El gato bajo la lluvia: una poética de los aguaceros

Luis Baeza

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El taller de escritura del instituto Villa de Vallecas, en Madrid, reúne desde 2017 a alumnos y profesores para domar juntos las palabras a partir de la lectura. Uno de sus objetivos es acercarse a la literatura contemporánea estudiando a autores como Luis García Montero, Sara Mesa o Shirley Jackson. taller de escritura del instituto Villa de Vallecas

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“Llueve. Llueve mucho. Y, sin embargo, la mancha sigue ahí”. Lo escribió una alumna de 2º de ESO. Con unas pocas palabras, desplegó una historia profunda y angustiosa. La lluvia es una amenaza o un bálsamo. Y el agua de su cuento mínimo resultó inútil contra la catástrofe y ella supo que hay heridas que nunca se curan, que permanecen siempre con nosotros.

Vemos la lluvia a través de la ventana, mientras suena un tema de Miles, o nos cae encima fastidiosamente, de camino al trabajo o, aún peor, a una cita prometedora. Llueve furiosamente, y relampaguea, la noche en que nos instalamos en el piso nuevo de alquiler. Hay que acostumbrarse al colchón, al aliento de los muebles, a la respiración de las paredes, a la luz con la que contamos para no perder la cabeza, al espacio para ubicar nuestra ropa. Hay que hacerse con todo ello mientras, allá, entre los edificios de la ciudad, lo que cae no es la tormenta sino la incertidumbre. Llueve a ratos o eternamente. El agua acentúa la tristeza o la diluye. Y somos ese personaje que entierra al padre mientras unas gotas de agua alimentan la tierra de las flores y eso es, en el fondo, más reconfortante que los consejos de los terapeutas. La lluvia es un contrapunto y si los personajes se encuentran eufóricos y felices, nos dará una información oculta muy valiosa.

En el cuento de Ernest Hemingway, “El gato bajo la lluvia”, el aguacero condiciona y encierra a los personajes protagonistas en una habitación de un hotel. ¿Te acuerdas cuando la tempestad te fastidió aquel fantástico plan? Pues ahí la tenemos: voluntariosa y determinante para cualquier narrativa.

Y cuando dos personas ya no se quieren, cuando el amor que alguna vez sintieron se ha derrumbado, la realidad se anticipa en forma de metáforas e indicios. Se adelanta el mundo con su despliegue simbólico cuando esos dos enamorados todavía no han puesto palabras a lo que les sucede. El lenguaje verbal es más lento que las tormentas y los gatos. Y, por eso, en ese cuento de profunda melancolía, la protagonista se encapricha de un gato misterioso que es en realidad su deseo. Y el animal permanece allá, afuera, como una posibilidad, mientras llueve incansablemente y sobre el corazón del personaje no se despeja la suciedad de una mancha antigua.

"La inglesa de Guadarranque"

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Los alumnos del taller deben contar ese momento claustrofóbico en el que una pareja todavía no sabe lo que sí sabe su entorno. Dos personajes en un coche, o atrapados en un tren, o en un flamante crucero por el Mediterráneo. Dos personajes que hablen lo justo, que manifiesten su desesperanza con un lenguaje árido y breve. La sintaxis corta y el vacío inmenso. El deseo será un ser ligero y misterioso, siempre lejano y aparentemente inaccesible. Y en el cuento estará la seguridad de que la lluvia termina y las manos del protagonista acariciarán al felino. _____

Luis Baeza es profesor de Literatura en el IES Villa de Vallecas, en Madrid. 

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