... El caso es que aquí aparecen diversos personajes que no cuesta relacionar con seres reales: desde el mismo autor, que se identifica de forma explícita con Jean Scharella (pág. 204), aunque quizá se reencarne en Remo Morán, en la que –por cierto— resulta ser la primera aparición de este personaje en la obra de Bolaño. Luego, en La pista de hielo (1993), comparte con Gaspar Heredia la condición de alter ego del autor. Pero, sigamos, pues José Arco parece inspirado en el poeta y compinche Mario Santiago, quien aquí conduce ya la Honda negra que encontramos en el poema “El burro” (La Universidad Desconocida, 2007, p. 383). En cambio, en otros momentos de la narración, Remo quizá se identifique con el poeta chileno Jaime Quezada, el cual vivió unos meses en la casa familiar de Bolaño en el D.F. También hace acto de presencia, con su propio nombre, la escritora uruguaya Alcira Soust Scaffo, que en Los detectives salvajes acabará encarnándose en Auxilio Lacouture, “la madre de la poesía mexicana”. Y nos encontramos igualmente con Laura, la Princesa Azteca, “la muchacha más hermosa que había visto en mi vida” (pág. 199), según Remo, su amante, que resurge en Amuleto, y que debe estar inspirada en Lisa, la novia del autor en el México de 1974. Por su parte, las hermanas Torrente, Teresa (amante de Jan) y Angélica, tienen todos los visos de ser las Font de Los detectives salvajes. Como ven, la novela resulta ser un semillero de personajes y situaciones que luego se perfilarán en los relatos posteriores de Bolaño, como es el caso también de Estrellita y su hijo pintor, cuya obra vendía en los cafés, anticipándose a Lilian Serpas, tal y como aparece en la novela de 1999; Isou y Altagör, padres del Letrismo y de la Metapoesía, respectivamente; la Universidad Desconocida (“una universidad que nadie conoce”, pág. 145); el Conasupo, trasunto del organismo Conaculta, o el mismísimo y real café La Habana, llamado café de Quito en Los detectives salvajes. Y desde luego no faltan los héroes “alegres y leprosos”, estudiantes bohemios que frecuentan más los talleres de escritura que las clases de la universidad, que juegan a vivir como poetas, a hacer de su existencia una obra de arte, aunque la mayoría de ellos no pasara de ser meros poetastros, quienes intentan sobrevivir como correctores editoriales y colocando algún que otro artículo en periódicos y revistas. Y, por último, para no competir con el listín de teléfonos, los juegos de guerra, a los que tan aficionado era el autor, tal y como cuenta en Bolaño por sí mismo (pág. 46), o lo representa Andrés Ibáñez en su excelente novela Brilla, mar del Edén (2014). No podían faltar los exiliados españoles republicanos, aquí representados por un tal Rodríguez, director del suplemento cultural del diario La Nación, que Remo tacha de “birria”, que no es otro que el poeta Juan Rejano, responsable de la Revista Mexicana de Cultura, suplemento del diario El Nacional. Recuérdese, además, a este respecto, que la ya citada Alcira Soust Scaffo realizó trabajos domésticos, por amor al arte, en casa de los poetas León Felipe y Pedro Garfias.

Mientras Jan ha dejado de estudiar y permanece leyendo y escribiendo en la azotea de su casa, Remo y Arco, ambos con 21 años, “el embajador de las ratas” (recuérdese El policía de las ratas, la pieza producida en el Teatre Lliure en el 2013) y “el rey de las ranas” (pág. 60), andan de acá para allá intentando averiguar por qué proliferan los talleres y las revistas literarias en el D.F., lo que los lleva a una de esas búsquedas delirantes en la que Bolaño embarca a sus personajes.

En los interesantes “Apuntes...” finales, que aparecen como apéndice de la novela, alguno de cuyos materiales se habían mostrado en la exposición y catálogo Archivo Bolaño. 1977-2003 (2013), encontramos un índice primitivo. Allí, la novela se compone de tres partes semejantes, mientras que ahora la tercera solo está ocupada por el denominado “Manifiesto mexicano”, en el que se relatan las relaciones amorosas que Laura y Jan mantienen en los baños públicos, sobre todo en el Gimnasio Moctezuma, incluido algún trío. Las dos primeras partes, a su vez, se subdividen en otras tres: “entrevista (la guerra)”, en la cual un joven escritor responde con displicencia a las preguntas de una periodista, quizá la menos lograda del conjunto; “narración”, donde se cuenta las andanzas de los tres amigos; y las cartas. Entre esos apuntes aparece también una hoja en la que Bolaño escribe que en medio de dichas historias “Remo y Jean están con la guerrilla en algún país latinoamericano luchando contra el invasor yanqui // Esto es: ¿Textos de Jan? ¿Sueños de Jan? // Fidel Castro, padre de Jan, recibe a este en el aeropuerto de La Habana y se van”. Bueno, pues nada de ello hallamos en nuestra obra. Esa parte final de El espíritu de la ciencia-ficción, el “Manifiesto mexicano”, apareció como un texto independiente, con variantes, en La Universidad Desconocida, lo que nos induce a pensar que Bolaño había desistido de publicar esta novela, en beneficio de reutilizar alguno de los materiales que la componían.

En mi opinión, esta tercera parte es la más sugestiva, junto al relato de las andanzas de los tres amigos por el D.F. En sus mejores momentos, el tono se acerca al de Los detectives salvajes, e incluso genera aforismos, como el siguiente: "la luna en aquel barrio parecía una sábana puesta a secar en la ventolera del cielo" (p. 169). Destacaría, además, la historia del café chino de Emilio Wong (pág. 125-127). Las cartas de Jean van dirigidas a sus autores de ciencia-ficción favoritos, distinguiendo a Alice Sheldon/James Tiptree Jr., de quienes se habla en Amuleto, y Ursula Le Guin, a las que les envía dos misivas. Ante ellos, Jan se presenta como un cultivador en Latinoamérica del género, que cuenta con 17 años, confesándoles: “Tal vez me he vuelto loco de tanto leer novelas de ciencia-ficción” (pág. 138).

Se trata, como puede observarse por lo dicho, de una novela de formación en la que los personajes, como ocurre en la obra de Ricardo Piglia, quien también se desdobla en un alter ego, se dedican a investigar ciertos hechos. No falta la sátira de los talleres literarios, de la ideología política radical que aquellos jóvenes compartían, así como de las ínfulas y esperanzas vanas de unos jóvenes de escaso talento que colaboran en esas modestas publicaciones: “Artistas del fuego (...), artistas del detritus, desempleados y resentidos, pero no intelectuales”, según los define un personaje (pág. 164).

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La objeción que puede hacérsele es que los distintos materiales que componen algunas de esas partes no acaban de casar, como si les faltara un último hervor. Y sabemos que para Bolaño la estructura lo era todo, “la estructura –comenta— es la música de la literatura”, pues se trata del primer problema que tiene que resolver el escritor (Bolaño por sí mismo, pág. 74 y 75). Me parece que los lectores que acudan por primera vez a la obra de Bolaño, aquí se perderán. En cambio, es un libro para quienes estén ya empapados de su literatura. Los más curiosos se preguntarán si esta novela aporta algo nuevo. Me temo que no, aunque añada algún que otro episodio a los que ya habíamos leído, y nos muestre cómo en una fecha temprana empezaba a utilizar su peculiar fraseo, junto con los motivos, personajes y situaciones habituales en sus narraciones posteriores.

*Fernando Valls es profesor de Literatura y crítico literario.Fernando Valls

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