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Esther García Llovet: Valencia misteriosa y salvaje

Fernando Valls

Los guapos

Esther García Llovet

Anagrama (Barcelona, 2023)

 

Esta novela es la segunda entrega de una llamada Trilogía del Este (de España), que se inició con Spanish beauty (2022). Su protagonista, Adrián Sureda, llega a la periferia de Valencia, a El Saler, haciéndose pasar por periodista, para intentar descifrar el misterio que se esconde tras la aparición de unas raras formas geométricas de gran tamaño en los arrozales de la Albufera, a lo que los aficionados al ocultismo, a la existencia de extraterrestres, denominan crop circles, o mejor, círculos de sembrados.    

Adrián, que vive a salto de mata, se dedica a tramar lo que ahora –con un innecesario anglicismo– se llaman eventos (página 20), ve la posibilidad de hacer con ello un negocio, organizando en la zona un Festival de Música, con la colaboración de su amigo, el abogado. Se trata, en suma, de hacer un negocio en un misterioso no lugar, donde hay un camping semivacío, una gasolinera, un modesto chiringuito, una fosa séptica, donde acabará cayéndose un personaje, y unos seres peculiares. Y a este último respecto, fíjense en la perorata de Willy sobre los frikis y raros (página 38).

Esther García Llovet va por libre, pero quizá haya partido, consciente o inconscientemente, de una tradición que pasa por Rayuela, de Cortázar, y por la obra de Roberto Bolaño, pues comparte con ellos unos personajes que van a la búsqueda de algo. Pero, además, sus novelas necesitan la inmersión en un paisaje, tratado siempre por la autora de manera singular, como ha reconocido, y una determinada idea de los seres que aparecen en sus relatos, cuyo lenguaje coloquial y actitudes proporcionan verosimilitud a la historia.

Aunque la mayoría de sus novelas comparten características, esta tiene unas peculiaridades que la distinguen también del resto de las narraciones que hoy se publican. Se trata de novelas cortas, más que de novelas, cuya acción transcurre en un tiempo reducido; se componen de capítulos muy breves; quien cuenta es un narrador omnisciente que presenta los hechos, sin juzgar las ideas, ni las conductas de los personajes, por muy estrambóticas que resulten; el espacio en el que transcurre la acción y la atmósfera que se desprende suele ser representativa; los personajes a menudo andan perdidos, anclados en los márgenes de la sociedad; y todo ello aparece adobado por el humor, unas pizcas de ironía, dosis de retranca, parodia e incluso burla, sin ningún subrayado, como ocurre en el capítulo 6 (página 23), y por una serie de referencias culturales, provengan de la denominada cultura popular (en el caso que ahora me ocupa, el actor Tom Cruise, el cantante Nino Bravo o el remedo del juego ¿Dónde esta Wally?, páginas 38, 84 y 97) o de la mal llamada alta cultura (por ejemplo, el cuadro de C.D. Friedrich, El caminante sobre el mar de nubes [1818], página 11; el también remedo del comienzo de Ana Karenina: "Damos por supuesto que todos los raros son iguales cuando lo cierto es que cada uno es raro jodidamente a su manera", página 38; la referencia al gato de Schrödinger, página 78; el cine de David Lynch, con su personaje el agente Cooper, páginas 89 y 114), sin que falten referencias a quienes se mueven entre ambos mundos (el escritor Stephen King, su novela The Girl Who Loved Tom Gordon, 1999; La chica que amaba a Tom Gordon, página 91; el Misterio de Elche, página 37, y la película de Chema García Ibarra, Espíritu sagrado, 2021, que tanto le gusta a Wily, sobre unos aficionados a la ufología, página 37).

La narración tampoco carece de una cierta poética explícita, por sencilla que sea, que encontramos al comienzo de dos capítulos, el 15 y el 21: "Un buen argumento tiene que ser breve y tiene que ser conciso, firme, tenso, como la cuerda por la que camina el funambulista sobre el abismo"; se cuenta, además, que Willy y Adrián se han citado en un "sitio donde el tiempo y la realidad, que nos guste o no, van de la mano, se detienen"; y en el desenlace del capítulo 11: "las cosas solo se acaban cuando les pones un punto final, como en los libros, como en el cine" (páginas 42, 54 y 75).

