Gibrán Khalil, la última máscara de la locura

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Eva Losada Casanova

El loco se cruzó en mi camino en enero de 1997. Eso escribí en la primera página. Fue un regalo de cumpleaños, un regalo con forma de recuerdo borroso. Los libros son a menudo como ese tipo de recuerdos. Da igual su tamaño. Vienen y van de la vida de una, a veces se quedan y otras nunca estuvieron. Gibrán Khalil nació en las montañas del Líbano y murió en Nueva York en 1931, un 10 de abril. Entre ambas fechas perdió, por culpa de la tuberculosis, a casi toda su familia, escribió mucho, publicó poco y fue excomulgado de la Iglesia Católica. ¿El motivo? Escribir Espíritus rebeldes. Libro que arde públicamente en el fuego. Arde de verdad, no se trata de ninguna figura retórica. El loco se salvó, quizá, porque no lo entendieron, al menos no en su conjunto. Ese es el poder de la ficción, que te permite esconder para que otros, unos pocos, encuentren.

Khalil cuenta que un día le robaron sus máscaras y enloqueció. “¡Malditos ladrones!”. Así comienza este pequeño, sencillo y profundo libro; hecho con materias primas, sin conservantes, hacia 1918. Esto último no se nota. Cualquiera de sus cuentos tienen su espacio casi cien años después. Eso siempre ocurre cuando se escribe desde la naturaleza que nos alberga y no desde la que alberga a otros. “En mi locura —escribe— he hallado libertad y seguridad; la libertad de la soledad y la seguridad de no ser comprendido, pues quienes nos comprenden nos esclavizan”. Es comprensible, por tanto, que sus libros ardieran y a ese resplandor siguiera la excomunión.

Khalil lo cuestionó todo. En el relato "Las sonámbulas" desnuda a la maternidad de toda bondad y en "El Astrónomo" se ríe de los hombres de ciencia que no utilizan los sentidos para conocer; mientras que en "Los dos ermitaños", embiste al necio conformista desde un empecinado y falso Satanás. De igual manera en el relato "Los dos sabios", como si se tratara de un traje con dos reveses, nos revela la debilidad que a veces sustenta a las creencias humanas. En la fábula "Las tres hormigas", como si de un cuento infantil se tratara, vestido de una aparente y equívoca sencillez, nos alerta sobre la estupidez, advirtiéndonos que absolutamente todo es relativo, que sabemos muy poco sobre aquello que nos rodea. Quizá el cuento más intenso, es aquel en el que un hombre grita a los demás que vengan a ver su Alegría. Nadie acude, y poco a poco, esa Alegría ignorada, se convierte en dolor.

Cada relato aparece en este libro como la lucha de fuerzas, como si el Bien y el Mal se confundieran, como si todo, al final, fuera intercambiable y confuso. ¿Es esa la locura de la que habla Gibrán Khalil? “Mi apariencia —escribe— no es mas que el traje que visto, un traje cuidadosamente tejido que me protege a mí de tu curiosidad…”. Es posible que su única locura sea precisamente la de dejar su rostro al descubierto, sin máscaras, sin antifaces. “He visto un viejo rostro lleno de arrugas de la nada, y un rostro lozano en el que estaban grabadas todas las cosas”.

El loco fue publicado en España en 1996 por la editorial Alba y actualmente puede encontrarse en la editorial Traspiés, Valdemar y Akal, entre otras. en la editorial TraspiésValdemar Akal

*Eva Losada es escritora. Su último libro es Eva LosadaEl sol de las contradicciones (Alianza, 2017). 

El loco se cruzó en mi camino en enero de 1997. Eso escribí en la primera página. Fue un regalo de cumpleaños, un regalo con forma de recuerdo borroso. Los libros son a menudo como ese tipo de recuerdos. Da igual su tamaño. Vienen y van de la vida de una, a veces se quedan y otras nunca estuvieron. Gibrán Khalil nació en las montañas del Líbano y murió en Nueva York en 1931, un 10 de abril. Entre ambas fechas perdió, por culpa de la tuberculosis, a casi toda su familia, escribió mucho, publicó poco y fue excomulgado de la Iglesia Católica. ¿El motivo? Escribir Espíritus rebeldes. Libro que arde públicamente en el fuego. Arde de verdad, no se trata de ninguna figura retórica. El loco se salvó, quizá, porque no lo entendieron, al menos no en su conjunto. Ese es el poder de la ficción, que te permite esconder para que otros, unos pocos, encuentren.

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