Si en un principio se trataba de desentrañar un misterio, la narración va adquiriendo solvencia en la fuerza del narrador y en los peculiares diálogos que entablan los personajes, quienes llevan una vida precaria. Adrián es el protagonista, pero el coro de seres que lo rodean tiene mucha importancia para la construcción del relato. Desde Ocho, el gato montés con el que se inicia la novela, se trata de un gran comienzo,  hasta Vicente, dueño del gato, de una Montesa y del camping, a quien Willy, la segurata devoradora de pipas, considera "el loco del pueblo". De Vicente se nos dice que tiene 40 años y va siempre vestido con un chándal negro. Pero, además, está el niño Rodrigo, con quien Adrián mantiene un diálogo absurdo (páginas 23-25); Mornell, una niña de 11 años, cuyos sueños anticipan los hechos, y Broseta, su acompañante, que cumple 70 años y tiene quince perros. Se trata de un anciano pirómano que quiere acabar con los círculos, pues su mujer se fugó con un individuo de la Iglesia de la Cienciología que pretendía introducir en España la Nueva Iglesia de la Identidad Cósmica. Y, por último, un carabinero italiano que regenta un kiosko modesto, al que le roban las pipas...

La novela se mueve en el terreno del realismo (incluso la aparición de tres camellos cerca de un arrozal tiene su explicación, páginas 20 y 21), pero se vale de lo fantástico cuando el desarrollo de la trama lo propicia. El misterio, la posible presencia de lo sobrenatural, como cuando Mornell le dice a Adrián: "hay una fuerza que está por todas partes, sabes, hay una presencia –dice señalando los círculos ahí fuera- aquí" (página 34), no acaba de desentrañarse, pues no es lo que pretende la autora, por lo que el desenlace es abierto, ya que no disponemos de explicaciones para todo, aunque la gente –necesitada de certezas– se empeñe en inventárselas. Sin embargo, en el desenlace, Willy, que tiene en la televisión local un programa sobre fenómenos paranormales, sube a los cielos, también desaparece Vicente, y se produce la destrucción del camping y de los círculos, a causa el fuego.

La prosa se caracteriza por su sencillez, no por ello exenta de afortunadas metáforas e imágenes, por el remedo de la lengua coloquial, pues el narrador no pierde ocasión para utilizar expresiones a la moda del día (véase el comienzo del quinto capítulo, página 19), entre ellas, diversos anglicismos o expresiones en inglés, en lo que hay un cierto naturalismo, del que se prescinde por completo en la construcción de los personajes. Pues, aunque a algunos de ellos se los describe (en suma, son guapos, pues Adrián, Vicente, Willy y todos los citados en los agradecimientos son calificados de tales), se hace muy escuetamente, y desde luego el narrador no se detiene en su sicología. La fotografía que aparece en la cubierta va en la misma dirección, pero en la novela es la niña Mornell quien señala al cielo con el dedo índice, porque espera –ella misma lo confiesa– que se la lleven con ellos los extraterrestres.   

Si el futuro de la novela se ha cuestionado en los últimos años, la autora introduce en sus declaraciones una novedad, pues afirma que lo que ahora desea es ser guionista porque se gana mucho más dinero. Esperemos que no se cumplan sus deseos, aunque estemos necesitados de buenos guionistas, también lo estamos de novelistas con una voz propia, diferente, como la de la autora. Sea como fuere, me parece que en esta novela hay una película (véase, al respecto, el comienzo del capítulo 16, página 57), e incluso me atrevería a decir que, en cierta forma, se ha pensado para que acabe en el cine, pues posee todas las características necesarias para que funcione como tal, siempre que el guion, los actores y el director estén a la altura.

 

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P.S. Por cierto, un poco después de que apareciera Los guapos, el director de cine y escritor David Trueba ha estrenado en el Teatro María Guerrero una obra de teatro titulada igual, pieza que además dirige. ¿No podría haberle puesto otro título?

 

* Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.  

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